Sobre Jesús el Cristo: ¿personaje histórico, mito o creación literaria?

Este artículo es un resumen de dos libros enormemente recomendables en que Jose Manuel Barreda sintetiza todo lo que los historiadores y expertos en la figura de Jesús han concluido sobre un personaje que no está claro si es histórico, mítico o literario. El primer libro, Apuntes sobre Jesús y el Cristianismo, es un ensayo que presenta gran cantidad de detalles de la discusión sobre este importante personaje. El otro, Lucía busca a Jesús, es un ensayo novelado que resume de forma muy amena las principales conclusiones de la discusión presentada en el primer ensayo.

Lo que sigue es principalmente un resumen del contenido del segundo ensayo, al que hemos añadido al final unas breves reflexiones sobre las posibles causas de que el cristianismo, que era una religión nueva similar en muchos aspectos a otras de su época, se convirtiera en tres siglos en la más importante religión de la historia de Occidente.

Hay cuatro teorías principales sobre la realidad del personaje que nos ha llegado con el nombre de “Jesucristo” o “Jesús”.

(i) Jesús no existió (tesis negacionista o mitista). Sólo es un personaje mítico introducido en los evangelios. Sustentan esta opinión autores como B. Bauer, A. Drews, G. Fau, G.A. Wells, E. Doherty, P. L. Couchoud, y J. M. Robertson.

(ii) El personaje es literario. Una invención o una síntesis de otro/s personajes previos. Sustentan esta opinión autores como L. Cascioli, F. Carotta, J. Hoffmann o D. Strauss.

(iii) Jesús existió (tesis historicista). Fue un hombre de su tiempo y lugar: un candidato mesiánico, un profeta apocalíptico o/y un rabí (maestro judío). Esta opinión es defendida por autores como S.G.F. Brandon, A. Piñero, M. Harris, R. Eisenmann, J. Montserrat, G. Puente Ojea, Á. Borghini, A. Robertson, K. Kautsky, J. Mosterín, F. Bermejo, J.D. Crossan, y B.D. Ehrman.

(iv) Jesús existió, pero no fue un hombre más (tesis confesional). En la tesis confesional moderada, Jesús fue un maestro excepcionalmente sabio. El mayor para los creyentes cristianos; uno de los más sabios para los creyentes islámicos. En su versión católica dogmática, Jesús es Dios, además de un hombre perfecto.

La tesis historicista sobre la existencia de Jesús

La tesis historicista se sustenta en la existencia de las citas a una persona de carne y hueso que hacen algunos Evangelios (sobre todo el de Marcos), y en supuestas citas, eso sí de muy dudosa credibilidad o autenticidad, de historiadores como Flavio Josefo, Tácito y Suetonio. Así como en otras del “Talmud babilónico”, un compendio de escritos judíos, que hace referencia a algún personaje similar al descrito por Marcos, aunque no coincidente con él temporal ni geográficamente.

El libro de M. Barreda (2022) presenta el resumen que hace el profesor Fernando Bermejo de la tesis historicista:

Los evangelios cuentan que era hijo de José y María, si bien algunos autores del Nuevo Testamento y prácticamente toda la Iglesia primitiva hasta mediados del siglo III, señalan que su nacimiento fue milagroso y virginal, cual héroe divinizado. De María y José lo desconocemos casi todo. Apenas se mencionan y lo que se cuenta no es muy creíble. Jesús fue, seguramente, un varón galileo de clase media, quizá tirando a pobre. Probablemente sabía leer y escribir, hablaba arameo y debía tener algún conocimiento de hebreo, griego y latín. Desconocemos su estado civil cuando inició su vida pública. Esto es, los especialistas no saben si era soltero, casado o viudo (…)

Fue un individuo profundamente religioso. Su fe y la de su familia era la propia de los hombres del Israel de su tiempo. Esto es, su religiosidad fue plenamente judía, y su Dios era el del Antiguo Testamento, con algunas modificaciones que el judaísmo había ido integrando durante las épocas exilar y helenística. Jesús compartía, pues, las creencias y prácticas religiosas de su pueblo: observancia de fiestas, asistencia a sinagogas, aceptación devota de la Ley de Moisés y de los ritos sacrificiales del Templo… Su vida pública comenzó al poco de ser apresado Juan Bautista, cuyo mensaje religioso-político y personalidad lo atrajeron hasta hacerlo su discípulo. Probablemente fue bautizado por aquél cuando iba a comenzar su vida pública. De hecho, Jesús tomó de Juan Bautista algunos motivos de predicación y su recorrido vital debe comprenderse en el contexto de una tensa espera en la instauración del Reino divino. Se consideraba que su llegada requería la depuración de los traidores y enemigos de Dios. Habría un inminente juicio divino sobre los habitantes de Israel. Al comenzar su vida pública, Jesús reunió un grupo de discípulos cuyo núcleo inicial fue de doce, en probable representación simbólica de las tribus dispersas de Israel, a las que se creía que Dios reuniría en el momento de instaurar su Reino. Jesús pretendía llevar su mensaje a todos los judíos. Predicaría por las principales villas rurales de Galilea y Judea para finalizar en Jerusalén, la capital sagrada. Pero no pretendió fundar una religión nueva, ni, mucho menos, una iglesia, en el sentido que en el marco grecorromano (y en el cristiano) adquiriría esta institución (…)

El lenguaje de Jesús era directo y popular. Accesible, pero simbólico y rico en parábolas que no eran fáciles de entender. La gente lo veía como un maestro, un rabí de la Ley que hablaba y actuaba convencido de ser un profeta o portavoz de Dios para los momentos finales de este mundo. Se veía en especial contacto con Yahvé, el dios de la Alianza del pueblo judío que, se creía, había promulgado la Ley y hablado con los Profetas. El núcleo de su predicación, su “Buena Nueva”, era el anuncio de la pronta instauración del reino de Dios, cuyas características básicas no explicaba por ser bien conocidas por sus oyentes judíos. Figuraba en la tradición profética del Antiguo Testamento y formaba parte de la esperanza popular del Israel de su tiempo. Sus parábolas pretendían precisar las características del Reino cuya instauración veía inminente. Aunque según los evangelios las explicaciones concretas se las daba a sus seguidores en privado. El mensaje del Reino de Dios, pese a su carácter religioso, tenía implicaciones materiales y políticas. Se esperaba un Imperio Judío. La tierra de Israel se erigiría en el centro del mundo y, como Yahvé prometiera a los profetas, el país gozaría de una inmensa abundancia de bienes materiales y espirituales, siendo un gran banquete un símbolo apropiado. Pero sería un régimen teocrático. En el nuevo Estado desaparecería cualquier dominio pagano. La “Constitución” de Israel sería la Ley de Moisés y no tendrían cabida en el Reino los pecadores irredentos, los judíos no convertidos, ni los paganos en general. Jesús vivía esta convicción con un entusiasmo visionario y quería hacerla real (…)

Sus seguidores le atribuyeron diversos milagros cuyo éxito quizá dependiera de la fe y confianza que se tuviera en él. Por lo demás, Jesús restringió su predicación a Israel; no fue un predicador universalista. Se sintió enviado a predicar sólo a las “ovejas perdidas” de la casa de Israel. Su trato con los paganos fue por lo general ambiguo y duro. No obstante, se dirigió de un modo especial a los pecadores y centró su atención en salvar a los sujetos marginales, a los judíos transgresores de la Torá o ley de Moisés. Jesús entendía que Dios les brindaba la oportunidad de convertirse, que estaba dispuesto a perdonarlos y admitirlos en su Reino si se arrepentían y corregían. Por otro lado, creía que la instauración del Reino requería la intervención de Dios. Quizá por ello no preconizó una revuelta armada contra la autoridad romana. Se sentía ayudando a desencadenar un milagro crucial prometido por Dios. En espera del mismo, la tarea de los hombres era convertirse, prepararse y rogar a Dios (…) En su enseñanza primaba la ética sobre el culto judío. Por ello criticaba el legalismo cerril, el sacrifico ritual y la palabrería suntuosa; y defendía la pureza interior, la misericordia y el amor al pobre, al “prójimo”. En este sentido, continuó el espíritu moral del profetismo bíblico y de una de las corrientes principales del fariseísmo de su tiempo (…)

Jesús fue un judío fiel a la Ley. Nunca quiso quebrantarla y quizá la radicalizó en ciertos puntos. Discutió su significado, unas veces para endurecer su rigor, de un modo que era común entre los rabinos, y otras para esclarecer que lo importante eran las personas: que el sábado era para el hombre, y no a la inversa. Las discusiones que Jesús mantuvo con otros grupos religiosos eran comunes en el marco de la religión judía. El judaísmo de la época era plural y los rabinos solían polemizar. Claro que el profetismo y el radicalismo escatológico de hombres carismáticos como Jesús eran fuente de polémica y respuesta social (…)

