La meditación

Ramiro Calle comenzaba una conferencia en Zaragoza sobre sus experiencias en la India diciendo: “El mejor consejo que me dieron nunca (allí en la India) fue: “medita”. Y el mejor consejo que yo les puedo dar aquí y ahora a ustedes es: mediten”.

El empezar a meditar requiere muy poco: todo lo que hay que hacer es dejar de «hacer mecánicamente» lo que esté haciendo en este momento, lo que quiera que sea, y comenzar a prestar atención completa, estando allí presente. Observe simplemente los sonidos, las imágenes, o lo que uno está haciendo. Al principio la meditación es cuestión de centrarse y tranquilizar la mente. Más tarde, se va avanzando mucho más en la atención total.

Una vez uno se habitúa, puede hacerlo mientras pasea, descansa o mientras corta flores. El Buda dijo en una ocasión que existen cuatro posiciones para la meditación: de pie, sentado, paseando y yaciendo. En otras palabras, se puede abrir un hueco para la meditación en cualquier momento. Muchas veces, la vorágine de los requerimientos sociales nos llevan a una actividad compulsiva y mecánica, que hacemos obsesivamente y sin prestarle atención. Si en algún momento somos conscientes de que estamos siendo poseídos por esos automatismos, podemos servirnos de una palabra recordatorio tal como: «¡despierta!» o similar, que invite a la propia mente a comenzar sin excusas y de inmediato una atención completa a lo que hay, aquí y ahora. Da igual que estemos sentados, tumbados, caminando o trabajando.

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Surya Das dice que su maestro de dzogchen (una de las enseñanzas del budismo vajrayana) le recomendaba “hacer mejor muchas (sesiones de meditación) rapiditas que pocas larguitas”, incluso de un minuto de duración, siempre que fuera con completa atención. El recurso anterior puede ser útil para conseguirlo.

Otros maestros de meditación recomiendan que, si es posible, uno trate de hacer algunas sesiones de meditación larga (de veinte minutos al menos) cada día, al menos una vez. Acostumbrarse a hacerlo a una determinada hora puede facilitar el volverlo habitual y no tener que estar cada vez esforzándose en empezar. Por ejemplo, antes de irnos a dormir, o justo tras levantarnos. Tener un lugar tranquilo y sin distracciones accesible para nuestra práctica también la facilita. El que nuestro estado de ánimo del día sea negativo, positivo o neutro debe ser indiferente. Debemos ser ecuánimes ante ello. Lo importante es sentarse en actitud meditativa, aunque los pensamientos y sentimientos que se vayan a producir puedan ser blancos, negros o grises.

Si uno se encuentra perezoso o decaído se puede comenzar con algo de ejercicio, estiramiento y quizás yoga o tai chi, para producir energía y regular la circulación, la respiración y los músculos. Después, en la meditación sentada uno se sienta sobre el suelo o sobre una silla (hay tres posturas: la del loto o india; la japonesa sobre un zafu; o la europea, sobre una silla; cualquiera de ellas es adecuada), y echa el culo hacia atrás para tensar el tandem o musculatura abdominal. Un cojín duro o algo similar bajo el coxis para levantarlo ligeramente es muy recomendable. La espalda permanece recta, y las manos se recogen delante, todo sin tensión. Tener la espalda erguida es más importante que la posición concreta de las piernas. No sólo libera el diafragma para que la respiración se sienta libre; esa posición es la que uno adopta cuando no siente timidez, ni miedo, ni vergüenza, como si se enorgulleciera de ser un ser humano, y esa es la actitud que algunas tradiciones recomiendan para la vida en general y para la meditación (Trungpa). Los ojos pueden estar cerrados, semicerrados o abiertos, y la mirada baja, media o alta, según lo que veamos conveniente para el estado de nuestra mente.

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Formas de sentarse: Loto, medio loto, postura birmana, postura japonesa sobre un zafu, postura japonesa de rodillas, y sobre una silla sin usar el respaldo. Cabe adoptar también las posturas del loto, medio loto o birmana sobre un cojín alto o un zafu.

Uno se puede marcar un tiempo fijo de meditación, por ejemplo 20 minutos, o no marcar una hora fija sino una regla como no levantarse hasta que «un impulso para hacerlo se presente tres veces» (Kornfield). Uno observa atentamente la aparición del impulso de levantarse, lo nombra en silencio: «deseando levantarme», lo acepta el tiempo que dure, que suele ser menos de un minuto, y lo deja ir. Cuando el proceso se ha repetido tres veces, uno se levanta de la meditación sentada.

En la meditación sentada se suele comenzar focalizando la atención sobre la propia respiración, en el lugar del cuerpo donde la sintamos mejor: la nariz, el roce con la parte posterior de la garganta, el movimiento del pecho, el subir y bajar del estómago… El problema es que vivimos en una cultura de «atención espasmódica», como la califica Kornfield (2000), y una atención permanente a algo aparentemente monótono como la respiración nos suele producir aburrimiento e irritación. Sin embargo, la atención en la respiración tranquiliza, mejora la concentración, y se convierte a lo largo de la vida en un gran apoyo para la atención y la conciencia del aquí y ahora.

