Entre 1953 y 1957, un joven brillante y carismático llamado Noam Chomsky sacó a la lingüística del letargo en el que vivía y pareció colocarla a la par de ciencias duras como la biología evolutiva y la neurología. Argumentó que el lenguaje no era algo que se aprendía como otros rasgos de la propia cultura, sino que era inducido por un “órgano del lenguaje”, un sistema cerebral especializado, que utilizaba una “estructura profunda” o “gramática universal” congénita y común a todas las culturas humanas. El sistema era biológico y producto de la evolución genética, habría aparecido probablemente hace unos 50.000 a 65.000 años.
Algunos neurólogos afirmaron que tal órgano del lenguaje podría residir en las llamadas áreas de Brocca y de Wernicke, que parecen desempeñar funciones relacionadas con la gramática y con el significado. Otros autores sin embargo, subrayaron que estas regiones cerebrales realizan otras funciones generales y no solamente relacionadas con la sintaxis y el significado de las palabras. Tras décadas refinando su teoría, en 2002 Chomsky, junto con Hauser y Fitch, publicaron en Science su teoría de la recursividad, que es una capacidad que supuestamente caracteriza a la gramática universal humana.
Esta teoría resultó inconsistente con las observaciones recogidas por el antropólogo y lingüista Daniel Everett durante sus estancias junto con los Pirahâ, que viven en las orillas del río Maici, afluente del Amazonas. Este pueblo resultó sorprendente por muchos motivos. Su lengua utiliza sólo ocho fonemas consonantes y tres vocales, pero en cambio la lengua puede ser hablada, cantada, murmurada o silbada. No hay frases dentro de otras frases como predice la teoría de que la recursividad es un rasgo intrínseco a todas las lenguas humanas. Las frases son de un solo verbo y toda ella gira alrededor de este verbo, que puede estar acompañado hasta de dieciséis sufijos. Especialmente interesantes son los sufijos de evidencialidad, para la cual hay tres categorías: lo que se oye, lo que se observa y lo que se deduce. Por ejemplo, ante la pregunta: “¿Ha ido Luis a pescar?”, la respuesta podría ser la del verbo Pirahâ que significa “irse” más un sufijo, lo cual se traduciría respectivamente como: “Sí, eso he oído decir”; o “sí, lo sé porque lo he visto marcharse”; o “sí, eso creo, porque su barco no está” (Everett, 2014). La mayor parte de la sintaxis de una frase es poco más que un añadir detalle al significado del verbo. Este hecho se observa en mayor o menor grado en todas las lenguas por lo que, dice Everett, algunas teorías lingüísticas hacen de esto una parte explícita de su aparato teórico.
Los Pirahâ carecen de términos para el futuro o el pasado; ni siquiera para los días de “ayer” o de “mañana”, sólo tienen una expresión que significa “otro día” para referirse indistintamente a cualquiera de los dos conceptos. Los pocos artefactos que fabrican los construyen en el momento de ser utilizados, y suelen desecharlos una vez usados; con la excepción de los arcos y flechas. Hasta las chozas son de montaje rápido y corta duración.
Un valor básico de la cultura Pirahâ es no incluir en la conversación temas del mundo exterior, ni lo que hacen, construyen o creen los extranjeros. Un motor fuera-borda es apreciado por ahorrar trabajo, pero es percibido como un “préstamo” de los extranjeros, que serán los responsables del combustible, el mantenimiento y las reparaciones necesarias. Y si un utensilio extraño no tiene encaje fácil en sus costumbres tradicionales, los Pirahâ lo rechazan. Su cultura es extremadamente conservadora, y por ello su lengua es casi exclusivamente esotérica (orientada hacia dentro) y nada exotérica (orientada hacia fuera).