Figura: Judea en el siglo I de nuestra era

 Respecto a su recorrido vital, Jesús partió de Galilea y fue a Jerusalén en la Pascua de su último año de vida, quizá el año 30 o el 33, sea para celebrar la fiesta y predicar, o por considerar que Dios instauraría su Reino en aquella fecha y lugar. En cualquier caso, no fue para morir. Su entrega y muerte no formaban parte de su proyecto. Todos los anuncios en este sentido son inserciones evangélicas posteriores, como se deduce del comportamiento de los discípulos y del propio Jesús en el relato de la Pasión. En el templo de la capital Jesús protagoniza un incidente violento. Se discute el sentido de esta acción, pero podría relacionarse con un anhelo de limpieza cultual o de la restauración de Israel y de su Templo. Pudo ser un simbolismo profético, más probablemente que un acto guerrillero; pero, en cualquier caso, esta intervención en el santuario impidió por unos instantes la actividad comercial necesaria para llevar a cabo los sacrificios. Esta “purificación” no significa en absoluto que Jesús quisiese abolir el culto en el Templo, sino todo lo contrario. Jesús fue arrestado, juzgado y ejecutado por motivos de índole sociopolítica, no religiosa. Ambos profesores insisten en que deben descartarse como causa de su ejecución teóricas razones de índole moral o religiosa, tales como una acusación de blasfemia, proclamarse juez de vivos y muertos o pretenderse Dios. Las autoridades de Jerusalén temían desórdenes públicos, pues Jesús había entrado en la ciudad siguiendo un ritual mesiánico, siendo aclamado Mesías e imponiendo su autoridad en pleno Templo. Probablemente se manifestó contra el pago de tributo al César, o esto es lo que piensan muchos especialistas que argumentan que no se hallarían contradicciones evangélicas sobre este particular si Jesús se hubiera pronunciado inequívocamente a favor. En definitiva, el maestro fue considerado un hombre temible por las autoridades judías y romanas. En realidad, bastaba con pretenderse Mesías y anunciar que pretendía establecer el Reino. Para este fin Jesús sumaba un buen grupo de seguidores, algunos de los cuales iban armados. Como sabes, Jesús fue finalmente detenido y ejecutado como “rey de los judíos” por el peligro que para el orden público suponían las implicaciones políticas de su mensaje y su actuación en el Templo. Murió en tiempos de Tiberio, crucificado por los romanos junto a varios bandoleros. La muerte agravada en cruz estaba destinada a esclavos huidos o recalcitrantes y a rebeldes políticos contra el Imperio (…)

Pero, como subrayan J.M. Barreda, A. Piñero y F. Bermejo, esta historia no estaría completa sin incluir la reinterpretación religiosa de Jesús como Cristo celestial: «Aunque ésta sólo tiene lugar después de su muerte y no parece afectar a todos sus seguidores judíos, forma parte de la visión que hallamos en las Cartas de Pablo y de los evangelios canónicos, culminando en el último de éstos. Claro que son elementos ajenos al Jesús de la historia: pertenecen al Cristo de la fe, y evolucionan en otro marco, en comunidades religiosas o iglesias que alteran tanto la persona como el mensaje y la misma fe de Jesús. Los evangelistas, en fin, incorporarán al Cristo de Pablo, pero los historiadores críticos sostienen que esa reinterpretación casa mal con la historia de Jesús (…)

Buena parte de la concepción de Pablo se relaciona con la fe en la resurrección de Jesús. Se trata de un ingrediente básico de la nueva fe (…) pero esa resurrección va de la mano de su espera: estaban convencidos de que su Venida, es decir la Parusía, inauguraría el Reino mítico que, en su versión paulina, ha pasado a ser celestial y multirracial. Estaría destinado a una multitud de gentiles creyentes en el papel salvador de un Jesús resucitado que descendería del cielo para juzgar a la humanidad y separar a los corderos de los cabritos, esto es a los “buenos”, que se salvarán, de los “malos”, que se verán condenados a una pena eterna. La venida de Jesús sería majestuosa y escénica: los santos de las iglesias paulinas se encontrarían con él en las alturas, y los justos resucitarían en cuerpo espiritual para disfrutar del Reino. Aunque Pablo no predicara una instauración tan inminente como la de Jesús, esperaba que su venida acaeciera en pocos años (…)

El profesor Piñero esclarece que el “esqueleto” biográfico de Jesús “dista bastante de la imagen de “Jesucristo” que nos transmite la tradición eclesiástica” (…) “Entre una y otra imagen media la reinterpretación de Jesús por parte de sus seguidores, en especial los judíos de la Diáspora, de mente más universalista, que hacen una nueva lectura de los textos de las Escrituras a la luz de la creencia firme en la resurrección de Jesús. Éstos se convencen de que Jesús no ha muerto para siempre, sino que es el Viviente, que está a la derecha de Dios y que Éste lo ha constituido “Señor y Mesías”.”

«Para el profesor [Piñero], “no mucho tiempo después, en el lapso que media entra su muerte y la última edición del Evangelio de Juan, hacia el año 100, este Jesús había sido ya convertido en un Logos/Palabra divina, preexistente junto al Padre desde toda la eternidad, que por nosotros los hombres y por nuestros pecados había descendido desde el cielo, se había encarnado, (…) sufrido una muerte redentora de todos los humanos, resucitado y vuelto al empíreo de donde procedía. En año 325 un concilio de la Iglesia universal proclamaba en Nicea contra el hereje Arrio que este Jesús era el Hijo eterno de Dios desde siempre, y que nunca había sido creado, sino engendrado por el Padre desde toda la eternidad (…) En el año 451 el concilio de Calcedonia definió que Jesús: tenía dos naturalezas, una divina y otra humana, pero era una sola persona, la Segunda de la Santísima Trinidad.”

Esta es la descripción de los acontecimientos que rodearon al personaje Jesús y de las interpretaciones que hicieron sobre él seguidores posteriores, según la interpretación historicista de los historiadores más cercanos al credo cristiano. Por su parte, la tesis negacionista o mitista piensa que Jesús nunca existió, y para ello se basa en que no lo citan explícitamente ninguno de los cuarenta historiadores o escritores de la época que vivieron en los siglos I y II y podrían haberlo conocido, a saber: Apiano, Damis, Columela, Apión, Juvenal, Lucano, Apolonio, Dión Prusio, Quintiliano, Aulio Gelio, Epícteto, Marcial, Patérculo, Tácito, Filón, Pausanias, Josefo, Plutarco, Fedro, Petronio, Flegón, Hermógenes, Pomponio Mela, Plinio el Joven, Estacio, Plinio el Viejo, Justo de Tiberíades, Valerio Máximo, Suetonio, Luciano de Samósata, Quinto Curcio, Valerio Flaco, Lucio Floro, Talo, Lisias, Séneca, Theón de Esmirna, Arriano de Nicomedia, Itálico, Claudio Ptolomeo. Diez de ellos estaban bien informados sobre Palestina, por vivir allí o visitarla en el período en que debían conocer la actividad de Jesús o sus seguidores.

Pero volviendo a la interpretación historicista, el primer evangelio en aparecer históricamente es el de Marcos, “es el primer relato biográfico y es el modelo de los demás evangelios sinópticos. Marcos cuenta la historia de un hombre al que no atribuye un origen divino ni deifica. No contiene concepción milagrosa, ni historias de infancia. El relato comienza con un Jesús adulto y finaliza con su muerte y el anuncio de su resurrección por un joven vestido de blanco. Jesús no aparece después de morir, y las dos mujeres que son informadas, al llegar al sepulcro en circunstancias poco creíbles, deciden mantener en secreto lo que han visto, esto es la piedra desplazada, el sepulcro vacío y a un joven que les pide que cuenten a sus compañeros que Jesús ha resucitado. No hay visiones de Jesús, ni éste se le aparece a ninguna persona, ni da discursos, ni hay Ascensión”.

¿Hubo tradiciones orales previas en las que pudieron basarse los autores de los Evangelios?  “Christian Hermann Weisse lo hipotetizó en 1838 a fin de explicar el material común que, aparte de Marcos, utilizaron los autores de Mateo y Lucas. El documento o evangelio Q se recompuso -suponemos que parcialmente- aunando los versículos comunes a Mateo y Lucas que están ausentes en Marcos (…) La hipótesis de Weisse se vio bastante confirmada cuando entre los siglos XIX y XX apareció el evangelio copto/gnóstico de Tomás.  Una sucesión de sentencias o colección de dichos sin trama narrativa que coincidía significativamente con lo que se esperaba de Q  (…) [En Q] sólo se citan por su nombre Jesús, Juan Bautista y Herodes Antipas. No hay relato alguno de la pasión. No figura la muerte de Jesús, ni descripción alguna de su resurrección física y terrenal”. El evangelio de Marcos debió basarse en tradiciones orales o en un documento previo independiente que ha sido llamado el “relato premarcano de la Pasión”.

