Ensamblajes socio-técnicos y complejidad social

Pre-print del artículo de Antonio García-Olivares enviado a la revista Intersticios en julio de 2019.

Resumen

El paradigma de los sistemas complejos constituye un marco fructífero para describir y explicar procesos de cambio social integrando ideas procedentes del funcionalismo, el materialismo cultural, la sociología de las organizaciones, y las teorías de las redes de agentes. En este trabajo analizamos el mecanismo que convierte la acción social desordenada en ensamblajes socio-técnicos y en instituciones. La formación y persistencia de las instituciones deriva de que las emergencias de la acción colectiva produce una atracción hacia comportamientos pautados capaces de re-producirla. Este planteamiento ayuda a explicar el principio de primacía de la infraestructura social defendido por el materialismo cultural, el que la estabilidad de las instituciones sea siempre provisional y el que muchas emergencias de una institución sean no intencionales. Usamos estos conceptos para explicar la aparición de algunos sistemas (y redes de sistemas) socio-técnicos que han tenido una importancia especial en la historia de las sociedades, tales como las redes de dominación a distancia, o el Estado. Este análisis sugiere que, si la desigualdad va a constituir un problema a evitar en una futura sociedad sostenible, habría que institucionalizar que los puestos de autoridad política fueran impermanentes y que la propiedad privada no pueda ser heredada familiarmente.

Palabras clave

Sistemas complejos adaptativos; Emergencia Social; Cambio social; Teoría Sociológica; Atractores de conducta; Origen del Estado

1. Introducción

Todos los sistemas naturales de interés para la supervivencia de los humanos sobre el planeta Tierra (por ejemplo, los ciclos biogeoquímicos complejos, las células vivas que realizan la fotosíntesis, los sistemas ecológicos, o los sistemas humanos cuando se analizan en diferentes niveles de organización y escalas por encima de la molecular) son “sistemas disipativos”. Esto es, son sistemas atravesados por flujos de energía, lejos del equilibrio termodinámico, y afectados por procesos auto-organizativos.

Además, los seres vivos, las sociedades humanas y los ecosistemas son generados por procesos que operan en varios niveles jerárquicos sobre una cascada de diferentes escalas. Esto significa que se pueden encontrar en el sistema procesos que tienen tasas de cambio con diferente orden de magnitud temporal (O’Neill, 1989).

Los sistemas jerárquicos tienen subsistemas o partes cuyos elementos constituyentes tienen una red de relaciones muy densa y frecuente de unos con los otros, mientras que están menos relacionados con elementos de fuera de estos subsistemas, con los que sus relaciones son más infrecuentes. Por ello, los sistemas jerárquicos son casi-descomponibles en subsistemas independientes (Simon, 1962).

Muchos sistemas complejos, además de jerárquicos, son sistemas autónomos, o que se auto-mantienen. Los sistemas que se automantienen son sistemas constituidos por sistemas auto-organizativos cuyos atractores mantienen a sus variables macro emergentes en cierta (meta)estabilidad (García-Olivares, 1999: 112; García-Olivares y García Selgas, 2014). De este modo, los sistemas auto-organizativos componentes pueden permitirse mantener cierta persistencia en la interacción de sus propiedades (variables) emergentes con las de otros componentes. Pero además, y este es el rasgo esencial de los sistemas que se automantienen, los sistemas componentes producen flujos de energía, materiales e información que alimentan a otros componentes en forma operacionalmente cerrada (Hejl 1984). Esto es, una parte de los materiales y energía requeridos por cada componente proceden de los materiales y energía liberados por otros componentes y otra directamente del medio. Para resaltar y modelar la materialidad de esos flujos en red entre los ingredientes de un ensamblaje que se automantiene, el concepto de red metabólica o hiperciclo puede ser de gran utilidad. Se trata de un esquema de flujos materiales (y energéticos) entre los componentes del sistema, tal como el de la Figura siguiente. Las flechas entrantes y salientes de esa figura ilustran el hecho de que muchos materiales metabolizados (transformados y distribuidos) por el sistema, así como la energía útil (de baja entropía) que alimenta al sistema, proceden del medio y vuelven al medio en forma de materiales de desecho y energía no-útil (de alta entropía). Todo hiperciclo es una combinación de flujos abiertos y cíclicos. El nuevo paradigma de análisis del metabolismo socio-económico está aplicando esta clase de perspectiva a las sociedades industriales contemporáneas y su relación con los ecosistemas y la sostenibilidad (Giampietro et al. 2014; Pauliuk y Hertwich 2015).

hiperciclo con entradas

Los sistemas que se auto-mantienen, o sistemas autónomos, son la consecuencia de un bucle de retroalimentación constructivo (organización) que permite la regeneración continua de los componentes (Varela 1974). La diferencia esencial entre un sistema autónomo y un sistema autopoiético (como una bacteria o un cuerpo humano) sería, según Varela, que el segundo es un sistema autónomo que crea además físicamente a sus propios constituyentes, mientras que en el primero los constituyentes son producidos físicamente en procesos no controlados por el propio sistema.

Los sistemas complejos generan propiedades emergentes que muchas veces dependen más de la forma de organización (o hiperciclo) que de las propiedades concretas de sus componentes. Esto ha inducido a algunos autores a considerar las sociedades como sistemas complejos constituidos por seres humanos y artefactos. De este modo, algunas propiedades observadas en los sistemas biológicos y ecológicos y en los sistemas complejos abstractos (simulaciones de ordenador) pueden resultar útiles para entender también las sociedades humanas.

Por ejemplo,  Simon (1962) argumenta que los sistemas anidados son la norma en biología debido a que la selección natural puede explorar escalas diferentes en mucho menos tiempo si puede seleccionar nuevos ensamblajes de sistemas que ya funcionan establemente; mientras que el tiempo que tardaría en crear desde cero un nuevo sistema es muy superior. Además, la probabilidad de que un sistema de muchos elementos construido al azar desde cero tenga funciones útiles es ínfima; en un ensamblaje al azar de partes que ya creaban funciones útiles, esa probabilidad es mucho mayor. Podría darse un mecanismo similar cuando una sociedad cambia su estructura productiva o política. En tales casos suelen aparecer sistemas socio-técnicos nuevos, pero éstos se ensamblan con sistemas socio-técnicos e instituciones previamente conocidos, quizás re-ensamblados entre sí de una manera nueva.

Otro rasgo de los sistemas complejos biológicos, tales como los ecosistemas y la biosfera, es que la diversidad de componentes y de interacciones ha tendido a crecer con la evolución, porque parece favorecer la adaptabilidad o resiliencia de los ecosistemas ante las perturbaciones ambientales que se han dado a lo largo de las eras geológicas. Por tal motivo, el número de especies y de relaciones entre especies tiende a aumentar, pero no lo hace indefinidamente; lo hacen hasta que el comportamiento del ecosistema está muy cerca de volverse caótico (frontera del caos) (Kauffman 1995; 2000). Quizás un mecanismo similar actúe dentro de los sistemas sociales. Cuando todos los elementos tienden a estar conectados con todos, las emergencias sociales pueden volverse caóticas y por tanto impredecibles. El orden, la predictibilidad y los hábitos son propiedades que los actores humanos suelen considerar valiosas a la hora de asociarse en comportamientos coordinados. De modo que los individuos evitan tener un número exagerado de relaciones dentro de las instituciones, y éstas a su vez tienen relaciones frecuentes sólo con un número limitado de otras instituciones.

Giampietro y Mayumi (2018) consideran a las sociedades como sistemas complejos adaptativos. Estos sistemas se adaptan a los cambios del entorno explorando algún cambio de estructura suficientemente moderado para no romper el auto-mantenimiento del sistema pero que pueda generar emergencias diferentes a las habituales. Tras comprobar si las nuevas emergencias proporcionan alguna mejora en la relación con el entorno, el sistema es capaz de conservar los cambios, o rechazarlos y volver a la estructura anterior, para recomenzar la exploración. Cadwallader (1984, Cap. 19) denominó ultraestables a estos sistemas adaptativos. Algunos sistemas complejos adaptativos poseen un modelo interno de su entorno y de ellos mismos. Esto les permite convertirse en lo que Rosen (1985) denomina sistemas anticipativos, es decir, en sistemas que contiene un modelo predictivo de sí mismo y / o su entorno, que le permite cambiar su estado actual de acuerdo con las predicciones que hace para un instante posterior.

Epstein y Axtell (1996) y Arthur (1997) han utilizado modelos de sistemas complejos adaptativos para describir el comportamiento de mercados financieros y otros fenómenos evolutivos en los mercados (Arthur, 1997). Schweitzer (2003) los ha utilizado en la simulación del crecimiento urbano. Érdi (2008) los ha aplicado a una variedad de temáticas incluyendo teoría de juegos, cooperación social, y eventos extremos. Algunos modelos y programas útiles de este tipo pueden encontrarse en Gilbert y Troitzsch (2005), Schweitzer (2003), Miller y Page (2007) y Mainzer (2007).

Nuestro estudio replantea algunos conceptos del funcionalismo, de la teoría de la organización, de la teoría de redes de actantes, y de la teoría sociológica de Margaret Archer, en términos de la teoría de sistemas complejos, y muestra cómo este replanteamiento puede ser útil como marco explicativo del cambio social. En particular, en la sección 2 relacionamos los niveles de descripción que usa la teoría de sistemas con la descripción que algunos científicos sociales hacen de la estructura social. En la sección 3, describimos los ensamblajes socio-técnicos y las instituciones sociales como sistemas socio-técnicos. En la sección 4, analizamos el mecanismo de la formación y persistencia de las instituciones usando el concepto de atracción hacia comportamientos pautados. En la sección 5, analizamos el origen de la conflictividad y estabilidad parcial de las instituciones. En la sección 6 mostramos la utilidad heurística de estos conceptos como marco explicativo para describir la génesis del estado en Sumer. En la sección 7, resumimos las conclusiones principales del estudio.

2. Las tres escalas o niveles de descripción

Geels (2011), al igual que Verbong y Loorbach (2012), caracterizan un sistema social en evolución o transición como un sistema complejo adaptativo, y lo describen en tres niveles: nichos, régimen socio-técnico (o sistema socio-cultural) y ambiente. Los nichos serían entornos locales donde se desarrollan ensamblajes socio-técnicos de humanos y artefactos que aún no se han institucionalizado, pero no han entrado en abierto conflicto con las instituciones. El ambiente es el conjunto de parámetros biofísicos, geológicos y ecológicos que caracterizan a los ecosistemas con los que el sistema socio-cultural interacciona.

Geels distingue tres clases de cambios ambientales, que pueden afectar a la estabilidad de las instituciones del régimen:

(1) factores que cambian muy lentamente, como el clima físico, o la producción primaria bruta de la vegetación.

(2) cambios a largo plazo en cierta dirección (tendencias), tales como cambios demográficos, tasas de alfabetización, extensión de los suelos cultivables, o el cambio climático antropogénico.

(3) choques externos rápidos, como guerras o fluctuaciones en el precio del petróleo. Aquí podríamos incluir eventos como el cénit de producción de combustibles fósiles, o de metales económicamente esenciales.

Este tercer tipo de cambio ambiental es lo que Nisbet (1970) denominaba acontecimientos. Incluiría también la aparición (debido a invasiones, apertura de contactos comerciales, o migraciones) de nuevas ideologías, artefactos industriales o militares, o sistemas socio-técnicos externos previamente desconocidos para el propio régimen.

El régimen socio-técnico es un sistema que podemos identificar con el concepto marxiano de formación social y con el concepto de sistema socio-cultural del materialismo cultural (Harris 1968; 1975). Ambas tradiciones distinguen tres sub-estructuras en este sistema: infraestructura económica, estructura jurídico-política y super-estructura ideológica. El materialismo cultural ha dado una base empírica antropológica a esas tres subestructuras.

Según Weber, la historia la mueven a corto plazo los intereses de los grupos sociales, y a largo plazo las cosmovisiones. Estas cosmovisiones, a su vez, pueden ser el producto de un equilibrio o componenda entre valores y conceptos procedentes de distintos grupos y clases sociales que han llegado a una situación de tregua. El interés de un grupo dominante en conservar su autoridad y privilegios les lleva frecuentemente, según Marx y también Mannheim (citado por Rex, 1961), a tener una visión ideológica de la realidad. Dejan de ser capaces de ver ciertos hechos sociales que socavarían la legitimidad de sus privilegios y autoridad. El “inconsciente colectivo” de estos grupos oscurece para sí mismos y para otros la situación real de las instituciones sociales y de este modo las estabilizan.

En contraste, los grupos dominados se hallan a veces tan interesados en la destrucción y la transformación de determinadas instituciones que, sin darse cuenta, sólo ven las emergencias y efectos indirectos de aquellas que tienden a desprestigiarlas. Esto lleva al nacimiento de utopías o cosmovisiones utópicas.

Tanto el marxismo como el materialismo cultural piensan que las cosmovisiones tienden a largo plazo a volverse coherentes con las formas de vida infraestructurales, por lo que defienden el principio de primacía de la infraestructura: (i) las innovaciones que surgen en el sector infraestructural serán preservadas con mayor probabilidad cuanto más adaptativas sean para la relación de la infraestructura con un entorno ecológico determinado; (ii) A corto plazo, puede haber una incompatibilidad entre una innovación infraestructural adaptativa al entorno y las características preexistentes de la estructura o la superestructura. Sin embargo, a escala secular, tal incompatibilidad se resolverá probablemente mediante cambios (no siempre intencionales) en estos últimos sectores.

Algunas evidencias empíricas de estos procesos de adaptación a largo plazo entre estructuras y rasgos culturales fueron discutidos por Marvin Harris (1975). Los sistemas sociotécnicos de la infraestructura productiva deben ajustar sus tasas de producción de energía y materiales a los recursos energéticos y materiales que los ecosistemas son capaces de suministrar por unidad de tiempo a la sociedad (con las tecnologías que ésta conoce). Ello supone una restricción biofísica inflexible a la que el metabolismo productivo debe adaptarse permanentemente para que el sistema social como un todo sea factible o implementable (Giampietro et al. 2014). Las tasas de natalidad no están tan rígidamente condicionadas por tales restricciones ambientales, pero pueden poner en peligro la viabilidad del sistema social si el tamaño de la población no mantiene cierto equilibrio con la disponibilidad de recursos. Si el hiperciclo productivo-reproductivo debe adaptar permanentemente sus prácticas a la disponibilidad de materiales, energía y servicios ecosistémicos, tiene restringida su libertad para adaptarse a demandas de otras partes del sistema (e.g. la estructura jurídica y política) que pudieran desviarlo de aquellas restricciones biofísicas. Esto podría explicar la observación de Marx y del materialismo cultural de que a largo plazo la infraestuctura no suele adaptarse a los cambios de la estructura, sino a la inversa.

3. Ensamblajes y sistemas socio-técnicos

Según Archer (2009), hay hechos sociales emergentes, que son partes de la estructura social, que fueron producidas por la agencia de personas ya muertas, y por tanto, no están siendo producidas por los actores actuales, pero aun así condicionan su agencia. Ejemplos de tales partes estructurales serían: casas, artefactos, técnicas de uso escritas, leyes escritas, saberes transmitidos oralmente, entornos ecológicos modificados, y estructuras demográficas. Pero conviene matizar este planteamiento de Archer, pues las estructuras persisten en dos sentidos diferentes según a qué hechos sociales emergentes nos refiramos. Por un lado, tenemos artefactos y otros hechos sociales materiales, que fueron producidos por personas que ya no están presentes (los artefactos son trabajo muerto, como decía Marx (Lindeman, 2010)). La materialidad de estos artefactos tiene una inercia física que les permite persistir sin intervención humana en escalas a veces seculares, pese a la oxidación, sublimación, degradación entrópica y otros procesos físicos desorganizadores. Por otro lado, tenemos instituciones, organizaciones, creencias y lenguaje, que requieren ser utilizados por humanos de forma recurrente y frecuente para que puedan generar sus emergencias características, entre ellas la de ser percibidas como un hecho social  (Sawyer, 2005).

Csanyi (1989 b) considera a la cultura humana como un sistema cuyas componentes son tres tipos de estructuras complejas: seres humanos, artefactos, e ideas (conceptos). A partir de diferentes ensamblajes de elementos de esas tres clases, se pueden construir lo que Quintanilla (1998) llama sistemas socio-técnicos. Son «organismos de segundo orden», ensamblajes de artefactos, materiales, energía y seres humanos que, a través del entrenamiento y la disciplina, adquieren la habilidad suficiente para realizar tareas de acuerdo con un plan.

Los sistemas socio-técnicos son ensamblajes sinomórficos (o de adecuación mutua) de artefactos, normas de uso, ideales-guía y sujetos humanos. Las reglas de uso e ideales-guía son transmitidos por padres y maestros, y luego son reinterpretados por los sujetos de acuerdo con sus experiencias vitales e ideologías. La escuela del actor-red ha proporcionado interesantes descripciones de la génesis de algunos de estos sistemas socio-técnicos. Hughes (1979), por ejemplo, analiza el sistema tecnológico que puso en práctica Edison  para generar y distribuir electricidad, en el cual la capacidad organizativa de Edison y las interacciones sociales fueron tan importantes como los artefactos. Por su parte, Law (1987) describe la formación de estos sistemas como una ingeniería heterogénea que  asocia artefactos, seres humanos e ideologías en forma de redes que se auto-sustentan, esto es, que son capaces de resistir la disociación en un ambiente hostil o indiferente.

En línea con Law, definiremos un sistema socio-técnico como un ensamblaje socio-técnico, en forma de red de flujos informacionales, energéticos y materiales, entre agentes y artefactos, que se auto-sustenta. Todos los sistemas socio-técnicos fueron ensamblajes socio-técnicos que se han institucionalizado en este sentido de Law.

Estos sistemas socio-técnicos son los bloques de construcción, según Csanyi, de los sistemas sociales. Pueden haber sido en sus orígenes sistemas autónomos (como puede serlo, por ejemplo, una aldea campesina), pero cuando llevan tiempo reproduciéndose dentro de hiperciclos (o redes) sociales más amplias muchos descuidan los procesos que los hacían autónomos y se vuelven heterónomos, dependientes para automantenerse y re-producirse del sistema social más amplio que los suele acompañar. Un proceso similar se observa en biología cuando dos especies simbióticas coevolucionan juntas, y en la evolución de algunos parásitos.

Un ensamblaje socio-técnico nuevo puede acabar convirtiéndose en un sistema socio-técnico, o puede ser un ensamblaje efímero, que genera una serie de emergencias perturbadoras para el sistema social, pero que no acaban integrándose en la dinámica de dicho sistema. Ejemplos de lo último fueron las muchas revueltas campesinas armadas que no consiguieron ensamblar sus dinámicas de poder dentro de la formación social feudal, las comunas hippie como modelos de familias que no triunfaron dentro de las sociedades capitalistas, o los falansterios que Fourier diseñó como modelos de comunidades autosubsistentes, que tampoco fueron adoptados institucionalmente.

Cuando los sistemas socio-técnicos realizan ciertas funciones sociales reconocidas conscientemente por la mayoría de los grupos sociales (y que tienen utilidad para al menos algunos grupos sociales) los llamaremos instituciones. Merton (1987: 96) cita la definición de función de Kluckhohn: “una parte de la cultura es ‘funcional’ en cuanto define un modo de reacción que es adaptativo desde el punto de vista de la sociedad y acomodativo desde el punto de vista del individuo”, y subraya que este concepto alude a efectos objetivos observables de la acción colectiva, y no a disposiciones subjetivas como propósitos, motivos o finalidades. Además, estas funciones pueden ser manifiestas o latentes. Las primeras serían consecuencias objetivas intencionalmente buscadas, mientras que las segundas serían consecuencias inintencionadas de la acción colectiva que, sin embargo, generan efectos útiles para algunos de (o todos) los grupos sociales. Subrayó además que: (i) no todas las estructuras son funcionales para la sociedad en su conjunto; algunas prácticas sólo son funcionales para un grupo particular, y son anti-funcionales para otros grupos; (ii) hay efectos objetivos de la acción colectiva que son afuncionales, esto es, ni funcionales ni anti-funcionales; y (iii) una institución casi nunca es imprescindible, casi siempre, existen alternativas funcionales, o en nuestro lenguaje: sistemas socio-técnicos alternativos que podrían realizar las mismas funciones que la institución existente.

Según Malinowski (1944), todas las instituciones suelen tener estatutos, personal, normas, aparato material, actividades y funciones. Las normas son: a) criterios técnicos; b) las reglas a las que el personal debe ajustarse para que la coordinación con los otros sea fructífera para la realización de las funciones. El personal es un conjunto de actores participantes en la actividad colectiva normativamente guiada por roles apropiados a la institución. Malinowski clasifica a las instituciones en tres tipos según satisfagan  necesidades psicobiológicas humanas (instituciones primarias); conserven, administren y reproduzcan las instituciones primarias (instituciones secundarias); o respondan a necesidades integradoras, de conservación del sistema estatutario de otras instituciones, y simbólicas (instituciones terciarias). La magia, por ejemplo, es una institución terciaria que: “aparece siempre en aquellas fases de la acción humana en las que el conocimiento falla”  (Malinowski 1944: 223). Cuando los trobriandeses pescaban en la laguna interior del arrecife de coral no practicaban la magia, y sí lo hacían en cambio en las circunstancias no controlables del mar abierto.

4. La atracción hacia comportamientos que reproducen el sistema socio-técnico

La  persistencia de los sistemas socio-técnicos (y la de sus emergencias) exigen la persistencia de sus artefactos, la de las reglas de uso escritas o transmitidas oralmente, y también la acción humana que utiliza esas reglas de uso para interaccionar con esos artefactos y con otras personas en forma cercana a los roles del sistema socio-técnico. Esos sistemas socio-técnicos son reproducidos (la morfoestasis en términos de Archer (2009)) porque la mayoría de los agentes, la mayoría del tiempo, actúan en forma cercana a roles en sus ensamblajes con artefactos y otros sujetos. En efecto, para que se mantenga en el tiempo la realización de una tarea que caracteriza un rol, para periodos de observación suficientemente largos, la probabilidad de transición del comportamiento del actor hacia comportamientos cercanos a esa tarea debe ser mayor que las probabilidades de transición hacia la mayor parte de comportamientos alternativos posibles. Esta regla parece una perogrullada, pero es lo que convierte un comportamiento individual desordenado, arbitrario e impredecible de interacción con los artefactos (el que podría tener, por ejemplo, un artista que enfrenta por primera vez un objeto material) en un comportamiento ordenado y predecible de uso de los artefactos, sincronizable con otros comportamientos individuales.

Esta formulación además, permite la descripción matemática de los sistemas complejos naturales o sociales, mediante ecuaciones de evolución de la probabilidad de tipo master (García-Olivares, 2000). Esta asimetría en las probabilidades de transición puede interpretarse como una atracción hacia comportamientos particulares, que compensa la pluralidad de acciones disponibles al actor individual. Debido a esa atracción, la iteración repetitiva de la conducta mayoritaria se produce empíricamente, y es detectada como un hecho social por los agentes participantes, por los externos a la institución, y por los que conocen por primera vez la existencia de la institución. En términos de Latour, podríamos decir que la atracción “cajanegriza” los ensamblajes y los convierte en sistemas sociotécnicos que mantienen cierta estabilidad y persistencia incluso en situaciones de crisis estructurales de la formación social más amplia. Por ello, suelen estar disponibles para nuevas re-estructuraciones de la estructura social. O, en términos de Archer (2009), esa atracción es la que hace que la mayoría de los actores actúen morfoestáticamente dentro del ensamblaje, haciendo que los comportamientos cercanos a roles se repitan día a día en los actores participantes (incluido eventualmente uno mismo) y que la interacción repetitiva se vea empíricamente confirmada; ello hace que la misma se vuelva un hecho social con emergencias propias, independientemente de la acción incoherente o desviada de actores particulares.

La estabilidad del ensamblaje así lograda, genera propiedades emergentes de la acción colectiva, entre ellas la propia identidad como participante en la institución (si es que participo en ella), los bienes colectivos perseguidos por los participantes de base y por los miembros con autoridad de la misma, y efectos no planeados que condicionan el funcionamiento de otras instituciones. La acción colectiva coordinada dentro de la institución puede también producir determinados productos materiales o artefactos. Ahora bien, conviene denominar a estos últimos productos para distinguirlos de las emergencias o propiedades emergentes, citadas en primer lugar. Los productos (en los que incluimos también las estructuras demográficas) tienen una inercia material propia, asociada a los principios de conservación de la materia y a la estabilidad de los agregados moleculares y atómicos en fase sólida y líquida; las emergencias, en cambio, carecen de inercia propia, pues su persistencia depende por completo de que el ensamblaje que las está permanentemente produciendo se mantenga.

Archer (2009) no distingue entre ambas clases de resultados, y además concede a las emergencias la misma cualidad de persistencia empírica que tienen los productos materiales (cualidad que no tienen, aunque frecuentemente aparentan tenerla). Por ello, no se siente obligada a explicar el mecanismo mediante el cual se produce la persistencia de las emergencias.

Es útil distinguir, con Archer (2009), entre seres humanos, actores y agentes. En cada generación, la enculturación construye actores a partir de seres humanos con una naturaleza biológica. Estos seres humanos biológicos, como subraya Archer (2009) nacen en un mundo no diferenciado en que la tarea primaria tiene que ser la diferenciación de objetos, en particular los que son nutritivos y sacian la sed. La supervivencia biológica exige que estas distinciones sean experimentadas sin esperar a su definición social. Archer cree que en la capacidad humana general de hacer distinciones debemos incluir la división entre el yo mismo y el resto del mundo. El proceso de génesis del yo está lejos de entenderse y puede que en él intervengan también influencias culturales tempranas. Pero operativamente puede ser suficiente como modelo de partida suponer que la continuidad de la conciencia y el sentimiento de individualidad física (corporal) y mental, son rasgos que el ser humano debe a su naturaleza biológica más que al entorno social. Los actores son seres humanos enculturados. Estos actores construirán la sociedad de la nueva generación (i) morfoestáticamente, al ser su comportamiento atraído a participar en ensamblajes con artefactos y esquemas conceptuales de actuación (sistemas socio-técnicos); (ii) morfodinámicamente, al construir, intencionada o inintencionadamente, nuevos artefactos, ideas, ensamblajes socio-técnicos, y los ensamblajes colectivos llamados movimientos sociales. Los agentes serían pues los mismos actores, pero mostrando emergencias causales colectivas, v.g. reaccionando del mismo modo porque comparten unas mismas expectativas de vida, o coordinados en estos ensamblajes colectivos que tratan de modificar la estructura social.

¿Por qué algunos ensamblajes se auto-sustentan? Porque las emergencias del ensamblaje aumentan la atracción hacia los roles que definen la actividad de los agentes. Este mecanismo de atracción es lo que nuestra perspectiva de sistemas complejos añade a la formulación de Law (1987). Esta auto-sustentación significa a la vez la aparición de cierta estabilidad en el ensamblaje pese a la variabilidad de las perturbaciones del entorno, y la organización del ensamblaje en forma de sistema autónomo que se auto-mantiene. Aunque, como en casi cualquier sistema autónomo, sus componentes no reciben todos sus recursos de otros componentes, sino que obtienen una parte de ellos directamente del entorno.

La atracción del comportamiento de los sujetos humanos hacia una acción pautada (rol) en coordinación con artefactos dentro de un sistema socio-técnico, podemos decir (siguiendo a Etzioni (1975)) que se produce mediante tres mecanismos: (i) atracción normativa, (ii) atracción coercitiva, y (iii) atracción utilitaria.

Una forma de atracción normativa se produce cuando el niño imita a sus padres o a su maestro para lograr realizar tareas de forma similar a como aquellos les enseñan, y de tal imitación se generan hábitos mentales en la forma de esquemas conceptuales útiles para lograr resultados prácticos concretos, como los hábitos del autocontrol y de la buena educación.

Esta clase de atracción normativa crea un  hábito  irreflexivo de adaptar nuestro comportamiento a esquemas conceptuales de comportamiento de referencia (o normas). Tales normas son muchas veces implícitas, otras veces verbalmente definidas, otras han sido detalladas en forma explícita por escrito, en forma de reglamento o leyes (consuetudinarias o sancionadas coercitivamente). La mera predictibilidad de la forma de vida y sus bienes, que surgen de la repetición, parecen suficientes para reforzar el hábito. Crea una forma de vivir a la que el sujeto se apega.

Otra forma de atracción normativa se produce debido a la “atracción ejercida por el grupo” (Lapassade, 1985: 71).  Creemos que la institución satisfará alguna de nuestras necesidades (Shaw, 1989: 21), ya sea personal o colectiva, sobre todo si además el grupo realiza tareas que individualmente no somos capaces de realizar (Shaw, 1989: 103). Esta atracción se ve facilitada cuando las finalidades que persiguen la mayoría de los miembros son claras, relevantes, y aceptadas por la mayoría. También cuando las actividades del grupo resultan atractivas para los miembros (Shaw 1989: 113). Otra fuente de atracción es la capacidad del grupo de satisfacer necesidades de seguridad y relación social de sus miembros (Lapassade 1985: 72). Como dice Mayntz (1987: 166), el contacto humano y la convivencia pueden proporcionar un sentimiento de seguridad.

Podemos resumir estas observaciones empíricas diciendo que la consciencia en el actor de que el objetivo o las actividades del grupo son buenas para él o para todos, atraen al actor a aceptar unas reglas culturalmente heredadas de participación en una institución (o unas reglas recién creadas de interacción en un ensamblaje socio-técnico nuevo); y la confirmación empírica, durante la participación personal, de que se cumplen las expectativas, genera un apego que atrae al actor a la repetición de dicha participación.

Si el ensamblaje logra cierta persistencia, ésta genera predictibilidad, y ésta puede convertirse entonces en una fuente adicional de satisfacción para el sujeto, pudiendo éste convertir incluso las actividades de la organización en definitorias de una parte de la propia identidad.

Como subraya Nisbet (1970), la mayoría de nosotros tratamos pre-conscientemente de mantener los modos de comportamiento habituales, hasta el punto de utilizar “ficciones” (marcos metafóricos, ideologías religiosas, justificaciones, racionalizaciones) para convencernos de que un cambio de comportamiento no es necesario en una situación de crisis. La inercia del hábito y de la costumbre se fundamentaría en que nos ahorra la utilización, más costosa, de la atención y del pensamiento. Éstos se emplean sólo en momentos muy especiales, la mayor parte del tiempo nuestros cuerpos sólo repiten lo que saben hacer y no somos siquiera conscientes de ello, pues nuestra atención está adormecida. Cuanto más viejos somos, la mayoría de nosotros nos limitamos más y más a repetir lo que sabemos, salvo pequeñas modificaciones según el caso. El atractivo del hábito, según Nisbet, es la posibilidad que ofrece de suspender el pensamiento consciente, dejándolo disponible para transferirlo, si hiciera falta, a otras esferas que aún no han sido reducidas al hábito.

La mayoría de estos hábitos proceden de las convenciones de la propia cultura compartida y en su aceptación hay también una pulsión sociable básica, la confianza en que las normas que acepta la mayor parte de la sociedad son buenas para casi todo el mundo y son probablemente buenas para nosotros. Esas normas culturales incluyen reglas de educación y reglas éticas. La delegación de nuestra ética particular en la ética social permite reservar de nuevo nuestra atención para los casos particulares en que nuestra conciencia ética consciente sea imprescindible.

Tanto el lenguaje como los marcos metafóricos que utilizamos sistemáticamente para concebir el mundo (Lakoff y Johnson 1999) proceden de la cultura en la que somos enculturados y de los grupos de referencia a los que hemos otorgado autoridad en esos campos conceptuales. Debido a esos instintos genéricos de imitación y de delegación de la atención en los hábitos y rituales aprendidos dentro de los programas de acción de su enculturación, al hombre le es muy fácil ser social, como decía Locke frente a Hobbes.

Muchas normas se producen en la propia interacción social. Según Moya (1971), dado un conjunto de individuos en interacción, y dada una cierta duración de la interacción (que supone alguna necesidad más o menos recurrente que vincula a esos sujetos), la propia interacción tiende a producir una regulación de los comportamientos mutuos, o sea, un sistema de normas que hacen predecible el cumplimiento de las satisfacciones que derivan de la interacción para todos los participantes. Posteriormente, puede ocurrir que tal sistema de normas se racionalice mediante un concepto o una ideología, y los grupos acaben pensando que tal sistema es natural, o debe ser respetado por algún motivo.

Las normas sociales actúan en los individuos particulares no sólo porque éstos las han incorporado mediante el aprendizaje; también actúan a través de artefactos y técnicas aceptados mayoritariamente. Un ejemplo son los badenes colocados en las calzadas por los ayuntamientos para que los conductores disminuyan su velocidad, aunque hayan olvidado las virtudes de un tráfico lento (Latour 2001). Otro ejemplo sería el dinero, un “medio generalizado de comunicación” (Luhmann, 1997: 245 y ss.) que contiene una parte material y una técnica de uso, y que aumenta la probabilidad de intercambio entre dos humanos sin necesidad de recurrir a la deuda mutua de reciprocidad, ni al lenguaje, ni a la ética de ambos.

La aceptación de la norma puede variar entre total (uno internaliza y usa tal norma como referencia controladora de la acción eficaz de su propio cuerpo) y el extremo opuesto, en que la norma es percibida como una obligación impuesta por el entorno, con el que no hay más remedio que convivir. En este extremo, la atracción normativa pasa a ser coercitiva.