Además, la respiración tranquila y profunda es una parte fundamental del vivir humano y de la propia felicidad. Hay una historia zen tradicional sobre un monje que se quejaba ante su maestro de que seguir la respiración era aburrido. El maestro zen debía ser de la escuela antigua, porque agarró al discípulo y le metió la cabeza bajo el agua mientras el discípulo luchaba por sacarla. Finalmente soltó al alumno y le preguntó si había encontrado aburrida la respiración mientras estaba ahí debajo. Esta historia me recuerda una relación que tuve con una mujer que sufría de ataques continuos de celos patológicos e infundados, causados por detalles nimios e irrelevantes que captaba en mis sonrisas, miradas o saludos a otras mujeres. Tras dos años de relación y rupturas continuas por dicha causa, mi ansiedad fue en aumento hasta el punto de que cualquier acto o movimiento que yo hiciera me producía miedo a que ella lo pudiera interpretar erróneamente. Esto me generó una especie de tensión corporal y dificultades incluso para respirar profundamente, como si mi cuerpo temiera que hasta un suspiro fuera interpretado de forma equívoca. Cuando la relación se rompió definitivamente y pude recuperarme anímicamente, me di cuenta de que volvía a sentir una felicidad que hacía años que no experimentaba, y era la de que volvía a respirar profundamente, algo que hacía años que no hacía. La dura experiencia afectiva me trajo un gran regalo: percibí claramente que la felicidad es, esencialmente, el poder llenar de aire los pulmones profunda y tranquilamente, en este mismo momento.

Además de tranquilizar la mente y ser más consciente de las cosas y los objetos mentales, el efecto último de la meditación es abrirse a estados de no-dualidad, en los que abstracciones habituales como el ego están ausentes, y la angustia y el miedo han desaparecido. Muchos meditadores antiguos y contemporáneos han llegado a hacer permanentes estos estados de no-dualidad, alcanzando lo que llaman un estado de iluminación.

 

Los siete factores de la iluminación.

Algunas escuelas de meditación subrayan siete actitudes que deberían cultivarse durante la meditación y que llaman los Siete Factores de la Iluminación (o actitudes necesarias para alcanzar la iluminación). Serían las siguientes: Atención, Investigación de la Verdad, Energía, Éxtasis, Tranquilidad, Concentración y Ecuanimidad (Dhiravamsa, La Vía del Despertar).

Según Dhiravamsa, lo primero que hemos de hacer es reconocer si poseemos alguno de los Siete Factores. En segundo lugar, hemos de reconocer la existencia o presencia de cualquiera de los factores. El tercer paso es conocer el pleno desarrollo y la presencia completa de los Siete Factores, que llevan finalmente a la Iluminación.

La atención

La Atención es el punto de partida esencial para cualquier esfuerzo contemplativo. Buda decía: “La atención conduce al Camino Inmortal”. Henry David Thoreau subrayó su importancia de un modo muy poético: «Aquel día amaneció sólo para los que estábamos totalmente despiertos».

La mayoría de nosotros, por lo general, no presta atención a lo que en realidad está haciendo o diciendo. Cuando comemos, no estamos comiendo realmente; cuando descansamos, no lo hacemos a conciencia. Nuestras mentes se hallan distraídas y nuestros pensamientos dispersos. Con demasiada frecuencia nos encontramos lamentándonos o asiéndonos al pasado, o anticipándonos y temiendo al futuro. En nuestra actividad cotidiana, vivimos en un estado de semi-consciencia, raramente presentes. Como si cruzáramos la mayor parte de la vida con el piloto automático puesto.

“Al principio de la práctica de la meditación necesitas recordar la atención. Al cabo de cierto tiempo ya puedes olvidarla” dice Sylvia Boorstein.

En su discurso sobre los Fundamentos de la Atención, Buda dijo: “El discípulo actúa con comprensión clara al ir y al venir … actúa con comprensión clara al mirar hacia delante y hacia atrás, … actúa con comprensión clara al comer, al beber, al masticar y al degustar … actúa con comprensión clara al caminar, al permanecer de pié, al sentarse, al dormirse y despertarse … actúa con clara comprensión al hablar y al guardar silencio”. Buda estaba pidiendo a sus discípulos que se mantuvieran plenamente conscientes en todo lo que hicieran.

En el Sutra original de la Atención, el Buda describió lo que él llamaba los Cuatro Fundamentos de la Atención. Estas enseñanzas nos recuerdan que debemos estar conscientes de nuestro cuerpo; conscientes de nuestros sentimientos y emociones; conscientes de nuestros pensamientos, y conscientes de los acontecimientos, tal y como ocurren, momento a momento. “El discípulo se retira a la selva, al pie de un árbol o a otro lugar solitario, se sienta … y con la atención puesta ante él inspira conscientemente, espira conscientemente. Cuando hace una profunda inhalación, se dice: “Estoy haciendo una inhalación profunda”; cuando hace una profunda exhalación, se dice: “Estoy haciendo una exhalación profunda”… de este modo se ejercita…”

Una vez se acercó a Buda una anciana abuela, que le dijo que a ella también le gustaría alcanzar la iluminación. También ella quería aprender a meditar. Pero, le confesó, era demasiado vieja, débil, analfabeta y se encontraba demasiado atareada con las obligaciones familiares y las tareas domésticas. No le era posible renunciar a su familia y entrar en un monasterio. Pero apreciaba la irradiación luminosa del Buda y de muchos de sus discípulos y deseaba ardientemente aprender a meditar y desarrollarse espiritualmente.