Figura: Fuentes posibles de los tres primeros evangelios

“Q y Tomás nos hablan de un maestro o rabí al que no divinizan y cuya muerte no abordan. Sea por desconocerla o por estimarla irrelevante, esto casa mal con nuestra historia familiar. Pero, en realidad, tampoco cuentan casi nada de su vida. Las frases del maestro aparecen esparcidas, sin elementos biográficos, en estos evangelios. Jesús no es un mesías, ni se ve juzgado. Es un maestro y profeta,  sucesor de Juan el Bautista, que encarga predicar a sus seguidores en un ambiente escatológico. Y es muy intolerante con las personas y poblaciones que no apoyen sus planes e ideas (…) Marcos es la fuente que nos aporta el relato de la Pasión. Todas las demás alusiones a la ejecución romana de Jesús derivan de él”. Es extraño que un relato como Q que debió surgir sobre el año 60 EC en la supuesta comunidad de los que conocieron a Jesús, no mencione hechos tan relevantes como sus ideas mesiánicas, su crucifixión, su resurrección o su naturaleza divina. Por ello, resulta plausible que Marcos haya construido un relato biográfico ficticio basándose en personajes literarios o en mesías históricos antiguos y no en un mesías llamado Jesús de la época de Pilatos, que ningún historiador aconfesional cita. Las dos supuestas citas sobre Jesús hechas por Josefo tienen todo el aspecto de ser interpolaciones añadidas por copistas cristianos de sus escritos según los investigadores no confesionales, pues son incoherentes en el contexto en que aparecen, y las supuestas citas de Tácito son aún más incoherentes por la lejanía de lo que relatan. En efecto, Tácito debería saber que un Cristo o Mesías no es un nombre, sino un candidato real al trono judío. Por lo que parece estar simplemente transcribiendo lo que los cristianos (que estarían comenzando a construir la historia, según G.A. Wells) le cuentan.

Resulta llamativo pues que los autores más familiarizados con el judaísmo, como Plutarco, Plinio el Joven, Tácito o Suetonio, no nombran a Jesús ni siquiera las pocas veces que, los que escriben ya en el siglo II, hablan de los cristianos. Drews asegura que “toda la literatura extracristiana [que lo menciona] es posterior al año 100”.

Las primeras teorías confesionales sostenían que existieron cristianos de primera, segunda y tercera generación. Los primeros serían los apóstoles que supuestamente conocieron a Jesucristo; los segundos serían los “padres apostólicos” (Clemente Romano, Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna, Papías de Hierápolis, Hermas, y el anónimo autor de la Carta de Bernabé), quienes supuestamente conocieron a los apóstoles y escribieron sus testimonios entre finales del siglo I y la primera mitad del II. En la tercera generación estarían los apologetas. Pero una narración coherente de este tipo no se sostiene históricamente. Sobre la primera generación no hay registros, sólo tenemos a Q y poco más. “No hay ningún testigo directo de nada de ello. Ni testimonios directos, ni pruebas independientes: no tenemos un solo cristiano que conozca al Jesús evangélico y nos hable de él. La historia se construye paulatinamente desde una decena de tradiciones diferentes, mezclándose con dioses míticos e ideas gnósticas. El germen del actual “cristianismo” sólo fue una secta más dentro del cristianismo primitivo, y no la más antigua. Hubo tal pluralidad de enfoques que no vemos brillar al Jesús galileo de referencia. No hay un personaje definido que haga de protagonista común. Los gnósticos no eran herejes, pues aún estaba por fijarse una ortodoxia. El propio Pablo es un proto-gnóstico cuyo heredero será Marción”.

Pese a tal falta de evidencias de una generación que conociera a Jesús, muchos autores confesionales cristianos han seguido hablando de “los apóstoles que conocieron a Jesús” como si de un hecho se tratara, y del Jesús de Galilea como si se tratara de un personaje histórico como Julio César o Napoleón. La mayoría de los investigadores historicistas son sin embargo mucho más cautos, y suelen distinguir entre el Cristo de la fe, que para Puente Ojea y otros muchos «jamás existió», del Jesús histórico.

Ello sugiere que cuando la necesidad psicológica de creer en dioses es grande la capacidad analítica pasa a un segundo plano. El creyente, que además ha estado oyendo durante años las afirmaciones evangélicas de otros creyentes y de las instituciones eclesiales, da por sentado que Jesús y sus discípulos existieron e hicieron lo que cuentan los evangelios, y se limita a “explicar” la falta de testimonios históricos sobre la existencia de tales personajes mediante argumentos ad hoc. Ello recuerda la frase socarrona de G. Casanova (en sus Memorias) delante de un grupo de nobles y obispos sobre las religiones del pasado: “si no supiéramos que la nuestra es la verdadera nos sorprendería la semejanza que tienen algunos de esos mitos con nuestras creencias”.

La contribución del sincretismo helenístico y del gnosticismo

La deificación del supuesto hombre Jesús fue hecha por Pablo y otros griegos de las iglesias sirias, tras la divulgación de sus cartas tras el año 140 EC. Fue también Pablo el que implantó el rito de la Eucaristía en sus iglesias, un rito similar al de los cultos mistéricos persas, egipcios y sirios a dioses como Tamuz, Osiris, Dionisos, Deméter, o Mitra, que incluían la ingesta de vino con pan o carne.

El imperio de Alejandro Magno y sus sucesores helenísticos (sobre todo el Imperio Seléucida, el Reino Grecobactriano, y la Dinastía ptolemaica de Egipto) habían comunicado filosofías de origen griego con otras de origen egipcio, persa e indostánico. Esto creó una proliferación de creencias sincréticas que trataban de explicar las relaciones del ser humano con la divinidad, entre ellas los cultos mistéricos. Para aclarar lo que comenta el libro de Barreda, podemos comentar como ejemplo el culto órfico u orfismo. Como explica https://www.studocu.com/es/document/uned/filosofia/orfismo-uned-apuntes-3/6563688, «el credo órfico propuso una innovadora interpretación del ser humano, como compuesto de un cuerpo y un alma, un alma indestructible que sobrevive y recibe premios o castigos más allá de la muerte. Un precedente puede encontrarse en Homero» y en la idea platónica de que existe un principio animador en la existencia humana y animal cuya presencia es un requisito para la vida, que es superior al cuerpo material y que sobrevive a la muerte del cuerpo. Otro antecedente parece ser el pitagorismo, que habló de un alma inmortal que se reencarna, antítesis del cuerpo y expresión de la perfección humana: de lo bueno, lo puro, lo racional y lo eterno e incorruptible; mientras que el cuerpo era todo lo que simbolizaba lo malo, lo impuro, lo irracional y lo corruptible. Muchos investigadores piensan que el pitagorismo y el orfismo tuvieron un origen común o que Pitágoras fue el autor de las primeras obras órficas.

Según las ideas transmitidas por Homero, el «alma» (psychḗ en griego), se separa del cuerpo en el momento de la muerte y va al inframundo como su imagen sombría. Homero creía que la existencia del alma después de la muerte es desagradable y que el cuerpo es el verdadero yo del hombre. Pero para los órficos y pitagóricos el alma es lo esencial, lo que el iniciado debe cuidar siempre y esforzarse en mantener pura para su salvación. El cuerpo es un mero vestido, un habitáculo temporal, una prisión o incluso una tumba para el alma, que en la muerte se desprende de esa envoltura terrenal y va al más allá a recibir sus premios o sus castigos, que pueden incluir algunas reencarnaciones o metempsicosis en otros cuerpos (y no solo humanos), hasta lograr su purificación definitiva y reintegrarse en el ámbito divino.

La barca de Caronte, que según la mitología homérica conducía las almas al Hades. Cuadro de Jose Benlliure, 1913.

Para expresar su credo, los órficos recurrieron a una teogonía distinta de la hesiódica, con rasgos orientalizantes, y a una teoría soteriológica (“salvacionista”) sobre el destino del alma que tuvo una larga influencia posterior. En particular, la interpretación órfica del mito dionisíaco explica el carácter patético de la vida humana, en una condena en que el alma debe purgar un crimen titánico. Según este mito, los antiguos Titanes, bestiales y soberbios, mataron al pequeño Dionisos, hijo de Zeus y Perséfone, atrayendo al niño con brillantes juguetes a una trampa. Lo mataron, lo descuartizaron, lo cocieron y lo devoraron. Zeus los castigó fulminándolos con su rayo (sólo el corazón de Dionisos quedó a salvo, y de él resucitó entero de nuevo el hijo de Zeus). De la mezcla de las cenizas de los abrasados Titanes y la tierra surgieron luego los seres humanos, que albergan en su interior un componente titánico y otro dionísiaco. Nacen, pues, cargados con algo de la antigua culpa, y deben purificarse en ella en esta vida, evitando derramar sangre de hombres y animales, de modo que, al final de la existencia, el alma, liberada del cuerpo, casi su tumba y su cárcel, pueda reintegrarse al mundo divino del que procede.