En el extremo puramente normativo se encuentran lo que Weber (1922: 258) llama convenciones: «conducta típicamente regular, que gracias únicamente a su ‘carácter usual’ y a la ‘imitación irreflexiva’, se mantiene en las vías tradicionales». Para la mera imitación irreflexiva de roles convencionales heredados de la tradición cultural no es necesaria siquiera que haya consciencia en el sujeto de la acción. Weber diferencia costumbre de consenso pero la diferencia es casi inapreciable. En la segunda categoría hay, además de imitación y costumbre, un vago sentimiento de obligatoriedad de las formas habituales de actuar. Se pasa de la costumbre al consenso mediante una toma de conciencia de dichos actos habituales y un intento de conceptualizarlos, analizarlos, racionalizarlos y entender su utilidad. Ello posibilita además discutirlos públicamente e incluso fiscalizar posteriormente dichos actos. La ley es un ejemplo de tal fiscalización.

Como dice Weber, «ya el simple hecho de la repetición regular de fenómenos –tanto naturales como actividades condicionadas orgánicamente o condicionadas por imitación espontánea o por adaptación a las circunstancias exteriores de la vida– favorecen en gran medida que tales fenómenos adquieran la dignidad de algo normativamente ordenado, ya se trate del curso habitual de los astros, ordenado por los poderes divinos, o de las inundaciones del Nilo, o del modo habitual de retribuir las fuerzas de trabajo serviles que, jurídicamente, se hallan a merced del señor» (Weber, 1922: 264).

El paso desde la convención hasta la norma jurídica consuetudinaria implica la entrada en escena de una coacción jurídica. La norma jurídica añade una fuerza coactiva al atractor normativo. El efecto que resulta de ello (o su función) es elevar a un valor muy alto la probabilidad de cumplimiento del rol normado por la costumbre o por el consenso (Weber, 1922: 252). Pero puede haber sanción normada por el consenso sin que haya un aparato sancionador especializado, con el mismo efecto de asegurar la validez empírica de ciertos roles sociales. Es el caso de la venganza de sangre en las sociedades tribales, o la persecución de toda la tribu contra el que ha sido declarado indeseable (por el brujo o por los ancianos en consejo).

Las componentes de un ensamblaje social pueden interaccionar mediante flujos físicos (de materiales, energía, o momento) o mediante flujos informacionales. Típicamente, las informaciones producen reacciones catalíticas en el receptor. Los olores, sonidos o colores que utilizan los animales territoriales, por ejemplo, desencadenan respuestas en animales rivales así como en parejas potenciales, los cuales deben poseer sistemas nerviosos complejos para poder ser afectados de esta manera. El lenguaje humano también suele desempeñar un papel catalizador que se basa en que: (i) tanto los oradores como los oyentes tienen organizaciones internas complejas; y (ii) la capacidad humana de ser afectados por disparadores linguísticos (que crean motivos para actuar). Además, los sujetos pueden tener razones para actuar que no son respuestas a un estímulo linguístico pero que involucran procesamiento interno de informaciones sobre la situación, tales como la sensación de legitimidad de una norma, la actitud de solidaridad con un grupo externo, la búsqueda del prestigio o la intuición del comportamiento que conviene a una situación determinada. Tal como subraya DeLanda (2006: 24):

Los mecanismos que atraen a un sujeto humano hacia una norma siempre son combinaciones de causas materiales, razones y motivos. Por ejemplo, las actividades sociales en las cuales los medios se combinan exitosamente con los fines se denominan tradicionalmente «racionales». Pero esta etiqueta oculta el hecho de que estas actividades involucran habilidades de resolución de problemas de diferentes tipos (no una sola facultad mental como la ‘racionalidad’) y que la explicación de la solución exitosa de problemas prácticos implicará la consideración de eventos causales relevantes, como las interacciones físicas con los medios para lograr un objetivo, no solo cálculos en la cabeza de un actor. De manera similar, al dar rutinas tradicionales como explicaciones, se pueden reducir a rituales y ceremonias (y etiquetarlas como «irracionales»), pero esto oculta el hecho de que muchas rutinas heredadas son, de hecho, procedimientos de resolución de problemas que han sido refinados lentamente por generaciones sucesivas. Estas rutinas prácticas pueden ser superpuestas por el simbolismo ritual, mientras que al mismo tiempo pueden conducir a interacciones causales exitosas con entidades materiales, como plantas y suelos domesticados.

Esta doble función de muchas rutinas heredadas culturalmente ha sido subrayada también por Marvin Harris. Discutiendo la institución  del Kula, en la que los isleños trobriandeses arriesgan su vida en largos viajes por mar para obtener unos pocos moluscos y conchas marinas de otros isleños, comenta Harris (1968:487) que Malinowski nos presenta:

una descripción sumamente elaborada de los aspectos rituales de los preparativos para las expediciones de ultramar, en una etnografía dominada en todos los aspectos por las motivaciones subjetivas de los participantes en términos de prestigio y de aspiraciones mágicas. Sólo incidentalmente y nunca con detalle nos enteramos de que entre esos extravagantes viajeros, además de brazaletes y de collares, circulan cocos, sago, pescado, vegetales, cestas, esteras, espadas, piedra verde (antes esencial para fabricar los útiles), conchas (para hacer cuchillos) y enredaderas (para hacer cuerdas).

Por su parte, la atracción coercitiva exige una enculturación previa en conceptos como la importancia de la propia vida, la existencia de las autoridades, de las órdenes, y del castigo. También requieren el aprendizaje previo de la obediencia, y de los comportamientos punibles y no punibles. Sin ellos no se produciría el miedo al castigo o la muerte. Los grupos budistas indios que se dejaban matar ante los mongoles en lugar de obedecer sus imperativos (Kolm, 1989) eran inmunes al poder coercitivo de encauzamiento de las conductas, gracias al desapego a la persistencia de sus cuerpos y de sus recurrencias mentales.

Las sociedades estatales que se basan en la conquista comienzan normalmente usando la coerción, pero con el tiempo encuentran más eficaz combinarla con la producción de ideologías racionalizadoras que apoyen alguna atracción normativa, como los mensajes del tipo: «nuestra capacidad (estatal) de coerción es natural” (o «sagrada», «útil para el Orden», «útil para el Progreso», etc.). Es verosímil pensar que la mera persistencia en el tiempo de una capacidad estatal de coerción tiende a ser interpretada por muchos sujetos como inevitable e inflexible, rasgos que también tienen las fuerzas de la naturaleza, lo cual induce a muchos actores a concebir una capacidad de coacción que se prolonga en el tiempo como legítima (Weber, 1987). Sin embargo, la legitimidad percibida psicológicamente en la norma puede ir desde la completa internalización hasta el cumplimiento formal de la misma mientras no vea oportunidades de violarla (situación de tregua en la terminología de Rex); y cabe también la posibilidad de una comprensión difusa e inexacta de la misma.

La atracción utilitaria exige la formación previa de una identidad propia (algo que algunas culturas como la budista mahayana consiguen difuminar, pero no impedir en general), de las necesidades asociadas al propio cuerpo, de una serie de necesidades abstractas categorizadas como imprescindibles o deseables (para un sujeto que pertenece a una determinada clase o grupo social) y de los comportamientos útiles e inútiles para satisfacerlas. También deben existir bienes, entes con una naturaleza material y otra conceptual, producidos socialmente y que son adquiribles a través de la acción del sujeto, mediante distintos medios legítimos e ilegítimos.

La adquisición de un bien en el mercado es un ejemplo de atracción utilitaria. El comportamiento del vendedor se vuelve voluntariamente previsible ante la amenaza potencial del comprador de acudir a otro vendedor diferente (Rex, 1961). Presupone por tanto una libertad de elección y fines compartidos como la utilidad del bien ofertado y la búsqueda pacífica del intercambio. En este contexto, y aparte de las normas culturales que rodean el escenario de intercambio, el comprador tiene interés en tener un comportamiento previsible para inducir al vendedor a tenerlo también en el futuro (Weber, 1922: 265-267).

Cualquiera de los tres tipos de atracción puede ser suficiente para la constitución de un sistema socio-técnico. El proceso podría consistir simplemente en:

(1) Un encuentro, casual en su origen, de sujetos humanos, artefactos, e ideas. En general, en esta fase inicial, no tiene por qué haber intencionalidad en los sujetos: ante situaciones ambiguas, complejas y contradictorias, los sujetos generan muchas veces vislumbres, teorías, tentativas y apuestas (en el sentido de Pascal), las cuales se concretan en conducta que acaba siendo innovadora pero que no buscaba algo bien definido (Giner, 1978).

(2) La sincronización de los elementos componentes del encuentro (acción colectiva) resulta producir un conjunto de propiedades emergentes significativas para los participantes.

(3) Alguna de las propiedades emergentes retroactúa sobre los artefactos (dándoles una nueva utilidad), y retroactúa sobre los sujetos influyendo en sus hábitos, en su interés particular, o en su miedo al castigo.

(4) Esta influencia resulta aumentar la probabilidad de mantenimiento de la sincronización inicial.

(5) Las propiedades emergentes (entre ellas, las que han inducido al mantenimiento de la sincronización) son interpretadas post-hoc como un bien colectivo.

La división en tres clases de los mecanismos atractores se hace con fines de análisis, pero en la realidad muchos sistemas socio-técnicos combinan los tres. Malinowski subrayó que el hombre tribal de Melanesia no imita mecánicamente las normas colectivas, pero tampoco actúa como el hiper-consciente homo economicus de los economistas occidentales; más bien, «es, como el hombre en general, una mezcla de ambas cosas» (Malinowski, citado por Moya 1971: 138-139). Hay en el hombre tribal una consciencia de las ventajas personales (en seguridad, nutrición, y otras necesidades psicobiológicas) que el cumplimiento de la norma de la reciprocidad traerá en todo momento. A estas fuerzas psicológicas se añade la sanción social del cumplimiento de la norma: la gratificación en términos de prestigio, amistad y reconocimiento. Esto es, el sentimiento de la necesidad del «toma y daca» recíprocos y de la necesidad del trabajo conjunto van a la par con la experiencia del interés particular.

Por otra parte, el cuartel militar o la plantación esclavista, utilizan la atracción coercitiva y la utilitaria o, en otras palabras, sus autoridades utilizan a la vez “el palo y la zanahoria”, para mantener la acción de los sujetos ligada a una práctica instrumental (normativa) orientada a los fines. Las técnicas cuartelarias de organización del trabajo humano se remontan a tiempos de los primeros grandes estados y es plausible que fueran una extrapolación de las técnicas que posibilitaron la domesticación de los primeros rebaños animales (Childe, 1941: 134).

Los individuos participan en acciones sincronizadas con otros individuos, atraídos por las tres fuentes de atracción principales (utilitaria, normativa y coercitiva) y haciéndolo aceptan de facto unas técnicas y reglas de uso de herramientas, interacciones, reglamentos, estándares, prácticas normalizadas, organigrama de responsabilidades y de comunicación de problemas, vocabulario de términos, sistema de autoridad y división del trabajo (Simon y March, citados por Charles Perrow, 1990: 146 y ss.).

5. La conflictividad en los sistemas socio-técnicos

En cualquier sistema socio-técnico hay siempre presente un proceso de desestructuración y de conflicto (la morfogénesis en terminología de Archer 2009) que es paralelo a su re-producción (la morfoestasis de Archer). Ello es posible porque los actores (y agentes) se comportan también en formas que tienen significado para su estado interno pero que no se adecúan a su rol (Giner, S, 1978: 465-500; Giampietro y Mayumi, 2018: 3).

Rex (1961) considera que hay un conflicto normativo dentro del personal de una institución cuando dentro de éste hay modelos alternativos: (i) de expectativas de rol y de expectativas de evolución de los roles, en particular, las expectativas de recompensa económica, de poder y de estatus;  (ii) de la función de la institución; o (iii) de la evolución deseable del estatuto. Si hay conflicto dentro de las instituciones primarias, entonces lo que las instituciones secundarias hacen es reproducir el conflicto: reproducen dos sistemas primarios en lugar de uno solo. Cuando la división se produce dentro de las instituciones secundarias, Rex (1961) habla de contracultura.

Según Dahrendorf (1957), la sociedad es a la vez un sistema integrado y un sistema en conflicto, debido a la existencia de instituciones que mantienen en el tiempo jerarquías de autoridad. Este autor usa la definición de autoridad que da Max Weber: la autoridad es “la probabilidad de que un orden poseedor de un cierto contenido específico obtenga la obediencia de un grupo dado de personas” (Dahrendorf 1957: 210), y estaría asociada al rol desempeñado, a diferencia del poder, que estaría asociado a determinadas personas. La autoridad implica siempre una relación de dominación-sujeción, y un sujeto sólo puede estar en un rol (el de dominador) o en el otro (el de dominado). Según Dahrendorf (aunque la idea procede de Marx), la existencia de instituciones que mantienen estructuras de autoridad fomenta la polarización de la sociedad en dos bandos: aquellos que se sienten cómodos con la permanencia de la desigualdad de autoridad y aquellos que quieren que ese status quo cambie.

El funcionamiento del conjunto de instituciones genera, como uno de sus efectos emergentes, que los sujetos humanos del colectivo social tengan expectativas desiguales de acceso a la propiedad privada y a los roles con autoridad de las distintas instituciones. Por ejemplo, el uso reiterado de algunas leyes escritas en el pasado, en conjunción con instituciones coercitivas que sancionan su cumplimiento, generan clases sociales entre la población. Piénsese en las leyes que garantizan a cada niño el derecho de ser cuidado por sus padres hasta la mayoría de edad, y a heredar las propiedades de éstos; pero les impide irse a vivir (temporalmente por ejemplo) con otras familias y les niega el derecho a heredar las propiedades de éstas. Las leyes de herencia de la propiedad de los estados liberales contemporáneos producen, como uno de sus efectos sistemáticos, que cualquier desigualdad en la propiedad familiar (producida inicialmente por desigualdades ecológicas, guerras, o cualquier otro motivo) sea transmitida de padres a hijos, perpetuada e incluso agudizada, en forma de clases económicas.

Los conflictos más básicos se dan entre estas clases caracterizadas por la “propiedad” y la “falta de propiedad”, aunque Weber considera que “los significados que las personas asignan a la utilización de su propiedad” son importantes, además de la objetiva existencia (o no) de esa propiedad.

Por otra parte, una vez estabilizada una institución, la desigual distribución de autoridad que suele generarse en ella conduce a una desigual distribución de poder entre grupos sociales. Esto hace que se institucionalice que parte de las futuras normas que van surgiendo en esa situación institucionalizada se decidan como resultado del conflicto entre los grupos componentes. Así, según Coser y Rex, muchas normas emergen como solución intermedia entre las demandas de grupos con diferente autoridad y poder dentro de las instituciones. Esa solución intermedia se alcanza en general porque, para ambos grupos en conflicto, el beneficio de no llevar el conflicto hasta sus consecuencias más extremas supera el costo de renunciar al logro total de los objetivos y valores del grupo.

En una situación de tregua como esta, si la clase dominante ha hecho concesiones frente al poder de las dominadas,  el debilitamiento del espíritu de lucha de éstas durante la tregua puede hacer que la clase dominante retome sus antiguas pautas de conducta. Esto es lo que parece haber ocurrido con el rearme neoliberal de las clases dominantes capitalistas tras la desmovilización de los partidos comunistas y de las masas de trabajadores en las tres últimas décadas del siglo XX.

Las asimetrías de autoridad son una fuente potencial de conflicto en las instituciones políticas, como la división en clases sociales lo es en las instituciones económicas. La cultura asigna, además, asimetrías de status a diferentes roles sociales, en particular cuando tienen asignados diferente autoridad. El status, según Weber, es: (i) una estimación específica del prestigio social, positiva o negativa, vinculada con el desempeño de un rol, que (ii) sirve para segregar un grupo de otro y para facilitar diferentes modos de vida (Rex, 1961). La asimetría de status es una fuente potencial de conflicto ideológico en todas las instituciones.

En las grandes movilizaciones y revoluciones, los sujetos descontentos con las asimetrías de clase y los descontentos con las asimetrías de autoridad política se coordinan en contra de unas mismas élites, ya sean económicas o políticas, o ambas. Un conjunto de actores puede estar distribuido entre diferentes instituciones y tener roles diferentes. Pero si comparten un mismo status bajo, una misma falta de autoridad en sus roles, y una similar situación de acceso a la propiedad (baja, o media) es más probable que se asocien en grupos de presión o en movimientos sociales. Denominaremos ensamblajes técnico-agenciales a estos sujetos que comparten similares intereses frente a, por ejemplo, una clase dominante, o una élite gobernante, o ambas, y utilizan su acción colectiva sincronizada, en conjunción con recursos materiales, armas o influencias, para obligar a la élite dominante a aceptar una mejor satisfacción de los propios intereses o una mejora de sus condiciones económicas, políticas o profesionales. La atracción hacia esta clase de coordinación colectiva es utilitaria (bienes colectivos esperados) y normativa (conocimientos técnicos, políticos y militares sobre cómo obtener concesiones o debilitar el poder de las autoridades con los recursos con que se cuenta).

Acontecimientos externos diversos, guerras, crisis financieras, divisiones dentro de la élite, o nuevas alianzas políticas grupales pueden cambiar en cualquier momento la oportunidad de la acción colectiva (beneficios conseguibles movilizando al personal y los recursos con que se cuenta). Ello puede reactivar la movilización de un ensamblaje de este tipo en un tiempo relativamente rápido, como ha analizado Charles Tilly (1978).

Las situaciones históricas en que hay incompatibilidades entre instituciones de la estructura o entre marcos metafóricos distintos en el sistema cultural facilitan el éxito de tales movilizaciones. También la aparición de novedades en la estructura o en el sistema cultural que cambian el menú de oportunidades de los distintos estratos sociales y agentes corporativos. Por ejemplo, descubrimiento de nuevas materias primas, guerras, prácticas económico-políticas nuevas como el mercantilismo o el colonialismo europeos, nuevas alianzas políticas, la urbanización. Y en el campo cultural: aparición de ideas que ofrecen oportunidades nuevas a los grupos de interés material, como con el humanismo renacentista, la ilustración, las revoluciones científicas, o el feminismo (Archer 2009: cap. 9). La lucha ideológica es utilizada también por las élites dominantes. Por ejemplo, la actual ideología neoliberal trata de minar la legitimidad de cualquier acción política colectiva y sustituirla por la búsqueda de la utilidad individual (Rodriguez Victoriano, 2003), dentro de un marco que legitima la racionalidad de los motivos utilitarios frente a la irracionalidad de los normativos y coercitivos.

Están también los sistemas socio-técnicos que tuvieron en algún momento una función política dentro de una sociedad. Por ejemplo, las monarquías, los parlamentos o las aristocracias. Una monarquía está formada por grupos sociales como los monarcas, sus familias y sus servidores, cuyas prácticas se han ensamblado dentro de las prácticas de un estado, junto con artefactos e ideologías, generando funciones útiles o significativas. Tanto las monarquías, como los parlamentos y las aristocracias tienen orígenes históricos distintos, cumplieron en su momento de creación funciones diferentes a las actuales, y en la actualidad tienen relaciones parcialmente coherentes y parcialmente conflictivas dentro del régimen.

Las emergencias de un ensamblaje socio-técnico A, en general, son recursos materiales, energéticos o informacionales útiles para sus participantes y para otros actores. Estos recursos pueden ser útiles también para el funcionamiento de una institución B, y ello facilita que los miembros de B (sobre todo, los miembros con autoridad de B) apoyen, como mínimo ideológicamente, la existencia de A; y también que algunos de los recursos generados por B se adapten con el tiempo de manera que sean útiles también a A. De este modo, la persistencia de A le permite encontrar con el tiempo otros sistemas socio-técnicos con quienes establecer relaciones de reciprocidad, colaboración y reforzamiento mutuo. Este reforzamiento mutuo entre sistemas socio-técnicos puede ser el germen de hiperciclos (o redes) más largos de auto-mantenimiento entre sistemas de esta clase.

Schuster (1981), en su teoría de la selección natural de moléculas autocatalíticas que se mantienen las unas a las otras en hiperciclos cerrados, afirma implícitamente que los componentes de tales sistemas que se auto-mantienen tienen la siguiente propiedad P: la probabilidad de supervivencia del componente, condicionada a la pertenencia al hiperciclo, es mayor que su probabilidad de supervivencia fuera del hiperciclo. Es razonable pensar que si de un hiperciclo de ensamblajes socio-técnicos y sistemas institucionalizados emerge esta propiedad, las componentes se reforzarán mutuamente y el hiperciclo tenderá a estabilizarse e institucionalizarse. Sin embargo, P puede dejar de cumplirse debido a la conflictividad interna, a un cambio en los parámetros ambientales que controlan el metabolismo social, o a la aparición de ensamblajes socio-técnicos desestabilizadores. En estos casos, el hiperciclo tiene más posibilidades de disgregarse en sus componentes que de mantenerse unido pues, frecuentemente, estos componentes mantienen cierta autonomía o capacidad de auto-mantenerse fuera del sistema social (o aisladamente o entrando quizás rápidamente en relaciones con otra clase de componentes diferentes).

Los sistemas socio-técnicos que tienen alguna función útil para otras instituciones reciben parte de sus recursos e informaciones de esas otras instituciones, por lo que con el tiempo tienden a auto-definirse y ser definidas mediante unos estatutos que subrayan esas funciones útiles para otras. Pero en cualquier momento pueden utilizar los recursos para producir emergencias colectivas que favorezcan los intereses corporativos de sus miembros, en lugar de las funciones sociales generales que sus estatutos oficialmente proclaman. Esta ambigüedad en su comportamiento colectivo aumenta en momentos en que los beneficios obtenidos habitualmente de su ensamblaje con otras instituciones se vuelven inseguros. Un ejemplo fue el comportamiento levantisco de las legiones romanas cercanas a Roma durante los años 235 a 284 d.C., que obedecieron en muchos casos a sus propios intereses corporativos antes que a las órdenes del emperador, ayudando incluso a cambiar emperadores cada uno o dos años.

El análisis de Tainter (1988) del colapso y descomposición del Imperio Romano en unidades económico-políticas más simples (1990: 23-24) sugiere un mecanismo de este tipo. Sin embargo, el Imperio Romano en crisis no estaba sometido únicamente a una dinámica de aumento de recursos y de complejidad para resolver sus problemas defensivos, como afirma este autor, sino también a una desviación de recursos para la realización de intereses corporativos en instituciones semi-autónomas del régimen. El contexto histórico brindó al ejército romano la oportunidad de hacerlo, lo cual encaja con más precisión en el modelo de Tilly de movilización grupal que en un modelo tan genérico como el del rendimiento decreciente de la complejidad, que no puede explicar en qué momento una institución concreta del Estado decide traicionar los intereses gubernamentales.

6. Los sistemas socio-técnicos como medios de resolver problemas y el origen del Estado

Los mecanismos comentados pueden ser un marco adecuado para explicar el origen de uno de los sistemas socio-técnicos más influyentes de la Historia: la organización política estatal. Las sociedades dominantes en la prehistoria eran bandas cazadoras-recolectoras igualitarias. Estas bandas eran grupos auto-organizados estables y autónomos y, por tanto, pueden considerarse sistemas socio-técnicos. ¿Qué secuencia de eventos, cambios estructurales y cambios culturales pudo convertirlas en sociedades estatales, con fuertes desigualdades políticas y económicas? Las distintas respuestas se pueden agrupar en teorías funcionalistas y teorías del conflicto (Tainter 1988). En nuestra perspectiva, las primeras explican mejor las primeras fases del proceso, y las últimas las fases más avanzadas.

Las sociedades igualitarias otorgan prestigio o status especial a personas con habilidades especiales en la caza, la comunicación social, la sabiduría vital, la intuición profética o la supuesta comunicación con poderes sobrenaturales (Service 1975: 314; Redman 1990: 258; Fried 1960). Por ello, no son completamente igualitarias, sino que contienen cierto grado de jerarquización, pero esta jerarquización no incluye normas que concedan a las personas de alto status un acceso privilegiado a los recursos, o la obediencia obligatoria.

Según Fried (1960) y Harris (1975), la institucionalización del líder redistribuidor o big man, ocurre en modos de producción que son intensificables y donde la intensificación y la redistribución entre aldeas vecinas mejora la seguridad económica. Algunas de estas sociedades jerárquicas con líderes de tipo big men institucionalizaron como permanente ese liderazgo, creando el rol de jefe.  Service (1975: 314-317) sugiere que la institucionalización de la jefatura permanente (un nuevo sistema socio-técnico) derivó de la conveniencia de estabilizar las funciones redistributivas y coordinadoras que tenían los big men carismáticos, convirtiéndolas en hereditarias. Pudo haber ayudado a esta institucionalización la creencia de que el carisma, las virtudes sociales y los poderes mágicos del big men podrían heredarse de padres a hijos.

De acuerdo con la perspectiva de Mann, pero también con las perspectivas funcionalista y materialista-cultural, los sistemas socio-técnicos y las instituciones serían medios que los agentes aceptan para resolver problemas que se le presentan a la colectividad, aunque sin ser plenamente conscientes de los efectos inintencionales de la acción colectiva, sobre todo a largo plazo. Un huerto agrícola adjudicado a (o “propiedad de”) una familia, un ejército liderado por un jefe de la guerra, y el templo (o almacén de excedentes) administrado por un grupo gestor de los excedentes o por un big man, son ejemplos de tales sistemas socio-técnicos en muchas sociedades preestatales. Una de las primeras sociedades igualitarias, parcialmente jerarquizada, que evolucionaron hasta una sociedad estratificada estatal fue la sumeria, y lo hizo sin pasar por esa fase intermedia de la jefatura.

De acuerdo con la descripción que hace Mann (1991) es plausible que la sociedad sumeria de la época de El Ubaid (5.000-3.700 a.C.) pueda haber aceptado el reparto de una parte de las tierras colectivas en forma de parcelas de propiedad o usufructo privado cerca de las casas familiares, como una fórmula económica práctica que inicialmente no perturbaba el igualitarismo cultural tradicional. Estas primeras granjas familiares pudieron generar asimetrías de excedentes entre familias, debido a su diferente posición geográfica respecto al río y a los canales de riego, y porque los intercambios lejanos de mercancías valiosas se realizaban a través de los ríos (Mesopotamia, Egipto, cuenca del Río Amarillo, cuenca Indo-Gangética). Esto pudo haber producido, como consecuencia no prevista, las primeras diferencias de riqueza entre familias extensas. Los cambios en los edificios residenciales y en las prácticas de entierro del Período Ubaid reflejan que la jerarquización de la sociedad en clases y géneros estaba ya en marcha (Forest, 2005: 188-190; Sundsdal, 2008: 35-38; Xianhua, 2019: 202). Sin embargo, en aquella época estas diferencias no se auto-reforzaron mediante mecanismos como la acumulación de capital y el aumento de poder político derivado del poder económico. La evolución de Sumeria parece sugerir, por el contrario, que las mayores diferencias económicas surgieron, junto con los estratos de autoridad política, del sistema de administración de obras públicas, comercio y redistribución, que ensayó la institución del templo (Service, 1975; Liverani, 2006), aunque Liverani (2006: 88-89) reconoce la existencia paralela de una actividad artesanal y comercial privada.

En la época de Uruk, los estratos sociales y la subordinación de la mujer aparecen claramente establecidas (Bernbeck, 2009). Según Jacobsen (1957), Uruk estaba gobernada por un consejo de ancianos y una asamblea de todos los hombres de la ciudad. Estas asambleas debieron proceder del periodo Ubaid y elegirían a los lugal, jefes de guerra por un tiempo provisional, y a los llamados en, que se ocupaban de asuntos internos. Las cámaras parecían tener el poder último legislativo y ejecutivo para asuntos importantes, con la asamblea teniendo la última palabra, mientras que los burócratas del templo, encabezados por un «primero entre iguales» llamado ensi («administrador del dios») tenían el poder ejecutivo en los asuntos ordinarios (Jacobsen, 1957; White, 2008).

Una coyuntura de guerras frecuentes puede haber inducido a algunas de estas sociedades a aceptar como conveniente que el rol de jefe de guerra recayera permanentemente sobre la misma persona (un jefe exitoso en guerras previas), y que esa misma persona asumiera también el papel de administrar la economía de los excedentes colectivos en esas épocas turbulentas. Según White (2008) la monarquía independiente del templo, que en algunos casos llamativos asume un carácter militarista (Akkad) o mercantilista (Ebla), fue una suerte de revancha de las élites gentilicias nacientes, que habían estado antes marginadas por la administración impersonal de los templos. White cita a Jacobsen, quien llegó a la conclusión de que, alrededor de la época del episodio de Gilgamesh, las figuras políticas «en lugar de buscar su legitimación en la asamblea y el consejo de ancianos, empezaron a pretender que habían sido elegidos por la deidad patrona de la ciudad”. Esto se puede considerar uno de los primeros usos históricos de la lucha ideológica con efectos morfodinámicos en la estructura social. Según estos dos autores, «la creencia en la elección divina disminuyó en gran medida el poder político y la influencia de la asamblea”. Pero la subordinación del templo y de las asambleas por el rey fue aparentemente conflictiva. En Lagash, por ejemplo, el poder del trono había convertido a su rey en un megalómano sanguinario con intenciones de arrebatar a sus ciudadanos sus libertades políticas, produciéndose entonces una «… amarga lucha por el poder entre el templo y el palacio, la» iglesia «y el» estado «, con los ciudadanos de Lagash tomando el lado del templo» (Isakhan (2006: 6), citando a Kramer).

No sabemos hasta qué punto las leyendas de la epopeya de Gilgamesh (1.800 a.C.) incluyen algunos hechos históricos de un rey real de circa 2.500 a.C., pero su narración concuerda con la siguiente descripción: Gilgamesh era inicialmente el en de Uruk, pero es elegido para liderar la defensa contra un ataque de la ciudad de Kish. Al principio necesita del permiso de las dos asambleas de la ciudad para tomar decisiones. Pero sus éxitos militares, el reparto del botín, y su inversión en murallas y fortificaciones para la ciudad, aumentaron su autoridad e hicieron creíble su pretensión de que sus victorias obedecían a un favor divino. En paralelo con ello, parte de los nuevos excedentes bélicos parecen haber sido usados para aumentar un poder coercitivo y económico propio (Mann 1991). Así, el poder último tanto legislativo como ejecutivo cambió de la asamblea y de los burócratas sacerdotales a los lugal o «hombres grandes» (reyes), que en sumerio «tiene el significado general de dominación o propiedad» (White, 2008).

Lo que probablemente desequilibró el igualitarismo dominante en todas las sociedades preestatales no fue tanto la aceptación general de la necesidad de organizaciones como el ejército o el templo-almacén, sino la aceptación de que los roles de mayor autoridad (dirección o liderazgo) de tales instituciones fueran permanentes y hereditarios. Toda institución tiene una organización con sus roles. En tal contexto organizacional, y en presencia inevitable de información y racionalidad limitadas en los sujetos, incluso una desigualdad pequeña y pasajera en información o recursos, puede convertirse en una ventaja grande y duradera para ciertos subgrupos de la organización. Por ejemplo, los grupos situados más altos en la jerarquía de la información ascendente pueden conocer primero qué objetivos tendrían una función de poder (Tilly, 1978) más favorable en la coyuntura dada, pueden utilizar el conjunto de informaciones ascendentes en contra de otros grupos internos o externos a la organización, pueden hacerse una idea más clara de qué objetivos propios pueden pasar por fines organizacionales ante los ojos del resto de los miembros, o pueden aprovechar su rol coordinador para que sus subordinados trabajen, tanto para los objetivos de la organización, como para los intereses de la élite. Por ejemplo, pueden estimular a sus subordinados a producir informaciones que justifica sus propios privilegios y a la vez pueden ser interpretadas como recomendaciones técnicas. Finalmente, dada su información privilegiada, a las autoridades se les suele conceder mayor poder que al resto en la asignación de recompensas utilitarias a los miembros de la organización.

Estas desigualdades de acceso a la información son suficientes para crear desigualdades de poder político y, con ello, élites de mayor poder relativo que el resto de agentes. La asimetría también se produce en el grado de control que tienen los agentes de esas organizaciones sobre el flujo de energía, de elementos materiales, de recursos, y de acciones sociales necesarias para el funcionamiento de la institución o sistema socio-técnico. Como subraya Tainter (1988: 36), citando a Haas, una autoridad que proporciona bienes y servicios tiene poder coercitivo por añadidura, por la amenaza latente de retirada del servicio.

El proceso que hace que las organizaciones tiendan a volverse oligocráticas fue analizado por Gaetano Mosca y también por Robert Michels (1911). El argumento de éste es que cuanto más grandes se hacen las organizaciones, más se burocratizan, ya que tienden a especializarse y, además, van aprendiendo a tomar decisiones cada vez más complejas y de una forma más rápida. Los individuos que están en la parte alta de la jerarquía tienden a monopolizar la experiencia de qué respuestas son más eficaces ante los temas a los que se enfrenta habitualmente la organización y se van volviendo imprescindibles, lo cual facilita que no sean sustituidos, y ello genera una élite.

En segundo lugar, se suele desarrollar según Michels una dicotomía entre eficiencia y democracia interna; de modo que para que la organización sea eficiente la población puede apoyar un liderazgo fuerte, a costa de una menor democracia interna.

En tercer lugar, las masas se inclinan al hábito más que a la acción consciente y tienden a delegar sus decisiones en sus líderes.