Otro de sus valores culturales básicos es hablar sólo de aquello que uno haya presenciado con sus propios ojos, o que diga haber presenciado alguna persona conocida. De ahí que los grandes constructos abstractos no tengan cabida en su discurso; las formas gramaticales que facilitan la abstracción, tal como la recursividad, también están ausentes. Según Everett esto es una prueba de que tales formas gramaticales no son independientes de la cultura sino todo lo contrario: son productos culturales. Everett afirma que sólo empezó a entender la gramática Pirahâ cuando la estudió junto con su cultura.
Grupo de Pirahâ en una canoa. Foto de DanEverett Books.
El que un paradigma que venía aceptándose desde hacía 50 años, como la teoría chomskiana, fuese puesto en duda por un misionero-antropólogo desconocido, gracias a un trabajo de campo en condiciones durísimas con un pueblo indígena de 400 miembros, resultó fascinante para muchos linguistas, al igual que el propio libro de Everett (2014). El título del libro, «No Duermas, hay serpientes» es la traducción de la frase con que los Pirahâ se dan las «buenas noches» antes de retirarse a dormir. En efecto, los Pirahâ no duermen casi nunca de un tirón durante la noche, sino que lo hacen intermitentemente, intercalando periodos de sueño con charlas animadas con otros familiares o vecinos. Esto obedece a que su hábitat es muy peligroso. Anacondas de 10 metros y 230 kilos acechan en las orillas del río y son capaces de envolver, aplastar y tragar entero a un humano; víboras del género bothrops pueden inyectarte al morder una hemotoxina que es de las más potentes y mortales del mundo; boas arborícolas pueden descolgarse de las ramas y asfixiar a un ser humano distraido o dormido; cocodrilos de hasta siete metros; arañas errantes brasileñas, que son de los arácnidos más venenosos conocidos; ranas venenosas; «chinches besadoras» que transmiten la enfermedad de Chagas; murciélagos vampiros nocturnos; y diversos anfibios e insectos peligrosos. En conclusión, que la expresión que utilizan para las «buenas noches» resulta un recordatorio cultural muy apropiado. El libro fascinó también al propio Tom Wolfe (2018), quien en su libro elogia la metodología de trabajo de Everett y acusa a Chomsky (un poco desmedidamente) de altanería, de investigador de «aire acondicionado» y de miembro de la «izquierda exquisita».
En los capítulos XII a XIV de su libro, Everett (2014) describe la teoría lingüística a la que llegó tras su experiencia de 30 años con los Pirahâ. Las unidades de comunicación en cualquier especie animal (abejas, hormigas, ballenas, simios, humanos) son formas físicas (sonidos, secreciones, gestos, movimientos) que transmiten un significado. Las formas físicas comunicativas que utilizan los humanos son más complejas que las usadas por otros animales. Lo que hace tan especial y poderosa a esa complejidad es, según Everett, la doble articulación que analizó el lingüista Charles Hockett. Los humanos combinan sonidos (o gestos si hablan el lenguaje de signos) para construir palabras; y combinan palabras para construir frases. La primera forma de combinar, que crea palabras, es estudiada por la fonología; mientras que la segunda, que crea frases, es denominada gramática por algunos lingüistas y sintaxis por otros.
La forma comunicativa humana está pues estructurada fonológica y sintácticamente (o gramaticalmente), en ello consiste su peculiar complejidad. Como la forma comunicativa de casi todas las especies animales parece ser instintiva, la hipótesis de Chomsky es una especie de generalización de esa evidencia: la forma comunicativa humana, con su gramática, también sería instintiva, y habría surgido por evolución biológica.
Para Everett, en cambio, el componente más importante del lenguaje es el significado, que es como “el giroscopio” de la gramática: una ligera diferencia de significado puede provocar un cambio importante en la sintaxis de la oración. Toda la gramática estaría controlada por el significado, y Everett encuentra entre los Pirahâ muchos ejemplos de esto. Significado es esencialmente referencia y sentido. Referencia es uso del lenguaje por el oyente y hablante para ponerse de acuerdo sobre el objeto del que están hablando. Sentido es lo que los hablantes piensan de las entidades, acciones y cualidades; el conocimiento de la referencia de las palabras en distintos contextos; y la manera apropiada de utilizar cada palabra en dichos contextos (por ejemplo, debemos comprender cada palabra en varios planos simultáneamente).