El proceso de purificación puede ser largo y realizarse en varias transmigraciones del alma o metempsicosis. De ahí el precepto de no derramar sangre humana ni animal, ya que también en formas animales puede latir un alma humana (e incluso la de un pariente). Al iniciarse en los misterios, el hombre adquiere una guía de salvación, y por eso en el Más Allá los iniciados cuentan con una contraseña que los identifica, y saben que deben presentarse ante los dioses de ultratumba con un saludo amistoso, como indican las laminillas órficas que se enterraban con ellos.

Otras religiones mistéricas y soteriológicas de la época helenística fueron el culto a Isis, el culto a Serapis, el culto a Atargatis, el culto a Cibeles, el culto a Dionisos, el judaísmo helenístico, el mitraísmo, el gnosticismo, o el zoroastrismo. Eran comunes también cultos que divinizaban a grandes hombres de la antigüedad, emperadores o héroes legendarios. Por ejemplo, Apolonio de Tiana, un contemporáneo de Pablo, adquirió fama de taumaturgo, profeta y mago, y un siglo y medio después de su muerte era venerado, como ser divino, junto a Abraham, Orfeo y Cristo, en el panteón del emperador Septimio Severo, quien como otros emperadores no tenía inconveniente en admitir al panteón de dioses a cualquier deidad adorada en el Imperio.

Según Mary Boyce, «el zoroastrismo es la más antigua de todas las religiones de credo reveladas, y ha tenido probablemente más influencia, directa o indirectamente, que cualquier otro culto individual». Para muchos investigadores, en el zoroastrismo se apuntan por primera vez algunos importantes conceptos para otras religiones posteriores como el de cielo versus infierno; el Día de Juicio Final o la diferencia entre ángeles y demonios, y podría ser la fuente de los componentes post-Torá más importantes del pensamiento religioso judío, que emergió durante la cautividad babilónica.

Luego tenemos el gnosticismo de los tres primeros siglos de nuestra era, de antecedentes platónicos y judaicos sin relación con el cristianismo de Jesús, dado que el texto gnóstico de Eugnosto el Beato parece ser anterior al nacimiento de Jesús. Muchas sectas gnósticas de principios de nuestra era se autodenominaban “cristianas” pero que no mencionan a ningún Jesús de carne y hueso, sino a un “Cristo” o intermediario entre Dios y los hombres. El gnosticismo cristiano, pagano en sus raíces, llegaba a presentarse como representante de su tradición más pura.

Algún gnóstico, como Marción, sí que predicó la aparición de un Jesús adulto de carne y hueso en un momento concreto de la historia (15º año del reinado de Tiberio) y en un lugar concreto. Habría sido el enviado espiritual del Dios verdadero (frente a Yahvé, que era el dios inferior que había creado este mundo material) para nuestra Salvación, y tenía un cuerpo humano, aunque sólo era aparente. El gnosticismo tuvo una gran influencia espiritual y cultural hasta la Edad Media, como demuestra el fenómeno del catarismo y su concepción del amor como anhelo de reintegración con la parte de nuestra alma que permaneció junto a Dios.

Volviendo al libro de M. Barreda, para los gnósticos, fuimos víctimas de un accidente cósmico y caímos a este mundo imperfecto dominados por la materia y el mal, porque este mundo y nuestros cuerpos son obra de un dios inferior, un demiurgo responsable de que el mal exista. Pero el Dios verdadero enviará un mensajero para nuestra salvación, alguien que nos indicará el camino. Ese enviado será espiritual e inmaterial, y sólo a fin de ser visto tomará apariencia corpórea. En su última versión gnóstica, el Logos, el Hijo de Dios, o el Cristo, “se encarnaría” aparentemente y compartiría nuestro dolor y nuestros males terrenos: ser herido, injuriado, sufrir, compartir nuestro destino mortal… Pero en realidad no padecerá ni morirá porque es inmortal y su única misión es venir a liberarnos de este mundo inferior que no es en realidad nuestro destino. Los gnósticos cristianos reclaman constituir testigos especiales de Cristo, entendido como ese intermediario o mensajero divino, y el acceso directo al conocimiento de lo divino se hace a través de la gnosis o experimentación introspectiva. De ahí que cuando un gnóstico declara haber sido testigo de Cristo (como Pablo declaró de hecho) lo más plausible es que se esté refiriendo a un momento de introspección meditativa, de arrobamiento o de éxtasis místico. En estas ideas profundizarán  durante cuatro siglos escritores alejandrinos y de la parte oriental del Imperio que no parecen saber nada de Jesús de Galilea, en contra de la versión confesional eclesiástica. Los evangelios gnósticos del siglo II desconocen el Jesús evangélico, los apologetas anteriores a Justino, que eran filósofos supuestamente cristianos, también lo ignoran. Otros evangelios concibieron una salida no mortal para Jesús, o una muerte simulada. Jesús desaparecía milagrosamente  antes de ser ejecutado, o su espíritu abandonaba su envoltorio mortal antes del suplicio, o era sustituido por otra persona que era ejecutada en su lugar. Esta última versión triunfó en varias sectas y fue adoptada por el Islam.

Escultura de Pablo de Tarso, en la entrada de la Basílica Extramuros de San Pablo. Roma.

Pablo de Tarso parece haber sido un perseguidor del cristianismo que luego se convirtió, y que vivió en el ambiente de las sectas gnósticas sirias y griegas. Al hablar de Jesús, Pablo usa frecuentemente el término Iesoûs Christós, o «Jesús el Ungido». El acto de ungirse con aceites era un rito común en algunas civilizaciones antiguas del Mediterráneo, incluida la judaica. Se creía que, mediante el aceite, la divinidad extendía su protección sobre el ungido, reconociéndole como su representante. La palabra hebrea es mashíaj, de donde proviene el término “mesías”.

La fuente principal del pensamiento de Pablo de Tarso son sus cartas, escritas antes que los evangelios y resucitadas por Marción, y que muchos investigadores consideran interpoladas (o modificadas) en parte. De las partes más coherentes de las mismas los autores historicistas deducen que el Cristo Jesús de Pablo no es otro que el mismo Jesús de Nazaret de los evangelios pero divinizado, aunque, no sabiendo casi nada de él, Pablo lo considere muy lejano en el tiempo y se desentienda de cualquier detalle de su posible vida.

“De seguir exclusivamente a Pablo, el Jesús que tenemos es un personaje celestial al que, en lugar de ejecutar los romanos, inmolan los arcontes”, que en los sistemas gnósticos son gobernantes que impiden que las almas abandonen el mundo material. La interpretación confesional interpreta la palabra como los “gobernantes de este mundo”, que se conjuran como poderes maléficos contra él (…) George Albert Wells considera que Pablo habla de Jesús «con la vaguedad y lejanía que se emplea cuando se habla de alguien legendario del que apenas tenemos datos, como si hubiera vivido dos o más siglos antes de su tiempo (…) Pablo se considera el mejor conocedor de Jesús, el que predica el verdadero Cristo, a diferencia de los demás predicadores. Ni por un momento considera que su conocimiento de Jesús sea inferior al de sus supuestos discípulos directos». En suma, aunque la interpretación confesional supone que Pablo se relaciona con testigos directos de la vida de Jesús, él mismo nos da a entender lo contrario; y, de hecho, su información de Cristo proviene de lecturas bíblicas y de experiencias visionario-auditivas que hacen pensar en alucinaciones extáticas. «Es más, aunque sus referencias a Cristo Jesús carecen de cualquier concreción, él asegura que son las auténticas frente a sus competidoras. Estamos ante un mito sin elementos circunstanciales ni biográficos. Y la razón puede ser que, como aducen los negacionistas, el Jesús evangélico aún no se ha “inventado” cuando Pablo escribe… ¿Podría Pablo discutir con testigos directos y considerarse el mejor conocedor del resucitado y el predicador más certero del Cristo? ¿No ridiculizarían los demás predicadores dicha pretensión? (…) Pablo nunca emplea la palabra “crucifixión”. Utiliza el término “stauros”, que significa “madero”, y el verbo “colgar” o “clavar”: Cristo fue “colgado de un madero” [tras su ejecución por los Arcontes] (…) Pero esa ejecución se ajusta a la judía que se describe en el Deuteronomio y no a la romana. Pablo no nombra a Pilatos, ni a soldados, ni alude a un tribunal romano. (…)

Forma como se exponía a los ajusticiados según la ley judía: colgados de un madero

Los evangelistas hablan de un mesías plausible que anuncia la “Buena Nueva” y termina siendo ejecutado, precisamente por ello. Desde entonces hasta que se produce el “giro” teológico que convierte su ejecución en voluntaria y salvadora, y anuncia su resurrección como triunfo póstumo y consuelo de afligidos, pasa un tiempo y se produce un cambio de lugar y de seguidores. Es llamativo que los evangelistas no logren cohonestar convincentemente el mensaje optimista con el que Jesús inicia su predicación con su final inesperado. Pero Pablo es anterior e ignora esa historia: su mito no tiene incoherencias. Sus epístolas desconocen cualquier cosa del Jesús histórico y del “giro” que insertarán los evangelios. Sólo nos hablan del Cristo celeste que contacta con él y le comunica su sacrificio salvador y una resurrección, y le augura que pronto bajará al mundo para instaurar el Reino del Fin de los Tiempos que anunciaran Zacarías y Daniel.”