Entonces le dijo el Buda: “Respetada abuela, cada vez que tú cojas agua de la fuente para ti y para tu familia, sé consciente de cada uno de tus actos, los movimientos y los ademanes de tus manos. Cuando lleves tu recipiente de agua sobre la cabeza, sé consciente también de cada paso que das; cuando hagas tus quehaceres, mantén continuamente la atención y la conciencia en cada instante, momento a momento. Si así lo haces, te convertirás en una maestra de meditación.”

Como decía Thich Nhat Hahn: “debo confesar que me lleva algo más de tiempo lavar los platos en la atención, pero vivo plenamente cada momento y soy feliz. Cada segundo de vida es un milagro; los mismos platos y el hecho de que tenga que lavarlos, también constituyen milagros. Cada paso que damos…hace florecer capullos bajo nuestros pies, …si no estamos atados al pasado y al futuro.”

Tich Nath Hahn-Lavar platos

El maestro zen Thich Nhat Hahn y dos discípulos lavando platos

Cuando se presta plena atención, hasta los actos más mundanos, como meter cincuenta monedas de un céntimo en un blíster de plástico, para que te las cambien por una moneda grande en el banco, se convierte en algo especial y con un punto mágico.

Decía Chogyam Trungpa: “con demasiada frecuencia, la gente cree que la solución de los problemas del mundo se basa en la conquista de la tierra, más que en el hecho de estar en contacto con la tierra, de estar en contacto con el suelo.”

La meditación es una vía directa y sencilla de regresar al “ahora”. A medida que empezamos a estar atentos, viviendo en el “ahora” y dirigiendo nuestra atención a la más mínima fracción del instante presente, algo extraordinario tiene lugar. (…) Toda aquella magnífica energía que se gastó y perdió en fantasías, amarguras y sufrimientos vuelve… (Lama Surya Das).

Cierta vez Buda reunió a sus discípulos, como si pensase dirigirse a ellos. Pero en lugar de decirles nada, se limitó a elevar ante ellos una flor amarilla, que hizo girar suavemente entre sus dedos. En ese momento, un iluminado, Kasyapa, sonrió plenamente. Buda dijo entonces: “Hoy, solamente el venerable monje Kasyapa ha entendido mi enseñanza”. Kasyapa se convirtió más tarde en el primer patriarca de lo que conocemos como el linaje budista zen. Aquel sermón, tan breve y sin palabras, se conoce como el Sutra de la Flor.

Toda la estética zen, los arreglos florales, su jardinería, su ceremonia del té, sus haikus, la identificación de sentimientos sabi, wabi, etc., surgen en gran parte del énfasis budista en la atención y en las formas de fomentarla.

La investigación de la verdad

El segundo factor de iluminación es la Investigación de la Verdad. Experimentamos sin razonar todo el flujo continuo de fenómenos, pensamientos, imágenes, emociones, estados de ánimo; así como el cuerpo como una colección de sensaciones, pulsiones, etc., todas ellas transitorias. La meditación es un volver la atención, una y otra vez, pese a las distracciones, de lo abstracto a lo concreto.

Descubrimos así que, antes de añadir un concepto sobre ellas, las cosas son tal como son, concreciones. Por eso el budismo mahayana designa a la realidad con la palabra tathata, que significa «ser tal», «ser así», «ser eso», que deriva del sánscrito tat (de donde viene la voz inglesa that, «eso»). Probablemente la voz tat deriva de los primeros balbuceos del niño que trata de hablar y dice «ta» o «da».

Descubrimos que los pensamientos se comportan tal como describía Ma-tsu: «Cuando estos elementos surgen no dicen: «Estoy surgiendo», y cuando cesan no dicen: «Estoy cesando». Lo mismo ocurre con nuestros pensamientos, tanto con los primeros como con los últimos y con los intermedios los pensamientos se siguen uno a otro sin conexión ninguna. Cada uno está absolutamente tranquilo.»

Descubrimos que lo que llamamos «yo» o «mente» son abstracciones también, y que la mente no se puede separar del conjunto de todas las cosas de las que somos conscientes. Descubrimos que ese conjunto de agregados no puede ser controlada por el «yo», que no es más que una abstracción. Esto genera una gran tranquilidad cuando va penetrando íntimamente en nuestra conciencia, en sustitución del hábito del «yo» supuestamente auto-controlador, que en realidad no controla nada. Nuestro cuerpo-mente acompañado por los objetos de los que es consciente decide y hace siempre lo que sabe y puede hacer, y no otra cosa, así que no hay nadie que lo controle, y menos una abstracción como es el «yo». Va surgiendo la convicción de que todo lo que hacemos, sea lo que fuere, en última instancia está «bien».