Finalmente, la casta de los líderes (oligarquía) tiende a cerrarse corporativamente, pues se ayudan mutuamente para evitar la competencia de nuevos líderes surgidos de la masa (trust oligárquico). Lo único que puede hacer la masa a esas alturas, según Michels, es sustituir un líder del trust oligárquico por otro. El efecto final de la institucionalización de una organización jerárquica es que si un mismo grupo social (de guerreros, de sacerdotes o de especialistas) consigue el consentimiento de las masas para ocupar permanentemente los puestos altos de la institución, «las masas acaban siendo rebasadas desde el punto de vista de la organización» (Mann 1991).

Las teorías funcionalistas del origen del estado (por ejemplo, Service (1975)) argumentan que éste apareció durante el proceso en el que los grupos sociales consintieron en organizarse jerárquicamente con el objetivo de resolver problemas organizativos tales como la gestión del agua de regadío, el reparto de excedentes y el mantenimiento de un ejército cada vez más permanente. Independientemente de que haya factores ambientales que favorecieron esos contextos, el modelo funcionalista es verosímil para explicar una parte importante del proceso. Cuando una estructura institucional concreta es aceptada de mejor o peor gana por la mayoría de los grupos sociales, un conjunto de ocupaciones son aceptadas. Con ellas, un conjunto de roles y sus distribuciones económicas, y ciertas asimetrías de poder y estatus, son aceptadas implícitamente. Estas asimetrías, pueden amplificarse posteriormente mediante los mecanismos antes mencionados.

En el caso del nacimiento del Estado, la promoción de ciertos jefes carismáticos a una posición de liderazgo permanente del ejército y de los excedentes pudo ser facilitada, no sólo por una coyuntura de guerras permanentes, sino también por el apoyo económico de una familia extensa previamente más próspera que la mayoría.

El modelo de la génesis del Estado, y de sus clases sociales permanentes en conflicto potencial, sería el siguiente:

Origen del Estado

Un corolario de este análisis es que, si la desigualdad va a constituir un problema a evitar en una futura sociedad sostenible (y lo será probablemente) convendría institucionalizar que los puestos de autoridad política sean impermanentes o rotatorios. La prohibición de los políticos profesionales es por tanto una iniciativa política necesaria. Además, la propiedad privada puede tener funciones útiles y deseadas colectivamente, pero deberíamos institucionalizar la imposibilidad de heredarla familiarmente, con el fin de evitar asimetrías económicas de nacimiento que tienden a aumentar con las generaciones. Un sistema como éste acercaría, por cierto, las posturas del liberalismo clásico y la de la izquierda socialista y comunista.

La tabla siguiente resume las funciones principales y los mecanismos de atracción de algunos de los primeros sistemas socio-técnicos que, de acuerdo con Mann (1991), tuvieron una importancia clave en la historia de las sociedades humanas.

Sistema Socio-técnico Funciones buscadas e inintencionadas Clase de atracción Mecanismo
Granja de plantas y animales domesticados Ayuda mutua, protección mutua, producción de alimentos en ecosistemas con caza-recolección limitada, intensificación mediante el trabajo, relajación del control de natalidad Normativa y utilitaria El trabajo agrícola coordinado de hordas permitió excedentes nuevos no accesibles con caza-recolección. Los excedentes produjeron mayores bienes colectivos. Los excedentes eran intensificables mediante más trabajo y relajaron la presión psicológica que provocaba el control de natalidad e infanticidio femenino
Taller de fundición del bronce (luego, del hierro) Producción de herramientas y útiles metálicos Normativa y utilitaria Aprendizaje (casual o por difusión) de la técnica, que genera bienes útiles y con más valor de intercambio que los bienes agrícolas
Sistemas de regadío Asegurar la producción agrícola independientemente de la lluvia. Aumentar la superficie de tierras cultivables Normativa y utilitaria Aprendizaje (casual o por difusión) de la técnica, que genera excedentes utilizables privada y públicamente
Villas agrícolas Ayuda mutua, protección mutua y administración de los excedentes colectivos Normativa y utilitaria Las normas tradicionales de reciprocidad, los servicios públicos derivados de la inversión de los excedentes, y el intercambio de servicios entre especialistas, atrae hacia una división del trabajo en oficios y autoridades políticas
Ejército Defensa de la forma de vida habitual, defensa de los excedentes colectivos, extracción de excedentes de otras sociedades, botines de guerra para los propios soldados Utilitaria El botín de guerra convierte a los soldados miembros en clientes dispuestos a aceptar y defender la autoridad del jefe guerrero. La utilidad de las funciones proporciona status a los soldados
Villas militarizadas (Estados) Administración de los excedentes colectivos, extracción externa de excedentes, y desviación de una parte de los mismos hacia un ejército cada vez más permanente y mayor. Utilitaria, normativa y coactiva La población consiente autoridades permanentes para asegurar la estabilidad de las funciones manifiestas. La circunscripción (Carneiro) convierte la atracción coactiva en eficaz.
Producción esclavista Aumento de los excedentes a bajo coste Coercitiva Una parte del excedente se invierte en vigilancia y castigo. El desarraigo y temor a la muerte del prisionero de guerra convierte a la coerción en eficaz.
Empresa comercial Producir para el intercambio mercantil Utilitaria Los beneficios del intercambio mercantil son distribuidos entre los participantes de la empresa

 

En las sociedades preestatales, el uso de atarctores normativos para generar ensamblajes colectivos está muy extendido.

Las jefaturas militares y sus ejércitos parecen haber sido los primeros sistemas socio-técnicos en aplicar a gran escala y eficazmente la coerción a terceros. Los aparatos de estado aplican esa coerción también a la disensión interna, y fomentan la ideología de que la coerción es legítima cuando es administrada por el propio estado.

La producción esclavista parece haber surgido en las primeras sociedades estatales tras la derrota militar de pueblos a los que se prefiere perdonar la vida a cambio de utilizarlos como fuerza de trabajo barata; también como forma sancionada por el estado de restitución de deudas no pagadas (Graeber, 2011).

Bajo patrocinio de los primeros estados y también bajo patrocinio privado, las empresas comerciales descubren la eficacia de la atracción utilitaria para organizar el trabajo colectivo orientado al comercio lejano.

Obsérvese que las tres clases de atracción comentadas son capaces de producir sincronización del comportamiento de conjuntos de individuos a lo largo del tiempo (de acuerdo con roles por ejemplo dentro de una empresa), y coordinación de estos individuos en forma de redes de interacción espaciales. Estas «redes de organización y control de personas, materiales y territorios» (Mann 1991) pueden coordinarse hasta escalas geográficamente globales, como ilustra la red de dominación militar y comercio entre Europa y la India establecida por los portugueses (Law 1987). Tal red de interacciones y artefactos, generadora de control a distancia, intercambio y coerción, puede considerarse como un sistema socio-técnico en sí mismo, pues sus emergencias producen beneficios políticos y económicos a las autoridades gubernamentales y buenos sueldos y prestigio a los marineros participantes, lo cual los ligan a la empresa. Pero también puede considerarse como una red (o hiperciclo) que combina las emergencias de varios sistemas socio-técnicos independientes (la carabela artillada, el cuerpo de marina instruido en el reglamento de navegación y en el uso de mapas, la intendencia militar, y el Estado empresario), dado que cada uno de estos componentes es capaz de producir funciones (que producen atracción) en otros ensamblajes distintos.

7. Conclusiones

El ensamblaje de sujetos, artefactos e ideas (tales como reglas de uso e ideales-guía) constituyen sistemas socio-técnicos, los cuales pueden ensamblarse a su vez en forma de redes o hiperciclos que se autosustentan. Estas redes pueden ser seleccionadas y evolucionar en escalas seculares si tienen emergencias importantes para la colectividad, tales como las funciones enumeradas por Malinowski.

Los artefactos que componen los sistemas socio-técnicos contienen en forma solidificada intenciones y valores de humanos anteriores, como ilustra el ejemplo de los badenes en las calles de las urbes modernas, o el dinero-moneda.

La selección colectiva de los sistemas socio-técnicos y redes que mejor resuelven problemas humanos se realiza a lo largo de varias generaciones. Pero cada generación no parte de cero cada vez, sino de conjuntos de artefactos que condensan aspiraciones y valores previos, modificándolos para añadir a ellos las aspiraciones, objetivos e intenciones que la actual generación encuentra necesarios realizar colectivamente en su interacción con el presente entorno. Esto genera una deriva secular en las funciones manifiestas y latentes emergentes de los sistemas (y redes de sistemas) sociotécnicos, y hace que estas funciones no hayan sido intencionalmente buscadas por nadie en cada momento histórico concreto.

Los sistemas socio-técnicos pueden ser ensamblados unos con otros en forma de redes con funciones útiles para algunos grupos sociales y anti-funcionales para otros, lo cual genera conflictos latentes y manifiestos. Estos conflictos conducen a veces a la generación de nuevos ensamblajes socio-técnicos que pueden llegar a desestabilizar la estructura social e institucionalizar sistemas socio-técnicos nuevos.

La capacidad que tienen los ensamblajes y sistemas socio-técnicos de re-ensamblarse en forma alternativa proporciona adaptabilidad y resiliencia a las sociedades, a la vez que una conflictividad latente.

La dinámica de los sistemas (y redes de sistemas) socio-técnicos, como el Estado o las redes de dominación a distancia, pueden ser analizadas fructíferamente dentro del marco de la teoría de sistemas complejos. En particular, investigando los mecanismos que han producido o debilitado las tres clases de atractores de los agentes hacia comportamientos sincronizados.

Salvo en el uso de una topología y una terminología algo diferentes, los planteamientos basados en redes (de Mann (1991) y de la escuela del actor-red) no parecen esencialmente contradictorios con el de los sistemas complejos que aquí esbozamos. Geels (2011) compara la perspectiva de la escuela del actor-red y la de los sistemas complejos basados en varios niveles (o escalas) de interacción. Su conclusión es que ambas son perspectivas útiles para estudiar la aparición de emergencias colectivas, pero que la primera está bien adaptada para describir la heterogeneidad, la contingencia, la fluidez, la imprevisibilidad y el desorden, mientras que la segunda está mejor capacitada para identificar mecanismos relevantes en los cambios sociales e identificar patrones recurrentes.

La teoría de sistemas complejos (con sus conceptos de niveles-escalas de interacción, autoorganización, redes que se auto-mantienen, emergencias, y atractores) constituye pues un marco que puede integrar ideas importantes procedentes de escuelas diferentes de investigación como el funcionalismo, el materialismo cultural, la sociología de las organizaciones, y las teorías de las redes de agentes.

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Materialismo Cultural y Modos de Producción

 

Vimos en otro artículo la manera como algunos modelos de la ciencia de la complejidad describen los cambios de estructura de los sistemas complejos jerárquicos. Esencialmente, lo hacen distinguiendo tres niveles de procesos, con diferentes ritmos en los acontecimientos que tienen lugar en ellos: el entorno o medio ambiente; el régimen o estructura en la que focalizamos especialmente nuestro interés de observadores; los componentes de la estructura, que pueden ser agentes humanos y sincronizaciones no institucionalizadas de agentes y artefactos.

Esta clase de modelos proporcionan un marco explicativo que encaja bien con los mecanismos que la ecología cultural y el materialismo cultural utilizan para explicar los modos de producción, algunas características de sus estructuras políticas y de sus patrones culturales, y algunos cambios que se producen en escalas seculares de tiempo dentro de las sociedades.

La ecología cultural estudia las relaciones entre una sociedad dada y su medio ambiente, las formas de vida y los ecosistemas que dan soporte a sus modos de vida. Sus precursores fueron el antropólogo norteamericano neo-evolucionista Leslie A. White, y el arqueólogo y prehistoriador australiano Gordon Childe. Éste fue quien acuñó el término de «revolución neolítica» (1936) para designar el paso de la economía basada en la caza, la pesca y la recolección, a una economía productora basada en la agricultura y la ganadería. Otros fundadores fueron Julian Steward,  Andrew P. Vayda y Roy Rappaport. Steward fue uno de los primeros antropólogos en abandonar el concepto de naturaleza y empezar a hablar de entorno, en el sentido de una esfera de procesos que afectan a las prácticas humanas pero que es modificado y re-construido en parte por esas prácticas humanas.

Esta perspectiva fue desarrollada por Marvin Harris y su materialismo cultural. En ella, se diferencian también tres niveles: el entorno ecológico, el sistema socio-cultural, y los componentes humanos de dicho sistema. El sistema socio-cultural es dividido en estas sub-estructuras:

La «infraestructura» consta de los modos de producción y reproducción. El modo de producción comprende la tecnología y las prácticas empleadas en la producción de alimentos y energía, dadas las restricciones que impone el medio natural. Así, algunos componentes del modo de producción serían la tecnología de subsistencia, los ecosistemas y las pautas de trabajo. El modo de reproducción incluye las prácticas empleadas para expandir, limitar y mantener la población, fertilidad, natalidad, contracepción.

La «estructura» incluiría la economía doméstica y la economía política. La economía doméstica comprende la organización de la producción, el intercambio y consumo en casas, apartamentos u otras unidades domésticas. Sus categorías asociadas son la estructura familiar, la división doméstica del trabajo, la enculturación, educación, los roles sexuales y de edad, las jerarquías domésticas, etc. La economía política es la organización de la producción, intercambio y consumo entre bandas, aldeas, jefaturas, estados u otras unidades políticas. Comprende categorías como la organización política (facciones, clubes, asociaciones, corporaciones,…), la división del trabajo, los tributos, las clases, castas, jerarquías urbanas o rurales, el control político-militar, la guerra.

La «superestructura» estaría integrada por la conducta y pensamiento dedicados a actividades artísticas, lúdicas, rituales e intelectuales junto con todos los aspectos mentales y emic de la estructura e infraestructura de una cultura. Incluye: (i) conductas de importancia simbólica y comunicacional, como el arte, la música, la danza, literatura, publicidad, rituales, deportes; y (ii) símbolos, conceptos, metáforas e imágenes mentales tal como las describen los propios individuos de un grupo (aunque a veces pueden ser inferidas también por el observador), como creencias religiosas, ideologías, tabúes, cosmovisiones, marcos metafóricos, ideas-guía.

Giampietro (2018) considera a las sociedades como sistemas complejos adaptativos. Esto significa que no son sólo las experiencias del pasado las que quedan cristalizadas en forma de instituciones y condicionan la evolución futura del sistema. Éste es capaz también de crear instituciones ideológicas que definen lo que es deseable para el futuro e instituciones estructurales que traducen esas expectativas en prácticas políticas planificadoras o facilitadoras de fines para el futuros.

Los cambios del modo de producción y sus factores facilitadores

El materialismo cultural defiende el principio de primacía de la infraestructura: la probabilidad de que las innovaciones que surgen en el sector infraestructural sean preservadas y propagadas es tanto mayor cuanto más adaptativas sean para la relación de la infraestructura con un entorno ecológico determinado. Esto es, cuanto más aumenten la eficiencia de los procesos productivos y reproductivos que sustentan la salud y el bienestar y que satisfacen necesidades y pulsiones bio-psicológicas básicas en el hombre, en un entorno ecológico determinado.

Las innovaciones adaptativas (esto es, que incrementan la eficiencia de la producción y la reproducción) tienen grandes posibilidades de ser seleccionadas, incluso aunque se dé una incompatibilidad pronunciada (contradicción) entre ellas y aspectos preexistentes de los sectores estructural y supraestructural.

A corto plazo, puede haber una incompatibilidad profunda entre una innovación infraestructural adaptativa al entorno y las características preexistentes de la estructura o la superestructura. Sin embargo, a largo plazo, tal incompatibilidad se resolverá probablemente mediante cambios sustanciales en estos últimos sectores.

En cambio, las innovaciones de tipo estructural o supraestructural serán probablemente desechadas si se produce una incompatibilidad profunda entre ellas y la infraestructura; es decir, si reducen la eficiencia de los procesos productivos y reproductivos que sustentan la salud y el bienestar y satisfacen necesidades básicas.

En el Prólogo de la Contribución a la crítica de la Economía Política, Marx sugirió que la influencia de la infraestructura económica sobre la superestructura ideológica es mucho más poderosa que a la inversa: En la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones constituye la estructura económica de la sociedad, es decir, la base real sobre la cual se alza una superestructura jurídica y política y a la cual corresponden formas determinadas de la conciencia social. En general, el modo de producción de la vida material condiciona el proceso social, político y espiritual de la vida. No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino al contrario, su ser social es el que determina su conciencia.

Un corolario lógico del principio de primacía de la infraestructura es que, dada la presencia de complejos infraestructurales similares ensayados en sociedades diferentes, cabe esperar una convergencia hacia relaciones estructurales y rasgos simbólico-ideacionales similares. Lo contrario también es cierto: diferentes infraestructuras conducen a estructuras distintas y a símbolos e ideas diferentes.

Algunos de los cambios de modo de producción más importantes de la historia humana parecen haber sido facilitados por grandes cambios climáticos y ambientales. En la escala de siglos y milenios, los cambios climáticos y de disponibilidad de recursos alimenticios y energéticos han facilitado que las sociedades se reestructuraran de forma compatible con ese entorno energético-material. Esto es especialmente visible en los modos de producción que la paleontología observa entre el Paleolítico y el Neolítico. Posteriormente, la situación se hace más compleja. Describiremos en los apartados siguientes las explicaciones antropológicas que se han dado  de estos cambios, desde la escuela del Materialismo Cultural y perspectivas cercanas, así como algunas pautas políticas y culturales asociadas.

Los modos de producción de caza-recolección

El comienzo de la desglaciación, hace unos 19.000 años provocó un retroceso general de todos los glaciares, al sur de los cuales se formaban escorrentías de agua de deshielo que favorecían la aparición de praderas de hierba en las que pastaban grandes manadas de renos, mamuts, caballos, bisontes, alces, rinocerontes, asnos salvajes, cabras hoy extintas, bueyes almizcleros, antílopes saigas y los antecesores del ganado actual. Este periodo llevó al máximo desarrollo el modo de producción cazador-recolector. Hace 11.500 años se produce el pulso principal de deshielo que pone fin a la glaciación y lleva el clima al holoceno. Los árboles de hoja perenne, pinos y abedules, consiguen asentarse sobre las praderas haciendo de base para la formación de bosques. Bajo la sombra la hierba no crece  y hacia el 10.000 BP gran parte de la Megafauna Pleistocénica se ha extinguido. La creciente eficiencia humana en la caza pudo contribuir a estas extinciones, dado que elefantes, rinocerontes, mamuts lanudos, bisontes esteparios y alces gigantes habían sobrevivido a otros avances y retrocesos glaciales.

poblado paleolítico

Estos acontecimientos fueron acompañados por el colapso de las culturas de caza mayor en Eurasia, y le siguió el periodo mesolítico, en el que la gente empezó a buscar sus alimentos en pescados, mariscos y en animales que se refugiaban en los bosques: alce, ciervo rojo, corzo, bóvidos, y cerdos salvajes. En Oriente Medio, donde la caza mayor había concluido mucho antes que en el norte, la diversificación fue mayor aún: se pasó de la caza del ciervo común a ovejas, cabras y antílopes, y luego, a peces, cangrejos, mariscos, aves, caracoles, bellotas, pistachos y otros frutos secos, legumbres, y granos silvestres. Es la llamada caza y recolección de amplio espectro (K. Flannery).

El desplazamiento de la caza a los bosques facilitó la adopción de una innovación socio-técnica: el perro domesticado (9.500 BP en Europa), pero la cantidad de carne que se obtenía de la caza con perros en los bosques era mucho menor que en las antiguas praderas. Ello parece estar detrás de la inversión de trabajo cada vez mayor en la recolección de bellotas y vegetales cada vez más diversos, y en la caza de pequeños animales. Por ejemplo, en el Valle de Tehuacán en México en el 7.000 BP se cazaban caballos y antílopes hasta que se extinguieron; luego se intensificó la caza de grandes liebres y tortugas gigantes, que se extinguieron enseguida. Harris cita a Mac Neish, quien calculó que la dieta de carne era el 76-89% del total de la dieta en esa época; durante el periodo de El Riego (5000 a 3400 a.C.), Coxcatlán (3400-2300 a.C.) y Abejas (2300-1850 a.C.) el porcentaje máximo-mínimo de calorías estacionales procedentes de la carne descendió sistemáticamente a 69-31, 62-23, y 47-15%, respectivamente. En el año 800 a.C. la proporción era ya tan baja que no había diferencia alimenticia entre las estaciones de caza y las de veda natural. Es entonces cuando dejan de perseguir nómadamente a la caza y se establecen en aldeas sedentarias basadas en la agricultura. La carne se convertiría en un lujo en México, lo cual según Harris facilitó posteriormente el canibalismo de las élites Tolteca y Azteca, y las religiones que lo fomentaban. Paralelamente, se observa una inversión creciente de trabajo en la recolección de plantas que, posteriormente, fueron domesticadas, como las cidras cayote, amarantos, chiles, aguacates, maíz y judías.

En América la diversidad animal era muy inferior a la de Eurasia, debido a la historia geológica-evolutiva de ese continente. Instalarse en aldeas permanentes para recolectar semillas hubiese implicado prescindir de la carne. Ello parece haber inducido a sus poblaciones a no adoptar un modo de producción agrícola hasta no tener otra opción. En cambio en Eurasia abundaban todavía los precursores del ganado vacuno, ovejas, cerdos y cabras. Si se establecían colonias recolectoras en medio de densos campos de grano, estos animales eran atraídos por los cultivos humanos, por lo que se les podía controlar ayudados con perros, permitiéndoles comer el rastrojo pero no el grano en maduración. El asentamiento, la domesticación de los granos y la domesticación de los herbívoros fueron innovaciones socio-técnicas facilitadas por el entorno ecológico y climático, que se dieron simultáneamente. Instalándose en aldeas, los cazadores-recolectores de amplio espectro del Viejo Mundo podían mantener o incrementar a la vez su consumo de carne y plantas sin necesidad de organizar partidas de caza y recolección.

Según Harris (2011), en América había algunas especies domesticables: el perro (que atravesó el estrecho de Bering con los primeros inmigrantes humanos de América), el pavo, las llamas y alpacas, el conejillo de indias y quizás el bisonte. Pero el primero es competidor directo del hombre por la carne; el segundo también compite con el hombre por los granos; llamas y alpacas estaban aisladas en zonas montañosas de Sudamérica; el conejillo de indias era económicamente muy poco rentable; y los bisontes, especialmente difíciles de domesticar.  Según este autor, la falta de animales de tracción domesticables evitó la utilización de la rueda en América, salvo como juego para niños, e impuso un ritmo de desarrollo tecnológico más lento que en Eurasia. En el Viejo Mundo, la domesticación de vacas, camellos, asnos y caballos permitió una fuerza de tracción en los trabajos agrícolas y una posibilidad nueva de transporte de grandes cargas. Entre el 10.000 y el 5.000 BP la tecnología (así como la organización social y las ideologías) cambiaron más en Eurasia que en el millón de años precedente, por lo que se llama Revolución Neolítica a ese periodo.

No hay consenso sobre si las grandes erupciones volcánicas pueden tener efectos suficientemente perturbadores como para provocar cambios en los modos de producción, aunque sí parecen haber jugado un papel en la crisis de algunos regímenes políticos.

Por ejemplo, hay evidencias arqueológicas que señalan fuertes erupciones con impacto en la producción agrícola global, en volcanes de Islandia y de las regiones tropicales de América Central, en los años 536, 540 y 547 DC (Gunn, 2000; Gunn et al., 2017). Coincidiendo con esos acontecimientos se observa una reducción del urbanismo en la región Maya de Calakmul, seguida por un renacimiento desde el año 600 hasta 695 DC.

Después del año 536 dC, en las tierras altas de México se realizó una transición de Teotihuacan a Tula. Teotihuacan parece haber sido abandonado después del evento AD 536 con el centro de poder moviéndose 90 km al noroeste de Tula. Tula implementó las interacciones marinas entre las tierras altas de México y las tierras bajas mayas a través de los mayas chontales, la costa del Pacífico de México y, en última instancia, el norte de México y el suroeste de los Estados Unidos.

Origen del tabú del incesto

El tabú del incesto parece remontarse a los cazadores-recolectores y se ha perpetuado hasta nuestros días, probablemente porque no ha perdido su función (económica) adaptativa social, mientras sigue presente la organización doméstica-familiar de la reproducción.

Los cazadores-recolectores son incapaces de controlar las tasas de reproducción de la biota, en especial la de la caza, lo cual implica la necesidad de una baja densidad demográfica regional (en equilibrio con dichas tasas), así como la adopción de asentamientos pequeños y móviles tipo campamentos de unos 25-50 miembros. Como el mantenimiento de los niveles nutricionales requiere no sólo la dispersión y reunión diarias sino también la agregación y disgregación estacionales (por la fluctuación estacional de las especies, semillas y agua), al grupo le resulta útil poseer una estructura flexible. Los grupos familiares gozan de libertad de movimientos entre campamentos diferentes y, en casos extremos, establecen campamentos por cuenta propia. No es esperable encontrar familias extensas, linajes o clanes con residencia unilocal (con los parientes del marido o de la mujer).

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Los cazadores-recolectores facilitan la necesaria flexibilidad residencial mediante el intercambio matrimonial entre bandas vecinas. La red de lazos de parentesco resultante facilita las visitas a lo largo del año. Durante las estaciones de abundancia, las bandas refuerzan la solidaridad intergrupal estableciendo campamentos conjuntos y realizando actividades ceremoniales comunes.

Según Harris, es probable que las restricciones que pesan sobre las relaciones sexuales entre hermano y hermana, padre e hija, y madre e hijo, reflejan la inadaptación y selección negativa de los grupos que no lograron desarrollar alianzas matrimoniales con otras bandas y, por tanto, sufrían falta de movilidad y flexibilidad, poseían una base de recursos limitada, y carecían de socios comerciales y de aliados en caso de conflicto armado. La relación sexual con un familiar es en principio más accesible que otras, pero puede tener costes sociales demasiado altos a la larga, de ahí la necesidad social de declararla tabú, según Harris.

Origen del complejo de supremacía masculina

Según Harris, la guerra es utilizada entre los cazadores-recolectores para mantener las áreas de caza libres de una densidad excesiva de población, y también como estímulo para sobrevalorar a los hombres e infravalorar a las mujeres, lo cual redunda en el descuido y el infanticidio femenino, uno de los métodos de control de natalidad ensayado con éxito por estas sociedades.

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Guerreros de la etnia australiana de los Tiwi

Es probable que las mujeres desempeñaran un papel más activo en la caza mayor en el Pleistoceno que entre los cazadores-recolectores actuales. La lactancia intensiva y prolongada puede funcionar como método de control de la fecundidad si la relación entre proteínas e hidratos de carbono es alta, como debió ser en aquella época. Una dieta de este tipo impide la acumulación de grasas corporales, señal de la reanudación de la ovulación postnatal, al tiempo que mantiene la salud de la madre durante el esfuerzo de seguir produciendo leche tres o cuatro años. En esa situación, el convertir a las mujeres en trabajadoras domésticas y recolectoras traería pocos beneficios. Podrían ser útiles como mínimo como ojeadoras, batidoras, porteadoras, etc., en los periodos en que no estuvieran embarazadas ni cuidando a sus bebés. Cuanto más alta en teoría sea la efectividad de la lactancia prolongada, menos comunes serán las vías alternativas de control de la población, como el aborto y el infanticidio femenino. Asimismo, la abundancia de caza amortiguaría la hostilidad intergrupal, con lo que la guerra sería menos frecuente; esto a su vez apagaría la tendencia a sobrevalorar a los hombres e infravalorar a las mujeres. No se utilizaría a las mujeres como recompensa a la valentía de los hombres en el combate, la proporción de los sexos permanecería equilibrada y prevalecería la monogamia serial para ambos sexos.

Una disminución de las fuentes de proteínas animales provocarán en cambio, según Harris, lactancias no tan prolongadas, disminución de la movilidad femenina, mayores tasas de infanticidio femenino, y abortos como método de control de la población. En paralelo, aumenta la hostilidad intergrupal, la guerra y la valorización del varón, mejor dotado para la lucha cuerpo a cuerpo de la antigüedad. ¿Por qué no se incluyó, de todos modos, a las mujeres más corpulentas y rápidas en las bandas guerreras? Según Harris, el éxito militar de hembras bien entrenadas, corpulentas y potentes, contra hombres más pequeños entraría en conflicto con la jerarquía sexual desde la que se predicaba la preferencia por el infanticidio de las niñas y no de los niños. Esta jerarquía incluye que las hembras acepten la supremacía del varón, y el ser utilizadas como “recompensa” del guerrero.

Esta asociación entre la utilidad de la guerra para la infraestructura material y la desvalorización femenina fue pasada un poco por alto, según Harris, debido a la existencia de un 15% de sociedades aldeanas que combinan un militarismo intenso con instituciones matrilineales, matrilocales, que no pagan precio por la novia, monógamas en lugar de polígamas, y que carecen de complejos religiosos para intimidar y aislar a las mujeres. Los indios iroqueses de Nueva York son un ejemplo. Sin embargo, tales sociedades son según este autor el resultado de una concesión de los intereses de varones que tienen que ausentarse largos periodos para incursiones guerreras lejanas, comercio o transhumancia. La ausencia prolongada de los hombres centra la atención en las mujeres como portadoras de títulos y guardianas de los intereses masculinos. Gran parte de los derechos, deberes y privilegios de un individuo derivan de su filiación. Por ejemplo, su nombre, familia, residencia, rango, propiedades y estatus. En una filiación matrilineal, toda esta serie de derechos es compartida por el grupo de la madre, sus hijos/as y sus hermanos/as.

En un sistema matrilineal-matrilocal, el varón que se va a vivir al grupo de su esposa deja sus propiedades al cuidado de su propia hermana (que comparte con él dichas propiedades, como casa, tierras, huerto, etc.). Ello es una ventaja para los hombres matrilineales frente a los patrilineales, pues éstos deben dejar el control de sus propiedades a su propia esposa en caso de ausencia. Pero ésta proviene del grupo de interés paterno de otra persona, y puede tener las lealtades divididas.

En un sistema matrilineal-matrilocal las hermanas se muestran felices de colaborar, pues el matrimonio patrilineal-patrilocal las expone a malos tratos a manos de maridos con supremacía masculina y suegros que habitan cerca de ellos.

Los iroqueses, por ejemplo, practican guerras externas, esto es, penetración de grandes bandas incursoras en el territorio de enemigos lejanos que son, lingüística y étnicamente diferentes. Los hombres casados que se mudan a una casa comunal iroquesa (matrilocalidad) provienen de familias y aldeas distintas. El cambio de residencia les obliga a tratar con respeto a su mujer, que tiene cerca a los suyos, y los pone en contacto cotidiano con hombres de aldeas cercanas, lo cual promueve la paz entre aldeas vecinas y establece la base para que los hombres cooperen en la formación de grandes bandas guerreras capaces de atacar a enemigos a cientos de kilómetros. Muchos de los pueblos patrilineales atacados por grupos matrilineales organizados, tuvieron que adoptar una organización semejante en poco tiempo para no ser destruidos.

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Consejo central de las seis tribus iroquesas. Sólo votaban los sachems (jefes) de cada tribu, un total de cincuenta. También había un consejo femenino que hacía de contrapoder

Un resultado emergente de esta organización es cierto debilitamiento del complejo de supremacía masculina, cierta revalorización del sexo femenino, lo cual redunda en la evitación del infanticidio femenino (la proporción entre sexos es paritaria, mientras que entre los Yanomami, un caso extremo de supremacía masculina, patrilinealidad y patrilocalidad, esa proporción llega a 140:100) y el uso de otros métodos de control demográfico. Sin embargo, un sistema matrilineal-matrilocal no es un matriarcado. Las mujeres iroquesas se ofendían terriblemente si eran golpeadas por sus maridos, pero no se atrevían a golpearlos a ellos; ellas mismas se consideraban inferiores y criadas de ellos, debido a su educación; Tenían poder para nombrar y deponer ancianos en el cuerpo de gobierno, pero ellas no podían pertenecer al consejo. El que las mujeres no consigan en ninguna estructura social ser tan influyentes “fuera de bambalinas” como los hombres debe atribuirse, según Harris, a la práctica de la guerra.

Las primeras aldeas agrícolas preestatales

Distintas evidencias comentadas por Graeber (2018) concluyen que el descubrimiento y extensión de la agricultura no marcó una transición inmediata en las estructuras políticas de las sociedades humanas. En aquellas partes del mundo donde los animales y las plantas se domesticaron por primera vez, no se detecta un «cambio» perceptible en la desigualdad o el control político cuando algunas poblaciones pasan del modo de producción recolector-cazador al agrícola-ganadero. La «transición» de vivir principalmente de recursos silvestres a una vida basada en la producción de alimentos típicamente tomó algo del orden de tres mil años. Si bien la agricultura permitió la posibilidad de concentraciones de riqueza más desiguales, en la mayoría de los casos esta posibilidad solo fue ensayada milenios después del descubrimiento de la agricultura. En el período intermedio, las personas en áreas tan alejadas como la Amazonía y la Media Luna Fértil del Medio Oriente más bien, ‘jugaban a la agricultura’  exploratoriamente, cambiando anualmente entre modos de producción, tanto como cambiaban sus estructuras sociales. Además, la «propagación de la agricultura» a áreas secundarias, como Europa, a menudo descrita en términos triunfalistas, como el comienzo de un inevitable declive en la caza y la recolección, parece haber sido un proceso muy tenue, que a veces fracasó, lo que llevó  al colapso demográfico de los agricultores, no de los recolectores-cazadores.