Las cartas de Pablo aparecen alrededor del 140 EC. Antes nadie sabía que Pablo escribiera cartas, hasta la llegada a Roma de Marción, su principal discípulo, en 139 EC. Marción predicó 5 años en Roma y fue un fundador de sectas gnósticas y antijudías, antes de ser considerado un hereje y desterrado. El cristianismo era un crisol de credos por entonces y sólo tras la expulsión de Marción se organiza una Iglesia católica, que sigue el modelo organizativo jerarquizado de la marcionita, con su canon de libros sagrados aceptados: los cuatro evangelios, las cartas paulinas, las cartas de Ignacio, los escritos de los primeros padres apologetas, etc.

Las primeras teorías confesionales suponían que los evangelios existían antes que los escritos de Marción, pero no hay nadie que nombre un evangelio canónico antes de que Marción presente el suyo. “Todos los predicadores, incluidos Pablo y Marción, usan la palabra “evangelio” como sinónimo de “doctrina”. Aunque la tradición confesional y muchos autores historicistas sostienen que el evangelio de Lucas es anterior al año 100, varios especialistas argumentan que Lucas se escribió después del “evangelio” de Marción, y ya cerca del año 150, como respuesta contra el gnosticismo de éste. “La primera mención del evangelio de Lucas es muy tardía. Aun Papías, hacia el año 150, ignora cualquier cosa de Lucas. Sus primeras citas, de Ireneo, Tertuliano y Justino, son próximas al año 180 EC. En segundo lugar, el evangelio de Marción era mucho más corto que el de Lucas, y es un hecho bien conocido que las copias alargan el original, nunca lo reducen ni acortan. Y, en tercer lugar, muchos pasajes de Lucas tienen un marcado carácter antimarcionita (…) Mientras el Cristo de Marción era un espíritu divino, encarnado sólo superficial y aparentemente en un cuerpo humano, el de Lucas es un hombre altamente digno, que sufre, muere y experimenta una resurrección corpórea. Aunque deja restos de un Jesús hierático y autocontrolado, Lucas combate cualquier residuo de gnosticismo, pues su Jesús da muestras de angustia y sufrimiento al punto de sudar sangre”. La tesis de Fau es que la actual redacción de tres primeros evangelios (Marcos, Mateo y Lucas) es de los años 150-160 y que la “versión actual” del cuarto (Juan) es próxima a 170”.

El Evangelio de Juan se considera el más tardío, pero no pudo haber sido escrito antes del 135 EC, pues habla de “los judíos” con cierto distanciamiento, como si Jesús y su grupo no lo fueran, y revela un clima social en el que los judíos son rechazados en todo el Imperio de un modo que sólo llegarían a serlo a partir de 135, tras la derrota de Bar Kojba, el mesías de la última guerra romano-judía. Así pues los cuatro evangelios es plausible que fueran escritos entre el año 135 (como pronto), y el 170 EC, y sólo serán reconocidos canónicos –frente a los apócrifos- por dos o tres obispos de la línea eclesial ya cerca del año 200. “Las escasas referencias previas a 180 hablan de un texto primitivo esquemático y desorganizado; y todavía Justino, “hacia 160-165, (…) ignora la existencia de evangelios: no alude más que a una colección de “logia” (sentencias o profecías) atribuidas a Jesús (…) que califica de “cortas y lacónicas.””  ¿No resulta inconcebible que ningún cristiano del que tengamos noticia sepa nada de algún evangelio canónico hasta la segunda mitad del siglo II, y que aun entonces sólo se conozcan unos textos tan primitivos? Me pregunto qué relatos o tradiciones los convertía al cristianismo, y por qué no dan ninguna cita de Jesús… Justino no sabe nada de Los Hechos de los Apóstoles. Para varios estudiosos  “sólo contra Marción se inventarán (…) los relatos de nacimiento e infancia” de Jesús. “No existe ninguna mención de un relato de la vida de Jesús anterior a 150” y todas las “pruebas nos obligan a emplazar la composición de los cuatro evangelios después de esta fecha.”

Además, los apologetas cristianos anteriores al año 180 (Taciano, Minucio Félix, Atenágoras, Teófilo de Antioquía o el autor anónimo de la Epístola a Diogneto) no conocen al Jesús encarnado en Palestina. “Una situación como ésta lleva a decir a Earl Doherty que, “si se deja de lado a Justino, en los apologistas del siglo II se observa un silencio total sobre el Jesús histórico. De hecho, los apologistas como grupo parecen profesar una fe que no es más que una religión del Logos. [Un] platonismo que lleva al máximo sus implicaciones religiosas y las complementa con ética y teología judías. La figura de Jesús de Nazaret como encarnación del Logos es un injerto, (…) sólo acogido por Justino”. Sin embargo, tras Justino, casi todos asumen la tradición evangélica:  Tertuliano, Clemente de Alejandría, Orígenes…

Justino de Roma caracterizado como Santo. Para muchos, Justino fue el primer cristiano, es decir, el primero en creer en Jesucristo tal como lo define la Iglesia Católica actual.

El apologista Teófilo de Antioquía, por ejemplo, afirma que los cristianos, que son todos «los ungidos con el aceite de Dios», obtienen su sabiduría del Espíritu Santo. Para él, el Hijo de Dios, es la Palabra (Logos) a través de la cual creó Dios al mundo, que fue engendrada por él junto con la Sabiduría. En un pasaje notable el pagano Autolico le reta su doctrina con respecto a que los muertos serán resucitados y le exige a Teófilo: “¡Señálame aunque sea uno que haya resucitado de entre los muertos!”. Pero a este cristiano no se le ocurre ninguno (!!); no pasa por su mente que un buen ejemplo podría ser un tal Jesús el Cristo de carne y hueso. Incluso acusa a los paganos de adorar a “hombres muertos” (I. 9) y los ridiculiza por creer que Hércules y Asclepios fueron resucitados de entre los muertos (!) (Barreda, 2020, Sección III, citando a Earl Doherty).

J.M. Barreda cita el modelo de Guy Fau, que reproduce Luigi Cascioli, sobre la evolución del mesianismo desde el Antiguo Testamento a los evangelios, pasando por Pablo y Marción. Según este modelo, la mesianología  se desarrollaría en cuatro estadios, desde el Mesías esenio del Apocalipsis al Mesías de los evangelios canónicos.

“El primer estadio lo representaría el Mesías bíblico, del que se hace eco el Apocalipsis: un ser celeste gigantesco “parecido a hijo de hombre, con cinto de oro y de ojos flameantes…” Esto es, la realización de la visión de Daniel, aunque referida a un Mesías que aún no ha contactado con los hombres.”

“El estadio número dos (años 40 a 100 EC), vendría representado por el Mesías de Filón (Logos) que, siendo un ente espiritual, entra en contacto con algunos hombres que, como Pablo y los apóstoles de sus iglesias, oyen su voz. Mientras el Apocalipsis del año 95 lo presenta como visión muda, Pablo declara haber oído su voz y comprendido sus palabras.”

“El estadio número tres lo constituiría el Mesías gnóstico, que desciende del cielo tomando apariencia humana (desde comienzos del siglo II hasta el final del gnosticismo, que se extiende hasta los siglos V y VI).”

“El estadio número cuatro lo representaría el Mesías evangélico: un hombre de carne y hueso que tiene existencia histórica (desde la mitad del siglo II hasta nuestros días)”.

En este modelo, “Pablo inaugura el segundo estadio, en tanto predicaba haber oído la voz del Mesías en una revelación en el camino a Damasco. La grandeza teológica de Pablo estribaría en concretar el Logos platónico en una voz que materializa el contacto de Dios con los hombres. “¡He visto a Cristo y he hablado con él!”  El Cristo que Pablo predica “contacta con los hombres a través de la palabra.” Fau considera interpoladas todas las alusiones paulinas a un Jesús encarnado que habría venido ya.  Para él, el Cristo que desciende es el del tercer estadio, el de Marción, cuya voz se ha transformado en un ser que desciende a la Tierra teniendo sólo la apariencia de un hombre”.