Everett observa que el desplazamiento gramatical del orden de las palabras que usan muchas lenguas para generar interrogaciones o aumentar la importancia de un sustantivo, entre los Pirahâ es inexistente. Tales significados son obtenidos del contexto, mientras mantienen la frase siempre en su forma literal, en voz activa y en presente.
Everett está de acuerdo con Robert van Valin en que la gramática viene determinada en gran medida por el significado, ya que la gramática está al servicio de la referencia y de la “función”. Una gran parte de la gramática consiste en proyectar y matizar (de forma sistemática) el significado del verbo con la ayuda de una oración. Para hacerlo, las expectativas de sentido que genera la pragmática de la cultura cotidiana es crucial. También está de acuerdo Everett con William Croft, quien sostiene que todos los rasgos comunes de las lenguas humanas son en realidad rasgos comunes de la cognición de la especie, y no requieren algo tan específico como una gramática universal.
Según Everett, cuando Chomsky se convenció de que la lengua Pirahâ podría efectivamente carecer de recursividad, modificó la definición de ésta de tal modo que significara composición. Lo cual implicaría, según Everett, que la composición de palabras para producir frases sería recursividad y, análogamente, la composición de frases para producir historias también sería recursividad. Sin embargo, para Everett, esta clase de recursividad no es una característica del lenguaje, sino del razonamiento humano. El razonamiento humano sí es recursivo, porque la recursividad es una característica de la inteligencia humana. Pero, al principio de su carrera, Chomsky distinguió claramente los principios que rigen la sintaxis de los que rigen los relatos. Afirmó muchas veces que las oraciones y los relatos se combinan mediante principios muy diferentes. Luego su nuevo concepto de recursividad sería contradictorio con toda su obra previa, aunque no paradójicamente con las ideas de Everett.
Según Everett, los Pirahâ no usan recursividad porque ésta atentaría contra el principio culturalmente valorado de que la experiencia debe ser inmediata, y los enunciados sólo pueden contener asertos sobre la experiencia, no abstracciones. No es que el Pirahâ carezca de recursividad debido a una carencia o deficiencia, es que no la permite, no la quiere, en virtud de un principio cultural. La recursividad está ausente en las oraciones de los Piranhâ, sin embargo, está presente en la forma como sus discursos utilizan ideas dentro de otras ideas: ciertas partes del discurso se subordinan a otras partes, como en cualquier razonamiento humano.
La inexistencia de nombres para los colores o para los numerales (1, 2, 3…) en la lengua Pirahâ obedecería según Everett al mismo principio cultural, pues ambas clases de nombres implican hablar de una cualidad abstracta de un objeto, o conjunto de objetos, mientras uno lo percibe, y ello es evitado por la cultura Pirahâ.
Everett supone, como muchos neurolinguistas, que los conceptos aparecieron en la mente y en el procesamiento cerebral de la información antes de que existiera el lenguaje, pues parecen existir en muchos mamíferos. Como argumentan Edelman y Tononi (La base neuronal de la consciencia primaria), el cerebro mamífero fue capaz de rastrear la presencia, dentro de sí mismo, de perceptos y conceptos preexistentes (o «presentes recordados»). Una capacidad cerebral posterior, capaz de etiquetar de forma verbal tales «presentes recordados» debió ser una gran mejora para la especie. La perspectiva de Everett parece estar de acuerdo con ese modelo de génesis del lenguaje. Fue una gran mejora para nuestros antepasados humanos el poder hablar de cosas y sus estados, de acontecimientos, de cantidades relativas y de lo que otros humanos tenían en la cabeza. Para hacerlo, todos los idiomas necesitan verbos y los significados de los verbos requieren cierto número de nombres. Esto ya funciona como una gramática básica.