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Tiene aún menos sentido, según Graeber, hablar de la agricultura como la iniciadora de las clases sociales o de la propiedad privada. Es precisamente entre los pueblos «mesolíticos» que rechazaron la agricultura a principios del Holoceno, donde se empieza a observar una estratificación social cada vez más arraigada; o eso cabe deducir de sus entierros opulentos, sus guerras depredadoras y sus edificios monumentales. Al menos en algunos casos, como en el Medio Oriente, los primeros agricultores parecen haber desarrollado conscientemente formas alternativas de comunidad, para acompañar su forma de vida más intensiva en mano de obra. Estas sociedades neolíticas parecen sorprendentemente igualitarias cuando se comparan con sus vecinos cazadores-recolectores, con un aumento dramático en la importancia económica y social de las mujeres, claramente reflejado en su arte y vida ritual (aquí se contrastan las figuras femeninas de Jericó o Çatalhöyük con las hiper-masculinas  esculturas de Göbekli Tepe).

Otras evidencias recientes muestran que algunas de las primeras ciudades chinas existían hasta 1000 años antes que la aparición del Estado, con sus sistemas de control burocrático. En Mesopotamia, el valle del Indo y la cuenca de México, hay una evidencia creciente de que las primeras ciudades se organizaron siguiendo líneas autoconscientemente igualitarias, y los consejos municipales conservaron una importante autonomía del gobierno central. En los dos primeros casos, ciudades con sofisticadas infraestructuras cívicas florecieron durante más de medio milenio sin rastro de entierros o monumentos reales, sin ejércitos permanentes u otros medios de coerción a gran escala, ni ningún indicio de control burocrático directo sobre la vida de la mayoría de los ciudadanos.

Tales evidencias conducen a Graeber a la conclusión de que la institucionalización de un estado altamente jerárquico no es siempre irreversible: “Alrededor del año 200 DC, la ciudad de Teotihuacan en el Valle de México, con una población de 120,000 habitantes (una de las más grandes del mundo en ese momento), parece haber sufrido una profunda transformación, dando la espalda a los templos piramidales y al sacrificio humano , y reconstruirse como una vasta colección de villas confortables, todas casi del mismo tamaño. Se mantuvo así unos 400 años. Incluso en los días de Cortés, el centro de México aún era el hogar de ciudades como Tlaxcala, dirigida por un consejo electo cuyos miembros eran azotados periódicamente por sus electores para recordarles quién era el responsable final.”

La desglaciación también provocó un aumento sostenido de las temperaturas globales y de las tasas de precipitación hasta el año 9.000 BP, que hizo reverdecer a las praderas euroasiáticas e incluso al desierto del Sahara. Esta época es testigo de los primeros modos de producción que abandonan la caza-recolección y se basan principalmente en la domesticación de plantas y animales, en Mesopotamia, Norte de Africa, China, Sur de Asia, y Norteamérica, extendiéndose los siguientes milenios hacia regiones más septentrionales.

El fin del retroceso glacial de 7.000-6.000 BP fue otro periodo con fuertes consecuencias climáticas y, aparentemente, con fuertes impactos en los modos de producción de las sociedades humanas. En primer lugar, el nivel del mar se elevó 150 m por encima de su nivel en el máximo glacial de 20.000 BP y se estabilizó en ese nivel, parecido al actual, desde entonces. Al ser un nivel alto respecto a las plataformas continentales, provocó amplios estuarios poco profundos, y amplios deltas fluviales y llanuras inundables en las partes bajas de los ríos, lo cual aumentó la productividad primaria y los recursos pesqueros en las zonas costeras por un factor 10. De este modo, estas regiones costeras pasaron a poder sustentar una densidad de población cuatro veces superior a la de las regiones interiores, y proporcionaron nutrientes críticos como el DHA (ácido docosahexaenoico), un componente esencial de los sistemas nerviosos y cerebros en animales complejos (Day et al. 2012).

Según Harris, una característica que tiene la agricultura es que la inversión de trabajo humano en la obtención de alimentos se podía hacer durante largos años sin sufrir agotamientos bruscos ni pérdidas de eficiencia, cosa que no ocurría en la caza-recolección. Eso se debía en parte a esos factores ambientales nuevos surgidos de la estabilización del nivel del mar en el holoceno. Al ser la capacidad de sustentación de sus territorios 4 veces mayor que los circundantes, es posible que algunas de las primeras aldeas agrícolas ensayaran la intensificación de sus tierras para evitarse los costes psicológicos y sociales de mantener constante su población.

Las dietas ricas en calorías y medianamente ricas en proteínas pudieron ser habituales en las aldeas agrícolas más fértiles y situadas cerca del mar. Estas dietas es probable que redujeran la efectividad de la lactancia prolongada como método anticonceptivo. En segundo lugar, el sedentarismo hizo posible poder cuidar a más de un hijo a la vez, cosa enormemente difícil para los cazadores-recolectores. En tercer lugar, las tareas agrícolas aumentan su rendimiento con el trabajo extra que pueden aportar los niños. Finalmente, la relajación del control de la natalidad evita los costes psicológicos y sociales que tenía el infanticidio femenino, método que utilizaban los cazadores-recolectores para controlar el crecimiento de su población.

Las instituciones políticas de los big men y de las jefaturas

El modo de producción agrícola y el cazador-recolector mixto con agricultura son intensificables, y por tanto permiten la institucionalización de sistemas socio-técnicos nuevos en el nivel de la estructura política. Un ejemplo son los big men. Estos grandes hombres son sujetos especialmente carismáticos que estimulan la intensificación de la producción en ciertos periodos de tiempo, recompensando simbólicamente a aquellos que trabajan más y redistribuyendo los excedentes en grandes festines. Además, se sirven de su prestigio y de las riquezas producidas por sus seguidores para organizar expediciones comerciales y militares contra aldeas enemigas.

En su etapa más prístina e igualitaria, muy estudiada en pueblos de Melanesia, Nueva Guinea, Norteamérica, África, y otros lugares durante el siglo XX, se trata de individuos trabajadores, ambiciosos y llenos de civismo, que persuaden a sus parientes y vecinos para que trabajen para ellos, con el fin de celebrar un gran festín redistribuidor con lo producido (Potlatch, en el Norte de Canadá). En dicho festín, el gran hombre distribuye ostentosamente pilas de alimentos pero no guarda nada para sí. Si el festín es un éxito, su círculo de partidarios se amplía y él los anima a empezar a trabajar para dar otro aún mayor, luego para construir un casino para sus partidarios, luego para erigir una escultura ceremonial (como las de la Isla de Pascua), y así sucesivamente. Cuando alcanza fama de “gran proveedor” se le llama mumi entre los siuai de Nueva Guinea. Un nuevo mumi ha de desafiar a los que surgieron antes que él invitándolo a un festín que el otro ha de devolver con igual o mayor generosidad en el plazo de un año. Estos retos van haciendo caer en desgracia a los mumi con menor poder de convocatoria.

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Xi’xa’niyus, un big men de los Kwakwaka‘wakw de British Columbia, junto a su mujer en 1913.

Según Harris, una importante función emergente de esta institución es impedir que la inversión de trabajo retroceda a niveles que no ofrezcan márgenes de seguridad ante posibles pérdidas de cosechas, guerras, y otros eventos frecuentes. Con los sucesivos desafíos, se crea una red de expectativas económicas que aúna el esfuerzo productivo de poblaciones mucho más extensas que la aldea local. Esto actúa como compensador automático de las fluctuaciones anuales de la productividad local en un grupo de aldeas que ocupan microambientes distintos: los festines más grandes de un año tendrán como anfitriones a las aldeas que han gozado de mejores condiciones de pluviosidad, temperatura, humedad, migraciones de peces, etc. Todos los años, los más ricos tenderán a dar y los pobres recibirán; la única condición es que los pobres admitan cada vez que el mumi rival era un “gran hombre”.

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Regalos para distribuir entre los invitados a un potlatch dado por Xi’xa’niyus en 1914

La institución del gran hombre es típica de algunas sociedades que combinan la caza-recolección con la agricultura a pequeña escala, y contrasta con las instituciones e ideologías de la reciprocidad, habituales en las sociedades cazadoras-recolectoras. En estas se considera de muy mala educación dar las gracias por la carne que un cazador distribuye a partes iguales entre sus compañeros, ya que sugiere que o bien uno calcula el tamaño del trozo de carne recibido, o que está sorprendido por el éxito y la generosidad del cazador. En sociedades cazadoras-recolectoras, la búsqueda del estatus mediante redistribución competitiva es inconcebible (R. Dentan; R. Lee; M. Harris).

Los pueblos igualitarios sienten repugnancia y temor ante la más ligera insinuación de ser tratados con generosidad o de que una persona piense que es mejor que otra. Por ello, si reciben un regalo, lo reciben sin aspavientos y con indiferencia, buscándole defectos incluso si les parece excesivo. En estos pueblos, las personalidades estajanovistas tipo big-men constituirían una amenaza para la sociedad. Si consiguiera que sus seguidores trabajaran intensivamente un año seguido, como hacen los big men, ahuyentarían a toda la caza a kilómetros de distancia, y romperían el equilibrio ecológico. De ahí que entre los bosquimanos (cazadores de espectro amplio) el mayor prestigio corresponda al cazador seguro y discreto que nunca se jacta, ni considera que hace un regalo cuando divide en piezas el animal cazado.

La jefatura redistributiva añade a la función redistributiva el mantenimiento y equipación de un séquito de guerreros, y la indemnización a sus familias en caso de muerte de alguno. En algunas de éstas, los jefes pasan de las formas simétricas de redistribución (en las que el producto íntegro vuelve al productor) a las asimétricas (en las que los redistribuidores retienen porciones cada vez mayores durante tiempos cada vez más prolongados), para financiar expediciones guerreras cada vez más lejanas y séquitos militares permanentes. Estas instituciones se suelen llamar jefaturas simples. Muchas parecen haber nacido de las primeras jefaturas redistributivas.

Los primeros estados

Según autores como Harris o Michael Mann, hay entornos ecológicos que parecen haber facilitado la conversión de las jefaturas en estados. Autores tan distintos como Rousseau y Marx concluyeron que la estratificación social (económica) y la dominación de una clase dirigente sobre el resto fueron resultado de la adopción de la propiedad privada por sociedades que practicaban la propiedad común. Sin embargo, durante tiempos prolongados (del orden del milenio) antes de la aparición de los primeros estados, las sociedades parecen haber utilizado diversas combinaciones de derechos de propiedad: individual, familiar (del grupo de parentesco), de grupos de edad, de aldeas y de clanes, sin que la presencia de propiedad individual haya derivado en grandes asimetrías económicas, ni en dominación política, ni en la aceptación permanente de la dominación.

En cuanto a la jerarquía social, todos esos grupos pre-estatales institucionalizan autoridades tales como juntas de ancianos portavoces de su grupo de parentesco, big men distributivos, o jefaturas militares, pero esa autoridad sólo confería posición social, prestigio, no podían privar a otros de recursos valiosos escasos (salvo tras grandes discusiones), ni de sus medios de subsistencia. Además, el grupo aceptaba que repartiese riquezas, pero no que se las apropiara. Esas personas eran «ricas por lo que repartían, no por lo que acumulaban» (Clastres, Fried, citados por Mann 1991).

En Europa por ejemplo, entre poco después del año 4.000 al 500 a.C., los cazadores-recolectores, y los primeros cazadores-agricultores, parecen haber alternado entre vida nómada en unas estaciones y vida sedentaria con grandes celebraciones colectivas de distintas bandas en otras estaciones. En estos momentos de reunión, se toleraba una élite de linaje centralizada que organizaba los grandes ceremoniales y obras públicas (como Stonehenge), pero esa autoridad era sólo estacional y no derivaba nunca en una estratificación social permanente.

Según Mann (1991), los pueblos preestatales raras veces han cedido a las élites poderes que no pudiera recuperar y, cuando lo ha hecho, ha tenido siempre la opción de desplazarse físicamente fuera del radio de influencia del nuevo poder, apoyando a un big man diferente, o emigrando a regiones libres, lo cual debilitaba a la incipiente élite. por otro lado, siempre han diversificado los tipos de autoridad (ancianos de las familias locales, jefes de linaje, big men, jefes militares) entre diferentes personas, de modo que unas autoridades limitaban a las otras. Si alguna de estas autoridades se vuelve demasiado poderosa, lo habitual era deponerla en asamblea, y si ello no era posible, se le daba la espalda en favor de otras autoridades, o se emigraba a otro asentamiento diferente.

Algunos autores (como Nisbet) han concluido que la conquista militar de grupos étnicos distintos al propio, como los pastores nómadas que atacan a pueblos agricultores (Oppenheimer), ha sido el desencadenante clave de los primeros estados. Sin embargo, como argumenta Clastres y Mann, este mecanismo  presupone ya una estructura estatal en el grupo atacante, luego no explica nada. Las sociedades preestatales son tajantemente igualitarias en lo político: limitan el poder de los jefes de guerra exclusivamente a los tiempos en que persiste una amenaza exterior y para objetivos bélicos, y no otros.

¿Cómo la sociedad perdió los controles que impiden que un jefe adopte un poder económico y político permanentes sobre el resto de la sociedad?

Los primeros estados se produjeron en cuatro (según algunos autores este número podría aumentarse hasta seis) lugares geográficos con entornos ecológicos muy particulares y parecen haberse producido por una serie de accidentes, facilitados por ese entorno ecológico, pero no siguiendo una tendencia universal de todas las sociedades humanas.

Los jefes deben revalidar su aceptación como jefes conduciendo a victorias militares, obteniendo mercancías y regalando bienes regularmente a sus partidarios. Un jefe se espera que sea también un gran proveedor. Sin embargo, su poder como jefe está limitado materialmente por su capacidad técnica real de acumular y controlar alimentos, y especialmente proteínas, que son el alimento más valorado. Los cereales se adaptan bien a ese control pues aguantan sin pudrirse varias estaciones. No es el caso del ñame tobriandés, los tubérculos, la mandioca, calabazas, frutas y otros alimentos perecederos. Otro factor limitante del poder de los jefes es la presencia geográfica de recursos libres: lagos con peces, océanos fértiles, lluvias abundantes, etc., que no pueden ser controlados por él sin chocar con valores culturales o con inversiones anti-económicas.

Los valles fértiles cercanos al mar de Medio Oriente, Río Amarillo, cuenca Indo-gangética y la américa latina del maíz (Olmecas), fueron entornos especialmente receptivos a la intensificación continua, con proteínas acumulables largo tiempo (cereales) y con altos rendimientos agrícolas. Estas condiciones ecológico-materiales, unido al confinamiento geográfico, parecen haber facilitado la aparición de los primeros grandes estados en dichas zonas, a partir de una intensificación sucesiva del poder de las jefaturas. Tanto la agricultura cerealera en valles fluviales con regadíos como la agricultura cerealera-ganadera mixta dependiente de la lluvia son muy intensificables mientras las densidades de población son tan moderadas como en el mundo neolítico.

La subida de las tasas de natalidad y crecimiento de la población que ensayaron algunos pueblos agrícolas aumentaron aún más esa intensificación. En Oriente Medio, la población pasó de 100.000 habitantes en el año 8.000 a.C. a 3 millones en el 4.000 a.C.; en Egipto se duplicó entre el 4.000 a.C. y el 3.000 a.C.; en México se triplicó, etc.

Según Carneiro, una condición que fue esencial para la génesis de los primeros estados fue la circunscripción ecológica: los campesinos que estaban descontentos con los impuestos en especie que las jefaturas les demandaban tenían normalmente la posibilidad de alejarse a otra región más igualitarias o con jefatura más laxa; pero en los valles fluviales (o regiones lluviosas) que están rodeados de desiertos esta posibilidad queda muy restringida. Los descontentos que se alejan se encuentran en situación económica más desfavorable que los que se quedan, aunque éstos tengan que pagar impuestos por usar los recursos y aquellos no. Este factor ecológico, unido a la exploración de las funcionalidades (en obras públicas y capacidad de empresas bélicas) que traen las jefaturas, parecen haber desencadenado la conversión de jefaturas en estados, por primera vez en seis regiones geográficas muy determinadas: las orillas del Tigris y el Éufrates (3.300 a.C.); orillas del Nilo (3.100 a.C.); valle del Indo (2.000 a.C.); cuenca del río Amarillo (2.000 a.C.); ríos costeros peruanos y altiplano andino (0); meseta central mejicana al sur de Tehuantepec (300 d.C.).

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Visión artística de Ur, una de las primeras ciudades-estado

Mann (1991) está de acuerdo en el papel fundamental de la circumscripción geográfica, pero cree que el regadío en regiones rodeadas de desiertos facilitó dos procesos confinantes paralelos.

En primer lugar, los pueblos preestatales habían permitido siempre algunas formas de propiedad familiar e individual (los equivalentes más cercanos de lo que hoy llamaríamos propiedad privada). Era funcional que una familia agricultora, por ejemplo, tuviera el trozo de tierra que rodea a su casa bajo el régimen de propiedad familiar (en paralelo a las explotaciones comunes, como bosques o praderas de pasto), y ello no había perturbado nunca la esencia igualitarista y democrática de esas sociedades. Sin embargo, en el marco de una cuenca de regadío, un emplazamiento familiar cercano al suelo de aluvión, a la orilla del río, al agua canalizable, o a un pozo, creaba grandes diferencias de productividad. Las familias extensas que explotaban esos emplazamientos privilegiados debieron acumular excedentes económicos mucho mayores que el resto, alrededor del 3.000 a.C. en Sumeria. Según Mann, el intercambio comercial a través del río de esos excedentes con pueblos cercanos acrecentó esa desigualdad.

Los excedentes permitió a algunas familias extensas y aldeas bien situadas retirar a algunos miembros de la producción directa para dedicarlos a la artesanía, el comercio, y oficios de apoyo a las autoridades redistribuidoras de grano en los primeros templos. Sus sustitutos fueron jornaleros dependientes de la periferia o esclavos de guerra (o por deudas). Esta desigualdad económica fue surgiendo durante el cuarto milenio a.C. y facilitó pues una movilidad a algunos miembros de la familia, que les permitió dedicarse profesionalmente a la gestión del excedente de las tierras colectivas. El almacén colectivo y el mercado de intercambios estarían centralizados, y cuanto mayores fueran los excedentes, más defensa necesitarían. El templo parecía además actuar como árbitro entre aldeas que discrepaban por el precio de alguna mercancía, los derechos consuetudinarios de riego, o la aportación a los gastos comunes (para las semillas, reparaciones de canales, consumo del templo, impuestos).  Algunos autores piensan que el templo, primera autoridad administrativa centralizada, debía estar gobernado por una «cámara baja» de varones adultos libres de la ciudad y una «cámara alta» de ancianos. Pero es posible que lo fuera por una oligarquía flexible de los jefes de las familias más importantes y quizás también de los barrios de la ciudad. Hacia el año 3.000 a.C., esta gran «casa de todos» que era el templo iba convirtiéndose poco a poco en un centro con élites y especialistas permanentes de la administración política y en una monarquía, que se fue afianzando en el milenio siguiente.

El proceso fue mucho más lento en Mesopotamia que en el Nilo, según Mann porque los canales del Éufrates cambiaban de forma demasiado impredeciblemente como para que cualquier sistema de planificación hidráulica pudiera controlarlos en aquella época, y el Tigris corría demasiado rápido y profundo. De modo que la forma social que surgió fue la ciudad-Estado (de 1.000 a 20.000 habitantes), que sólo ejercía control sobre un tramo y un cauce lateral limitados del río. Los jefes militares eran delegados de la asamblea del templo para tiempos de guerra, pero procedían generalmente de las familias más acaudaladas, por lo que en muchos casos usaron sus excedentes familiares y los botines de guerra para realizar donaciones al templo, obras públicas y ejércitos permanentes que acrecentaron su poder político frente a las asambleas del templo. Los detalles de esta transición a un déspota permanente es oscura, pero estaba finalizada en el 2.500 a.C., con las 12 ciudades mesopotámicas bajo la autoridad de un rey. Es probable que los jefes militares acaudalados invirtieran en convertir a sus ejércitos en permanentes, y fueran apoyados por sus acaudaladas familias. Pero lo que debió ser crítico fue que, en algún momento, la mayor parte de los grupos sociales consintieran con que los que dirigían el templo y los que dirigían los ejércitos cuasi-permanentes fueran el mismo grupo social. Tal unificación del mando político y el militar quizás fue percibido como ventajoso en una coyuntura de guerras frecuentes con otras ciudades, pero institucionalizó el control de unos medios de organización muy eficaces por parte de un grupo muy reducido de la sociedad. Tal institucionalización de medios de control social importantes para todos en las manos de una minoría, otorgó a esa minoría unos privilegios que acrecentó aún más la asimetría, hasta que la mayoría no pudo volver a recuperar los medios de control social delegados. Además, en estas ciudades agrícolas rodeadas por desiertos, los regantes no contaban con la posibilidad de abandonar sus tierras fértiles privadas y marchar a otra tierra libre y de similar fertilidad.

Estos estados prístinos muestran un periodo inicial de prosperidad sostenida paralela a un aumento vigoroso de la población, una erosión paulatina de los niveles de vida, y una tercera fase de agotamientos ecológicos. En esta tercera fase, los recursos forestales demostraron ser especialmente vulnerables al incremento de los animales domésticos. Entre el 7000 a.C. y el año 0, los bosques de Anatolia se redujeron del 70 al 13%; los del Caspio, a la cuarta parte, los bosques húmedos de Oriente Medio a la mitad; los de Zagros a la quinta parte, y los de las montañas de Elburz y Corasán a la veinteava parte.

Grandes áreas se convirtieron en malezas y las tierras empezaron a erosionarse, y millones de hectáreas de praderas pasaron a desiertos, por sobrepastoreo. Entonces la carne empezó a escasear otra vez, como en el final de los modos de producción cazadores. Descendieron los niveles nutricionales, comenzaron las enfermedades epidémicas, las consecuencias negativas de la alta natalidad empezaron a hacerse severas, y ello fomentó, según Harris, la práctica habitual de la guerra. La explicación de este autor es que la cultura de la guerra estimula la desvalorización y el descuido sistemático de las niñas, aumentando las tasas de mortalidad y el infanticidio femenino.

Es verosímil que los primeros estados fomentaran las familias numerosas para incrementar su poder político recién ensayado frente a otros pueblos, y las ideologías pro-natalistas de algunos textos religiosos como la Biblia así lo confirman, por lo que la nivelación de las poblaciones de los grandes estados se produjo ya muy cerca de la capacidad de sustentación de sus tierras cultivables.

La capacidad de sustentación C de una superficie T de tierras cultivables se define como:

C = T [Y / (R+Y)] / A

Donde Y es la duración del periodo de cultivo (en años), R es la duración del periodo de barbecho (años), y A es el área de tierra cultivada requerida para proporcionar a un individuo medio la cantidad de alimento que ordinariamente se deriva de las plantas cultivadas por año. La capacidad de sustentación de un ecosistema suele estar limitado por factores tales como la producción primaria neta media del mismo, extensión del bosque o de la pradera, pluviosidad y variabilidad de la pluviosidad, calidad de los suelos, tiempos medios de recuperación de las especies cazadas y otros parámetros ecológicos, así como por la tecnología utilizada para extraer bienes del ecosistema.

Según Harris, las sociedades que no sufrían estímulos estatales para una natalidad alta, ni inmigraciones masivas, solían fijar su población antes de que se alcanzara el punto de los rendimientos decrecientes de su trabajo. El rendimiento del trabajo se define como calorías obtenidas por unidad de trabajo empleado en obtenerlas. Ese punto se suele alcanzar antes del punto de máxima producción posible del ecosistema o capacidad de sustentación, tal como ilustra la figura siguiente.

rendimientos decrecientes

Si se invierte trabajo adicional más allá del punto de rendimientos decrecientes (línea vertical a trazos de la izquierda), las calorías obtenidas per cápita son siempre decrecientes, lo cual conduce a una disminución de los niveles de bienestar y a la esperanza de vida, así como a un agotamiento creciente de los recursos naturales. Según Harris, las sociedades estatales que se adentran mucho en la región entre punto de rendimientos decrecientes y punto de producción total máxima (entre las dos líneas verticales a trazos) lo hacen a expensas de aumentar la probabilidad de perturbaciones políticas internas. Esta clase de evidencia fue generalizada por Tainter (1990) cuando propuso como variable clave para explicar el colapso de las sociedades complejas a el rendimiento (decreciente), no del trabajo, sino de la complejidad social.

Las políticas pro-natalistas e intensificadoras de los grandes estados hidráulicos llevaron sin embargo a muchos de ellos muy cerca de la capacidad de sustentación de sus campos. Ello provocó un aumento de la pobreza, que no pudo evitar ni la introducción del arado ni las mejoras en los canales de regadío.

Con las poblaciones de los grandes estados en el umbral de pauperización, la población se volvió estacionaria durante miles de años. Tales estados eran conejeras llenas de campesinos analfabetos que se afanaban de sol a sol para conseguir dietas vegetarianas deficientes en proteínas. Vivían poco mejor que sus bueyes, y controlados por “seres superiores” que sabían escribir y controlaban la manufactura y el uso de armas de guerra y coacción.

Estos estados eran civilizadísimos en sus clases altas, gestoras de grandes excedentes. Utilizaron su poder militar, relativamente mayor que sus vecinos, para incorporar ciudades externas proveedoras de bienes útiles para el Estado, y otras situadas en sitios de paso estratégicos en las rutas comerciales, hasta generar imperios geográficos. Estos imperios duraron en muchos casos miles de años. La secuencia de sucesos por la cual pueblos inicialmente libres fueron embaucados (y se convencieron a sí mismos) para trabajar como siervos para alimentar a más gente (utilizables para los fines de las clases dominantes) en niveles de bienestar inferiores a los de un cazador-recolector demuestra que no hay nada en la historia humana que asegure el llamado progreso material y moral.

Es posible que muchas sociedades humanas rehusaran adoptar tecnologías agrícolas y aumentar la producción y las tasas de natalidad, porque intuyeron la trampa. Pero la suerte de todos los pueblos libres estaba echada en cuanto uno solo de ellos ensayó el nuevo sistema socio-técnico estatal. Todas las sociedades cazadoras-recolectoras fueron destruidas o incorporadas a los sistemas de dominación estatales en expansión.

Marx fue quien primero vio (en Formaciones económicas pre-capitalistas, 1858) la relación entre el control de los canales de regadío y la aparición de inmutables despotismos de agricultura intensiva. Wittfogel (en Despotismo Oriental, 1957) desarrolló esa teoría. Los trabajos, necesarios para todos, de construcción, limpieza y mantenimiento de canales y represas, hipertrofió las funciones agrogerenciales del Estado y su control jerárquico del sistema de regadío. Además, dado que el control del agua era control sobre las calorías alimentarias, las élites estatales tenían el poder material, no sólo fantasmal, de eliminar a cualquier posible disidente político.

Este sistema despótico era especialmente estable a las revueltas, y sólo cambiaba cuando la corrupción y la dejación de funciones iba apoderándose de la élite, momento en que el descontento y la bajada de la producción ponían en crisis la dominación, y la élite reinante era revocada por élites competidoras, por su ejército o por estados vecinos, y la historia continuaba con una dinastía nueva.

Según Harris, esta teoría de Marx-Wittfogel sugiere algo muy interesante y que, podemos añadir, es coherente con la forma como se producen muchos cambios estructurales sinergéticos en sistemas complejos: los (quizás únicos) momentos en que la movilización consciente puede ser determinante en la historia política-económica es cuando la infraestructura económica-tecnológica está en crisis debido a cambios ambientales-ecológicos o a pérdida de adaptación con los ecosistemas. Cuando toda la sociedad se ha comprometido ya con una relación concreta entre sistemas tecno-sociales y ecosistema, es probable que durante largo tiempo no pueda hacerse nada que desestabilice la estructura política-jurídica, pues la infraestructura económica tiende a inducir a las relaciones de producción y a las estructuras políticas a que se reproduzcan siempre de forma acorde con dicha infraestructura material.

Algunos tabúes culinarios

La escasez de carne animal en los estados superpoblados presionó hacia que se consumieran animales que no eran sacrificados anteriormente, por ser útiles para tirar del arado. Según Harris, esto motivó el que se declarara sagrada a la vaca en la cuenca fluvial indo-gangética.

En el periodo védico primitivo (2.000 a 1.000 a.C.) la llanura del Ganges estaba todavía cubierta por bosques vírgenes. En el 300 a.C. apenas quedaba un árbol. Esa deforestación fue acompañada por una población que creció hasta cerca de 100 millones de personas en India, la mitad de ellas en el Valle del Ganges. De 10-25 bueyes por familia en el 1.000 a.C. se pasó a apenas 2. La deforestación agravó las inundaciones, a las que seguían a veces varios años de sequías. El Mahabarata nos habla de una sequía que duró 12 años. El poema cuenta que lagos, fuentes y manantiales se secaron y fue necesario abandonar la cría de ganado vacuno y la agricultura. Los mercados se vaciaron, y cesaron las fiestas y el sacrificio de animales. La gente abandonó las ciudades y caseríos. Los seres humanos vagaban entre huesos de animales muertos, evitándose unos a otros por miedo. Los templos fueron abandonados, los ancianos expulsados de sus casas, y hasta los brahmanes morían sin protección. Hierbas y plantas se marchitaron y la tierra parecía un crematorio; y añade el poema: “en esa espantosa época en que la rectitud tocaba a su fin, los hombres empezaron a comerse unos a otros”.

vaca

La vaca cebú es una fábrica productora de bueyes, aunque ella misma no tire del arado. La especie cebú está adaptada al ecosistema monzónico indio, donde son habituales las sequías de muchos años seguidas de años muy pluviosos. La reserva de grasa que tiene sobre la espalda le permite seguir tirando del arado y alimentándose de pequeñas cantidades de hierba durante largos meses, mucho después de que otras especies han muerto, e incluso seguir dando medio vaso de leche al día. Según Harris, los indios clásicos fueron conscientes de que los campesinos que, en épocas de sequía, sucumbieron a la tentación de sacrificar a su vaca para comérsela, al cabo de poco tiempo tuvieron que abandonar su campo para dedicarse al bandolerismo y otras actividades desesperadas; mientras que los que consideraron a sus vacas como parte de su familia, son los que sostuvieron la civilización en épocas de sequías extremas. La institucionalización de la vaca como animal sagrado parece por tanto una consecuencia de esa experiencia secular de la enorme importancia que tiene la vaca cebú para la adaptación de la sociedad india a su ecosistema.  Ese rasgo ideológico-cultural parece haber sido una adaptación de la super-estructura cultural a las prácticas económicas más adaptadas al ecosistema.

En China, en cambio, donde los bosques perduraron mucho más tiempo alrededor del Rio Amarillo, el animal rastrojero de la aldea no es la vaca como en India sino el cerdo, que además sirve como fuente de proteínas.

El tabú de comer carne de cerdo, que es compartido por culturas y religiones distintas de Oriente Medio, parece estar motivado por otra adaptación de la esfera ideológica a las prácticas económicas más compatibles con el ecosistema. Mientras que la vegetación boscosa tropical y subtropical era abundante en Oriente Medio en el año 7.000 a.C., a partir del 4.000 habían casi desaparecido, y grandes extensiones de praderas pasaron a desiertos debido al sobrepastoreo. Cuando los israelitas llegaron a Palestina (1.200 a.C.) las colinas no cultivadas de Judea y Samaria fueron también taladas y cultivadas, aumentando aún más la escasez de bosques.

El cerdo es sin embargo originalmente, un animal de bosques, orillas de ríos y pantanos. Está mal adaptado a las altas temperaturas y a la luz solar porque no puede sudar ni tiene pelo. Debe humedecer continuamente su piel con lodo limpio y fresco, o bien agua, o su propia orina y heces si no encuentra otra cosa.

The Wooded Pig

En su hábitat natural boscoso, el cerdo come tubérculos, raíces, frutos y nueces que caen al suelo. Si se alimenta de vegetales con mucha celulosa pierde totalmente su ventaja con respecto a los rumiantes como convertidor de vegetales en carne y grasas: a diferencia de vacas, cabras, carneros, burros y caballos, los cerdos no pueden metabolizar cáscaras, tallos ni hojas fibrosas. Pero con la desaparición de su hábitat, los cerdos debieron de ser alimentados en Oriente Medio cada vez más con cereales como suplemento, lo cual los debió convertir cada vez más en competidores de los seres humanos por el alimento. Además, su costo de mantenimiento aumentó porque necesitaban sombra y humedad artificiales. Pero no dejaban de ser una fuente atractiva de proteínas y grasas, sobre todo para las élites. Los beneficios a corto plazo de poder comer esas proteínas hubieran supuesto costos a largo plazo y una inadaptación de la sociedad como un todo a los nuevos ecosistemas sin bosques, si se criaban a gran escala. Los tabús gastronómicos que se encuentran en el Antiguo Testamento se ocupan, según Harris, de prohibir sólo las fuentes de carne costosas socialmente, entre ellas el cerdo.

La infraestructura cerealera-ganadera mixta dependiente dela lluvia

La Europa anterior a la Edad Media se caracterizó por modos de producción de esta clase, basados en nevadas invernales (salvo en el Mediterráneo) y lluvias de primavera. La agricultura dependiente de las lluvias fomenta unidades políticas dispersas y multicéntricas. Los jefes o nobles no pueden impedir que la lluvia caiga por igual sobre todos, por lo que son mucho menos poderosos que los emperadores hidráulicos.