Barreda (2020; 2022) sugiere que la figura de Jesucristo es el resultado del  ensamblaje de tres componentes: (i) Un dios gnóstico, mistérico o mixto; (ii) un maestro que pudo ser profeta y candidato mesiánico, con la posibilidad de que fueran dos personajes distintos, uno que predica por Galilea y otro que muere aspirando a gobernar; (iii) una serie de rellenos circunstanciales, iniciados por Marcos, para transmitir una crónica creíble.

La síntesis más creíble que concuerda con los datos y conjeturas históricas existentes la formula Barreda (2022) al final de su capítulo XVII y en los capítulos que le siguen:

“Tal vez debamos pensar en un cristianismo plural que pudo desarrollarse al margen de cualquier evangelio escrito. Y, por otro lado, en una amalgama de ideas filosóficas en liza, en un ambiente en el que había filósofos, predicadores, charlatanes y gente que buscaba una iniciación neoplatónica, estoica, gnóstica o mistérica. Existirían, además, escritos apócrifos y síntesis sincréticas. Muchos anhelaban la “salvación” en un mundo helenístico-romano en el que el gnosticismo se pondrá de moda. A mediados del siglo II se organiza lo que hoy denominamos ortodoxia cristiana y se elaboran un canon, una teología, unos evangelios canónicos y una historia unitaria e idílica. El hecho es que ninguna cita del siglo II lleva a sospechar que existan evangelios elaborados y las obras del siglo I, como Q y quizá el evangelio de Tomás, carecen de una biografía y desconocen tanto el mesianismo de Jesús como su muerte y resurrección (…) “la idea de un Jesús-hombre no aparece antes del año 150, (…) es solamente después, y en respuesta al fulgor del gnosticismo y de los enfoques cristiano-paganos, que los judaizantes pudieron confeccionar sus evangelios, con apoyo de diversos escritos procedentes de sectas paganas y judías.”  Markus Vinzent considera que Marción creó el primer evangelio y que los cuatro canónicos son plagios realizados como reacción al suyo, por varios maestros y escribas que los publicaron y atribuyeron a sendos apóstoles o discípulos. Y halla evidencias de intencionalidad editorial en las obras de Orígenes, Ireneo, Tertuliano y Justino”.

Está claro que desde finales del siglo II hay al menos dos cristianismos: un ramal centrado en la persona de un Jesús histórico oriundo de la región galilea, y otro independiente, rico en neoplatonismo gnóstico y esperanzado en un Salvador. Ambos están en pleno desarrollo y la confluencia parece darse en una facción gnóstica que dan en un credo “cristiano” que inserta un salvador judío en vías de historización (…) El mito de la deidad que sufre un sacrificio salvador que culmina en su renacimiento es un símbolo ubicuo. Éstos son los ingredientes para proponer un Cristo mediador de Dios que vendría y compartiría la suerte pasional y el renacer de otros dioses. Pero en algún momento, acaso para combatir las versiones gnósticas, el mito insertó la historia de un ser humano que plausiblemente existió. Quizá para Pablo fuera el Yeshu que muere como un maldito de la Ley [un siglo antes que el Jesús de Galilea]. Marcos y los demás evangelistas introdujeron al maestro galileo Jesús.

Ese Yeshu que recuerda Pablo pudo ser en efecto, el citado por el tratado talmúdico Sanedrín, que habla de que un tal “Yeshua Ha-Notztri”, esto es, Jesús el Guardián, quien fue condenado por magia y apostasía a morir lapidado y a que su cadáver fuera colgado “en la víspera de Pascua”. Se relata una ejecución judía por motivo religioso, de acuerdo a lo dispuesto en el Deuteronomio. Algunos autores consideraron que este pasaje se refiere al Jesús de los evangelios. Pero ello es imposible pues el aludido no sufrió una muerte romana por delito de sedición, y aquella ejecución tuvo lugar un siglo antes que la del Jesús evangélico, hacia el 65 AEC, durante el reinado de Alejandro Janneo, un rey judío que persiguió a los fariseos y crucificó a ochocientos.

La creencia en un Salvador espiritual, en un Cristo, estaba en el aire.” El dios salvador tomaría diversos nombres y apariencias, incluida la humana. Los términos “Hijo”, “Cristo” y “Logos” son intercambiables. “Cristo”, además de Mesías, pasó a significar “Logos”, “Demiurgo”, “Salvador” o “Dios”, entre los gnósticos y mistéricos.

Según algunos negacionistas, Justino incorporó un Jesús palestino al Logos de Filón. Al menos así pudo ser a nivel imperial, pero antes que Justino también lo hizo Marción y tal vez los autores anónimos de los evangelios canónicos. Sabemos que Justino escribió en Roma, hacia 145, que “la Palabra tomó forma, se hizo hombre y fue llamado Jesús Cristo”. Y Marción predicaba que Jesús apareció en Cafarnaúm de Galilea, siendo un mediador divino (demiurgo) que bajaba del cielo para salvarnos. Su misión es “de luz” y la emprende “contra el mal”, representado por Yahvé. Jesús desciende en un año y un lugar concretos, a la vista de muchos. “Después del año 150, las distintas doctrinas que mostraban una mezcla ampliamente divergente de características judías y griegas, incorporaron la historia mitificada de Jesús de Nazaret al relato teológico y la fusionaron con la figura del Cristo redentor. El Jesús Cristo que finalmente emerge es un personaje compuesto de muchos (el nombre de Jesús Cristo no fue formalmente adoptado en su forma actual hasta después del primer Concilio de Nicea.” Hacia el año 325.

Un Jesús de carne y hueso plausible

J.M. Barreda sugiere que, a la luz de las investigaciones históricas, si hay alguna fracción del personaje de Jesús que corresponda a algún humano de carne y hueso que viviera en Galilea a principios de nuestra era, este ser humano pudo ser Juan de Gamala. Para ello se basa en el análisis de Cascioli, quien buscando la ciudad concreta que citan los evangelios, edificada en una montaña sobre el lago Tiberíades, concluye que tal ciudad sólo pudo ser Gamala, en el Golán, y no la actual Nazaret, que por entonces no existía ni  se corresponde con aquella geografía evangélica.

De hecho el término “nazareno” es probable que proceda de “nasoreano”, no del gentilicio de ninguna ciudad. Epifanio, un obispo palestino del siglo IV, dice que los nasoreanos eran una secta judía precristiana que se extendía por Siria y Palestina. Eran mesianistas que seguían el mismo libro sagrado que los ossaeanos (esenios), una de cuyas tradiciones esperaba el retorno de un líder martirizado, pero ignoraban al Jesús de los Evangelios. Archibald Robertson, Arthur Drews , Robert Eisenman y William Benjamin Smith están de acuerdo en que Epifanio habla de la secta de los mandeanos, que aún sobrevivía en Iraq a comienzos del siglo XXI. Sus escasos centenares de integrantes veneran a Juan el Bautista como profeta y consideran que Jesús fue un impostor. Se llamaban a sí mismos “nasoreanos”, no por nada relacionado con un poblado llamado “Nazaret” sino con la palabra “natzar”, que significa “ver”, “guardar”, “vigilar”. Los nasoreanos daban a su Dios el nombre de nosri, esto es, protector, guardián o “Salvador”. Si los notzrim se consideraban “los guardianes» o “los vigilantes”, quizá fuera por sentirse portadores de un secreto o formando parte de una misión especial y sagrada.

El Nuevo Testamento emplea seis veces la palabra «nazareno», pero utiliza otras trece el término «nazoreano». En el Libro de los Hechos no se llama “nazareno” a un habitante de un pueblo sino a un seguidor de Jesús. Y “notzrim” es la palabra hebrea que aún designa a los cristianos, y es muy similar a las denominaciones siríaca, Nasrani, y árabe, Naṣrānī. Si Jesús era llamado “nasoreano” no debía tratarse de algo ajeno a su ejercicio.

Según A. Robertson, la palabra Nazaret debe haber sido inventada posteriormente a los evangelios para explicar el calificativo «nasoreano» por personas ignorantes del hebreo”. Aunque es plausible también que el evangelista haya querido confundir adrede el apodo con el supuesto gentilicio de una ciudad inexistente. Y posteriormente se aplicó el nombre “Nazaret” a una aldea sita en un llano, lo cual resultó incoherente con la ciudad que citan los evangelios, que supuestamente estaba al lado de una montaña.

El calificativo “Jesús el Nasoreano” aparece además una vez en la literatura rabínica, tal como mostraron Robert Eisler y Archibald Robertson. Un rabino llamado Eliezer ben Hircano, que  enseñó entre los años 90 y 130, comentó al rabino Akiva una frase que un discípulo de Jesús el Nasoreano le habría oído a éste. La frase es un ataque sarcástico realizado por ese tal Jesús contra el sacerdocio de Jerusalén. Que Jesús de Galilea se refiriera así al sacerdocio judío parece coherente con lo que los evangelios cuentan de él. Y la cita parece de una fecha próxima a la de la supuesta actividad del Jesús de los evangelios.