Se llega a captar también que una satisfacción, plenitud y perfección duraderas son inalcanzables, pues hay una disolución momento tras momento. De nada sirve pensar «debería de concentrarme más» o «debería de cortar mis pensamientos» o «debería alcanzar la paz definitiva»; tal como decía un maestro zen, todos esos anhelos no son más que «apestar a zen». Seguirlos es dar realidad a lo que sólo es una imagen abstracta de nosotros mismos. No hay mas que un procesión permanente de objetos mentales: “en el ver, no hay más que lo visto; en el oir, sólo lo que se oye; en lo que se siente, sólo lo sentido; en el pensamiento, no hay más que lo que se piensa”. Está muy bien que aparezcan pensamientos confusos o angustiosos, es lo que hay, eso somos nosotros, ese es el cosmos autoorganizándose, si lo queremos expresar así; e igual que aparecen tales objetos mentales, a continuación desaparecen, así que no hay mucho más que hacer que estar presentes viéndolos aparecer y desaparecer. El mundo va dejando de ser un obstáculo que se nos enfrenta, porque vamos percibiendo que el mundo somos nosotros; y nosotros hacemos lo que hacemos porque el mundo sólo hace lo que sabe hacer.

Cuando uno persiste en esta forma de observar, percibe lo impermanente de todo lo que hay. Y también lo efímero, fugaz y arbitrario de lo que se dice que ha sido siempre la vida humana: Miles de seres, durante miles de generaciones, anhelando posesiones, suspirando por la abstracción que no tiene, angustiándose por sus hijos, codiciando sonrisas, criticando hasta el agotamiento comportamientos que no «deberían» haber ocurrido, construyendo y destruyendo en pro de ideales, satisfaciendo caprichos, enfermando y muriendo; y así una y otra y un millón de veces lo mismo, en uno y otro cuerpo, a lo largo de miles de años. Y uno recuerda uno de los Sutras Prajna Paramita: “Contemplad este mundo de esta forma: como estrellas parpadeantes que desaparecen en la aurora; como burbujas en una corriente rápida que fluye; como gotas de rocío que sobre la hierba verde se evaporan; como la llama de una vela que fluctúa ante el fuerte viento; como ecos, alucinaciones, espejismos e imágenes, que semejan un sueño”.

La energía

El tercer factor, que es la energía, es fundamental. Se trata de la determinación firme de conseguir la meta (que no es abstracta sino concreta: la atención plena en el presente y la investigación de la realidad tal cual se presenta). En meditación no se gasta energía sino que se la cultiva. En el caso de la energía física, mediante el ejercicio de caminar meditando por ejemplo. Cuando se ha activado y almacenado energía, uno se sienta con el cuerpo sereno y quieto. El cuerpo dejará de quejarse y los órganos podrán funcionar correctamente. Por lo que respecta a la energía mental, se desperdicia cuando pensamos, nos trastornamos emocionalmente o estamos deprimidos.

Si la mente durante la meditación se vuelve perezosa o inerte, dicha indolencia se vuelve un obstáculo para el progreso espiritual y debemos de tratar de desapegarnos de ella a la vez que tratamos de acumular energía. Pema Chodrom, de la escuela Vajra de Shambala, recomienda utilizar la ira contra la somnolencia, si ello es útil. Otro recurso es abrir los ojos si están cerrados y elevar la mirada hacia el mundo exterior.

Cuando uno se siente decaído o aletargado de modo crónico, algunos maestros recomiendan entregarse a algún tipo de actividad física para movilizar la energía. Por ejemplo, practicar yoga, tai-chi, o ejercicios respiratorios. «La meditación dinámica le devolverá más energía de la que requerirá de usted. (…) Sin embargo, he visto personas que se encontraban muy desesperadas y que no se podían beneficiar de los efectos restauradores de una sesión de meditación. Con frecuencia, lo que necesitan estas personas es movilizar su energía, más que reflexionar sobre sí mismos. (Además de lo anterior) también suelen resultar muy útiles actividades de tipo medidativo como la jardinería, la caligrafía, la ceremonia del té o las artes marciales. Incluso el caminar, hacer jogging o bailar” (Lama Surya Das).

El éxtasis

El cuarto factor, el éxtasis, significa gozo sereno, acompañado de dichoso entusiasmo de la mente. El éxtasis puede ser dirigido por el pensamiento puesto que la primera sensación de gozo, producida por factores físicos, puede poner en marcha el pensamiento. Pero con la consciencia dirigiremos la mente al proceso en lugar de vernos arrastrados por él. Una manera de cultivar este factor, en los inicios de la meditación, es dirigir la conciencia hacia las cualidades espirituales que están desarrollándose o van a irse desarrollando al acercarse los estados de no-dualidad. Pero cuando la meditación se hace más profunda y habitual, aparece espontáneamente y uno se olvida de ello.

Según la maestra Chan Ming Zhen Shakya, la euforia es una señal de meditación exitosa. Una experiencia verdadera es siempre jubilosa y excitante. Algunas veces, sin embargo, la meditación puede entrar en un vacío horrible, o un área de desolación terrible. Conviene no dar importancia excesiva a tales experiencias, pues la insistencia en observarlas suele debilitarlas y hacer que desaparezcan espontáneamente. Pero si esa clase de experiencias se repiten sistemáticamente evidencian un problema psicológico y debe visitarse un analista o un buen maestro de meditación.

La tranquilidad

El quinto factor, la Tranquilidad, se refiere a la total calma y relajación del cuerpo físico, las sensaciones, las percepciones y las formaciones mentales. Se trata de estabilizar la conciencia. Ya hemos comentado que uno de los efectos de la atención en la respiración es el calmar el cuerpo y la mente.