Un ejemplo especialmente poderoso de esta clase de sociedad fue el Imperio Romano. El emperador romano basó su poder en esta clase de agricultura, unido al pillaje durante los momentos de expansión, y al control de las rutas comerciales mediterráneas y sus impuestos asociados. Sin embargo, el Imperio nunca llegó a perder del todo sus instituciones republicanas, que atemperaban el poder del Emperador, y duró sólo cinco siglos, a diferencia de imperios hidráulicos como el chino, que duró 4 milenios. Cuando se desintegró, la descentralización de la producción de base dependiente de la lluvia impidió volver a reconstruirlo a todos los líderes que lo intentaron.

El resto de pueblos de Europa también tenían modos de producción dependientes de la lluvia aunque sin ese control militar de las rutas comerciales que llegó a adquirir el estado romano. Antes del Imperio Romano, estos pueblos comenzaron siendo jefaturas aldeanas semi-independientes; con el tiempo y la interacción con vecinos estatales, la mayoría de esas jefaturas fueron adoptando una estructura feudal, que se mantuvo tras la caída del Imperio Romano.

aldea germanica

Los germanos, por ejemplo, eran pastores y agricultores seminómadas, con asentamientos aldeanos poco duraderos.​ A principios de la era cristiana no tenían ningún tipo de estructura política que pudiéramos llamar Estado. Todos se regían por formas de jefatura más o menos identificables con una monarquía electiva. El rey o «jefe de la tribu» era elegido coyunturalmente (no de forma vitalicia) para el liderazgo militar, por una asamblea de guerreros que era la realmente soberana a la hora de administrar justicia, pactar la paz o declarar la guerra. El rey era un primus inter pares, y todos los guerreros se consideraban sus iguales, e iguales entre sí, al menos en teoría. En tiempos de César, los germanos tenían solamente una propiedad colectiva sobre las tierras cultivables, que eran sorteadas igualitariamente entre todas las familias cada año. Es posible que en aldeas más sedentarias este sistema de sorteo hubiese dado paso a un reparto más o menos igualitario de las tierras en forma de propiedad privada alrededor de la casa familiar. El ganado, que pastaba en las tierras comunales, es posible que hubiese pasado también de compartido a privado. En tiempos de Tácito la tribu no parece ya igualitaria. La estratificación social por la riqueza ya es evidente así como la diferenciación de clases con marcadas desigualdades económicas y sociales, que el atesoramiento, el botín de guerra, el incremento del comercio a larga distancia de productos de lujo (esclavos, caballos, vino, madera, ámbar, telas, cerámica, metales, orfebrería, joyas y armas) e incluso el uso de la moneda romana no hacía más que incrementar.

Engels (El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, Cap. 8) sugiere un posible mecanismo para la conversión de las jefaturas germanas en estados feudales, que según él se dio según tras las invasiones al Imperio Romano:

Los pueblos germanos, dueños de las provincias romanas, tenían que organizar su conquista. Pero no se podía absorber a las masas romanas en las corporaciones gentilicias, ni dominar a las primeras por medio de las segundas. A la cabeza de los cuerpos locales de la administración romana, conservados al principio en gran parte, era preciso colocar, en sustitución del Estado romano, otro Poder, y éste no podía ser sino otro Estado. Así, pues, los representantes de la gens tenían que transformarse en representantes del Estado, y con suma rapidez, bajo la presión de las circunstancias. Pero el representante más propio del pueblo conquistador era el jefe militar. La seguridad interior y exterior del territorio conquistado requería que se reforzase el mando militar. Había llegado la hora de transformar el mando militar en monarquía, y se transformó.

El caso de los francos también es comentado por Engels:

Correspondió a los salios victoriosos [una tribu de los francos] la posesión absoluta no sólo de los vastos dominios del Estado romano, sino también de todos los demás inmensos territorios no distribuidos aún entre las grandes y pequeñas comunidades regionales y de las marcas, y principalmente la de todas las extensísimas superficies pobladas de bosques. Lo primero que hizo el rey franco, al convertirse de simple jefe militar supremo en un verdadero príncipe, fue transformar esas propiedades del pueblo en dominios reales, robarlas al pueblo y donarlas o concederlas en feudo a las personas de su séquito. Este séquito, formado primitivamente por su guardia militar personal y por el resto de los mandos subalternos, no tardó en verse reforzado no sólo con romanos (es decir, con galos romanizados), que muy pronto se hicieron indispensables por su educación y su conocimiento de la escritura y del latín vulgar y literario, así como del Derecho del país, sino también con esclavos, siervos y libertos, que constituían su corte y entre los cuales elegía sus favoritos. A la más de esta gente se les donó al principio lotes de tierra del pueblo; más tarde se les concedieron bajo la forma de beneficios, otorgados la mayoría de las veces, en los primeros tiempos, mientras viviese el rey. Así se sentó la base de una nobleza nueva a expensas del pueblo.

Pero esto no fue todo. Debido a sus vastas dimensiones, no se podía gobernar el nuevo Estado con los medios de la antigua constitución gentilicia; el consejo de los jefes, cuando no había desaparecido hacía mucho, no podía reunirse, y no tardó en verse remplazado por los que rodeaban de continuo al rey; se conservó por pura fórmula la antigua asamblea del pueblo, pero convertida cada vez más en una simple reunión de los mandos subalternos del ejército y de la nueva nobleza naciente (…) Los campesinos libres propietarios del suelo, que eran la masa del pueblo franco, quedaron exhaustos y arruinados por las eternas guerras civiles y de conquista -por estas últimas, sobre todo, bajo Carlomagno- tan completamente, como antaño les había sucedido a los campesinos romanos en los postreros tiempos de la república. Estos campesinos, que originariamente formaron todo el ejército y que constituían su núcleo después de la conquista de Francia, habían empobrecido hasta tal extremo a comienzos del siglo IX, que apenas uno por cada cinco disponía de los pertrechos necesarios para ir a la guerra. En lugar del ejército de campesinos libres llamados a filas por el rey, surgió un ejército compuesto por los vasallos de la nueva nobleza. Entre esos servidores había siervos, descendientes de aquéllos que en otro tiempo no habían conocido ningún señor sino el rey, y que en una época aún más remota no conocían a señor ninguno, ni siquiera a un rey.

Esta descripción de Engels no recurre estrictamente a una teoría del conflicto para explicar la génesis de los estados feudales, sino que introduce elementos que podríamos considerar propios de las teorías funcionalistas. Sugiere que las instituciones sociales van surgiendo como forma de resolver nuevos problemas colectivos, y que algunas secuencias de innovaciones institucionales  acaban llevando a estructuras políticas del tipo estatal. Algunas de esas fórmulas institucionales pueden haber sido defendidas y promovidas por puro interés personal y familiar por los jefes tribales, pero su adopción no es necesariamente impuesta a la fuerza sobre los demás grupos sociales. En el caso de los germanos y los francos, esas adopciones tuvieron que ser aceptadas en asambleas por la mayoría de la tribu, es decir, que fueron percibidas por la mayoría como una forma de resolver problemas nuevos con más ventajas que inconvenientes.

Hay que ser muy perspicaz para sospechar a donde puede conducirnos a largo plazo la aceptación de una innovación socio-técnica o institucional. Y sin embargo, el momento de reflexionar con cuidado era el momento de la innovación socio-técnica. Una vez establecido un nuevo hábito en el pueblo, en este caso el vasallaje, es difícil recordar cuáles fueron los resortes mentales que constituyeron el hábito perdido, y mucho más imaginar cómo serían los de un hábito que se dice que fue el de nuestros padres pero que nunca llegamos a practicar personalmente (la democracia asamblearia). Esa economía mental que tenemos los humanos de confiar en los hábitos salvo cuando aparecen problemas nuevos, se encarga de cerrar el paso a replantear colectivamente una decisión institucional pasada.

Los modos de producción agrícolas dependientes del comercio cercano

Según Gunn et al. (2014), tras la aparición de los primeros estados cerca de los márgenes costeros fértiles, surgieron ciudades-estado que comerciaban con ellos recursos tales como piedras, minerales,  sal o madera, que eran escasos en la parte baja de los valles. En otros casos, como las tierras bajas mayas centrales, estas sociedades suministraban pescado marino a las sociedades del interior, sin los cuales se produce anemia porótica. En Mesopotamia, este recurso fue producido con piscicultura. Estos autores sugieren que había alrededor de 200 sociedades regionales de este tipo en todo el mundo. En las regiones de tránsito entre sistemas fluviales las ciudades más bajas del río establecieron ciudades coloniales que dependían de su producción local de alimentos, en general dependiente de la lluvia, para sostener a su población. Estas ciudades-estado practicaban un comercio dependiente de las ciudades-estado que las fundaron. Muchas de ellas fueron incorporadas dentro de los primeros estados hidráulicos o por los grandes imperios que surgieron luego en la Era Axial (800-200 a.C.) tras las guerras de los estados más prósperos (generalmente con base hidráulica) entre sí. Según Jaspers (2011[1949]), los grandes imperios multi-étnicos que surgieron impusieron intolerantemente la tolerancia entre las distintas etnias y religiones debido al incremento de eficiencia económica que introducía la cooperación comercial entre ciudades. Las religiones adoptadas por todos estos imperios defienden la llamada regla de oro: trata a los demás como querrías que te trataran a ti. Inventan también las burocracias despóticas pero benevolentes (Fukuyama 2011). Un ejemplo especialmente desarrollado de ellas lo proporciona el funcionario confuciano (Frederickson 2002): El funcionario público es bien educado; tiene amor por el aprendizaje y el conocimiento; es leal al poder gobernante; es incorruptible por el dinero, los títulos o los halagos; es deferente y respetuoso; lidera a través del ejemplo; practica la “piedad filial” y honra y obedece a los padres; practica el auto-cultivo, examinando diariamente sus pensamientos, motivos y valores; conoce las virtudes (rasgos de carácter, manifestadas en la acción habitual) de la honestidad, la confianza, la compasión, el perdón, la justicia, la lealtad y la moderación y las practica; es benevolente (dispuesto a hacer el bien) y tiene un gran amor por la gente; y será absolutamente tenaz al enfrentarse a un gobernante corrupto.

El feudalismo europeo y su crisis

La tierra había sido parcelada en propiedades privadas en el Imperio Romano en manos de senadores y nobles que las explotaban para la economía familiar y comercio cercano (90% según Tainter 1990) y para producir artículos para el comercio lejano mediterráneo (10%), como pieles, lana, cuero, algodón, olivas y vino.

A partir del año 400 sobre todo, la desintegración del Imperio Romano dio lugar a un conjunto de unidades políticas regionales bajo la tutela de facto de un notable romano o de un jefe guerrero de las etnias invasoras. La estructura política-militar no pudo resistir el empuje de las migraciones bárbaras. Según Tainter (1990), ello se debió a que los costes del mantenimiento de la estructura política imperial fueron sostenidos por una continua expansión militar; cuando ésta cesó, estos costes fueron sistemáticamente superiores a las plusvalías generadas por la agricultura interna y el comercio. En esa situación, los rendimientos decrecientes del exceso de complejidad de la estructura dejó a ésta sin capacidad de ahorro para hacer frente a emergencias y por tanto muy frágil a la hora de generar servicios defensivos imprevistos.

Como resumen DFC (https://dfc-economiahistoria.blogspot.com/2012/10/utopia-complejidad-y-colapso.html ): Tainter señala, pues, que ante las crecientes amenazas exteriores la respuesta tomada por el imperio romano, para protegerse y sobrevivir, fue el recurso a una mayor complejidad, pero al ser una economía limitada en recursos, ese gran acaparamiento de recursos por parte de la super-estructura burocrática y de seguridad originó un empobrecimiento general de la población, y una crisis económica crónica, llevando, progresivamente, a un mayor número de personas a apartarse del «sistema», de tal forma que un gran número de personas se hicieron siervos o clientes de señores poderosos, comenzando un tipo de relaciones que serían proto-feudales, y es que estos señores  tenían suficiente fuerza e influencia para enfrentarse con éxito a las demandas impositivas del Estado, estableciéndose una seria «crisis de legitimidad» del propio estado, que perdió así la capacidad de enfrentarse a las invasiones del siglo V que precipitaron su caída y el establecimiento de un tipo completamente distinto de organización social mucho más simple, donde los roles, principalmente quedaron definidos en 3 categorías: Los que oran (oratores), los que guerrean (bellatores) y los que trabajan (laboratores), desapareciendo el resto de divisiones burocráticas y administrativas del imperio, junto con casi todas las ciudades y los grandes ejércitos, es decir, una inmensa simplificación de las estructuras que permitió un ahorro considerable de recursos.

Los reinos germánicos más pequeños que aparecieron en el Oeste tuvieron, en efecto, más éxito que el Imperio a la hora de resistir ulteriores invasiones, como la de los Hunos y Árabes, y lo hicieron con unos costes administrativos y militares más bajos (Tainter 1990).

El ingreso del Imperio Romano de Oriente era el doble que el de Occidente, porque era económicamente más rico y más poblado; además, su frontera norte era la mitad de larga que en Occidente, y la media de su población era más próspera a la hora de poder pagar impuestos sin rebelarse. Estos factores debieron facilitar que su estructura soportase las invasiones germanas sin descomponerse.

Tainter simplifica demasiado al considerar la política de la estructura política romana durante las invasiones como una inversión unificada en la resolución de un problema nuevo. Si observamos con más detalle, cabe considerar que la actitud levantisca del ejército romano (imponiendo cada año a sus preferidos o rebelándose contra el emperador) como una lucha por sus propios intereses corporativos en contra de los de otros sistemas socio-técnicos como la jefatura imperial,  en alianza y a veces en oposición a ciertos grupos senatoriales y a los intereses del pueblo. Tal como explica DFC en el post citado, llamar a estos acontecimientos de división entre la élite política un aumento de complejidad es simplista y poco realista.

Otro factor que Tainter considera importante, y que sí parece explicativo, es la actitud de los campesinos ante la excesiva carga de impuestos a que las someten las estructuras complejas con problemas de financiación. Cuando intuyen que la descomposición de la estructura en unidades regionales disminuirá su explotación, su actitud suele ser de apatía y no soporte de las instituciones políticas si no de movilización contra ellas (si la oportunidad lo permite). Pero si el coste de dejar caer a la estructura política es pasar a estar sometidos por un estado vecino con una estructura similar, entonces la actitud de los campesinos y clases bajas suele ser reformista: tratar de mejorar su participación política dentro del sistema. Esto último es lo que pasó según Tainter en las guerras entre las ciudades-estado griegas, en la actitud de las clases bajas del Imperio Romano de Oriente (rodeado de Estados similares), y en las luchas entre los estados europeos modernos. En esta línea, cita un comentario de Renfrew a propósito de las guerras cycladas: El propio estado está legitimado a los ojos de sus ciudadanos por la existencia de otros estados que funcionan de manera patente de un modo similar. La descomposición en unidades regionales del Imperio Bizantino hubiera conducido de inmediato a una reintegración de estas unidades dentro del Imperio Sasánida.

El comercio terrestre era muy reducido en el Imperio Romano debido a su alto coste, entre 28 y 56 más alto que el transporte marítimo en tiempos de Diocleciano (301 d.C.), por lo que un carro de trigo doblaba su precio tras un transporte de 480 km (Tainter 1990). Tras la caída del Imperio, el escaso comercio terrestre disminuyó aún más debido a la inseguridad de los caminos y a los nuevos peajes entre distintos reinos. El modo de producción fue pasando a ser de subsistencia local; y muchas ciudades se despoblaron ante la dificultad de proveerse de bienes de primera necesidad con un comercio menor que en el Imperio. Se instaló un feudalismo con las principales cargas tributarias sobre los campesinos vasallos. Muchos de estos habían sido libres durante el Imperio pero habían vendido la propiedad de su tierra a un señor a cambio de su protección en la época inestable de la desintegración del Imperio. Este feudalismo se volvió aún más intenso cuando el comercio lejano entró en crisis tras el cierre del Mediterráneo por las conquistas árabes (Pirenne 1983).

feudo

Según este autor, cuando los estados europeos consiguieron reabrir de nuevo el Mediterráneo a un comercio seguro controlado por ellos, la reactivación del comercio lejano hizo más rentable a los nobles una ganadería con vistas al comercio que las rentas consuetudinarias extraídas de sus siervos. Muchas tierras empiezan a ser vedadas entonces al cultivo, lo que anima a muchos campesinos a huir a las ciudades libres en busca de trabajo, y otros son liberados por los propios nobles a fin de aumentar los rendimientos de sus explotaciones ganadero-artesanales. Los altos niveles de prosperidad que consiguen los burgueses que se dedican al comercio lejano en las ciudades portuarias hace de modelo atractivo para los nobles. Las crisis revolucionarias que sacudieron al feudalismo europeo, lideradas por burgueses (en Inglaterra en alianza con los aristócratas más liberales, y en Francia en alianza con las clases bajas), parecen haber sido facilitadas por este cambio en el entorno geográfico de las prácticas infraestructurales del sistema.

En Rusia el feudalismo duró mucho más (desde el siglo XI hasta 1861) debido al cierre de las vías comerciales con Constantinopla y Bagdad por los Pechenegos en el Mar Caspio y Mar Negro justo cuando empezaba a abrirse Europa occidental al comercio. La insignificancia del comercio lejano en Rusia hasta tiempos muy recientes puede también estar asociada a la escasez de vías marítimas o fluviales con otras regiones prósperas, salvo el Don y el Volga, siempre disputados por el Imperio Otomano.

Las guerras continuas entre estados en Europa mantenía la necesidad de una élite que dirigiera las guerras, que fueron las monarquías evolucionadas desde las antiguas jefaturas tribales. Pero en sociedades dependientes de la lluvia estas monarquías eran puestas en duda continuamente por aristócratas rurales especialmente poderosos. La monarquía tuvo que aliarse en numerosas ocasiones con las demandas del campesinado para hacer frente a los aristócratas ambiciosos. El señor feudal era el propietario último del suelo y el que extraía directamente las plusvalías, y era visto por los campesinos frecuentemente como un explotador injusto e inmisericorde, y ello era aprovechado por el rey. En los estados hidráulicos el monarca añadía a su función militar el poder de administrar el recurso económico más importante que era el agua. Ello le permitió garantizar casi siempre a los campesinos impuestos legalmente establecidos y predecibles, y garantías contra los intentos  de los señores locales de apoderarse de las tierras o de establecer impuestos arbitrarios. Por ello, en los estados hidráulicos, la sociedad se feudalizaba únicamente durante las decadencias, cuando el poder central se corrompía y hacía dejación de sus funciones económicas, perdiendo así la legitimidad general. En esas situaciones, las revueltas campesinas, en alianza con aristócratas opositores o con invasores extranjeros, imponía una nueva dinastía que reestableciera el buen gobierno y pusiera fin a los abusos de los señores feudales.

Los modos de producción agrícolas dependientes de la lluvia en Africa

Según Harris, la ausencia de tierras de pastoreo y la presencia de la mosca tsé-tsé impidieron la cría de ganado doméstico en Africa. No era posible criar equinos ni bovinos a un precio suficientemente bajo como para que sirvieran de animales de tiro. De estas circunstancias se derivaron: la ausencia del arado en Africa, y el uso de la azada como herramienta agrícola durante milenios; la supervivencia de la caza-recolección y de la agricultura forestal itinerante en muchos lugares; y una base energética exosomática más limitada que en Eurasia.

agricultura en Africa

Como consecuencia, las estructuras políticas eran más débiles, menos centralizadas y más igualitarias que sus homólogas europeas. El producto económico del laboreo con azada es proporcional al trabajo humano empleado. Ello favoreció en Africa la costumbre de “el precio de la novia”, mientras en Europa predominaba la “dote” incluso hasta tiempos recientes. La dote es un síntoma de presión reproductora aguda, según Harris, mientras que el precio de la novia lo es de la capacidad de la infraestructura de absorber trabajo humano adicional. El arado europeo, en cambio, tendía a sustituir trabajo humano por animal para aumentar la producción y tendía a reducir el valor del trabajo humano.

Otras características de la estructura doméstica euroasiática, como la monogamia, la herencia patrilineal, y la primogenitura, tienen que ver, según Harris, con factores infraestructurales-ambientales: en la Europa feudal había escasez de tierras respecto a la población; tener más de una esposa implicaba tener demasiados herederos; la herencia debía ser limitada; la fertilidad de las mujeres disipa la riqueza y el poder familiar. Esto facilitó que la mujer fuese desvalorizada culturalmente, culminando el proceso en el mantenimiento del infanticidio femenino durante todo el medievo europeo y hasta muy recientemente.

Los modos de producción basados en el comercio lejano

El Magreb y el Mashrek siempre fueron zonas subtropicales semiáridas, donde la productividad del trabajo agrícola es aún más débil que la media africana. El nivel de vida de los agricultores roza la simple subsistencia aún hoy. Sin embargo, durante el feudalismo europeo, el Mashrek (y en menor medida el Magreb) fue lugar de ricas civilizaciones urbanas. Ello se debió a ser zona de tránsito de las caravanas que comerciaban entre prósperas regiones de regadío (Egipto, Mesopotamia, India, China) y estados con cierta producción para el comercio lejano (Europa, Africa negra y Asia monzónica). Son pueblos que han vivido desde la aparición de los grandes estados del monopolio del comercio lejano entre estos estados, y sus amplios excedentes derivaron del desconocimiento en cada estado del valor de producción de las mercancías producidas en los otros; de ahí que aún hoy sigan empleando el regateo para establecer el precio de venta de un producto.  En el Magreb, el comercio era principalmente del oro procedente de Africa Occidental hacia Europa. Hasta el descubrimiento de América, esa fue la principal fuente mundial de metal amarillo.

carabana camellos

Si por alguna razón el excedente que alimenta la actividad comercial baja, o si las rutas comerciales cambian, la vida urbana en el desierto colapsa. Cada vez que esto ha ocurrido, muchos nómadas del desierto han tratado de sobrevivir dedicándose al bandidaje o a la conquista militar. La expansión militar más exitosa se inició en tiempos de Mahoma (570-632), aprovechando la debilidad del Imperio Bizantino, que Justiniano había dejado arruinado con sus intentos de reconquistar los antiguos territorios del Imperio de Occidente. La conquista árabe del Creciente Fértil (actual Siria e Iraq) fueron especialmente importantes para su economía, pues incluían las mejores rutas comerciales. Sus excedentes les permitió a los pueblos árabes seguir extendiéndose militarmente por toda la franja comercial entre estados, y atreverse incluso a conquistar a Egipto y Mesopotamia.

Según Pirenne, los sistemas sociales basados en el comercio lejano entraron en crisis cuando algunos estados europeos interrumpieron (parcialmente) el comercio mediterráneo árabe y abrieron el comercio atlántico, tomando contacto directo con el Africa Negra y el Asia Monzónica: cruzadas, expansión de las ciudades italianas, viajes atlánticos, compañía holandesa de las Indias Orientales, etc.). Esa crisis culminó con la conquista otomana del territorio árabe del Masrek en el siglo XVI.

Precondiciones materiales de las religiones

En el siglo VI a.C. surgieron en la India religiones contemplativas y ascéticas, en paralelo con el surgimiento del taoísmo en China y el mitraísmo en Persia. En todos los casos, estas religiones se extendieron porque las élites imperiales adoptaron estas religiones espiritualizadas y universalistas y las impusieron mediante conquistas. Lo mismo ocurrió con el confucianismo, adoptado y protegido desde el principio por el estado chino.

Según Harris, este apoyo de las élites a ideologías contemplativas y ascéticas deriva de su incapacidad para seguir representando el papel de grandes proveedores-redistribuidores con una población numerosa, sin debilitar su propio poder económico. Pasan de ser grandes redistribuidores a grandes creyentes y constructores de templos donde ya no se sirve nada de comer (salvo simbólicamente). El cristianismo fue también una espiritualización de las funciones redistributivas del estado. Al espiritualizar el drama de los pobres, estas ideologías desembarazaban a la clase dominante de la obligación de proporcionar remedios materiales a la pobreza.

Esto no quiere decir que las grandes religiones no contengan recursos simbólicos útiles para las clases inferiores; pero su existencia benefició aún más a las clases superiores. Como lo expresaba Lucius Annaeus Seneca: la religión es considerada por la gente común como verdadera, por los sabios como falsa y por los gobernantes como útil.

Según Harris, si en Eurasia las religiones prohibieron el consumo de carne humana, mientras que en Mesoamérica no lo hicieron fue porque en Eurasia se disponía de ganado doméstico como fuentes de carne y leche, de modo que los prisioneros de guerra resultaban más valiosos como fuerza de trabajo que como fuente de proteínas.

En contraste, la religión Azteca alentó el canibalismo. Los escalones más altos que anchos de las pirámides aztecas servían para que el prisionero de guerra, una vez sacrificado arriba al dios Huitzilopochtli, pudiera rodar hasta abajo. Allí, algunos ancianos lo transportaban a unas casas donde troceaban las piernas y brazos para que los comieran las personas importantes, en raciones de estofado con pimientos, tomates o maiz (Fray Bernardino de Sahagún: Historia general de las cosas de Nueva España; Diego Durán: Historia de las Indias de Nueva España y islas de tierra firme).

Codice Magliabechiano

Representación de un grupo de caníbales aztecas. Códice Magliabechiano.

Manuel Moros Peña (en Historia natural del canibalismo. Un sorprendente recorrido por la antropofagia desde la antigüedad hasta nuestros días) contradice sin embargo la teoría de Harris al señalar la gran cantidad de animales que tenían los aztecas a su disposición en el amplio territorio mexica. «Aunque es cierto que no poseían rumiantes ni ganado porcino y sus principales animales domésticos eran el pavo y el perro, los aztecas cazaban y consumían gran variedad de especies animales salvajes». Entre ellas, el ciervo, el tapir, el jabalí, la zarigüeya, el armadillo, y el conejo. De modo que el móvil simbólico-religioso del consumo de carne humana (que se suponía confería capacidades mágicas) podría haber estado por encima del beneficio proteínico obtenido por las élites a la hora de mantener esta práctica. Los factores infraestructurales no son los únicos que presionan en favor de la institucionalización de prácticas en la estructura política.

 

Referencias

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Los grandes cambios estructurales de los sistemas sociales

Las movilizaciones colectivas son reconocidas en ciencias políticas como claves para el cambio estructural en los sistemas político-sociales. Pero las precondiciones, los mecanismos precipitantes y los eventos disparadores de las movilizaciones no son bien entendidos. Por ello, la mayoría de las revueltas sociales y  levantamientos revolucionarios como la Revolución Francesa, no pudieron ser predichos por ningún observador, ni siquiera unos pocos años antes. La naturaleza de agentes reflexivos que tenemos los humanos (principales componentes de las sociedades, junto a artefactos y técnicas), provoca fuertes retroacciones auto-amplificadoras (y también inhibidoras) entre los componentes de una sociedad, lo cual provoca inestabilidad dinámica e impredictibilidad del comportamiento colectivo. Sin embargo, la investigación sociológica ha identificado algunos de los factores que facilitan las movilizaciones e incrementan la probabilidad de la acción colectiva, y discutirlos puede tener interés si buscamos presionar hacia una transición desde el actual sistema económico insostenible a otro post-capitalista y sostenible.

Las revoluciones

Una de las definiciones más aceptadas de las revoluciones fue dada por Skocpol (1979): “transformaciones básicas y rápidas del estado y las estructuras de clase de una sociedad acompañadas y en parte llevadas a cabo por revueltas desde abajo basadas en la clase social”. Esta definición ignoraba factores influyentes como la aparición de  ideologías revolucionarias, la agencia consciente, las culturas, las bases étnicas y religiosas de las movilizaciones, los conflictos dentro de la élite y la posibilidad de coaliciones multiclase. Como algunos de estos factores habían sido analizados en la teoría de los movimientos sociales, estos estudios fueron incorporados al análisis y algunos autores propusieron una definición más amplia de revolución: “un esfuerzo por transformar las instituciones políticas y las justificaciones de la autoridad política en una sociedad, acompañado por una movilización masiva formal o informal y acciones no institucionalizadas que socavan las autoridades existentes” (Goldstone, 2001). Cuando transforman solamente las instituciones del estado, son llamadas revoluciones políticas. Cuando, además de las instituciones políticas, transforman las estructuras económicas y sociales, son denominadas “grandes revoluciones” (v.g. la Revolución Francesa de 1789). Las revoluciones que incluyen revueltas autónomas de clase baja son denominadas “revoluciones sociales” (Skocpol 1979); reformas radicales lideradas por élites que controlan la movilización de las masas a veces se llaman revoluciones de elite o “revoluciones desde arriba”. Los movimientos de resistencia u oposición que no tratan de tomar el poder (v.g. protestas campesinas o de trabajadores) o se localizan en una región particular o un sub-grupo social, se suelen llamar “rebeliones” (si son violentas) o “protestas” (si son predominantemente pacíficas).

Huntington (1968) señaló que las grandes revoluciones muestran dos patrones distintos de movilización y desarrollo. Si las elites militares y la mayoría de las otras élites inicialmente apoyan activamente al gobierno, la movilización popular debe realizarse desde una base segura, a menudo remota. En el curso de una guerra de guerrillas o una guerra civil en la que los líderes revolucionarios extienden gradualmente su control sobre el territorio, necesitan desarrollar el apoyo popular mientras esperan a que el régimen sea debilitado por eventos, tales como derrotas militares, crisis de la identidad nacional, una mala planificación de su propia actividad represiva, su propia división o corrupción, o la desaparición del apoyo extranjero al gobierno. Si el régimen sufre deserciones en sus élites o en sus militares, el movimiento revolucionario puede avanzar o iniciar insurrecciones urbanas y apoderarse de la capital nacional. Revoluciones de este tipo, que pueden llamarse “revoluciones periféricas” tuvieron lugar en Cuba, Vietnam, Nicaragua, Zaire, Afganistán y Mozambique.

En contraste con estas, las revoluciones pueden comenzar también con un colapso dramático del régimen en su centro (Huntington 1968). Si las élites nacionales buscan reformar o reemplazar el régimen, pueden alentar o tolerar grandes manifestaciones populares en la capital y otras ciudades, y luego retirar su apoyo al gobierno, lo que provocará un repentino colapso de la autoridad del antiguo régimen. En tales casos, aunque los revolucionarios tomen rápidamente el poder central, necesitan extender su revolución al resto del país, a menudo a través de un periodo de terror o de guerra civil contra nuevos rivales regionales y nacionales o contra los restos periféricos del antiguo régimen. Revoluciones de este tipo, que pueden llamarse “revoluciones centrales”, tuvieron lugar en Francia, Rusia, Irán, Filipinas e Indonesia. Algunas revoluciones combinan los dos tipos anteriores en diferentes momentos. Por ejemplo, las revoluciones mejicana y china.

Un tercer patrón de revolución, un colapso general del gobierno, parece haber tenido lugar en el hundimiento de los regímenes socialistas estatales del Este de Europa. En estos se combinaron: esfuerzos de reforma liderados por la élite, que cambiaron las alineaciones internacionales (las conversaciones de paz de la Unión Soviética con los Estados Unidos y las fronteras abiertas de Hungría que permiten la emigración masiva de Alemania); huelgas y manifestaciones populares de descontento, por pérdida de confianza en la eficacia del gobierno; factores ideológicos como la observación de las mayores tasas de crecimiento económico y consumismo de los países capitalistas en comparación con la frugalidad forzosa del propio sistema. Todo ello disminuyó la confianza de las masas en el sistema en la URSS y en otros países del Este, a la vez que socavó la determinación de los líderes del “Partido Comunista”, por lo que todo el aparato estatal degeneró rápidamente. Aunque a veces hubo grandes enfrentamientos en las capitales (como en Moscú y Bucarest), las acciones populares críticas en varios casos fueron realizadas por trabajadores lejos de la capital, como los mineros de carbón en la Unión Soviética y Yugoslavia y los trabajadores de astilleros en Gdansk en Polonia; o por manifestantes urbanos de otras ciudades, como Leipzig en Alemania Oriental.

Según Goldstone (2001), la conclusión de muchos estudios concretos muestra que los estados fiscal y militarmente sanos que gozan del apoyo de unas élites unidas son en gran medida invulnerables a una revolución desde abajo. En tales circunstancias, la miseria popular y las quejas generalizadas tienden a producir pesimismo, resistencia pasiva y depresión, a menos que las circunstancias de los estados y las élites animen a los actores a prever una posibilidad realista de cambio. Pero hay tres factores claves que pueden debilitar la estabilidad de tales regímenes: (a) si los estados dejan de tener los recursos financieros y culturales suficientes para llevar a cabo las tareas que se fijan para sí mismos y que las elites y los grupos populares esperan que lleven a cabo, (b) si las elites dejan de estar unidas y empiezan a dividirse o polarizarse, y (c) si las élites de la oposición se unen con la protesta de los grupos populares. Así pues, se abren oportunidades para una revolución siempre que el Estado tiene debilitada su capacidad de recaudación fiscal, mientras que las elites se muestran reacias a apoyar al régimen o están muy divididas sobre si hacerlo y cómo hacerlo.