Sin embargo ese rabino llamado Jesús el Nasoreano no es coherente con el judío de Gamala de Cascioli: ““Si Jesús resulta ser de Gamala, ¿quién podría ser sino Juan, el nieto del rabí Ezequías? Basta sustituir en los evangelios “Nazaret” por “Gamala” para que todo aparezca claro (…) Jesús es el producto de una transformación construida sobre Juan, hijo de Judas del Golán”. Ambos llevaron los apelativos “de Gamala”, “el Galileo” o “el golanita””. Además, los nombres de tres de los hermanos de Jesús, Simón, Santiago y Judas, coinciden con los de Juan de Gamala.

Robert Ambelain, por su parte, dice que Jesús no era Juan de Gamala, sino su primo.  La cuestión es que ambos relacionan a Jesús con aquella familia. Con el rabino Ezequías, su hijo Judas, sus nietos y otros protagonistas de las guerras judeorromanas que reivindicaban el trono de David, la expulsión de los romanos y un sumo sacerdocio limpio de traidores. Así que, en efecto, hubo una familia que se consideró heredera al trono, proporcionó candidatos a reyes-mesías durante más de un siglo, vivió en una ciudad que coincide con la descripción que hace Lucas de la de Jesús, y se movió por la zona del Lago Tiberíades o Mar de Galilea.

De hecho, Judas “el Galileo” fue llamado “el Cristo”. Pero los nombres sólo coinciden parcialmente. Ezequías murió en un encuentro armado contra las tropas de Herodes el Grande. Judas continuó su lucha, emprendiendo ataques contra guarniciones y tropas romanas. En 6 EC, en la llamada “Guerra del Censo”, fue aclamado “Cristo” y asaltó la guarnición romana de Séforis, la capital de Galilea, a 7 km de la actual Nazaret, pero luego fue prendido y muerto por suplicio. Fundó el movimiento zelote y Josefo lo describe como un “filósofo” que “fundó” la cuarta secta del siglo I. Los hijos de Judas continuaron su lucha y reivindicación dinástica.

En conclusión, el Jesús de los evangelios pudo estar basado en la biografía de Juan de Gamala, en la del rabino Jesús el Nasoreano, o en la del hereje judío Yeshua Ha-Notztri (ejecutado el 65 AEC), o en una combinación literaria de los tres personajes, confundidos voluntaria o involuntariamente o vagamente recordados. No se puede deducir mucho más. Lo escaso e indirecto de las pruebas disponibles, y lo tardías que son las primeras referencias a Jesús el Cristo, dejan abierta también la posibilidad de que en realidad no haya ninguna persona de carne y hueso tras el personaje de Jesucristo, como afirman los negacionistas, y el personaje humano biografiado en los evangelios sea exclusivamente literario.

Como afirman los negacionistas, los escenarios evangélicos y muchas de las frases atribuidas a Jesús en ellos fueron inventados por redactores que no son testigos de lo que narran. Los especialistas conocen bien el ambiente histórico de la época de los evangelios y la naturaleza del Reino propugnado por el personaje protagonista. El ambiente mesiánico y revolucionario de la época aparece esporádicamente en los evangelios, aunque contaminado por una historia paralela destinada a negar la involucración del protagonista en el mismo. Los especialistas han filtrado sistemáticamente las afirmaciones que pueden ser consistentes históricamente de las que no, y han obtenido así un Jesús históricamente verosímil, tan creíble como -en sus respectivos contextos- don Quijote o Guillermo Tell, pero esto no implica que el personaje sea real e histórico. Claro que se obtiene un maestro “posible”, que pudo predicar una ética de tipo mesiánico, etc., pero creado a fuerza de seleccionar, con esfuerzo, unas unidades textuales coherentes dentro de las obras devotas, y de eliminar cuanto se demostró falso.

Ahora bien, ¿es históricamente creíble un personaje del que sólo nos informan unas fuentes religiosas y ninguna independiente? ¿Es real cualquier personaje cuyo retrato nos sea reconocible? De ser así, habrían existido Sancho Panza, el rey Lear, Cordelia, o sir Lancelot. Además, ¿es histórico un personaje en cuya descripción sólo un 5-15% parece tener una base histórica coherente? El personaje histórico que parece surgir del filtrado científico de los evangelios tiene un parecido marginal con el Jesucristo que describe el dogma católico.

Otro argumento que esgrimen los negacionistas es el dilema de E. Doherty: “Si Jesús hubiera ejercido en sus seguidores y en los miles de creyentes que respondieron a su mensaje, el efecto explosivo que se afirma de él, dicho hombre tuvo que haber brillado en el firmamento de su tiempo. Los historiadores no podrían ignorarlo. Si por el contrario, fue un sabio anodino, discretamente seguido, hasta el punto de dejar escaso eco, sin realizar prodigios ni hazañas, ¿por qué iba a ser posteriormente deificado?”

Tales son los argumentos negacionistas o mitistas, que prefieren considerar un mito al personaje de Jesús. J.M. Barreda admite como plausibles estos argumentos negacionistas, pero se mantiene en una interpretación historicista. Principalmente, debido a los detalles de imperfección que conserva la descripción de ese Jesús evangélico: se enfada cuando se le pide una curación; llama «esa zorra» a Herodes Antipas; es acusado de predicar que no se paguen los tributos; tiene seguidores que se disputan su puesto en el futuro Reino; se compara con «el novio» que va a la boda; habla contra los ricos; pone el ejemplo de un rey que ordena ejecutar a aquellos que no quisieron que gobernara sobre ellos, etc. Estas descripciones representan una «lectio difficilior» (el texto más inesperado es probablemente más auténtico que otras versiones) difícil de explicar en un personaje que, si fuera puramente inventado, debería ser más ideal y sabio que el que se describe. ¿por qué terminaron añadiendo a este mesías Jesús y no a otro? La respuesta es difícil, pero J.M. Barreda considera plausible la existencia de un mesías judío de carne y hueso. Los judíos pudieron considerarlo  un maestro revolucionario en la línea de Judas, pudo tener seguidores que apuntaron sus palabras (documento Q) y quizá otros que apuntaron sus pasos por Jerusalén y su final como candidato mesiánico (crucifixión como «rey judío»). Tal vez las primeras versiones evangélicas fueran rebeldes, pero debieron reelaborarse como prorromanas y espiritualizadoras del Reino y del personaje en un sentido paulino. Después de la 1ª guerra la versión triunfante sólo podía ser prorromana, del mismo modo que todos los cristianos que quedaban eran romanos, en general de habla griega. Tal vez después de la 2ª Guerra romana (3ª, si consideramos segunda la rebelión de Kitos o el exilio) aparece Marción con su evangelio gnóstico, los evangelios definitivos en versión antimarcionita (o al menos el de Lucas), la construcción de una ortodoxia triunfante (separada del gnosticismo), y todo el resto de la historia cristiana hasta hoy día.

La ética de Jesús el Cristo

Si nos atenemos al personaje histórico que parece protagonizar los evangelios, la ética de Jesús no era tan pacífica como la de Pablo, y era circunstancial, esto es, estaba centrada en un fin político-religioso, y no era aplicable universalmente sino sólo mientras duraran los tiempos en que se lucharía por preparar el  reinado del nuevo mesías judío. Pablo la volvió universalista, tolerante hacia otras etnias y hacia los imperios terrenales, y enfatizó el concepto de amor, que aparece mucho más en sus cartas que en todos los evangelios juntos.

Gran parte de la ética añadida por Pablo y los cristianos a la figura de Jesús no es original  sino que se predicaba en culturas religiosas vecinas. El libro ejemplifica esto con citas religiosas egipcias y rabínicas anteriores a nuestra era:

He contentado a Dios con lo que Él quiere: He dado pan al hambriento, agua al sediento, vestido al desnudo, una barca al que no tenía…”.

“¡Feliz día! El cielo y la tierra se alegran, pues hete aquí, gran señor de Egipto. Los desertores vuelven a sus ciudades, los que se escondían, salen; los que tenían hambre se sacian alegremente; los que tenían sed, se embriagan; los que estaban desnudos, visten lino fino; los que estaban en harapos, visten vestidos blancos; los que estaban en prisión, son liberados. Los tristes están alegres; los que provocaban disturbios en este país, se volvieron pacíficos…”

“¡Ha nacido! ¡Oh venid y (…) adorad al hijo engendrado por el propio Dios!”

Todo lo anterior es egipcio; y lo que sigue, pertenece a rabinos fariseos pre-evangélicos:

“¿Has visto jamás a un pájaro o a un animal del bosque que deba preocuparse de su comida, asegurándosela por medio del trabajo? Dios les da la comida sin que la ganen con sus esfuerzos. (…) ¿Le ha de convenir, pues, preocuparse por las necesidades materiales?”