Una descripción muy cercana de la génesis del lenguaje es la que sugiere Tom Wolfe (2018) en su obra póstuma, en que discute la disputa Chomsky-Everett. Sugiere Wolfe que el lenguaje surgió simplemente como una mnemotecnia en la que las palabras permiten recordar todos los objetos perceptibles y lo que los humanos pueden hacer con ellos.
Esta gramática básica que pone juntos un verbo y algunos nombres se desarrolla posteriormente con añadidos que son consecuencia de la cultura, el contexto y la matización de los nombres y los verbos. Hay más elementos gramaticales, pero no son tantos.
La interpretación de Everett parece más flexible y respetuosa con la diversidad de evidencias, que la que propone Chomsky. Como afirma Zugasti (2012):
“Uno de los problemas con las hipótesis nativistas del lenguaje es que no tienen en cuenta que el “significado” precede al lenguaje, tal como han defendido James R. Hurford o Susan Carey. Es decir, el pensamiento es anterior al lenguaje (Paul Churchland hace una defensa muy elocuente de este punto en su último libro). Todos los componentes que participan en el lenguaje sirven de hecho a otras funciones no lingüísticas: la boca sirve para morder o comer además de para hablar, la lengua sirve para lamer, y las áreas del cerebro relacionadas con el lenguaje, por ejemplo, con la sintaxis, también participan en otras actividades motoras o cognitivas.
Según Everett, la clave podría radicar en una tendencia natural previa, una especie de “instinto de interactuar” anterior al uso del lenguaje y que empezaría por el útero materno y la relación entre madres e hijos. Este “instinto” social aparece también en los demás primates que poseen formas de comunicación social, pero ninguna de las habilidades del lenguaje humano más complejas”.
Sin embargo, no sería apropiado considerar al lenguaje (o a la sintaxis) como un instinto, puesto que, como explica Zugasti: “Los instintos poseen una curva cero de aprendizaje, y no difieren en los individuos sanos. En contraste, cosas como el arte, la religión o el lenguaje, todos los comportamientos complejos de la naturaleza humana, poseen claramente curvas de aprendizaje y diferentes niveles de pericia. Nunca dejamos de aprender un lenguaje, un arte, una religión o una filosofía.”
La recursividad gramatical, según Everett podría haber surgido tal como describió Simons, como una “propiedad emergente”: aparece en las lenguas como respuesta a la capacidad del cerebro de pensar y solucionar problemas y situaciones de la cultura que, en aras de la eficacia comunicativa, precisan de la recursividad conceptual.
La sintaxis, como las demás componentes del lenguaje, no sería pues un instinto, sino una parte de la solución dada a la necesidad de comunicarse adecuadamente en un entorno determinado. En particular, la recursividad permitiría empaquetar oraciones que contienen gran cantidad de información en sociedades que manejan grandes cantidades de información exotérica, como sucede en las sociedades industrializadas.
Está claro que hay algo en la biología humana, y en su cerebro, que subyacen al lenguaje. Pero ese algo pueden ser unas capacidades cognitivas generales, no un instinto específicamente sintáctico ni lingüístico.
Según Everett, la actitud de los Pirahâ ante el conocimiento, la verdad y Dios, es similar a la de pragmatistas como William James y Peirce, que fueron influidos por los pueblos indígenas de América del Norte y su tolerancia con las diferencias físicas y culturales: la prueba que debe pasar el conocimiento no es la de la verdad, sino la de la utilidad. Quieren enterarse de qué hace falta saber para actuar. Y el conocimiento necesario para actuar se basa principalmente en los conceptos culturales de cuáles son las acciones útiles.