Por otra parte, los gobernantes estatales operan dentro de un marco cultural que incluye creencias religiosas, aspiraciones nacionalistas y nociones de justicia y estatus. La violación de esos valores culturales fomentan el resentimiento de los excluidos, que puede tomar la forma de protestas populares y de las élites, contra las que los gobiernos sólo van a poder contar con su poder militar y burocrático. Los gobernantes que pierden contiendas militares o diplomáticas, o que parecen demasiado dependientes de los caprichos de las potencias extranjeras, pueden perder el apoyo de sus propios pueblos. Las contiendas de puritanos contra católicos en la Inglaterra del siglo XVII, las controversias jansenistas en la Francia prerrevolucionaria, las derrotas militares sufridas por la Rusia zarista y las controversias sobre las prácticas de occidentalización en Irán involucraron a gobernantes que violaron las creencias culturales o nacionalistas y, por lo tanto, perdieron el apoyo popular y de su élite (Skocpol 1979). En Rusia, donde las normas culturales toleraban regímenes autoritarios pero requerían a cambio la protección paternal del pueblo por parte del estado, el descarado desprecio por la gente común que demostraron las matanzas del domingo sangriento en San Petersburgo socavó el apoyo al zar. Las mismas normas culturales ayudaron a sostener el poder paternalista de la Unión Soviética al principio, hasta que la respuesta insensible del Partido Comunista al desastre nuclear de Chernobyl y otras cuestiones de salud y bienestar también desligaron a la población de su propio estado.

Ivan Vladimirov-detalle

Detalle del cuadro de Ivan Vladimirov sobre el Domingo Sangriento, que precipitó la Revolución Rusa. La Guardia Imperial dispara sobre los trabajadores, entre ellos mujeres y niños, que pedían un salario más alto. Las noticias de la matanza provocaron sublevaciones campesinas en toda Rusia, huelgas en las ciudades y motines en las fuerzas armadas.

Según Goldstone (2001), si un estado quiere evitar revueltas y revoluciones debe gestionar bien, simultáneamente, las tareas estatales y los valores culturales, en síntesis, debe ser eficaz y justo. Los estados y gobernantes que se perciben como ineficaces aún pueden obtener el apoyo de la elite para la reforma y la reestructuración, y el consentimiento popular, si se los considera justos. Los estados que son percibidos como injustos pueden ser tolerados siempre que se los considere efectivos en la búsqueda de objetivos económicos o nacionalistas, o simplemente demasiado efectivos para desafiarlos. Sin embargo, los estados que parecen ineficaces e injustos perderán el apoyo (popular y de las elites) que necesitan para sobrevivir.

Goldstone cita tres cambios o condiciones sociales, que no son necesarios ni suficientes para provocar una revolución, pero que frecuentemente socavan la eficacia y la justicia de manera crítica: (i) la derrota en una guerra; (ii) una tasa de crecimiento de la población por encima de la tasa de crecimiento económico; (iii) un régimen de naturaleza colonial con una dictadura personalista.

Según Goldstone, para que se desarrolle una situación revolucionaria, deben darse dos condiciones: (i) las élites deben estar divididas y polarizadas en varios grupos que proponen diferentes formas de abordar la crisis o falta de legitimidad del gobierno; (ii) alguno de los grupos de oposición de la élite es capaz de asociarse con una movilización creciente de la población. Esta movilización puede ser tradicional, informal, o dirigida por la propia élite.

En las movilizaciones tradicionales los individuos tienen compromisos de larga duración entre ellos, v.g. comunidades locales, campesinos, gremios artesanos de las ciudades, o  comunidades religiosas. Muchas veces, estas movilizaciones son defensivas e incluso conservadoras, contra una subida de impuestos por ejemplo, pero no atacan la propiedad de los señores ni el sistema mismo. Las movilizaciones informales se dan en grupos que comparten amistad, lugar de trabajo, o vecindad. Suelen responder a situaciones de crisis. Ambos tipos de movilización se suelen volver revolucionarias sólo cuando conectan con élites disidentes con el gobierno. Pero cuando suman grandes masas de personas, pueden crear miedo en el gobierno, que puede hacer concesiones muy por encima de lo planeado incluso por las élites disidentes. Ello ocurrió en algunas revueltas campesinas en Francia, Rusia y en la de Irlanda de 1640. En otros casos, las élites disidentes se ponen al frente de las movilizaciones, utilizándolas para sus proyectos renovadores. Ello ocurrió en la revolución de los campesinos y  bolcheviques en Rusia, y en la revolución iraní de Jomeini. En la tercera clase de movilización, la élite disidente organiza desde el principio la movilización de las masas campesinas o urbanas. La revolución china, organizada en gran parte por el Partido Comunista Chino, puede ser un ejemplo.

Las primeras teorías sobre las revueltas y revoluciones tenían inspiración marxista y enfatizaban la existencia de clases sociales con intereses objetivos en lucha, y factores tales como el grado de deprivación objetiva de una clase dominada por una clase opresora, como variables que podían desencadenar una revuelta. Goldstone, sin embargo, subraya que las percepciones de deprivación están mediadas por marcos culturales e ideológicos. La percepción de que el estado es ineficaz e injusto, mientras que los movimientos revolucionarios de oposición son virtuosos y eficaces, rara vez es un resultado directo de las condiciones estructurales. Las privaciones y amenazas materiales deben considerarse no solo como unas objetivas condiciones miserables, sino como el resultado directo de la injusticia y las fallas morales y políticas del estado, en marcado contraste con la virtud y la justicia de la oposición. Incluso la derrota en la guerra, el hambre o el colapso fiscal pueden verse como catástrofes naturales o inevitables en lugar de como una obra de un régimen incompetente o moralmente degenerado. De manera similar, un acto de represión estatal contra los manifestantes puede considerarse como parte del necesario mantenimiento de la paz y el orden o, por el contrario, como una represión injustificada. Qué interpretación prevalecerá depende del resultado que tenga la habilidad de los revolucionarios y del régimen para influir en las percepciones mayoritarias introduciendo marcos interpretativos (ideologías, marcos metafóricos) que sean aceptados por las multitudes. Para que las ideologías creadas por los grupos movilizados sean eficaces deben ser coherentes con los marcos culturales que pre-existen en la población, esto es, con los supuestos subyacentes, valores, mitos, historias y símbolos ampliamente compartidos. Una buena estrategia suele ser apropiarse algunos marcos culturales tradicionales y reinterpretarlos a la luz de los acontecimientos presentes de un modo favorable para la justicia y conveniencia de la movilización. Otras veces se ha acudido a interpretar la lucha actual como una reedición de antiguas luchas populares (como la de Sandino en Nicaragua, la de Zapata en Méjico, o la de Bolívar en Venezuela) que se pueden remontar incluso a muchos siglos atrás. Los valores y enseñanzas de las religiones han sido muchas veces utilizados, reinterpretándolos, tanto por revolucionarios como por sostenedores del orden.

Las ideologías muchas veces se presentan además a sí mismas como destinadas a triunfar, ya sea por tener a su lado a los dioses, a la Historia, al Progreso, a la Justicia, o a cualquier otra fuerza o ideal superior, con lo cual se auto-refuerzan convirtiéndose si tienen éxito en profecías que se auto-cumplen. Una tercera función que suele ser útil en una ideología es proporcionar puentes entre grupos con distintos marcos culturales, de modo que todos se sientan interpelados por la movilización.

Las condiciones estructurales que dan lugar a movimientos de protesta social, rebeliones infructuosas y revoluciones son generalmente bastante similares. La transformación de los movimientos sociales en rebeliones o revoluciones depende de cómo los regímenes, las élites y las multitudes responden a la situación de conflicto. La habilidad del liderazgo también tiene aparentemente importancia en el éxito de una movilización o de una revolución, como muestra la exitosa planificación estratégica de Mao en la Revolución China, que acabó convirtiendo una situación de inicial debilidad en victoria final.

Como dice Goldstone: “Cuando se enfrentan a demandas de cambio, los regímenes gobernantes pueden emplear alguna combinación de concesiones y represión para desactivar la oposición. Sin embargo, elegir la combinación correcta no es una tarea evidente. Si un régimen que ya no es percibido como efectivo y justo ofrece concesiones, estas pueden interpretarse como «pocas y excesivamente tardías», y simplemente aumentar las demandas populares de un cambio a gran escala. Por eso Maquiavelo aconsejó a los gobernantes que emprendieran reformas solo desde una posición de fuerza; si se llevan a cabo desde una posición de debilidad, socavarán aún más el apoyo al régimen.” La aplicación de la violencia estatal sobre una movilización es igualmente complicada: para que sea efectiva para el Estado, debe ser aplicada cuando la revuelta es aún débil y de un modo que no produzca la impresión de ser arbitraria e injusta. En otro caso, puede volverse en contra del Estado.

Goldstone defiende también  que ni un grupo homogéneo simple con vínculos fuertes (como una aldea campesina tradicional) ni un grupo altamente heterogéneo (como una población urbana) son ideales para una movilización. La movilización fluye más fácilmente en grupos donde hay una vanguardia estrechamente integrada de activistas que inician la acción, con vínculos laxos pero centralizados con un grupo más amplio de seguidores y simpatizantes.

El que amplios sectores de la población perciban que un régimen no es justo ni eficiente es una conjunción que precipita habitualmente la movilización (latente y sostenida en el tiempo) en contra del régimen. Sin embargo a pesar de ello, en muchos casos la población permanece largo tiempo sin intentar acciones directas, revueltas o levantamientos en contra del régimen. Hasta que, en un momento dado, un evento “disparador” cambia la percepción general sobre dos elementos informacionalmente importantes: la fortaleza del régimen, que pasa a percibirse como débil o poco decidido, y el número de otros grupos que apoyan la acción, que de repente se percibe como mayor de lo que se creía. Este disparador basta a veces para iniciar una movilización activa masiva, porque distintos grupos sociales perciben a la vez que ahora su acción sí que puede hacer la diferencia.

Charles Tilly (1978) propuso un modelo para predecir el inicio de una acción colectiva en tales situaciones. Las variables relevantes del modelo son las siguientes:

  1. Los intereses del grupo. Las ventajas y ganancias (pérdidas y desventajas) compartidas que el grupo espera obtener de sus diferentes interacciones con otros grupos.
  2. La organización.Tilly define un grupo como una red categórica de relaciones, esto es, un colectivo que comparte una característica común y a la vez posee lazos interpersonales de algún tipo (reciprocidad, clientelismo, relación comercial, etc.); y considera que un grupo está más organizado cuando ambas características, identidad colectiva y extensión de las relaciones, están más definidas y desarrolladas.
  3. Movilización. La cantidad de recursos bajo control colectivo del grupo. Puede consistir en trabajo humano, bienes, dinero, armas, aprobación social, y cualquier otro recurso que sea útil al actuar hacia un interés compartido.
  4. Oportunidad. La relación entre los intereses del grupo y la situación actual del mundo que lo rodea. Tiene tres elementos:

(i) Poder: el grado con que el resultado de las interacciones del grupo con otros grupos favorece sus intereses por encima de los intereses de los otros grupos; adquirir (perder) poder es aumentar (disminuir) las expectativas de satisfacción de los propios intereses grupales en tales relaciones.

(ii) Represión: el coste que la interacción con otros grupos tiene para el grupo. Como proceso, cualquier acción de otro grupo que aumente el coste de la acción colectiva. Una acción que baje ese coste se denomina una facilitación.

(iii) Oportunidad/amenaza: el grado con el que otros grupos (incluido el gobierno) (a) son vulnerables a nuevas demandas que, si triunfaran, aumentarían la satisfacción de los intereses grupales, o (b) amenazan con hacer demandas que, si triunfaran, reducirían la satisfacción de los intereses grupales.

  1. Actividad colectiva. El grado de acción conjunta de la población de un grupo en pro de fines comunes; como un proceso, la acción conjunta misma.

Los intereses del grupo pueden implicar, por ejemplo, el obtener siempre más bienes colectivos que pérdidas, y no tener nunca resultados negativos. Esta clase de grupo Tilly la llama oportunista.

La figura siguiente muestra una curva que Tilly denomina una función de poder grupal. Representaría los bienes colectivos esperables por el grupo en función de los recursos gastados en obtenerlos. Como puede observarse por la forma de la curva, para grados altos de movilización de recursos, los resultados empiezan a disminuir, debido a acciones externas inhibidoras, como la represión procedente del gobierno. Para grados demasiado bajos de movilización de recursos, los resultados pueden ser negativos en lugar de positivos, sugiriendo que un mínimo de actividad puede ser necesaria para defender la integridad del grupo.

En principio, si se trata de un grupo oportunista, las movilizaciones se iniciarían siempre en situaciones en que las oportunidades sugieren unos logros o ganancias colectivas que están por encima de la línea de “break even” para ciertos gastos de recursos y que (a juzgar por la curva de poder actual) pueden ser alcanzados gastando cierta cantidad de recursos (definidos por la línea vertical de la figura). Pero puede haber también grupos que dan un valor extremadamente alto a conseguir determinados objetivos y los siguen persiguiendo incluso hasta gastos de recursos desproporcionados respecto a lo que se está consiguiendo (Tilly llama zelotes a estos grupos); o grupos que gastan lo mínimo y sólo se movilizan a la defensiva (míseros), etc.

La sección de la curva de poder que está a la izquierda de la línea de “break even” es llamada el poder potencial del grupo, pues es en esa zona donde el grupo probablemente se movilizará (si es un grupo oportunista). La movilización del grupo, o conjunto de recursos controlados (representada por la línea gruesa vertical), pone un límite máximo a los recursos que pueden ser gastados realmente. Sin embargo, en este caso los recursos invertidos en la acción colectiva son menores que los potencialmente permitidos por la movilización, pues las oportunidades no permiten seguir aumentando las ganancias aunque sigamos aumentando los recursos. Hemos dibujado una línea fina horizontal que representaría la ganancia máxima esperable de las oportunidades en el pasado, y otra línea horizontal más gruesa y más alta que representa las ganancias esperables en la situación presente, cuando las oportunidades se han modificado favorablemente.

Tilly Model-correg

Una acción colectiva puede ser disparada por un aumento repentino de las oportunidades que deja al poder grupal en situación de poder satisfacer sus intereses con los recursos que puede movilizar. Este aumento de las oportunidades puede deberse a decisiones políticas del gobierno, alianzas nuevas, aparición de valores-guía, o disponibilidad de nuevas estrategias, armas y artefactos. Otras posibilidades que tiene un grupo largo tiempo inactivo para mejorar sus posibilidades de acción colectiva son: elevar su curva de poder aliándose con nuevos grupos, aumentando la inversión de esfuerzo personal de sus miembros o de recursos; redefinir sus intereses y fines colectivos; aliarse tácticamente con otros grupos para aumentar las oportunidades de su presión contra el régimen; o aumentar la movilización enrolando nuevos miembros.

Desde el punto de vista de un gobierno, fomentar una subida de los costes personales de movilizarse es una mejor estrategia represiva que subir únicamente los costes de la acción colectiva. La estrategia anti-movilización neutraliza al actor además de a la acción y hace menos probable que el actor colectivo sea capaz de actuar rápidamente cuando el gobierno se vuelva súbitamente vulnerable, o emerja una nueva coalición de grupos movilizados, o algún otro acontecimiento cambie de repente los costes y beneficios esperables de la acción colectiva (Tilly, 1978, p. 100-101). La precarización de las masas tiene un efecto en esta línea. Los individuos disminuyen su capacidad de ahorro y por tanto los recursos materiales que podrían destinar a una movilización; por otra parte, deben dedicar un mayor tiempo de trabajo sólo para sobrevivir, dejándoles poco tiempo que invertir en la movilización. Sin embargo, si esa deprivación es muy rápida, muy profunda, o es contradictoria con las expectativas culturales o que el propio sistema propaga, puede generar deprivación, la idea de que “no tenemos nada que perder”, y un efecto contrario al desmovilizador inicial.

Otro punto interesante que señala Goldstone es el carácter fuertemente no-lineal que tienen las revoluciones. Antes de que se produzcan, casi todos los regímenes parecen gigantes invencibles o montañas inamovibles, pero en cuanto la movilización se vuelve masiva, y ello ocurre muchas veces de modo súbito y realimentándose exponencialmente, el régimen se percibe de repente como un “tigre de papel” (tal como lo expresaba Mao Tse Tung), pues su estabilidad se basaba en el apoyo o consentimiento de grandes masas de población y ese apoyo se percibe de repente como en descomposición.

Goldstone opina que un modelo de tres factores, con indicadores que cuantifiquen la salud financiera del estado, la competencia de las élites por las posiciones de poder, y el bienestar de la población, permitiría evaluar la probabilidad de una crisis revolucionaria. Otros autores como Charles Tilly piensan que un fenómeno tan no-lineal y complejo no tiene asociada ninguna probabilidad numérica que tenga sentido, pero sí se pueden identificar situaciones muy favorables o poco favorables para la acción colectiva.

Las transiciones socio-técnicas

Además de revoluciones y cambios político-sociales, los sistemas sociales sufren transformaciones de sus sistemas socio-técnicos. Estas transformaciones pueden producirse independientemente de las primeras pero, en muchos casos, entran en simbiosis o retroalimentación mutua con aquellas. En estos casos, el sistema socio-técnico que cambia puede coincidir con todo un sistema de producción (v.g. el capitalismo industrial), ser solamente una parte del sistema de producción (v.g. su sistema energético), o un conjunto de tecnologías concretas (v.g. los vehículos de combustión interna). Algunos autores han utilizado conceptos tomados de la teoría de Sistemas Complejos (véase también https://entenderelmundo.com/2018/03/23/la-evolucion-de-la-complejidad/ y https://entenderelmundo.com/2018/04/03/modelos-complejos-en-ciencias-naturales-y-sociales/ ) para describir las transiciones socio-técnicas.

Verbong & Loorbach (2012) caracteriza un sistema social en evolución o transición como un sistema complejo adaptativo, y lo describe en tres niveles: nichos, régimen y ambiente.

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Fig. tomada de Geels 2011.

Geels (2011) distingue tres clases de cambios ambientales, que pueden afectar la dinámica de los atractores (instituciones) del régimen:

(1) factores que cambian muy lentamente, como el clima físico, o la producción primaria bruta de la vegetación.

(2) cambios a largo plazo en cierta dirección (tendencias), tales como cambios demográficos, tasas de alfabetización, extensión de los suelos cultivables.

(3) choques externos rápidos, como guerras, fluctuaciones en el precio del petróleo. Aquí podríamos incluir eventos como el cénit de producción de combustibles fósiles, o de metales económicamente esenciales.

Las tendencias del ambiente no son sólo inestabilizadoras, también pueden ser estabilizadoras para algunas prácticas o tecnologías dominantes. Por ejemplo, el transporte basado en automóviles tiende a ser estabilizado por tendencias ambientales como (Geels, 2011): (a) globalización y aumento del comercio mundial, (b) individualización y personas cada vez más autónomas, (c) turismo internacional en rápido crecimiento, (d) el aumento de la riqueza y la presencia del segundo automóvil en los hogares, y (e) un cambio hacia una sociedad en red que genera flujos crecientes. Skocpol ha subrayado también el efecto estabilizador que tiene el apoyo político, económico e ideológico de otros gobiernos estatales sobre el propio gobierno.

Algunos cambios ambientales son provocados en gran medida por la acción acumulada de regímenes previos, tal como muestra la sustitución de las grandes extensiones de bosques por praderas de pasto y cereales en los sistemas con agricultura industrial.

En situaciones de crisis, las prácticas y atractores del régimen dominante son cada vez más incapaces de adaptarse a los cambios del ambiente y a las perturbaciones que generan los nichos. En esas precondiciones, si hay una presión suficiente, el régimen podría entrar en una fase de reconfiguración y transición, en la que elementos del régimen antiguo y elementos nuevos se recombinan para alcanzar una forma nueva de funcionamiento que acaba estabilizándose como nuevo régimen.

El nivel central de observación y actuación, el régimen, es el de interés primario, porque las transiciones se definen como cambios de un régimen a otro. Está constituido por un conjunto de reglas de coherencia parcial que orientan y coordinan las actividades de los grupos sociales que reproducen los varios elementos de los sistemas socio-técnicos. Estas reglas, para los agentes humanos, son un entorno de su acción; pero a la vez son el resultado de las acciones de los agentes, de modo que tienen una naturaleza dual.

Aunque cada transición ocurre de una manera distinta, es frecuente encontrar esta pauta de transición:

Transición abajo-arriba: (a) las innovaciones en algunos nichos van lentamente ganando impulso, (b) los cambios a nivel ambiental crean presión sobre el régimen y vuelven su funcionamiento más inestable, y (c) la desestabilización del régimen crea una ventana de oportunidad para algunos nichos innovadores, que acaban extendiéndose exponencialmente por todo el sistema.

En esta clase de transición, las presiones ambientales colocan al régimen en un régimen de funcionamiento deficiente y poco estable. En esta situación de crisis, algunas prácticas alternativas a las dominantes que habían ganado peso en los intersticios del sistema (“centros de nucleación” en la terminología de García-Olivares 1988), reciben el apoyo de otros grupos sociales y económicos, y acaban extendiéndose por todo el sistema.

La agencia social se produce frecuentemente a través de movilizaciones y acciones de movimientos sociales que, como indica Geels (2011) suelen ser especialmente perturbadoras del régimen cuando se alinean con nuevos desarrollos tecnológicos y nuevas actividades económicas en nichos.

Hay otros cuatro modelos de transición adicionales a este principal:

Transformación: la modificación de los parámetros del medio ejerce presión sobre el régimen en un momento en que no hay innovaciones tecno-sociales disponibles. Los actores más poderosos modifican la dirección de las actividades de innovación y desarrollo, lo que conduce a ajustes graduales de los regímenes a las presiones del ambiente.

Reconfiguración: La modificación de los parámetros de entorno empieza a presionar sobre el régimen en una época en la que hay innovaciones útiles disponibles, aunque no necesariamente de forma acabada. Si las innovaciones de los nichos resultan ser simbióticas con el régimen, los actores más poderosos pueden adoptarlas como «complementos» para resolver problemas locales. Esta incorporación puede desencadenar ajustes posteriores, que cambian la arquitectura básica del régimen a la larga.

Sustitución tecnológica: La modificación de los parámetros del entorno empieza a presionar sobre el régimen en una época en la que hay innovaciones de nicho eficaces y bien desarrolladas. Las tensiones en el régimen crean una ventana de oportunidad para el avance de innovaciones de nicho, que acaban reemplazando al régimen. Una ruta alternativa es que las innovaciones de nichos adquieran un gran impulso interno (debido a las inversiones de recursos, la demanda de los consumidores, el entusiasmo cultural, el apoyo político, etc.), en cuyo caso pueden reemplazar el régimen sin la ayuda de las presiones del medio.

Desintegración y recomposición: presiones grandes del medio provocan la desintegración del régimen y posteriormente, aprovechando ese «espacio», surgen múltiples innovaciones de nicho, que coexisten durante largos períodos de tiempo (lo que genera incertidumbre sobre cuáles serán las más aceptadas socialmente). Los procesos de recomposición eventualmente ocurren alrededor de una innovación, lo que lleva a un nuevo régimen. Los colapsos eco-sociales y su evolución posterior podrían considerarse ejemplos de esta clase de transición en la que todo el modo de producción entra en crisis, junto con sus instituciones políticas asociadas.

Otra sistematización diferente de las transiciones socio-técnicas fue propuesta por Dahle (2007) a partir de las principales conclusiones de la literatura científica sobre las revoluciones políticas. Esta clasificación tiene en cuenta que la agencia humana está siempre presente en las épocas de cambio socio-técnico, y atiende principalmente a las diferentes estrategias que los actores humanos emplean en su acción colectiva, con el fin de subvertir el régimen dominante. Dahle distingue entre las siguientes clases de transición, según el tipo de actores que más están influyendo en el cambio:

(1) Reformistas: las elites existentes (en política y negocios) cambian gradualmente las instituciones existentes en direcciones más ecológicas (por ejemplo, a través de impuestos ecológicos y tratados ambientales internacionales). Este camino tiene similitudes con la vía de transformación en la que el propio régimen se ajusta a las presiones externas.

A los actores reformistas no les gustan los levantamientos, ni que los cambios atenten contra la competitividad ni la economía capitalista; piensan que las élites políticas y económicas del capitalismo verde pueden asegurar el bienestar de las generaciones futuras; el cambio debe ser dirigido desde los gobiernos con la ayuda de las burocracias internacionales, a base de tasas verdes y acuerdos ambientales internacionales. Parte de estas élites apoyarán la sustitución de las élites dominantes más conservadoras por nuevas élites procedentes de los disidentes más cooperadores con el régimen. Esto puede requerir de la existencia de una opinión pública activa que apoye estas medidas renovadoras de la élite. Según Dahle, ejemplos de esta actitud serían Al-Gore o la Comisión de Medio Ambiente y Desarrollo de la ONU.

(2) Revolucionarios impacientes: la élite existente debe ser reemplazada (derrocada) por una nueva élite de expertos ambientales que están dispuestos a implementar medidas drásticas. El consentimiento democrático no es crucial, porque «no hay tiempo para esperar a que la mayoría de la población esté de acuerdo con los cambios necesarios» (Dahle, 2007: 492). Este modo tiene similitudes con el modelo de revolución conspirativa tipo leninista, dirigida por una élite activa.

(3) Combatientes de base: el cambio debe surgir desde abajo, fuera de las instituciones existentes. Los movimientos sociales deben desarrollar estructuras alternativas (cooperativas, comunas, ecoaldeas) y esperar que la mayoría sea influenciada por el poder del ejemplo y se adscriba en masa al nuevo modelo. Este perfil tiene algunas similitudes con el modelo volcánico de las revoluciones, en la que una serie de insatisfacciones y de privaciones se van acumulando en la gente hasta que ésta no puede aguantar más y se levanta en masa.

(4) Revolucionarios Pacientes: las iniciativas verdes tienen pocas posibilidades de cambiar lo importante, salvo que las estructuras existentes se abran o colapsen, lo que puede requerir choques ambientales o desastres. Hasta que esto suceda, los revolucionarios pacientes deben fomentar innovaciones en los nichos (o intersticios) y prepararse para el momento adecuado, facilitando los procesos de aprendizaje, la educación pública, la sensibilización y las prácticas alternativas en nichos. Este tipo de transición tiene similitudes con el modelo que afirma que los cambios revolucionarios se producen solamente cuando las élites están desunidas o cuando las instituciones del régimen se debilitan; también tiene similitudes con la vía que antes denominamos desintegración y recomposición.

Este grupo está dividido sobre qué hacer en el momento presente. Algunos piensan que participar en las movilizaciones que pidan mejoras ambientales de cualquier tipo es siempre positivo, pues contribuye a crear y extender la conciencia del problema; otros piensan que ello sólo contribuye a crear la falsa impresión de que es posible alguna solución dentro del sistema actual. Dryzek (citado por Dahle)  detectó correlaciones entre el legado democrático de distintos pueblos del Este de Europa y el tipo de sistema que construían tras una revolución. Ello le lleva a aconsejar que, si queremos una democracia ecológica futura después de una crisis, empecemos a perseguirla aquí y ahora.

(5) Radicales multi-frente: Estos actores no creen que el sistema actual pueda crear élites orientadas al futuro, pero creen que las instituciones deben ser cambiadas a la vez que los hábitos de vida y los valores. La estrategia sería, pues, multi-frente: acciones de abajo-arriba combinadas con participación en la toma de decisiones gubernamentales (v.g. mediante partidos verdes). A diferencia de los luchadores de base, que creen que el cambio de actitudes en la base, mediante el ejemplo, debe preceder a cualquier cambio de las instituciones dominantes, este grupo considera que ambas transformaciones deben ser simultáneas. Dahle localiza en los Países Nórdicos a la mayoría de este grupo, por su tradicional reluctancia al extremismo político.

Distintas personas suelen cambiar de una estrategia a otra a lo largo de su vida. Dahle cita como ejemplo a James Robertson, un “luchador de base” en los 70 y 80, que mejoró su fe en el establishment británico posteriormente, pasando a ajustarse al perfil de un radical multifrente. En contraste, Erik Dammann y Rajni Kothari eran inicialmente “Radicales multifrente”, pero se volvieron más pesimistas a lo largo de los años. La globalización creó un nuevo contexto económico-político ampliamente aceptado que les resultó muy difícil combatir desde dentro del sistema. Ello les llevó a acercarse a las estrategias de los “luchadores de base” y los “revolucionarios pacientes”.

Muchos miembros de paridos verdes inicialmente eran “luchadores de base” que querían que sus partidos entraran en las instituciones solamente como medio amplificador de sus demandas. Pero la práctica institucional convirtió a muchos (v.g. Daniel Cohn-Bendit, el líder de Mayo del 68) en  “luchadores multi-frente”, cuando no directamente en “reformistas”. En estos últimos casos, el sistema los ha cambiado más a ellos que ellos al sistema. Un ejemplo llamativo que cita Dahle es el de Jonathan Porrit, un líder de los Verdes británicos, que opinaba que el capitalismo «destruirá el planeta mucho antes de que logre satisfacer las necesidades de las personas que dependen de ese planeta», y ahora es un defensor a ultranza del capitalismo verde, y cree que el capitalismo es la única fuerza global capaz de lograr la reconciliación entre la sostenibilidad ecológica y la búsqueda de la prosperidad.

La transición eco-social. Mi diagnóstico personal improbable

Las personas con ideología anarquista, de izquierda radical, anticapitalista, o eco-socialista, tienden a adoptar estrategias colectivas de movilización del tipo que Tilly llamaba zelote. Sus fines colectivos son muy exigentes: la abolición del capitalismo, el decrecimiento y el eco-socialismo, por lo que no se involucrarán con mucha fuerza en actividades de tipo reformista. Pero si percibieran oportunidades colectivas de acabar con el capitalismo, invertirían recursos en la movilización incluso cuando los logros fueran momentáneamente contrarios a los propios intereses y objetivos. Mientras no perciben tales oportunidades suelen adoptar actitudes como la del combatiente de base, o a veces, la (4), la (5) o la (2).

Según https://blogs.elconfidencial.com/cultura/el-erizo-y-el-zorro/2018-01-09/clases-medias-familias-espana-el-fin-del-primer-mundo_1502884/ en España un 38,5 por ciento de los hogares son de rentas bajas (ganan menos del 75% del ingreso mediano), un 52,3 por ciento son de rentas medias (entre 0.75 y dos veces el ingreso mediano) y un 9,2 por ciento son de rentas altas (más de dos veces el ingreso mediano). En España, de los 18 millones de hogares, aproximadamente un 10% tiene a todos sus miembros en paro, de modo que podemos decir que este grupo ascendería al 10% de la población española. Por tanto, podríamos decir que los trabajadores con empleo (aunque sea de mala calidad) y los empleados con ingresos medios (clase “media”) vendrían a ser el 81% de la población.

La mayor parte de los trabajadores desempleados y los de ingresos bajos tienden a adoptar la estrategia que Tilly llamaba del mísero. Viven en situación permanente de supervivencia individual, lo cual les deja sin recursos materiales que invertir en acciones colectivas. Sus movilizaciones a corto plazo pueden ser defensivas y de corta duración. Pero al no tener casi nada que perder, podrían unirse a una movilización colectiva duradera de otros grupos, si esta tuviera visos de cambiar radicalmente el sistema actual. Esto es, tienen el potencial de cambiar de míseros a zelotes si las oportunidades fueran muy claras.

La mayor parte de las clases asalariadas con ingresos medios del mundo occidental tiende a comportarse como lo que Tilly llama corredores de medio fondo. Son conscientes de que tienen mucho en comparación con las condiciones laborales y vitales que sufre la mayoría de la población del planeta, e incluso occidental. Se puede decir que consideran injustas a sus clases económico-políticas, así como al régimen capitalista neo-liberal, pero le conceden una legitimidad por su capacidad de mantener al país en una prosperidad superior a la de la mayoría de países del mundo.  De modo que nunca invertirán ningún esfuerzo serio en acabar con el capitalismo, ni en buscar un sistema realmente sostenible (que debe ser necesariamente post-capitalista), salvo si el sistema dejara de garantizarle la seguridad laboral y vital que tienen. A corto y medio plazo sus movilizaciones seguirán siendo limitadas a objetivos acotados, reformistas, y compatibles con un reformado capitalismo verde. Los ideólogos del neo-liberalismo han tenido éxito a corto plazo al despertar el miedo a perder lo (poco) que tengo entre los asalariados de occidente, volviéndolos individualistas y conservadores.

Lo que creo que puede pasar a medio y largo plazo lo hemos comentado en García-Olivares y Solé (2014) y resumido en http://crashoil.blogspot.com/2014/03/mas-alla-del-capitalismo.html . Las crisis que se nos avecinan provocarán con gran probabilidad el fin del crecimiento y el estancamiento económico, la mayor incertidumbre creo que está en si el sistema conseguirá superar las crisis de productividad de los suelos, la escasez global de agua, la pérdida masiva de biodiversidad, y el cénit de los combustibles fósiles, o no podrá superarlas. Todas estas crisis podrían tener lugar entre 2030 y 2050. Cabe la posibilidad de que el sistema consiguiera superarlas con medidas tales como transición a una agricultura parcialmente orgánica, riego eficiente y desalinización con concentración solar, reforestación y prohibición del comercio de aceite de palma, e inversión masiva en renovables y capitalismo verde. Considero esta posibilidad tan probable como improbable, esto es, indecidible de momento. Por ello, insistir en que el colapso del capitalismo se va a producir con seguridad de forma inminente podría desprestigiar al eco-socialismo si tal predicción no se cumple. Ello nos etiquetaría ante gran parte de la población como gente poco fiable, no apta para generar ideas-guía en una futura movilización.