Esta calma, junto con la ecuanimidad que comentaremos luego, facilita un recurso o «medio hábil» que es el soltar. Se trata de la elección directa y tranquila de abandonar un estado mental (por ejemplo, un pensamiento preocupante) y centrar serenamente nuestra atención en el próximo instante. El soltar un pensamiento o una emoción es de algún modo análogo a dejar salir el aire del propio cuerpo, y algunas tradiciones budistas recomiendan realizar ambas acciones simultáneamente.

Cuando no es posible soltar, se puede utilizar una versión más blanda de esta práctica, llamada «Déjalo estar». Somos conscientes de nuestro objeto mental, ya sea dolor, miedo, odio o rencor, lo observamos con tranquilidad y lo dejamos estar, desarrollarse, debilitarse y desaparecer.

La concentración

La Concentración, el sexto factor, se refiere a un estado mental constante e inalterable. Surge de la calma y del liberarse de la confusión.

La concentración trata de focalizar la conciencia y la atención del modo más permanente posible. Hay dos formas de cultivarla: primero, mediante la focalización de la mente sobre un solo objeto, hasta absorberse con él. La segunda fase es mantener la mente estable y centrada sobre objetos cambiantes. El estado de excitación puede producir una inflación del ego. Podemos apegarnos a la excitación y decirnos que no tenemos que hacer nada más. Entonces no podremos progresar.

Resulta más fácil trabajar con nuestros pensamientos, sentimientos y sensaciones si le damos a nuestra mente discursiva algo que hacer. Por ello, asignamos a esa “loca de la casa” (modo como Teresa de Jesús aludía a la propia mente) la tarea de centrarse en un objeto, en una imagen, en una oración o en un proceso. Por ejemplo, la llama de una vela o la propia respiración. La instrucción que sigue es de Dhiravamsa:

Sentémonos cómodamente, pero sin inclinarnos o recostarnos, de lo contrario intervendrá el sueño (Dhiravamsa). El cuerpo erecto y simétrico respecto a la columna, las manos en el regazo de forma relajada, la pelvis hacia atrás (para lo cual será cómodo poner algo bajo la rabadilla) para que aumente la tensión de los músculos abdominales. La rigidez y la flacidez corporal han de descartarse como extremos, pero permanezca lo más quieto posible. Respiremos tranquilamente con el abdomen, sin usar las costillas, con los ojos cerrados o semi-cerrados. Respire al ritmo que le pida el cuerpo, percibiendo atentamente el movimiento de los músculos del abdomen, subiendo y bajando. Cuando la mente vague o siga pensamientos azarosos, démonos cuenta de ello y volvamos la atención a los músculos abdominales. Para mantener la conciencia en ellos solamente podemos ayudarnos acompañando el movimiento con frases como: “sube…, baja…, sube…, baja…” Esté presente en los movimientos presentes y reales, no los siga con la imaginación (Dhiravamsa).

Otra instrucción para ejercitar la concentración, del Lama Surya Das:

Encienda una vela. Apague las luces y siéntese a unos cincuenta centímetros de ella. Mire fijamente la llama durante varios minutos. Mírela fijamente sin más. Cuando la mente se vea asaltada por pensamientos y se disperse, advierta la distracción y, suavemente, vuelva a prestar atención a la llama. Observe atentamente todos los matices que capte en la llama. Finalmente, sople y apague la vela. Cierre los ojos y observe la imagen de la vela que se ha formado detrás de sus párpados. Disuélvase en esa imagen sin hacer ningún esfuerzo (Lama Surya Das).

La ecuanimidad

El séptimo factor, la Ecuanimidad, es un estado de vigilancia desapegada o atención ininterrumpida, no exactamente un estado de indiferencia ante todo. Debe trabajar codo a codo con el primer factor, la Atención. Cuando se consigue, la conciencia se siente libre. No importan los resultados, los progresos, las debilidades o mezquindades propias ni ajenas. Todo lo que aparece a la conciencia es interesante y vívido.

Como dice Trungpa, en meditación lo mismo da si nos asalta el pensamiento de comer unas galletas, o el de asesinar a nuestro padre. Uno no se deja escandalizar por sus pensamientos, porque ningún pensamiento es otra cosa que un pensamiento. «Ninguno merece una medalla de oro ni una reprimenda. Uno se limita a rotularlos como «pensamientos» y vuelve a la atención a la respiración.

“No permitáis que vuestras mentes se queden atrapadas por vuestros sentidos. No perdáis la cabeza cada vez que oléis, veis o tocáis algo. Manteneos en un estado de atención, permaneced centrados en vuestra mente esencial y apreciadlo todo de igual modo” (Gendum Rinpoché).

El equilibrio entre los factores

En la meditación es importante encontrar un equilibrio entre el estar excesivamente relajados y excesivamente tensos. Las diferencias temperamentales y de condicionamiento entre las distintas personas hace que algunas tiendan a alguno de estos dos extremos durante la meditación: (i) tendencia a caer en estados tan excitados que fomentan la producción continua de pensamientos y reflexiones; (ii) tendencia a caer en estados pasivos de sopor en que la conciencia se va ausentando progresivamente.

En este último caso, cuando la mente se vuelve indolente, la investigación de la verdad, la energía y el éxtasis son factores importantes y no es correcto cultivar los tres últimos factores de tranquilidad, concentración y ecuanimidad en esa fase, puesto que cuando la mente se estanca, necesita los factores que aportan más energía. En cambio, cuando la mente se excita, deben aplicarse la tranquilidad, la concentración y la ecuanimidad. En cualquiera de los dos casos, la Atención deberá estar presente, siempre y de modo permanente.