La simplicidad de la lengua que usan los Pirahâ no implica dificultad alguna a la hora de comunicarse. A los Pirahâ les encanta hablar y reírse, alrededor del fuego o tumbados en las playas del río, pero no hablan de cosas abstractas ni de lo que pueden hacer los extranjeros. La cultura propia nos guía siempre sobre qué cosas merece la pena buscar con los sentidos y comentar. Según Everett, el hablar solamente de ciertos temas es, después de todo, lo habitual en cualquier grupo familiar o profesional de nuestras propias sociedades. Lo específico de nuestras lenguas occidentales es que deben ser suficientemente amplias como para ser útiles a todos los grupos profesionales que existen en el capitalismo, aunque ninguna profesión utilice en la práctica la totalidad del vocabulario y giros idiomáticos del idioma Inglés o del Español.
Tras varios años de convivir con los Pirahâ, Everett se convenció de que no basta, como piensan algunas sectas protestantes, con que los pueblos paganos lean una traducción del Nuevo Testamento para que se abra en ellos la fe. Los Pirahâ son uno de los pueblos más felices de la Tierra a juzgar por el número de horas que emplean en reírse y sonreír, y no buscan nuevas visiones del mundo. Por otra parte, el concepto de que alguien (Jesús) va a venir a salvarte implica que estás perdido, abandonado, en un estado de infelicidad o de culpa; y los Pirahâ ignoran todos esos sentimientos, y hasta carecen de una palabra para designar “culpa” o “pecado”. El principio de Inmediatez de la Experiencia que utiliza su cultura implica que las cosas que uno cuenta son irrelevantes si uno no las ha vivido directamente. Sus saberes relevantes versan siempre sobre observaciones directas, por lo cual no tienen mitos sobre la Creación. La pregunta sobre “¿qué había antes del primer bosque o del primer río?” les resulta absurda. Uno respondió a Everett: “¿Algún día has visto que no existían?” De ahí que sean absolutamente reluctantes a los mensajes de los misioneros, basados siempre en historias de un pasado lejano del que no queda ningún testigo vivo. Esa reluctancia a la fe había sido documentada por misioneros católicos ya desde el siglo XVI.
Una vez le dijeron a Everett: “Nos caes bien [y] nos gusta que estés con nosotros; [pero] no nos interesan esas historias sobre Jesús; deja de hablarnos de Jesús”. La absoluta inutilidad del Evangelio dentro de su cultura, psicología y estilo de vida, y la imposibilidad de darles pruebas empíricas de la fe cristiana, hizo a Everett, que además tenía formación científica, cuestionarse su propia fe y llegar a la conclusión de que tampoco él necesitaba al Evangelio en su vida. Tras años de convivencia, Everett admiraba ya a los Pirahâ en muchos aspectos, y su intuición de que lo no experimentado por uno son supersticiones coincidía con la actitud de la ciencia. Le impresionó también su creencia de que ellos no necesitaban enmendarse, ni enmendar a nadie. Aceptaban las cosas tal como son, no temían a la muerte, y su fe estaba en sí mismos. La revelación de Everett, a sí mismo y a su familia, de que era un ateo inconfeso, le llevó a la separación de su esposa, que era también misionera. Además, le llevó a cuestionarse no solo el concepto de Dios, sino también el de Verdad. “Dios y la verdad son dos caras de la misma moneda. Y las dos son un obstáculo para la vida y el bienestar mental, si es que los Pirahâ están en lo cierto. Y la calidad de su vida interior, su alegría y su felicidad, respaldan sólidamente sus valores”.
La “elegancia teórica” de las grandes teorías empezó a satisfacer cada vez menos a Everett. “Tal como nos recuerda el filósofo y psicólogo estadounidense William James, influyente defensor del pragmatismo, no debemos tomarnos demasiado en serio a nosotros mismos. No somos ni más ni menos que primates evolucionados (…) Los Pirahâ han establecido un firme compromiso con el concepto pragmático de utilidad. No creen que exista un cielo ni un infierno, ni que merezca la pena morir por ninguna causa abstracta. Nos dan la oportunidad de concebir cómo sería una vida sin absolutos como la santidad, la rectitud o el pecado. Y la visión resulta muy atractiva (…) Han descubierto la utilidad de vivir el día a día (…) No les preocupa lo que no conocen ni tampoco creen que puedan hacerlo todo ni saberlo todo. De la misma manera, no codician los productos o las soluciones resultantes de conocimientos ajenos”. Everett termina su libro confesando que buena parte de lo que ahora es y piensa se lo debe a los Pirahâ.