Si el sistema consiguiera superar esas crisis, tendríamos un escenario de crecimiento verde hasta que los principales metales industriales mostraran rigidez en su oferta. En algunos estudios publicados sugeríamos que el despliegue de una economía 100% renovable que produjera unos 12 TWa/a ya provocaría tal rigidez en la oferta de cobre, níquel, litio y platino-paladio. Esto provocaría, en las décadas finales de este siglo, una crisis de solución mucho más difícil que las anteriores, con probable parada del crecimiento.

Sea a mediados o a finales de siglo, el estancamiento del crecimiento y la economía provocará probablemente la pérdida de confianza en las élites económico-políticas como capaces de mantener una prosperidad y un progreso relativos. La crisis se producirá probablemente tanto en los países desarrollados como en los demás, pues la escasez de materiales esenciales afectaría a todas las industrias nacionales. Las situaciones de estancamiento capitalista suelen aumentar ampliamente las desigualdades y el desempleo, lo cual contribuirá a la extensión de la idea de que el sistema capitalista es esencialmente injusto. Esta pérdida de fe tanto en la justicia como en la eficiencia de las élites y del sistema son las condiciones que muchos investigadores han identificado como capaces de hacer desaparecer la legitimidad otorgada a los mismos, lo cual aumentará el nivel de movilización social.

En esa coyuntura, los distintos grupos sociales tienen amplio margen para aumentar sus horizontes de oportunidad uniendo las demandas de unos con las demandas de otros en contra del régimen. Será entonces más fácil la convergencia de grupos de intelectuales “zelotes” favorables a la transición, con grupos de excluidos, sobreexplotados, parados, movimientos indigenistas, desplazados climáticos, indignados, cooperativistas y nichos de economía solidaria. En presencia de fuerte movilización, estos aumentos de oportunidad, según el modelo de Tilly, suelen funcionar como disparadores de acciones colectivas contra el régimen político-económico dominante. Pero ninguno de estos acontecimientos está determinado. La habilidad de la población a la hora de generar marcos interpretativos favorables a la transición post-capitalista será también clave para que esas acciones colectivas cristalicen en una transición hacia un mundo vivible y no hacia un neo-feudalismo, que es el otro escenario que considerábamos probable en García-Olivares y Solé (2014).

¿Hay alguna estrategia mejor o peor para el momento presente, cuando no se han producido todavía las condiciones citadas? La conclusión de Dahle es que lo peor para lograr una transición es desistir, porque ello nos puede llevar a una catástrofe ecológica. Por un lado, hay mucho que hacer en el terreno de la lucha ideológica y contra los marcos metafóricos culturales que hoy apoyan la dominación, el imperialismo, el patriarcado, el clasismo, el darwinismo social, el modernismo con sus dicotomías hombre/naturaleza y sujeto/objeto, la guerra, la razón instrumental, las jerarquías, la supremacía de lo abstracto sobre lo concreto, los cuerpos y la vida como mercancías, el consumismo y la auto-explotación. Por otro lado, los esfuerzos combinados de reformistas, revolucionarios impacientes, luchadores de base y radicales multifacéticos pueden producir la dinámica necesaria para provocar cambios cualitativos. También los revolucionarios pacientes pueden ser útiles si se involucran en preparar las condiciones para un cambio estructural cuando se den las condiciones apropiadas.

Como partidario de esta última estrategia, me parece de especial importancia la promoción y participación en cooperativas energéticas, agrícolas e industriales, iniciativas sin ánimo de lucro, banca popular, ciudades en transición, eco-villas, experimentos de agricultura orgánica y permacultura, software libre, y tecnologías libres. Todo ese tejido de prácticas debería tener suficiente desarrollo en una futura situación de estancamiento estructural del crecimiento capitalista, si queremos que la gente se adscriba en masa a prácticas alternativas a las dominantes.

Si ese tejido económico alternativo al dominante (“nichos” o centros de nucleación de nuevas prácticas) estuviera entonces suficientemente desarrollado, se podrían lanzar con posibilidades de éxito consignas similares a las clásicas consignas anarquistas, que servirían como guías en la movilización hacia un sistema post-capitalista simbiótico (y no enemigo) de la vida y de las sociedades. Algunas de estas consignas-guía podrían ser las que propone el Manual de Soberanía Económica de http://tarcoteca.blogspot.co.uk/2015/01/soberania-economica-dejar-de-usar.html?m=1 :

-No usar bancos: usar servicios alternativos, dinero en efectivo, cuentas a 0, servicios de pago electrónico, divisas sociales, criptodivisas

– No usar divisas estatales: usar moneda social, criptodivisas, dinero natural como el oro

– No usar financiación bancaria: usar micromecenazgo/ crowfounding/ suscripciones/ donativos

– No usar servicios corporativos: usar servicios públicos, socializados o alternativos

– No consumir bienes corporativos: consumir sólo servicios y productos sociales

– No organizarse en sus asociaciones capitalistas: organizarse en asociaciones independientes

– No trabajar en sus empresas: participar sólo en cooperativas

– No participar en sus partidos políticos: usar las organizaciones locales y de base como sindicatos, juntas vecinales y concejos horizontales.

Ahora bien, aunque la situación presente no sea aún una situación de crisis general del sistema, todas estas medidas pueden irse desarrollando progresivamente aquí y ahora, por lo que la estrategia del “revolucionario paciente” no tiene por qué diferir en la práctica de la del “luchador de base”, salvo en el modelo diferente que ambos utilizan para imaginar el momento de la crisis definitiva del régimen.

Ecovillage

En la situación presente, la venta del propio trabajo asalariado a una empresa capitalista suele ser justificable por la necesidad de sostener a una familia a cargo del trabajador, y la inexistencia de alternativas. En una situación con un tejido de empresas cooperativas, solidarias o sin ánimo de lucro, la venta de la propia fuerza de trabajo fuera de estas redes solidarias, dejaría de ser la única opción, empoderando a la movilización. Es más, llegado un punto de alto desarrollo de ese tejido, vender el propio trabajo asalariado a una empresa capitalista podría ser considerado moralmente “indecente”. Estas valoraciones morales pueden ayudar notablemente a amplificar el traspaso de una forma de vivir a la alternativa, y así ha sido en revoluciones históricas como la inglesa, donde la participación en la revuelta puritana (o en la de los “niveladores”) contra el poder monárquico era considerada como un deber moral por muchos grupos sociales, no sólo como una persecución de los propios intereses. Otras consignas y valores-guía que permitieran diferenciar y enaltecer a los partidarios del nuevo régimen con respecto a “los otros”, o grupos conservadores que defiendan al viejo sistema inútil, podrían ser importantes en esa fase final.

Referencias

Dahle, K., 2007. When do transformative initiatives really transform? A typology of different paths for transition to a sustainable society. Futures 39, 487–504.

García-Olivares, A., 1988,  El Concepto de Cambio Estructural en las Ciencias Sociales, Revista Internacional de Sociología, Vol. 46, Nº 2  (Junio-88), 243-262.

García-Olivares, A., Solé, J., 2014. End of growth and the structural instability of capitalism- From capitalism to a symbiotic economy. Futures 68, p. 31-43. Special Issue on Futures of Capitalism. http://dx.doi.org/10.1016/j.futures.2014.09.004

Geels F. W. 2011. The multi-level perspective on sustainability transitions: Responses to seven criticisms. Environmental Innovation and Societal Transitions 1, 24-40.

Goldstone, J.A., 2001. Toward a fourth generation of revolutionary theory. Annual Review of Political Science 4, 139–187.

Huntington SP. 1968. Political Order in Changing Societies. New Haven, CT: Yale Univ. Press

Skocpol, T., 1979. States and Social Revolutions: A Comparative Analysis of France, Russia and China. Cambridge University Press, Cambridge.

Tilly C. 1978. From Mobilization to Revolution. Addison-Wesley, Rading, Massachusetts, USA.

Verbong G., Loorbach D. (Eds.), 2012. Governing the Energy Transition, Chap. 1, Introduction. Routledge, New York.

La Revolución Francesa

Precondiciones y precipitantes de la Revolución

La resistencia y las revueltas de los campesinos y habitantes de las ciudades contra los intentos de la corona de extraer nuevos impuestos o cobrar los impuestos en tiempos de crisis habían sido habituales en todos los países europeos en el siglo XVIII, por lo que era un tópico en muchos escritores hablar de que iba a acabar estallando una revolución; Pero nadie se imaginaba en 1750 el cataclismo que estaba a punto de producirse.

Las 400.000 personas que formaban la nobleza francesa, de un total de 23 millones de franceses, gozaban de considerables privilegios, entre ellos el de estar exentos de varios impuestos (aunque no de tantos como estaba exento el bien organizado clero). Los antiguos estados y parlamentos eran instituciones políticas controladas por la nobleza, pero habían ido perdiendo poder frente al absolutismo real. La corona había colocado además a financieros y administrativos, ennoblecidos pero procedentes de la burguesía, en puestos cercanos al gobierno. Muchos de ellos trataban de modernizar la administración en el sentido de acercarla a los modelos económicos que estaban convirtiendo al Reino Unido en uno de los estados más poderosos de Europa. Por ejemplo, el economista fisiócrata Turgot, que preconizaba una eficaz explotación de la tierra, libertad de empresa y comercio, una administarción eficaz sobre un territorio unificado, una tributación equitativa y una disminución de las desigualdades (Hobsbawn 1964).

Pero muchos cargos oficiales estaban acaparados por tradición por la nobleza, que justificaban su propiedad como «derecho de conquista» de sus antepasados que según ellos eran los antiguos conquistadores germánicos de la Galia romana. El poder real se ejercía de forma directa sólo a nivel regional; a nivel local, gobernaba de manera indirecta, a través del clero, la nobleza y las oligarquías urbanas. Desde esos puestos, el clero y la nobleza se opusieron a los intentos del absolutismo de modificar los sistemas de recaudación local que ellos controlaban.

Francia estuvo en guerra 86 años entre 1648 y 1780, o sea, dos de cada tres años. En conjunto, el estado salió fortalecido de esas guerras, en poder fiscal y en poder administrativo (Tilly 1995). Sin embargo, la forma como el estado recaudaba impuestos extraordinarios de guerra alió en su contra a grupos sociales cada vez más numerosos. El sistema era forzar a individuos y grupos acomodados a desembolsar grandes cantidades a cambio de privilegios o monopolios (personales, gremiales o municipales) que el estado se comprometía a defender en el futuro. Otras veces eran privilegios tradicionales nobiliarios que el estado amenazaba con revocar salvo si el noble pagaba por su mantenimiento. Otro era el arrendamiento de los nuevos impuestos a un especialista en extraerlos, que los adelantaba al Estado y luego los trataba de recaudar con fuerte protección personal del Estado. Con estos sistemas, el estado creaba un nuevo círculo de privilegiados a los que luego sería más difícil extraer dinero adicional. Estos clientes conocían además muy bien la situación de las finanzas del estado.

Las grandes deudas adquiridas durante la Guerra de los Siete Años y durante la Independencia norteamericana no podían ser pagadas imponiendo nuevos impuestos, pues en la última mitad del siglo XVIII los salarios reales estaban disminuyendo, y las malas cosechas aumentaban el hambre en muchos hogares pobres. Los nuevos impuestos sólo podían salir de los órdenes privilegiados (Hampson). Sin embargo, los parlamentos sólo aceptaban colaborar en la reorganización fiscal si aumentaba su influencia en la política financiera. Esto indujo a los monarcas a exiliar una y otra vez a los parlamentos y a tratar de gobernar por decreto. Esto, junto con las grandes pérdidas coloniales de la guerra (Quebec, Senegal, San Vicente, Dominica, Granada y Tobago) desacreditaron crecientemente al estado.

En 1771 el ministro Maupeou y el inspector general Terray intentaron reorganizar las finanzas mediante el exilio de diversos parlamentaires, la abolición de sus cargos venales (comprados a un precio estipulado) y la sustitución del parlamento de París por unas nuevas jurisdicciones que estarían bajo control del rey. Sin embargo la muerte de Luis XV en 1774 permitió a los parlamentos recuperarse coaligándose con los campesinos y burguesía que luchaban independientemente hasta entonces contra los gastos, la arbitrariedad y la corrupción del gobierno. La amenaza de perder sus numerosos privilegios llevó a la nobleza y el clero a actuar en sincronía con clases sociales muy diferentes. El propio partido monárquico se dividió en una facción contraria y otra favorable a Necker, el supuesto genio financiero suizo que financió la guerra norteamericana a base de deuda mientras presentaba las cuentas como si fuera un maestro de la buena administración. Una asamblea general del clero manifestó su solidaridad con los parlamentos y con la aristocracia, en contra del rey.

El ministro Calonne trató de eliminar la distinción entre tierras nobles y tierras plebeyas a la hora de tributar. Esto atemorizó a la nobleza pues podía ser un precedente muy peligros para sus otros privilegios. El consejo de notables presionó al rey hasta que Calonne fue cesado el 8 de abril de 1787.

El parlamento de Toulousse ordenó el encarcelamiento del intendente y estallaron insurrecciones populares contra los funcionarios reales en Bretaña y el Delfinado, donde la nobleza y los representantes de las ciudades llegaron a reunir los estados provinciales sin que hubieran sido convocados por el rey, y grupos de montañeses descendieron hasta Grenoble para proteger el Parlamento frente a la monarquía. Mientras cundía la agitación en gran parte de Francia, se formó una poderosa coalición que pedía la convocatoria de los Estados Generales para solucionar los probblemas del reino. En agosto de 1788 el rey capituló a esas exigencias, destituyó a dos primeros ministros y llamó de nuevo al gobierno a Necker. Todas las entidades políticas de Francia comenzaron a preparar las elecciones para los Estados Generales, en la que se reunían los tres estamentos: nobleza, clero y «tercer estado» (o pueblo llano). Necker acabó aceptando la petición del tercer estado de que se duplicase su representación en los Estados Generales; esa decisión no era necesariamente contraria a los intereses de la corona, pues al dar mayor poder a la burguesía (artesanos y tenderos sobre todo) de las ciudades, produjo temor en gran parte de la aristocracia, que se inclinó de nuevo hacia apoyar al monarca.

La reunión de los Estados Generales fue acogida como la «buena nueva» anunciadora de tiempos nuevos. En palabras de una campesiana anciana: «se dice que ahora va a hacerse alguna cosa, por parte de grandes personajes, para nosotros, pobres gentes, pero no se sabe quién ni como; pero que Dios nos envíe algo mejor, porque los derechos y las cargas nos agobian». Pero ¿consentirían los privilegiados en dejarse despojar? La resistencia de la aristocracia a que el tercer estado tuviera un voto por cabeza reforzó la desconfianza que tanto la burguesía como el pueblo llano tenían de la nobleza.

Los Estados Generales se abrieron el 5 de mayo de 1789 en Versalles, cerca de París. Estaban presentes 1.139 diputados, 291 pertenecientes al clero, 270 a la nobleza, y 578 al Tercer Estado (que representaba al 97% de la población). Pero no estaba claro si las votaciones se harían por estamento o por cabeza, detalle que podía condicionar la aprobación en un sentido o en otro de cualquier reforma. Al día siguiente la nobleza y el clero se reunieron en las salas que tenían adjudicadas para verificar la legitimidad de los poderes de los representantes y constituirse por separado. El tercer estado reclamó la verificación en común, lo cual implicaba implícitamente el voto por cabeza. La nobleza se negó durante 22 días seguidos a reunirse conjuntamente con el tercer estado, y el clero (constituido en parte por curas párrocos humildes) estaba dividido. Su división quedó clara cuando el diputado Mirabeau propuso que, dado que no se sabía la resolución que adoptaría la nobleza, se intimase al clero a que se explicara inmediatamente y declarara de una vez si quería o no reunirse al estado llano. «El diputado Target al frente de una diputación numerosa, pasó al salón del clero y habló en estos términos: «En nombre del Dios de paz y del interés nacional, los señores diputados del estado llano suplican a los señores diputados del clero que vengan a reunirse con ellos en el salón de la asamblea, para discutir los medios de establecer la concordia tan necesaria en este momento para la salvación del estado»; el clero quedó suspenso al oír aquellas palabras tan solemnes, y un gran número de sus individuos contestó con aclamaciones y quiso inmediatamente corresponder al llamamiento; pero se les impidió hacerlo, y se contestó a los diputados que se iba a deliberar» (Thiers 1841). Con gran habilidad táctica, el pueblo llano se constituyó entonces en Asamblea Nacional e invitó a los demás a unirse. Dos nobles y 149 miembros del clero lo hicieron. Esto constituyó una auténtica provocación jurídica, pues equivalía a desmantelar los estamentos tradicionales del reino y sustituirlos por una asamblea única en representación de todo el pueblo.

Ante este acto revolucionario, el rey Luis XVI mandó cerrar la sala y prohibió su entrada a los representantes del Tercer Estado, en contra de la opinión de su ministro Necker.

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Jean-Louis David, El Juramento del Juego de Pelota (1791), museo nacional del castillo de Versalles y de Trianon.

La Asamblea Nacional encontró otro lugar de reunión, la Sala del Juego de Pelota (o frontón) de Versalles, y el 20 de junio los diputados juraron no separarse antes de haber dado una Constitución al país, lo que se conoce como Juramento del Juego de Pelota. El 23, el rey ordenó su disolución, pero los diputados del pueblo llano siguieron al diputado Mirabeau y su célebre frase «Estamos aquí por la voluntad del pueblo y sólo saldremos por la fuerza de las bayonetas«. El 27 de junio el rey cedió e invitó a la nobleza y al clero a que se unieran a la nueva asamblea. El 9 de julio de 1789, la asamblea adoptó el nombre de Asamblea Constituyente. La opinión popular mayoritaria seguía siendo todavía la de que el rey era «bueno» pero su entorno aristocrático era perverso.

Pese a la flexibilidad inicial del rey,  la posibilidad de una revolución pacífica del Antiguo Régimen y el paso a una monarquía constitucional encabezada por la Asamblea Constiuyente no triunfó. Los diputados del Tercer Estado tenían una minoría conservadora que, junto con el clero de a pie y la fracción liberal de los los nobles constituían un partido proclive al compromiso. Este partido creció con los desórdenes y levantamientos que la crisis económica estaba estimulando en toda Francia. Las llamadas al ejército para que restableciera el orden entre el tercer estado subrayó el carácter oligárquico del régimen entre las masas. En los primeros días de julio de 1789 se corre la voz de que los aristócratas y el rey preparan un golpe de fuerza para disolver la Asamblea. En París, artesanos, tenderos y obreros, soldados que abandonan el acuartelamiento, se convierten pronto en una fuerza de choque de la burguesía para defender la Asamblea, aunque inicialmente carecen de armamento.

Luis XVI, actuando por consejo de los nobles que formaban su camarilla personal, cesó a su ministro de finanzas Necker (que simpatizaba con algunas demandas del Tercer Estado); la noticia se conoció el 12 de julio y desencadenó un miedo generalizado a un auto-golpe de estado del propio gobierno contra la Asamblea. Los liberales temieron que la concentración de tropas reales llevadas a Versalles, provenientes de las guarniciones fronterizas, intentarían clausurar la Asamblea Nacional Constituyente. Las masas se arremolinaron por todo París, llegando a juntarse 10.000 personas en torno al Palais Royal. Camille Desmoulins, conocido francmasón de la logia de las Nueve Hermanas, según Mignet,​ concentró a una gran muchedumbre, subido a una mesa y con una pistola en la mano, al grito de:

¡Ciudadanos, no hay tiempo que perder; el cese de Necker es la señal de la Noche de San Bartolomé para los patriotas! ¡Esta noche, batallones de suizos y alemanes tomarán el Campo de Marte para masacrarnos; sólo queda una solución: tomar las armas!

En efecto, a primera hora de la noche del 12 de julio, el barón de Besenval, a la cabeza de las tropas instaladas en París, dio la orden de intervenir a los regimientos suizos acantonados en el Campo de Marte. Una multitud creciente, blandiendo bustos de Necker y el duque de Orleans (que había apoyado al Tercer Estado), atacó sólo con piedras a batallones de caballería en la Plaza Vendôme, y en la Plaza Luis XV, con dos o tres bajas entre los manifestantes

La Guardia Francesa era la guarnición permanente de París que, con muchos vínculos locales, era favorable a la causa popular. El príncipe Lambesc, que no confiaba en que este regimiento obedeciera sus órdenes, colocó a 60 hombres a caballo para vigilarlo frente a su sede en la calle Chaussée d’Antin. La medida fue contraproducente, pues los suboficiales de la Guardia Francesa, rebelándose contra sus oficiales, mandaron atacar a ese grupo de caballería, matando a dos soldados e hiriendo a tres más. Tras ello, este contingente militar experimentado se dirigió al Campo de Marte, para contrarrestar cualquier movimiento de los regimientos mercenarios fieles al rey.

La mañana del 13 de julio hubo amotinamientos que exigían rebajas en el precio del pan y del trigo y algunos saqueos. Por la tarde, muchos manifestantes se reunieron frente al ayuntamiento de París pidiendo armas para defender la ciudad. Los electores, representantes municipales reunidos dentro, decidieron crear una «milicia burguesa», la Guardia Nacional, para evitar los desórdenes y saqueos crecientes. Para pertrechar de armas a esa milicia de 48.000 ciudadanos, los amotinados saquearon el Hotel de la Marina. Más tarde, una delegación de los electores del Ayuntamiento se dirigió al Hotel de los Inválidos para reclamar las armas almacenadas en él. El gobernador se negó y la muchedumbre empezó a proponer la toma de la Bastilla, donde se almacenaban grandes cantidades de pólvora.

Por la mañana del día 14 de julio, unas 100.000 personas rodearon el Hotel de los Inválidos. Éste estaba protegido por cañones, pero sus guardias parecían dispuestos a no utilizarlos contra la multitud. A unos cientos de metros, en el Campo de Marte, el Barón de Besenval (comandante de las tropas reales de París) reunió a los jefes de los cuerpos para conocer si sus soldados marcharían contra los amotinados; unánimemente, le respondieron que no. Los amotinados sacaron del hotel unos 30.000 mosquetes sin pólvora o munición, 12 cañones y un mortero. A la vez, una multitud se reunió frente a la Bastilla, donde se almacenaban casi 14.000 kg de pólvora. Estaba defendida por 82 inválidos, soldados veteranos poco aptos para el combate, y 32 granaderos suizos traídos unos días antes del campo de Marte. Entre las 10:30 y las 13 horas, dos delegaciones de los electores municipales entran en la fortaleza para negociar la entrega de munición a la Guardia Nacional (que lleva distintivos con los colores de la ciudad, rojo y azul). La masa, impaciente tras horas de espera, entra en el patio externo y a las 13:30 corta las cadenas del puente levadizo e intenta entrar en el patio interno. La guardia dispara sobre los asaltantes, con numerosas víctimas. Entre las 14 y las 15 horas, otras dos delegaciones entran sin conseguir tampoco nada. A las 15 h comenzó en el exterior el fuego entre ambas partes, y a las 15:30 llegaron 61 guardias franceses y otros desertores de las tropas regulares con las armas tomadas previamente en Los Inválidos y con varios cañones, que dispararon contra las puertas y el puente levadizo de la Bastilla. Comprendiendo que sus tropas no podrían resistir mucho más tiempo el asedio, el alcalde de la fortaleza (Launay) se rindió a las 17 h.  Él, junto con tres oficiales de la guarnición fueron asesinados por los asaltantes, haciendo un total de seis víctimas entre los defensores, por unos 100 entre los asaltantes. La mayoría de los defensores fueron protegidos por la Guardia Francesa tras la rendición.

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Acuarela sobre la Toma de la Bastilla, pintada en 1789 por Jean-Pierre Houël. En el centro se observa la detención del alcaide, el marqués de Launay

El 15 de julio de madrugada el duque de Rochefoucauld-Liancourt despertó a Luis XVI para informarle de los acontecimientos. «¿Qué rebelión es esta?», preguntó el rey. «Señor, replicó el duque de Liancourt, llamadla revolución» (Thiers 1841).

Parecen converger en las últimas décadas antes de 1789 los siguientes factores precipitantes: aumento de la deprivación y el hambre en las clases más bajas, debido a las malas cosechas y aumentos de precio; una crisis financiera del estado; un descrédito de la eficacia del estado tras las pérdidas bélicas, y su incapacidad de financiar la guerra y el presupuesto público; una división de las élites que antes lo apoyaban, y ahora defienden sus privilegios tradicionales contra los intentos de la corona de erosionarlos; y una pérdida general de la legitimidad de la corona como institución justa y que respeta las tradiciones. Tal conjunción parece haber creado, entre el 5 de mayo y el 14 de julio de 1789 una de las situaciones pre-revolucionarias más profundas que se han dado en la historia.

A la vista de los acontecimientos, que le desbordan, el rey trató de recuperar su legitimidad ante el pueblo llano (perdida por su alianza inicial con la nobleza y por el llamamiento al ejército en los primeros días de julio) accediendo a retirar las tropas de París y dejar su protección a la Guardia Nacional, y accediendo a llamar de nuevo al destituído Necker. La asamblea y el ayuntamiento, ahora protegidos por una guardia nacional armada, fueron los centros de nucleación (o «nichos») políticos de los acontecimientos revolucionarios, mucho más amplios, que siguieron.

La imposible revolución pactada. 1789-1792

Ante las noticias que venían de París, la insurrección se extendió por las ciudades y pueblos de toda Francia. El pueblo se organizó en ayuntamientos para conseguir el autogobierno, sólo reconocieron a la Asamblea Nacional Constituyente como autoridad externa y crearon cuerpos de guardias nacionales para su propia defensa, de acuerdo al principio de la soberanía popular, medidas espontáneas que fueron normalizadas al poco tiempo mediante leyes aprobadas por la Asamblea Nacional. En las áreas rurales, muchos oficiales del rey habían huído de sus pueblos, y llegaban confusos rumores de que muchos nobles se estaban exiliando y preparando un golpe de estado unido a una invasión desde el exterior, y que eran ellos quienes armaban a los bandidos que saqueaban las cosechas. El miedo inicial provocado por la incertidumbre en plena cosecha provocó que muchos pueblos pidieran protección a la nobleza local y le encargaran el mando de las milicias. Pero en otros lugares, el miedo se fue volviendo cólera y entre el 20 de julio y el 6 de agosto, muchos campesinos pobres aprovecharon la situación de debilidad del Estado para quemar títulos sobre servidumbres, derechos feudales y propiedad de tierras, y varios castillos y palacios fueron atacados. La insurrección agraria se conoce como La Grande Peur (el Gran Miedo). Superados por los acontecimientos,  el 4 de agosto de 1789, la Asamblea Constituyente de París suprimió los privilegios feudales y estableció la igualdad de todos los franceses ante la ley y los impuestos.

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Campesinos franceses del siglo XVIII (reproducción de George Stuart, Galería Historical Figures)

Inicialmente, la burguesía del Tercer Estado apoyó las demandas campesinas pero sin llegar al punto de cuestionar la propiedad de los nobles terratenientes. Suprimir un derecho de propiedad, aunque tuviera un origen incierto y heredado, podría poner en discusión la propiedad de los mismos burgueses. En las discusiones de la Asamblea, el vizconde Noailles, un noble liberal, propuso que todos los derechos feudales pudieran ser comprados o intercambiados «al precio de una estimación justa». Tras ese acuerdo, la Asamblea decretó la abolición sin indemnización de los derechos y deberes feudales que se referían a la mano de obra obligatoria, a la servidumbre personal, a los peajes, derechos de caza, de palomar y de pesca; pero todos los demás derechos (los más importantes) se mantenían hasta su compra. Así pues, los campesinos eran liberados, pero debían pagar la liberación de sus tierras (tasadas en unas 20 veces su renta anual). Dado que no se previó ningua forma de financiar a los campesinos pobres para que pudieran comprar las tierras nobiliarias, la inmensa mayoría se quedó en la misma situación de dependencia que antes, lo cual provocó una guerra civil en el campo que radicalizó la Revolución durante los años siguientes.

Este compromiso parlamentario inicial entre burguesía y aristocracia terrateniente era análogo al que habían establecido los revolucionarios que un siglo antes protagonizaron la Revolución Inglesa, y fué promovida por La Fayette hasta mediados de 1790 y luego por los triunviros Bernave, Du Port y Lameth en 1791. Éstos buscaron un equilibrio entre el Parlamento, la aristocracia y el rey, y quisieron dar un punto y final a la revolución, pues «un paso de más en la línea de la libertad sería la destrucción de la monarquía, en la línea de la igualdad sería la destrucción de la propiedad». Pero esa revolución de los notables acabó fracasando por el descontento general de los pequeños agricultores y por el empecinamiento de la mayoría de la aristocracia en mantener todos los privilegios posibles. La aristocracia en su mayoría no aceptó los decretos de la Asamblea sobre sus derechos, y buscó en la conspiración y la guerra internacional la reposición de sus privilegios. Cuando aceptaban en la práctica esos decretos, exigían a sus campesinos un pago no sólo por los derechos que conservaban, sino también por los derechos suprimidos por la ley.

Captura de Luis XVI

Grabado de la captura de Luis XVI en Varennes

La huída del rey a Varennes el 21 de junio de 1791 demostró claramente la inutilidad de la política de compromiso. En ese momento, la pálida legitimidad que aún conservaba el rey ante el pueblo llano se hundió definitivamente. El rey fue detenido cerca de la frontera con los Países Bajos (bajo poder austriaco), y se le devolvió a Paris con su familia. Se le mantuvo confinado un año en las Tullerías, y luego en la prisión del Temple hasta finales de 1792, cuando fue juzgado por la Convención, condenado a muerte por conspiración y traición al pueblo de Francia, y guillotinado el 21 de enero de 1793.

¿República burguesa o democracia popular? 1792-1795

Se multiplicaron las sociedades fraternales que se preparaban para resistir una invasión. Los girondinos (175 de los 749 diputados que componían la Asamblea en 1792) eran miembros intelectuales de la burguesía rica de los grandes puertos costeros, y apoyaron los preparativos de guerra contra el archiducado de Austria, que apoyaba a los nobles contra-revolucionarios. Sin embargo, tuvieron miedo de la creciente influencia del pueblo más llano en la revolución: permitir sus demandas de democratización (derecho de voto universal, entrada de los no propietarios en la Guardia Nacional) podía acabar poniendo en peligro la preponderancia de la riqueza en el estado, cuando no el mismo derecho de propiedad. En efecto, la libertad económica que defendían los girondinos estaba en contradicción con algunas de las demandas de los sans-culottes, tales como: la fijación de los precios de los artículos de primera necesidad, de las materias primas y de los arriendos; regulación por ley de los beneficios de la industria, los salarios del trabajo, y las ganancias del comercio; indemnización pública a los agricultores que pierdan la cosecha; fijación de un máximo individual para las fortunas privadas; o que un mismo ciudadano no pueda tener más que un solo taller o tienda (Saboul, 1987).

La movilización popular echó abajo la constitución de 1791 e impuso una nueva que admitía la entrada de los sans-culottes. La oposición y luego abstención de los girondinos les hizo perder popularidad frente a los jacobinos o montañeses (pues ocupaban el lugar más alto de la Asamblea). Con ello, los ciudadanos pasivos (sin propiedades) entraron en masa en las asambleas de sección (que gobernaba los barrios) y en los batallones de la guardia nacional. La idea de la burguesía media, representada por los jacobinos, era que mientras la patria estuviera en peligro, el soberano (el pueblo, según Rousseau) debía estar a la cabeza de los ejércitos y de todas partes. Esta «segunda revolución» integró al pueblo bajo en la nación y con ello institucionalizó la llegada de la democracia.

La burguesía se dio cuenta de que no podía doblegar a la aristocracia, ahora aliada con potencias europeas, sin contar con el pueblo bajo, de ahí que los montañeses se aliaran con los sans-culottes. Para el girondino Brissot eso abría la puerta a «la hidra de la anarquía»; sin embargo, Robespierre apoyó algunas de las demandas de los sans-culottes afirmando: «De todos los derechos, el primero es el de existir. Por lo tanto, la primera ley social es aquella que garantiza a todos los miembros de la sociedad los medios para existir; todas las demás están subordinadas a ésta».

En medio de una crisis económica fuerte y del hambre, la presión popular fue muy fuerte durante 1793. En otoño, bajo la presión de los sans-culottes, los diputados más radicales arrancan a regañadientes a la Convención (que era el nombre de la Asamblea constituyente y ejecutiva que gobernaba Francia desde el 19 de septiembre de 1792) algunas medidas económicas favorables al pueblo llano y  medidas de terror para reprimir las actividades contrarrevolucionarias.

Fructidor

Fructidor (18 agosto ~ 16 de septiembre), mes de aprobación del Terror según el calendario republicano que sustituyó al gregoriano entre 1792 y 1806.

Algunas de estas medidas fueron:

  • Supresión de todas las congregaciones religiosas (este decreto estaba vigente ya desde el 18 de agosto de 1792)
  • Tasación del precio de los granos (cereales y leguminosas).
  • Impuesto sobre la fortuna (emprunt forcé sur les riches), confiscación de las tierras de los «enemigos del pueblo» y de los sospechosos (1794), registros en los domicilios de los banqueros.
  • Tasación de los beneficios empresariales en un 5% para el mayorista y un 10% para el detallista (29 septiembre de 1793).
  • Dirigismo económico para frenar la inflación. Nacionalización de algunas industrias relacionadas con la guerra.
  • Abolición de la esclavitud
  • Obligatoriedad del tuteo
  • Reparto igualitario de las herencias que suprime los privilegios de los primogénitos
  • Censo de los indigentes que percibirán ayudas procedentes de los bienes confiscados. Se organiza la atención a los pobres a domicilio.
  • Creación del calendario republicano.
  • Creación del calendario de las fiestas republicanas. El decreto del 7 de mayo de 1794 instaura la fiesta de la Razón y la fiesta del Ser Supremo.
  • Muchas iglesias son desacralizadas y convertidas en almacenes o transformadas en templos de la Razón. 20.000 clérigos abandonan el sacerdocio y 5000 se casan.
  • Se establece la educación primaria como obligatoria y gratuita.