Una vez conseguida suficiente energía, conviene prestar una atención completa y a la vez libre de tensión. “Cuando hay atención completa y a la vez la tensión no desvía nuestras energías hacia el miedo o las abstracciones, experimentamos sólo paz y claridad. En esa situación, el observar se vuelve interesante y a la vez desprovisto de esperanzas. La esperanza es un temor sutil, porque donde hay esperanza hay miedo a no conseguir algo. En cambio, aquí lo que hay es una conciencia de lo que hay “sin contemplaciones” que con el tiempo va convirtiéndose en una total claridad mental (…) Hay que dejarse llevar, conscientes de todo lo que aparezca, sin esperar obtener nada.”

“(…) Hay una tendencia a creer que perder la esperanza en lograr metas (sensuales o abstractas) significa llevar una existencia miserable, pero se trata de una idea preconcebida. De hecho puede presentarse una clase distinta de placer que excede en mucho el sentido de gratificación ordinarios que se basa en el ser libre de sí mismo. Cuando no está implicado el sí mismo, la pura energía de todo lo que sucede empieza a ser disfrutada.”

“(…) A veces surge el deseo de forzar el cambio de la personalidad o el comportamiento propios. No nos apeguemos tampoco a ello: si practicamos la meditación, el cambio se producirá por sí solo, a veces sin darnos cuenta, aunque lo más normal es ir sintiendo una ligereza interior, como si se encontrara uno en una casa limpia”. Pero el cambio se produce a través de la comprensión, no del condicionamiento como es habitual”.

“En meditación, (la investigación de la Verdad) debe ir acompañada de cierto espíritu de investigación que es pasivo y objetivo a la vez.  Por ejemplo, cuando alguien produce un ruido mientras meditamos, al principio la tendencia es a sentirnos molestos con ello y con la persona. Pero en vez de vernos arrastrados por esos sentimientos, hemos de poner en marcha el espíritu de investigación para descubrir por qué hemos sido arrastrados, qué mecanismos intermediarios se han puesto en marcha en la mente (queremos estar en paz, en calma,…, algo nos ha asustado,…, nos está haciendo perder el tiempo…,la gente es descuidada y no lo debería ser, etc). Si no nos plegamos a las ideas, sino que estamos atentos, con total atención a lo que sucede, entenderemos los hechos y empezaremos a ver las situaciones tal como son y sin añadidos abstractos ni ira.”

(Por otra parte) “algunas personas dicen que pueden perdonar a los demás, pero no a ellos mismos. ¿Qué necesidad hay de condenar algo? Cuando ocurra algo malo (en nuestro interior) veámoslo en detalle y aceptémoslo como el hecho del instante. No se enraizará en la mente. La autocondena siembra simientes destructivas en la mente. Pero si las tomamos como oportunidades para aprender, las situaciones no pueden hacernos nada” (Dhiravamsa: La Vía del No-Apego ).

 

El shamadi profundo.

Cuando se va cogiendo práctica, se puede comenzar a practicar la meditación sin objeto. Esta podría haber sido la técnica practicada por Siddharta la noche de insomnio antes de su iluminación. Se empieza con atención a la respiración, para calmar la mente y, luego, ecuanimidad completa ante los pensamientos que surjan. A esta técnica se le da a veces en occidente la denominación de  “mindfullness awareness” (presencia plena / conciencia abierta). Como siempre, el estado es de alerta completa, y completamente indiferente a las valoraciones morales que surgen mentalmente.

Primero se experimenta lo que hace la mente en situaciones muy simples. La propensión natural de la mente es a divagar. Lo notamos sólo cuando tratamos de realizar una tarea mental y la divagación interfiere, o cuando advertimos que hemos concluido una actividad placentera ansiada sin notarlo. De hecho, la mente y el cuerpo rara vez están estrechamente coordinados. En terminología budista, «no estamos presentes».

Ante un objeto tan poco complejo como la respiración, el que se inicia en la meditación descubre con sorpresa cuán difícil resulta estar alerta. El cuerpo está sentado, pero la mente es ocupada constantemente por pensamientos, sentimientos, conversaciones interiores, ensueños diurnos, fantasías, sopor, opiniones, teorías, juicios sobre pensamientos y sentimientos, juicios sobre juicios, un torrente incesante de acontecimientos mentales inconexos en los que el meditador no repara excepto en esos breves instantes en que recuerda lo que está haciendo. Aun cuando intenta regresar al objeto de su presencia plena, la respiración, descubre que sólo piensa en la respiración en vez de estar alerta a la respiración.

La primera gran sorpresa suele ser la aguda captación de cuán desconectados suelen estar los seres humanos respecto de su experiencia. Aun las más simples y placenteras actividades humanas -caminar, comer, conversar, leer, esperar, pensar, hacer el amor, planear, cuidar un jardín, beber, recordar, ir al médico, escribir, dormitar, emocionarse, visitar lugares bonitos- se precipitan en un caudal de comentarios abstractos mientras la mente corre hacia su próxima ocupación mental. El meditador descubre que la actividad abstracta que se suele atribuir a la ciencia y la filosofía es en realidad la actitud de la vida cotidiana cuando uno no está alerta. Esta actitud abstracta es el acolchado de hábitos, prejuicios, etc., con que nos distanciamos de la propia experiencia.