Podríamos concebir el constructo teórico de la Gramática Universal como una sobre-reacción de Chomsky a la pretensión de Skinner de que el ser humano puede ser moldeado a discreción mediante los estímulos externos. En contra de esta idea, concibe una naturaleza humana inamovible que garantiza su libertad: unos a priori sintácticos que le permiten desplegar cualquier discurso, pero que no puede ser alterado por ningún condicionamiento externo.
Por otra parte, Chomsky considera a la libertad (sustantiva y material como en algunos experimentos anarquistas, no formal como en muchas sociedades contemporáneas) como el valor supremo, al igual que lo hacía Rousseau. Esto le llevó a defender el anarquismo como sistema político y le llevó a una crítica muy brillante del totalitarismo, medio latente medio explícito, de las sociedades contemporáneas. Sin embargo, se trata de un anarquismo con fuerte componente de pensamiento platónico e ilustrado. En sus razonamientos tanto sociológicos como linguísticos Chomsky mantiene siempre intactas las dicotomías platónicas (e ilustradas) entre ciencia y retórica, verdad y error, realidad e ilusión, afirmación verdadera y opinión, esencia y apariencia. En particular, defiende la existencia de una estructura esencial pero invisible, dentro del cerebro humano, que estructura todo lo que un humano podrá expresar. Y concibe la verdad y el avance de la ciencia como el descubrimiento y descripción de esas estructuras esenciales y estables que permiten explicar la variedad fenoménica.
La visión culturalista de Everett es mucho menos esencialista. Acepta la existencia de áreas especializadas en el cerebro, pero cuya especialización principal es la plasticidad, la capacidad de interaccionar con los estímulos externos y las pautas culturales para, conjuntamente con ellos, generar mensajes útiles para el funcionamiento cotidiano. Debido a la influencia de los Pirahâ, su filosofía derivó hacia el pragmatismo de autores como Charles S. Peirce o William James. Para el pragmatismo, la ciencia no está tan esencialmente separada de la retórica ni del error. Por ejemplo George Lakoff (Las metáforas y la construcción imaginaria de la realidad), otro lingüista culturalista contrario a la Gramática Universal y con fuerte componente pragmatista, concibe las teorías científicas como sistemas de metáforas y conceptos análogos a otros constructos literarios o retóricos. Pero con la peculiaridad de que en una teoría científica tales conceptos y metáforas han sido organizados para que sean lo más coherentes y consistentes (no contradictorios) entre sí como sea posible, dentro de la cultura presente y de las observaciones disponibles. Y como demostraron a Everett los Pirahâ, el principal valor de esos constructos teóricos no deriva de su verdad, sino de su utilidad.
Referencias
Bolhui J. J., Tattersall I., Chomsky N., Berwick R. C. (2014).How Could Language Have Evolved? Plos Biology 12(8): e1001934. doi:10.1371/journal.pbio.1001934
Everett, D. No duermas, hay serpientes. Vida y Lenguaje en la Amazonia. Turner, Madrid, 2014.
Wolfe, T. El reino del lenguaje. Anagrama, Barcelona, 2018.
Zugasti, E. (2012). Daniel Everett: El lenguaje es una herramienta, no un instinto. Tercera Cultura. http://www.terceracultura.net/tc/daniel-everett-el-lenguaje-es-una-herramienta-no-un-instinto/
3 comentarios sobre “El lenguaje como la más importante de las construcciones culturales. La crítica de Everett a Chomsky”