Junto con las medidas de descristianización que los jacobinos promovieron, se adoptó un nuevo calendario republicano, que fue usado entre 1792 y 1806. Dividía el año en estos periodos:

Otoño (terminación -ario, -aire):

  • Vendimiario (Vendémiaire) (del latín vindemia, ‘vendimia’), desde el 22, 23 o 24 de septiembre.
  • Brumario (Brumaire) (del francés brume, ‘bruma’), desde el 22, 23 o 24 de octubre.
  • Frimario (Frimaire) (del francés frimas, ‘escarcha’), desde el 21, 22 o 23 de noviembre.

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Invierno (terminación -oso, -ôse):

  • Nivoso (Nivôse) (del latín nivosus, ‘nevado’), a partir del 21, 22 o 23 de diciembre.
  • Pluvioso (Pluviôse) (del latín pluviosus, ‘lluvioso’), a partir del 20, 21 o 22 de enero.
  • Ventoso (Ventôse) (del latín ventosus, ‘ventoso’), a partir del 19, 20 o 21 de febrero.

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Primavera (terminación -al):

  • Germinal (del latín germen, ‘semilla’), a partir del 20 o 21 de marzo.
  • Floreal (Floréal) (del latín flos, ‘flor’), a partir del 20 o 21 de abril.
  • Pradial (Prairial) (del francés prairie, ‘pradera’), a partir del 20 o 21 de mayo.

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Verano (terminación -idor):

  • Mesidor (Messidor) (del latín messis, ‘cosecha’), a partir del 19 o 20 de junio.
  • Termidor (Thermidor) (del griego thermos, ‘calor’), a partir del 19 o 20 de julio.
  • Fructidor (del latín fructus, ‘fruta’), a partir del 18 o 19 de agosto.

Accediendo a imponer medidas de terror dentro de la Convención o parlamento, el terror legal se impuso sobre la acción directa del pueblo llano, manteniendo cierto  control del Estado sobre los acontecimientos.

Entre septiembre de 1793 y primavera de 1794 muchas personas fueron enviadas a la guillotina, a veces injustamente y solo por meras sospechas, pero el 71% de los ejecutados lo fueron no en París sino en zonas de guerra civil, lo cual sugiere acusaciones de participación en delitos de guerra, conspiraciones para el derrocamiento del gobierno revolucionario, o tránsfugas. Hubo entre  11.000 y 40.000 ejecuciones, según las distintas estimaciones.

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Grabado de ejecución en la guillotina durante El Terror

En la Comuna de París (el gobierno del ayuntamiento) predominaba la burguesía, que llevaba la política moderada marcada por la Asamblea Constituyente. Pero en los distritos parisinos (secciones, desde 1790) mandaban las clases populares (sans-culottes), que solo se sometían parcialmente a la dirección comunal y se arrogaban el derecho de subordinar los decretos de la Comuna a sus decisiones. En el año II, las secciones parisienses  estaban constituidas principalmente por pequeños patronos (artesanos y tenderos) y obreros que trabajaban y vivían con ellos. El igualitarismo era la característica principal de sus reivindicaciones, sin ninguna justificación teórica, salvo el derecho a la existencia y a poder vivir con el propio salario. Las condiciones de existencia deben ser las mismas para todos, pensaban. Al derecho de propiedad como valor supremo, los sans-culottes oponían el principio de la igualdad de posesiones y a partir de él imponen restricciones al ejercicio del derecho de propiedad. El 2 de septiembre de 1793, en el máximo de la presión popular, la sección de los sans-culottes delante del jardín de las Plantas pide a la Convención la limitación por ley de los beneficios de las industrias y el comercio, que nadie pueda tener más de un taller o una tienda. Estas medidas radicales «harían desaparecer poco a poco la desigualdad demasiado grande de las fortunas y crecer el número de propietarios». Ese ideal era también aceptado por los pequeños y medianos empresarios que se veían en riesgo de ser reducidos a trabajadores asalariados dependientes por los grandes capitalistas, pero producía rechazo entre los burgueses más acomodados que dirigían en gran parte el gobierno y el partido jacobino.

Por otra parte, el principio de «la soberaná reside en el pueblo»  era interpretado literalmente por los sans-culottes, que se reunían en sus asambleas de sección para practicar el gobierno directo local, mientras recelaban del sistema representativo. Estos eran proclives a los tribunales populares, y creían que el pueblo debía estar armado. No andaban descaminados, pues cuando los militantes de las secciones fueron desarmados por el gobierno en el año III, se inició su declive político. El derecho a la insurrección por parte del pueblo en armas era para ellos el corolario natural del principio de soberanía popular, aunque luego delegara esa soberanía en sus mandatarios. De julio de 1792 a septiembre de 1973 las reuniones diarias de las secciones facilitó en gran medida el apoyo que el gobierno jacobino necesitaba contra los moderados, y tendió a sustituir a las Asambleas generales a un papel de registro durante el invierno del año II.

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Los jacobinos, como liberales de la burguesía media que eran, aceptaron la reglamentación y la tasación como una medida necesaria para la guerra (para armar y avituallar a los soldados) y una concesión coyuntural a las reivindicaciones populares, pero en el fondo no creían que esas medidas debieran ser permanentes. Creían, como Rousseau, que la libertad y la igualdad eran características que debía tener cualquier sociedad racional. Pero compartían un sentimiento, casi siempre implícito, de que la democracia debía ser dirigida por ellos, pues no era posible confiar en la espontaneidad revolucionaria de los sans-culottes. De ahí que pusieran en práctica los clubs y los comités restringidos que fijaban la doctrina, concretaban la línea política, y la traducían en consignas aceptables para las masas.

La aplicación de las medidas aprobadas a finales de 1793 estaba esbozando los rasgos de una democracia social y pretendían crear una nación de pequeños propietarios, también en el campo. Los jacobinos empezaron a dar, por fin, satisfacción a los campesinos pobres a partir del 17 de julio de 1793, con la abolición definitiva, sin compensación, de todos los derechos señoriales. Paralelamente, los bienes de los emigrados, que habían sido nacionalizados, fueron puestos en venta en pequeños lotes de 2 a 4 arpents (1 arpent equivalía a unos 5.000 m2) pagaderos en 10 años (luego ampliado a 20). Se permitió la partición de los bienes comunales si era solicitado por 1/3 de la asamblea de vecinos.  En ventoso del año II (febrero a marzo de 1794) se despojó de sus bienes a los sospechosos de contra-revolucionarios para transferirlos a los patriotas indigentes. También el derecho a la asistencia de la gente del campo quedó legislado en el decreto de 22 floreal del año II (11 de mayo de 1794), con pensiones de jubilación para ancianos e impedidos, subsidios para madres y viudas con hijos, y asistencia médica gratuita a domicilio. «La felicidad es una idea nueva en Europa», declaró Saint-Just el 13 ventoso. Estas medidas no siempre eran apoyadas por el grupo de los indulgentes, o moderados seguidores de Danton.

A finales de 1793 el gobierno trató de moderar el terror y también la polarización que se estaba produciendo entre los jacobinos entre los exagerados de Hébert y los moderados seguidores de Fabre d’Eglantine, que renegaban del exceso de violencia que la revolución estaba desplegando. Éstos eran conocidos como dantonistas, pese a que la relación de Danton con ellos no estuviese clara. En los mismos meses, el Comité de Salvación Pública llegó a la conclusión de que el Gobierno Británico estaba utilizando a sus agentes en territorio francés para enemistar entre sí a los revolucionarios.

La concepción dirigista de la democracia y de la guerra que animaba a los jacobinos llevó progresivamente al gobierno a asegurarse la obediencia pasiva de las organizaciones populares y a reducir la democracia sans-culotte a algo supeditado a las leyes parlamentarias. El propio éxito de su colaboración con el gobierno burocratizó a muchos activistas de la sans-culotterie. Muchos militantes, sin estar movidos sólo por la ambición, consideraban la obtención de un cargo como la recompensa legítima a su pasada actividad. El gobierno fomentó estas ansias depurando las administraciones y secciones en las que tenía influencia y poblándolas de sans-culottes «buenos». Esto fomentó un conformismo burocrático visible entre los comisarios revolucionarios de las secciones parisienses, que al principio de la Revolución fue una punta de lanza del combate popular. Su dependencia salarial del gobierno hizo a estos comisarios mucho más obedientes a las consignas del gobierno. La democracia directa de estas secciones se vio así muy debilitada.

A principios de ventoso, reinaba un malestar político en la sans-culotterie. El malestar fue aprovechado por el grupo de los patriotas decididos o exagerados, los cordeleros a la cabeza, para tratar de desembarazarse de los moderados en los comités de gobierno (auxiliares de la Convención) y en la Convención, y proclamaron la necesidad de una santa insurrección. Pero no habían asegurado su coordinación con los sans-culotte de la calle, por lo que no fueron seguidos en masa, como habían supuesto. Hébert y otros 18 radicales fueron ejecutados en germinal del año II. El Comité no se quedó ahí y mandó ejecutar también a Danton, Fabre y otros 12 moderados del ala contraria que, supuestamente, habían sido manipulados por los prusianos o habían entregado secretos a los británicos (Hampson 1984).

La ejecución de Hébert («le Père Duchesne») y de los cordeleros, que expresaban las aspiraciones de los sans-culottes, hizo que el contacto directo y fraternal entre éstos y el gobierno revolucionario se rompiera. La represión que siguió a los procesos desarrolló en los militantes del pueblo llano un miedo que paralizó la vida política en las secciones.

Como la presión militar extranjera se estaba aliviando con los éxitos militares franceses en España y Bélgica, el ejército revolucionario fue licenciado (27 de marzo de 1794). El gobierno nunca había aceptado los objetivos sociales y la democracia directa de los sans-culottes, pese a necesitarlos para la guerra. En la nueva coyuntura internacional, más relajada, el gobierno amplió el esfuerzo de control de las instituciones y de unificación de las fuerzas políticas. Los comisarios contra los acaparamientos, defendidos por los sans-culotte, fueron suprimidos; la comuna de París depurada de los antiguos seguidores de Marat, Hébert y de los Cordeleros; y el gobierno reclamó el fin de la autonomía que tenía la democracia de las secciones con respecto a las directrices del gobierno jacobino. Se acusó a las sociedades seccionarias de «querer hacer de cada sección una pequeña república». De germinal a pradial se disolvieron 39 sociedades, con lo cual el gobierno rompía el armazón del movimiento popular. De germinal a mesidor la centralización crecía mientras el terror continuaba, pero ese terror incluía tanto a los opositores conservadores como a los demasiado radicales, todos ellos considerados contra-revolucionarios. «Se trata menos de castigar a los enemigos de la Revolución que de aniquilarlos», declaró el presidente de la Convención, Couthon. Pero lo que el gobierno ganaba en poder coactivo lo estaba perdiendo en apoyo popular, y su base social se redujo enormemente. Según Soboul (1981) «los documentos de la primavera de 1794 dan fe de la atonía de las organizaciones populares. Si las asambleas de sección todavía abordan los problemas de política general ya no es para discutir, sino para aprobar mediante el envío de felicitaciones y de testimonios de fidelidad (…) la indiferencia o la hostilidad gangrenan las secciones estrechamente dirigidas por unos comités revolucionarios burocratizados. Saint-Just escribe que la Revolución está helada«.

No está claro por qué en el auge de su poder, durante junio y julio de 1794, surgieron divisiones en el Comité de Salvación Pública, especie de gobierno ejecutivo encargado por el Consejo para el periodo de guerras, y que actuaba como una dictadura de facto. Es probable que Robespierre, con su carácter utópico y a la vez desconfiado, se hubiese convertido en un colega difícil de soportar para los otros miembros de dicho comité. Saint-Just lo apoyaba, pero Carnot y Collot dirigieron críticas contra él. La instauración del Gran Terror (Ley de Pradial, año II — 10 de junio de 1794) fue considerada innecesaria, ya que tras las victorias militares (Fleurus, 26 de junio de 1794) la Revolución ya estaba consolidada y no era preciso un régimen tan extremista. Muchos pensaron que la continuidad de «El incorruptible» al frente del Comité de Salvación Pública implicaría que Robespierre estaba ahora decidido a limpiar la República de todo aquel que pudiera rivalizar con él en el liderazgo de la nación, por lo que comenzó a fraguarse un golpe de estado en el interior del propio poder revolucionario, cuya cúpula estaba repleta de girondinos no confesos, de jacobinos deseosos de vengar las muertes de Danton y Hébert, o simplemente de gente temerosa de ser acusada de traición y ajusticiada. En un discurso a la Convención el 26 de julio de 1794, Robespierre pronunció un discurso ambiguo en el que afirmó que «existe una conspiración contra la libertad pública, la cual debe su fuerza a una coalición criminal que intriga en el seno mismo de la convención; que esta coalición tiene sus cómplices en la comisión de segur idad general y en sus secretarías y (…) en la Comisión de Salud Pública». Al día siguiente, Saint-Just llegó a la Convención con un informe del Comité sin haberlo leido a los otros miembros del mismo. Aunque se trataba de una propuesta de conciliación, algunos diputados, aterrados ante la posibilidad de que fuera a reclamar la depuración dando nombres, comenzaron a dar gritos, impidiéndole seguir con el discurso. Un grupo de diputados montañeses en los días anteriores habían planeado la caída de los robespierristas, acudiendo a los diputados de la llanura para que votaran contra él. Finalmente, después de que la mayoría le negara su apoyo, Robespierre fue acusado de dictador y detenido junto con otros dos miembros del Comité, Saint-Just y Georges Couthon.

Liberados de la cárcel por la comuna de París, que les prestó apoyo, los robespierristas se refugiaron en el edificio del ayuntamiento, respaldados por un sector del ejército mandado por el general Hanriot. Esa misma noche, las tropas leales a la Convención asaltaron el ayuntamiento. Robespierre fue conducido a la plaza de la Revolución (hoy plaza de la Concordia) y fue guillotinado junto a veintiún colaboradores, entre los que se encontraban Saint-Just, Couthon y el general Hanriot.

Más allá de la caida personal de Robespierre, el declive de la influencia y del poder de los jacobinos se debió a la base social tan estrecha en la que acabaron basando su apoyo. La desmovilización que promovieron entre los sans-culottes hizo que éstos les prestaran un apoyo cada vez más tibio; y la arbitrariedad con la que acusaron a algunos republicanos, tanto radicales como moderados, hizo que muchos republicanos empezaran a ver a los jacobinos como un grupo impredecible y amenazante.

Caído Robespierre, se disolvió la fuerza coactiva y demás resortes revolucionarios, el Club de los Jacobinos fue disuelto el 13 de noviembre de 1794 y pronto apareció el Terror Blanco. El 9 termidor  fue una jornada de engaños para los sans-culottes. Descontentos del gobierno revolucionario, no habían percibido la amenaza que suponía la caída de éste para sus intereses. El abandono de la economía dirigida y algunas medidas sociales cayó sobre ellos y hubo varios levantamientos infructuosos por su parte, el principal el 20-21 mayo de 1795. Se desencadenó la represión, tanto los republicanos moderados como los partidarios del Antiguo Régimen, apoyados en el ejército, atacaron a los sans-culottes, mientras  la gente decente respiraba tranquila. La revolución se había acabado.

Soboul (1987) subraya que la burguesía siempre llevó la voz cantante en su coalición con los sans-culottes. La falta de instrucción engendraba en las filas populares un sentimiento de inferioridad y a veces de impotencia, por lo que cuando a la sans-culotterie parisiense le faltaron los hombres de talento de la burguesía media jacobina, se encontró desorientada. Nunca se atrevió a crear desde sus propias filas ideas-guía que pudieran haber atraído a otros grupos sociales hacia una política radical autónoma e independiente de la burguesía.

¿Liberalismo o dictadura? 1795

La sans-culotterie estaba desmovilizada tras las últimas derrotas. Las masas campesinas estaban divididas: aboliendo definitivamente los derechos feudales (ley del 17 de julio de 1793), la Convención montañesa colocó por mucho tiempo a los campesinos propietarios dentro del partido del orden.

Con la aristocracia vencida y los ardores revolucionarios apagados, el reinado burgués de los notables podía comenzar. La burguesía alta organizó el estado de modo que no volviesen a repetirse los sucesos del año II: restricción de su libertad económica; limitación de sus beneficios; gente humilde imponiendo sus leyes. Se re-instauró el sistema censatorio (de derecho de voto sólo para los propietarios), y se re-estableció el valor supremo de la propiedad. Todo lo que el hombre razonable debe exigir es la igualdad civil (ante las leyes); la igualdad absoluta es una quimera, y ello se justificó diciendo que la propiedad familiar es algo natural con lo que uno nace, tan natural como «las estaturas, las fuerzas, el espíritu, la actividad, la capacidad de industria y de trabajo». Pero dado que la desigualdad de la propiedad es natural, se deduce que también es natural que nos gobiernen sólo los propietarios: «Debemos ser gobernados por los mejores: los mejores son los más instruidos, los más interesados en el mantenimiento de las leyes; ahora bien, con muy pocas excepciones, no encontrareis hombres de ese tipo mas que entre aquellos que, teniendo una propiedad, están apegados al país en que se encuentra, a las leyes que la protegen (…) El hombre sin propiedades, por el contrario, necesita un constante esfuerzo de virtud para interesarse por un orden que no le conserva nada y para oponerse a los movimientos que le ofrecen algunas esperanzas» (Boissy d’Anglas).

Desde el 8 de septiembre de 1794, las leyes que facilitaban a los pequeños agricultores convertirse en propietarios son derogadas en nombre del liberalismo y de la conveniencia de que haya grandes latifundios dedicados a la exportación e industrias dedicadas a la acumulación capitalista, y no sólo familias que cultivan para su propia subsistencia. La Constitución del año III elimina la mención a los derechos sociales de los ciudadanos que aparecía en la de 1789.

El fin de las guerras exteriores dejó al estado sometido a una profunda crisis económica y una inflación galopante debido a la explotación de los ejércitos ocupantes. En una situación de gran descontento social, la oposición contra el directorio aumentó. Los jacobinos se habían reorganizado y la oposición revolucionaria ganó un nuevo impulso bajo la figura de Babeuf, un antiguo protegido de Marat y simpatizante de los sans-culottes. Babeuf había escrito en 1789 un libro, Discurso preliminar al Catastro perpetuo en el que proponía la aprobación de una ley agraria que impidiera al propietario vender sus bienes y le obligara a devolverlos a la comunidad cuando muriera, produciéndose entonces un nuevo reparto de la tierra a razón de once fanegas por heredad. Tras 1792 llegó a la conclusión de que el medio de «dar sustento a esa inmensa mayoría del pueblo que, con toda su buena voluntad de trabajar, no lo tiene», es decir, el medio de alcanzar la «igualdad perfecta», no era limitar la propiedad, como proponían sans-culottes, hebertistas y enragés, sino suprimirla y establecer «la comunidad de bienes y de trabajos». Como los sans-culottes y los jacobinos, Babeuf proclamó que el fin de la sociedad es la dicha común y que la revolución debe garantizar la igualdad de los disfrutes. Pero como la propiedad privada introduce necesariamente la desigualdad, y la repartición igualitaria de las propiedades no puede durar mucho, el único medio de llegar a la igualdad de hecho es el de «establecer la administración en común; suprimir la propiedad particular; vincular cada hombre de talento a la industria que conozca; obligarlo a depositar el fruto en especie en el almacén común; y establecer una sencilla administración de las subsistencias que, registrando a todos los individuos y todas las cosas, hará repartir estas últimas con la igualdad más escrupulosa» (citado por Saboul). Este programa, publicado en noviembre de 1795, constituía una brusca mutación con respecto al de los jacobinos y al de los sans-culottes, pues era la primera vez que la comunidad de bienes y de trabajos, o sea, el viejo sueño utópico cristiano-milenarista del comunismo, se expresaba en forma de sistema ideológico. Ya en 1895 Babeuf había publicado la necesidad de que la producción agrícola fuese realizada también en «granjas colectivas», auténticas «comunidades fraternales» que proporcionarían mayor suma de recursos que los obtenidos mediante el cultivo individual.

La Conspiración de los Iguales, durante el invierno de 1795-96, constituyó el primer intento de hacer entrar el comunismo en la realidad. Su organización política también rompe con la empleada hasta entonces por el movimiento popular. En la cima aparece el grupo dirigente, que se apoya en un número reducido de militantes experimentados; después está el círculo de los simpatizantes patriotas y demócratas, mantenidos al margen del secreto y que no parece que hayan compartido exactamente el nuevo ideal revolucionario; por último, las masas populares a las que se trata de atraer aprovechando la crisis. Según Saboul, se trataba de una expresión de la idea de dictadura revolucionaria que Marat había presentido sin poder definirla exactamente. El liderazgo y luego la dictadura de una minoría revolucionaria más consciente era indispensable durante el tiempo preciso para la reestructuración de la sociedad.

La Conjura de los Iguales fue descubierta y Baleuf acabó en la guillotina, pero a través de Buonarroti (uno de sus camaradas en la Conspiración) sus escritos pasaron al activista comunero Blanqui, a quien hay que atribuir según Saboul, la doctrina de la dictadura del proletariado.

Comparación con otras revoluciones burguesas

Las tres guerras civiles inglesas entre 1642 y 1651 habían logrado sustituir a una monarquía potencialmente absolutista (y a sus apoyos en la Iglesia católica) por un gobierno representativo, aunque no democrático. Esto había despejado el camino al ascenso de la burguesía puritana dentro del aparato de Estado. Los derechos feudales fueron abolidos a cambio de garantizar a la aristocracia terrateniente la propiedad completa de sus bienes. Las confiscaciones y venta de las tierras de la Iglesia aceleraron la acumulación de capital en la burguesía y la antigua aristocracia ahora terrateniente. Las corporaciones y monopolios artesanales perdieron importancia económica para el Estado. La revolución final de 1688 (la «gloriosa») acabó de sancionar el compromiso político y social entre el gobierno, la burguesía y la aristocracia terrateniente.

Esta alianza dio un carácter mucho más conservador a la revolución inglesa que a la posterior revolución francesa. La primera podría caracterizarse como burguesa-conservadora y la segunda como burguesa-democrática. Aunque la Revolución Inglesa contó con muchos niveladores igualitaristas entre los soldados rasos de su ejército, no promovió ninguna adquisición de tierras entre los campesinos; estos fueron cayendo en la condición de asalariados al servicio de los grandes terratenientes o de la naciente industria urbana.

No está muy claro por qué los niveladores no consiguieron un poder mayor en el ejército y sobre el gobierno. Cueva Fernández (2006) sugiere que los oficiales no se decidían por esta senda «popular» pues aún confiaban en las cámaras parlamentarias como líderes de la Revolución, desconfiaban de la indisciplina agitadora de los niveladores, y temían que el control de la fuerza armada se les escapara de las manos. Esa desconfianza es habitual también en otras clases sociales que reciben alguna clase de compensaciones del status quo, cuando se movilizan grupos sociales que no tienen «nada que perder». Quizás, lo que aleja a clases altas e intermedias, «moderadas», de las clases bajas, «radicales» sea la diferente valoración sobre lo que merece la pena conservar del status quo, y lo que puede ser sacrificado. También juega un papel sin duda el paternalismo y el clasismo en que se educa a las clases altas y medias, que enseña a estas a valorar su propia identidad a costa de despreciar los hábitos de las clases bajas, sus estilos de interacción, sus hábitos de autocontrol de la agresividad, etc. Cromwell, que despreciaba profundamente a los niveladores, cedió unicamente, con el acuerdo de los señores locales, en aceptar que las instituciones locales fueran elegidos popularmente, así como los jurados y jueces. Pero se negó a dar a las clases populares derechos de propiedad sobre las tierras de la aristocracia. Sí que se aceptó formalmente la existencia de algunos de los derechos innatos de los ingleses (que hoy llamaríamos derechos fundamentales del hombre), que exigían los niveladores, como la libertad religiosa o los derechos procesales.

Otro factor que jugaba en contra de los niveladores es que la posesión  campesina de la tierra estaba siendo eliminada ya desde un siglo antes con los enclosures de las tierras comunales y la liberación (expulsión) de los campesinos por los nobles, que querían dedicar las tierras a pastos para la industria de la lana. Weber (1924) comenta que los campesinos ingleses fueron particularmente vulnerables porque, habitando en una isla, no eran necesitados regularmente como soldados ni por el rey ni por la nobleza, de modo que no podían entrar en relaciones de colaboración política con tales actores. Las políticas de protección de campesinos fueron desconocidas en Inglaterra y, cuando estorbaron a los nobles en su aspiración de obtener dinero metálico en los mercados, fueron expulsados de sus tierras, y nadie les garantizó a cambio propiedad alguna de las mismas, ni alguna forma de acceder a dicha propiedad. Era difícil que los nobles accedieran a cambiar su política hacia el campesinado a cambio de la fidelidad de estos en el ejército anti-monárquico, contradiciendo sus propios intereses monetarios.

En el caso de Francia, la huida al extranjero de muchos aristócratas, o su condena por traición, facilitó la nacionalización de sus tierras y la venta en pequeños lotes a los campesinos. En Inglaterra en cambio, la aristocracia era un firme aliado de la burguesía contra el rey.

En la Revolución Norteamericana, ni la libertad ni la igualdad fueron totalmente reconocidas, pese a las invocaciones al derecho natural. Los negros siguieron siendo esclavos, y la jerarquía social basada en la riqueza no sufrió alteración alguna.

Según Saboul (1987), la profundidad de los logros democráticos que se dieron en la Revolución Francesa se debió a la obstinación de la aristocracia en mantener sus privilegios feudales sin ofrecer concesiones al parlamento burgués. Ello obligó a la burguesía a aliarse más profundamente y por más tiempo con las masas rurales y urbanas, a las que tuvo que ir dando satisfacciones convincentes durante ese periodo de lucha incierta. La dictadura jacobina de la pequeña y media burguesía se apoyó en unas masas populares cuyo ideal era una democracia de pequeños productores autónomos, campesinos y artesanos independientes, que trabajara e intercambiaran libremente, con unos beneficios justos y parecidos.

Cuando se compara lo sucedido en las revoluciones burguesas con el desarrollo histórico del capitalismo desde el siglo XV, tal como nos lo describen Pirenne, Braudel, y Wallerstein, y con lo que nos enseñan Marx y Weber, puede concluirse que tanto Marx como Weber han identificado algunas fuerzas (o tendencias) causales (económicas e ideológicas) que pueden llegar a ser importantes en todos los cambios estructurales económico-políticos; pero que hay otras fuerzas importantes a esa escala de observación (miedos psico-sociológicos, hábitos, aparición de oportunidades, mal liderazgo estratégico), y todas esas tendencias se pueden combinar de diferente forma en distintos escenarios históricos. No hay un determinismo «en última instancia» de las fuerzas económicas (relaciones de producción), como no la hay en las ideologías, que a veces sirven como valores-guía efectivos para aglutinar la acción de diferentes grupos y a veces no rsultan efectivas. Pequeñas diferencias en la situación histórica hacen que las principales fuerzas o tendencias se combinen de forma diferente y conduzcan a regímenes nuevos muy distintos.

Cabe especular con que, si la guerra revolucionaria en Francia se hubiese prolongado unos años más, la alianza de la burguesía con los sans-culottes podría haber profundizado un poco más en la democratización del liberalismo propugnado por la burguesía revolucionaria. No es descabellado pensar que las demandas de la sans-culotterie de legislar los salarios máximos y las propiedades máximas heredables podrían haber sido incluidas en la nueva constitución que hubiese surgido al acabar la guerra. Ello habría conducido a un estado francés de pequeños propietarios más que a uno dominado por grandes capitalistas y financieros.

Cabe preguntarse si tal sociedad de pequeños propietarios hubiera sido estable en el contexto europeo de estados en lucha entre sí. Recordemos la advertencia que hacía el diputado Lozeau en un informe del 8 de septiembre de 1794: incluso admitiendo que fuera posible convertir a todos los campesinos en agricultores independientes, la república no debería felicitarse por ello, pues con esa autonomía familiar «el comercio, las artes y la industria pronto desaparecerían», con ello desaparecería la riqueza nacional y el poder nacional. El crecimiento del poder del Reino Unido era para muchos la demostración de que los grandes capitalistas y financieros eran una fuente de ingresos más eficaz para el estado que los pequeños propietarios casi autónomos.

Los estados en lucha suelen necesitar rentas crecientes y eso favoreció tratos bilaterales de las monarquías con empresas capitalistas grandes, como medida más a la mano para conseguir financiación. Esa colaboración había sido iniciada ya por las monarquías absolutistas, y los liberales se la encontraron como una herencia ya institucionalizada resultado de la trayectoria pasada. El acceso a la financiación de los industriosos burgueses fue clave, según Hobbes, para el triunfo de los puritanos sobre el rey en la revolución inglesa:

B: ¿Pero cómo podía el rey encontrar el dinero necesario para pagar al ejército que necesitaba para enfrentarse al Parlamento?

A: Ni el rey ni el Parlamento tenían mucho dinero en esa época, y recurrían a la benevolencia de quienes les apoyaban. Confieso que ello suponía una gran ventaja para el Parlamento. Quienes apoyaban al rey en esta faceta eran solo los lores y caballeros, que, dado que desaprobaban el funcionamiento del Parlamento, estaban dispuestos a financiar, cada uno de ellos, el pago de un número determinado de caballos; no puede considerarse que esto fuera de gran ayuda, pues el número de los que pagaban era muy reducido (…) En cambio, el Parlamento recibía contribuciones cuantiosas, no solo de Londres, sino en general de todas partes de Inglaterra (Hobbes, Behemoth or the Long Parliament, citado por Tilly, 1995)

Por otro lado y salvando las distancias, estados posteriores como la URSS, que trataron de mejorar las condiciones económicas de sus ciudadanos acabaron colocando esas necesidades en segundo plano cuando tuvieron que competir por su existencia como estado con potencias enemigas como EEUU, y acudieron una vez más a la gran producción basada en grandes inversiones de capital controladas desde el estado.

Cabe objetar que una población de pequeños propietarios o trabajadores autónomos cohesionados alrededor de su gobierno tendría un ejército mucho más fiable que el de los estados no igualitaristas. Pero es difícil saber si este factor compensaría la ventaja militar que confiere un gran excedente anual de renta nacional. ¿Podría haberse basado una política belicista o imperialista en una economía interior burguesa-igualitarista? Es difícil saberlo, me inclino a pensar que tal economía a la medida de las necesidades familiares no es posible en un marco de guerras entre estados. Pero en cualquier caso, a los estados nacionales que salían de las revoluciones burguesas les resultó más cómodo y evidente continuar la herencia recibida de la colaboración entre el Estado y los grandes capitalistas.

Fuera de un contexto de guerras entre estados o amenazas de guerra, creo que la intuición de Max Weber es correcta: la dependencia entre los estados y el gran capitalismo se relaja a tal punto, que el gran capitalismo podría ser «dejado caer» por los estados. El móvil de los capitalistas es el beneficio, no es el crecimiento en sí mismo. La competencia de mercado induce a los capitalistas a mejorar la eficiencia de sus empresas, y a aumentar su tamaño para quedarse con una fracción del mercado mayor que la de sus rivales, porque el tamaño suele dar mayores beneficios y mayor poder de control oligopólico de los precios. Los estados en lucha han facilitado esa tendencia a crecer de los monopolios aliados al propio estado durante siglos; pero en una situación en la que no hubiera estados en lucha, la tendencia a crecer de algunas empresas podría ser evitada fácilmente mediante leyes reguladoras, en aras de la autonomía de lo político y del propio estado. Si el estado quisiera, podría legislar un tamaño máximo para cualquier empresa, reduciendo así el juego capitalista a una competencia por aumentar los beneficios únicamente mediante el aumento de las eficiencias de la producción. Max Weber piensa que el capitalismo perdurará hasta que las guerras se vuelvan innecesarias en un único estado mundial. No pensó en la posibilidad de que el capitalismo pudiera entrar en crisis antes, debido a los límites ecológicos y de recursos, y a la emergencia de nuevas coyunturas revolucionarias.

Referencias

Cueva Fernandez R. 2006. Los Levellers y El Agreement: Hacia La Teoría
Constitucional Moderna. Universitas. Revista de Filosofía, Derecho y Política, nº 3, verano 2006, p. 83-96.

Hampson  N., 1984. Historia de la Revolución Francesa. Alianza Editorial, Madrid.

Hobsbawm E. J., 1964. Las Revoluciones Burguesas. Ediciones Guadarrama, Madrid.

Soboul A., 1987. Sans culotte: Gobierno Revolucionario y movimiento popular,
Alianza Editorial, Madrid.

Thiers M. A., 1841. Historia de la Revolución Francesa. Publicada en doce volúmenes en 1840-1841 en la Edición traducida y anotada por Sebastián Miñano. San Sebastián. Clásicos de Historia 80.

Tilly C., 1995. Las Revoluciones Europeas, 1492-1992. Ed. Crítica, Barcelona.

Weber M. 2012 [1924]. Historia económica general. Fondo de Cultura Económica, México D.F., México.