Esta actitud abstracta que disocia mente y cuerpo, conciencia y experiencia, es el resultado del hábito. El aprender la actitud alternativa de «dejar estar» la percepción directa propia, es el comienzo de una sabiduría distinta que los budistas llamarán más tarde prajña.

No es un saber consistente en un conjunto de contenidos, sino un saber descubrir por uno mismo en la propia experiencia en vez de aceptar creencias.

La meditación sobre objetos como una llama o la propia respiración son muy útiles para entrenarse en calmar la mente y en concentrarse cada vez más profundamente, lo que permite que la parte no-discursiva de nuestra personalidad vaya tomando el control de la mente de un modo más permanente. Cuando se tiene un poco de práctica en ello, se comienza a focalizar la atención sobre objetos más complejos, como las sensaciones corporales. Finalmente, en la meditación sin objeto, uno se sienta sin más y presta atención a cualquier pensamiento o imagen que pueda surgir de la mente. Hay que tener la suficiente curiosidad y coraje para querer ver el proceso de surgimiento de los pensamientos e imágenes mentales tal como son, sin añadir nada. Es la actitud que llaman investigación de la verdad. He aquí un ejemplo de meditación sobre los propios pensamientos, entre otras muchas posibles (cada individuo y cada ocasión es distinta):

Una vez sentados, comienza la atención a la respiración automática abdominal. Los brazos cuelgan sin tensión, recogidos por delante. Al enlentecerse el diafragma[1] los nervios empiezan a tranquilizarse. Surgen en la mente sentimientos e ideas, por ejemplo: decepción por alguna experiencia, un sentimiento de frustración por algo concreto o por alguien… Los impulsos se condensan como en imágenes y frases, como en un proceso que “yoa” (genera yoes) una y otra vez, bajo distintas situaciones, y ese YO es definido como “injustamente tratado”, se ve como humillado, se carga de razones y de complacencia (autocomplacencia), se lamenta, se despecha o aira, y esa ira se descarga en escenas hechas con restos de escenas pasadas similares, vienen frases mecánicas heredadas del tipo “TU no te mereces eso”, “esa persona no se merece que TU (le digas, le hagas, te dirijas a ella, etc.)”, recuerdos continuos de escenas (halagos, promesas, expectativas…) mejores de TU pasado, miedo a que las experiencias negativas del pasado se repitan ahora en forma modificada. El TU cava trincheras para que todo se describa una y otra vez en referencia a EL. Uno está preocupado por algo, y le vienen continuamente pensamientos tormentosos y situaciones futuras problemáticas a la cabeza, unido a cierta impotencia y falta de energía para afrontarlos.

Uno lo está viendo todo como en una película (porque está atento/a) y entonces, de repente, comienza una ligera sonrisa: Hay algo dentro tuyo que, pese a lo dramático de la situación, está sonriendo, como un espectador que, con su actitud, amenazara con estropear el espectáculo. Esa sonrisa acompañada de una ligera euforia es un efecto de la aparición de la ecuanimidad: es como si una parte fundamental de ti estuviera sentada en el trono de la existencia y, sin hablar, estuviera diciendo: déjense de sandeces que ya hemos visto muchas antes. Entonces, todo el tono del drama cambia y algo interior empieza a disfrutar del espectáculo por lo que tiene de original, y va contagiando al resto de la sala[2].

Golden sunset light caresses a wooden buddha statue in Chennai, India.

Pese a todo, ese múltiple discurso interior sigue hablando. Pero hay «alguien» interior a uno que está sentado en un trono con una media sonrisa, y dice que tanto la persona origen del problema, como la angustia, como todo lo que les rodea, dan igual. Y el porqué es porque da igual. Visto desde fuera, el meditador puede incluso ir adoptando ese mismo gesto de tranquila indiferencia y ligera ironía. La respiración se ha hecho mientras tanto casi automática, y puede ser bueno acostumbrarse a frenarla ligeramente hacia la mitad de la expiración. Cuando un pensamiento se vuelve especialmente angustioso, prestamos una atención absoluta al mismo y a la sensación que trae, sin huir, y manteniendo la ecuanimidad ante la angustia, frenamos casi completamente la velocidad de respiración. Así, hasta que el pensamiento y el miedo que le acompañaba desaparezcan por completo. Hay que tratar de ver todos los matices de ese miedo antes de que se vaya, es una buena oportunidad pues todos los demás pensamientos están casi parados.

Cuando se han experimentado varias experiencias de este tipo, recuperando una y otra vez de forma natural la sensación de que “nada de esto importa en el fondo”, hay a veces cierta euforia, otras veces no, pero con un poco de práctica, la quietud y el silencio van aumentando en relación con los pensamientos dispersos, que parecen estar cada vez más lejanos. Aparte del tandem, todas las partes del cuerpo se hallan relajadas e inmóviles. La columna tiende a derrumbarse a veces como bajo el peso propio y el de los problemas, pero la presión del tandem la obliga a subir una y otra vez. Las prácticas meditativas del mahamudra tibetano contienen explicaciones muy precisas para ayudar a calmar la mente y alcanzar estados cada vez más largos de paz mental y vacuidad, en esta fase de la meditación profunda.

Entonces, a veces, se puede producir la sensación de salida (shamadi). Como si abandonáramos el patio de butacas del teatro y fuéramos a pasear por los pasillos exteriores. Si uno quiere, puede moverse, pero si no, la posición de las manos, los brazos y la espalda dejan de notarse, aunque sigue estando el sentimiento general y vago de existencia. Como una tierra en que sólo hay tranquilidad.

Hay varias etapas aquí, según la experiencia en meditación que se tenga. En la última, en el estado de shamadi profundo, dejan de aparecer actividades reflexivas por completo. Sekida dice que uno sale del shamadi profundo con el estado exaltado de un gran artista, y a la vez lleno de paz y serenidad y con la conciencia de un enorme poder de control mental y dignidad. La belleza de las cosas está como aumentada y el cuerpo está hipersensible. Después de las sesiones de shamadi profundo es cuando se suelen producir (en algunas personas) las experiencias de tipo kensho, que son uno de los objetivos de la meditación en la tradición zen. El kensho es como una primera entrada en iluminación o funcionamiento mental no dual, sin ego, y produce cambios espectaculares y en muchos casos irreversibles en los que la tienen.

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La presencia plena-conciencia abierta sirve para cortar la actitud de introspección en la que una parte de la personalidad pretende convertirse en rectora (lo que llamamos el “yo”) y para romper la compulsión de proyectar la experiencia presente en un mero caso más de lo que ya ha sido experimentado en el pasado. No existen “meros casos más”, ni un yo unificado, ni fenómenos permanentes, ni aunque los busquemos con desesperación. Basta observar atentamente para darse cuenta. La presencia plena sirve para romper con los encadenamientos del pasado hasta llegar a poder actuar de una manera no-condicionada, siempre creativa.

Se llega así a no actuar de modo condicionado salvo conscientemente y por compasión por los que necesitan de ese comportamiento en nosotros. La acción sin intención siempre está por encima de los condicionamientos pero la compasión la lleva a veces a actuar siguiendo la corriente cuando es evidente que lo contrario causaría daño a otros, debido a sus condicionamientos particulares. Pero para conseguir esta actitud hay que alcanzar antes la llamada iluminación, que podríamos definir como un estado de kensho permanente.

Como parte de los condicionamientos del pasado hay que incluir tanto tradiciones sociales internalizadas como hábitos personales adquiridos en la biografía particular. La actitud de presencia plena rinde homenaje a tales hábitos como lo que son y sin aspavientos, observando con atención el proceso de formación y desaparición de los mismos en uno y en los otros. Por ejemplo, el hábito de creer que hay que ser maduro, ocurrente, hábil, resolutivo, profundo, activo, pasivo, o el condicionamiento que sea. Hasta las manías más inmorales son percibidas ecuánimemente sin rechazarlas, porque son parte del funcionamiento humano habitual y porque las abstracciones moralistas no por ello dejan de ser abstracciones y nos meterían de nuevo en el ciclo del condicionamiento si les prestáramos la importancia que no tienen.

Según las distintas escuelas budistas, la iluminación no es un estado legendario, mítico o metafórico, sino de un estado psicológico real y enormemente consciente, que muchas personas han experimentado desde entonces. Varias escuelas del budismo moderno utilizan técnicas que ayudan a acelerar su consecución: son variantes y desarrollos posteriores del “sendero óctuple” enunciado por el propio Buda. El lograr la primera experiencia o ventana de iluminación (que se llama kensho o satori en Japón) es especialmente importante para algunas escuelas, como la zen Rinzai, porque el primer instante de no-dualidad hace muy probable que ese estado se vaya haciendo cada vez más habitual y, tras una serie de prácticas, se vuelva permanente. Para ello, trata de romper lo más rápidamente posible el control que el ego pretende tener sobre la personalidad, mediante paradojas lógicas llamadas koan. La escuela Soto del zen, en cambio, retrasa esa entrada para que sea más sólida e irreversible cuando se produzca, y enfatiza mucho más la práctica del shamadi profundo.

En un próximo post ilustraremos los rasgos principales de la disciplina meditativa en alguna escuela budista como la Rinzai zen, y cómo han descrito algunos meditadores contemporáneos su entrada en el estado de kensho.

 

Bibliografía

– Dhiravamsa, La Vía del Despertar. La Liebre de Marzo. Barcelona, 1996.

– Dhiravamsa, La Vía del No-Apego. La Liebre de Marzo. Barcelona, 1998.

– Kornfield J., Camino con corazón. La Liebre de Marzo, Barcelona, 2000.

– Lama Surya Das, El Despertar del Buda Interior. Ediciones Edaf. Madrid, 1998.

– Thich Nhat Hahn, El sol, mi corazón. Ediciones Dharma. Alicante, 1996.

– Trungpa C., Shambhala. Kairós, Barcelona, 1993.

– Varela, F. y otros: De Cuerpo Presente. Gedisa. Madrid, 1996.

– Watts A. W. El camino del zen, Edhasa, 1993.

 

Notas

[1]           Algunos estudios científicos hablan de la existencia de un reflejo entre los nervios propioceptores del diafragma y el hipotálamo, que frena todo pensamiento mientras el diafragma tiende a frenar.

[2]           Toda esta descripción es sólo una de las posibles maneras subjetivas como se puede tratar de traducir la experiencia.

 

5 comentarios sobre “La meditación

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