“¿Viste jamás a un león alquilarse como mozo de carga, a un ciervo recoger las mieses del verano o a un lobo vender aceite? Y, a pesar de todo, estas creaturas se perpetúan, aunque ignoran toda preocupación por la comida. Pero yo, que soy creado para servir a mi creador, ¿debo estar más preocupado por mi subsistencia?”

“Y vosotros ahora, queridos hijos, amad cada uno a vuestro hermano, con corazón bueno, alejad de vosotros el espíritu de la envidia.”

“Amé al Señor con toda mi fuerza, y amé a todos los hombres como a mis hijos; haced como yo, hijos míos… y domaréis las bestias feroces, teniendo junto a vosotros al Dios del Cielo, que acompaña a los hombres de corazón simple…”

“Vi a un necesitado desnudo en invierno, y por piedad aparté un vestido de mi casa y lo di al desgraciado. También vosotros, hijos míos, tened piedad de todos sin distinción, y dad a cada uno de buen corazón lo que Dios os ha dado. (…) Porque Él tiene piedad de los hombres, en la medida que ellos tienen piedad de su prójimo. Hijos míos, amaos los unos a los otros y no penséis cada uno en la maldad de vuestro hermano.”

“El hombre valiente tiene piedad de todos, aunque sean pecadores, aunque le quieran mal. De este modo quien hace el bien vence a los malos, estando protegido por el bien que les hace. (…) Tiene piedad de los pobres y es compasivo con las enfermedades de los débiles; pone a Dios por encima de todo; protege a quien teme a Dios y ayuda a quien ama a Dios; avisa a quien desprecia al Altísimo y le convierte, y ama de todo corazón a quien tiene la gracia de un buen espíritu” (…). “Si hacéis el bien, los espíritus impuros huirán de vosotros, y las bestias salvajes os temerán…”

“No debes odiar, ni siquiera en tu corazón.”

“Ama a quien te castiga.”

“¿Es posible que quien teme a Dios pueda odiar a un hombre y considerarlo su enemigo?”

“Un rabino perdona, antes de acostarse, a todos los que le hayan ofendido durante el día.”

“Es mejor ser insultado por los otros que ser quien insulte.”

“Colócate entre los perseguidos y no entre los perseguidores.”

En conclusión, la ética que se suele asociar al personaje de Jesucristo se encuentra también en otras religiones de su época, entre ellas la antigua religión judía. El cristianismo fue en general una de las muchas religiones toleradas en el imperio y pronto se convirtió en la favorita de varios de sus emperadores. Jose Manuel Barreda no halla indicios históricos de persecuciones sistemáticas hacia los cristianos antes del 250 EC: Varios investigadores se propusieron cuantificar el número de cristianos condenado a muerte circense. Revisaron numerosas actas de condena y hallaron muchos testimonios y sentencias escritas, pero ni un solo caso de cristiano sentenciado a ese suplicio por el hecho de serlo… Las persecuciones masivas son cosa de los siglos III y comienzos del IV [llegando a producir casi 4.000 víctimas cristianas], aunque las más duras serán las que emprenda la Iglesia [provocando muchas sentencias legales, y ejecuciones de cristianos, por violencia contra sitios paganos de culto y desórdenes públicos]. Barreda también subraya el “silencio absoluto de los demás autores anti­guos [a excepción de un supuesto comentario de Tácito probablemente interpolado] sobre las pretendidas persecuciones de los primeros cristianos bajo Nerón en conexión con el incendio de Roma. De haber existido alguien que hablara sobre el suceso, sería Jose­fo, puesto que eran sus compatriotas judíos quienes habrían sucumbido a causa de él” (…) “Tras la Antigüedad, la Edad Media parece igno­rar, también completamente, la persecución de los cris­tianos bajo Nerón: la ignoran las innumerables leyendas de mártires y santos, que se deleitan con una voluptuosidad perversa en las torturas sufridas por los cristianos. Ningún cronista de la época, Freculphe, Vicent de Beauvais, Jacques de Voragine, nos dice nada so­bre el particular. Ningún autor hace la menor alusión de ello, aunque hablen de Nerón…” Tampoco Dante conoce el episodio. “Resulta evidente que este escrito [que corrige a Tácito es] del siglo XV (1420 y ss) (…) Se trata de una falsificación manifiesta debida, probable­mente, al mismo Poggio Bracciolini, tan famoso por sus humanidades como por sus descubrimientos y ventas de antiguos manuscritos” (Hochart, citado por Arthur Drews).

Con esto finalizamos el resumen de los dos excelentes libros de Jose Manuel Barreda.

El que los primeros cristianos se tomaran en serio su ética, en un mundo con los valores greco-romanos en decadencia, pudo ser una de las claves del triunfo del Cristianismo como religión frente a otras creencias contemporáneas suyas. Contreras (2018) apoya esta tesis, que procede de Rodney Stark, uno de los más prestigiosos sociólogos de la religión contemporáneos. Stark analizó las posibles causas de que una secta judía marginal pudiera convertirse en tres siglos en la más importante religión de la historia de Occidente. Stark subrayó, entre otros factores, que los cristianos atendían a los enfermos durante las epidemias –a diferencia de los paganos, que los abandonaban a su suerte por miedo al contagio. Ello parece haber provocado una tasa de supervivencia hasta tres veces mayor entre los cristianos primitivos, y mostró a los paganos una plausible superioridad moral de la nueva religión. Contreras cita como ejemplo la devastadora plaga del año 165, en la que Galeno, el gran referente de la medicina romana, huyó de la capital para evitar el contagio. En contraste, muchos cristianos se quedaron, exponiendo sus vidas para cuidar a los enfermos. “El emperador Juliano (“el Apóstata”), que a mediados del siglo IV intentaría infructuosamente restablecer la hegemonía del paganismo, se lamentaba así en 362 en carta a un sacerdote pagano de Galacia: “Creo que cuando los pobres fueron descuidados e ignorados por los sacerdotes [paganos], los impíos galileos tomaron nota y se dedicaron a la beneficencia. […] Los impíos galileos sostienen, no solo a sus pobres, sino también a los nuestros […]”.

A diferencia del mensaje cristiano, los dioses paganos no planteaban exigencias morales, y podían ser sobornados mediante ritos y ofrendas para que concedieran favores terrenales. Además, el paganismo no prometía una vida después de ésta (salvo vagas noticias de un Hades muy poco sugestivo). Lo racional, desde esas premisas, era actuar como Galeno: anteponer la salvación del propio pellejo –que es lo único que tenemos y tendremos nunca- a cualquier consideración altruista. Los cristianos, en cambio, creían que “nuestros hermanos que han sido liberados de este mundo [contagiados por los agonizantes a los que atendían] no deben ser llorados, pues sabemos que no se han perdido, sino que solo nos preceden en el camino” (Cipriano, obispo de Cartago, en 251).

Se añade a esto la distinta concepción de la familia y la descendencia femenina que divulgaron los cristianos, en contraste con la que practicaban los romanos paganos. Roma padeció un problema de infranupcialidad e infranatalidad ya en su época republicana, que no haría sino agravarse en la etapa imperial: “prevalecía la infecundidad”, reconoce Tácito en sus Anales (3, 25). Según historiadores como Parkin o Devine, es probable que ya en el siglo I no se llegase siquiera al reemplazo generacional. A partir del siglo III comienza el proceso de desurbanización: las ciudades pierden población, algunas quedan abandonadas. A falta de romanos, Marco Aurelio recurre ya en el siglo II al reclutamiento de germanos y escitas en sus legiones. La infranatalidad podría haber derivado del desprecio hacia lo femenino y la práctica del infanticidio femenino que caracterizan a las sociedades muy belicosas, como lo era la romana (comentamos esta tesis de M. Harris en Materialismo Cultural y Modos de Producción). El neonaticidio –especialmente el femenino: era raro que las familias criasen a más de una hija- era permitido por las leyes, justificado por los filósofos y ampliamente practicado: “Si [el hijo que esperas] es un varón, consérvalo; si es una niña, deshazte de ella”, ordena en el siglo I por carta un tal Hilarión a su esposa Alis. El aborto estaba a la orden del día, pese al peligro que suponían para la mujer los toscos procedimientos empleados, como ingerir un veneno en dosis solo ligeramente inferiores a las letales para un adulto, o los truculentos métodos para la extracción del feto.

Otra razón asociada que alega la fuente citada fue la infra-nupcialidad. Con una ratio de unos 140 varones por cada 100 mujeres en el siglo I, debido al neonaticidio femenino masivo, no todos los varones encontraban esposa, y muchos varones podían satisfacer sus necesidades sexuales recurriendo a esclavas, a prostitutas o a la homosexualidad.

Según esta fuente, la clave del éxito demográfico cristiano fue la sacralidad de la vida y de la familia; y también cierta dignidad que concedía a la mujer. Los cristianos no mataban a sus hijas (“se nos ha enseñado que es perverso exponer a los recién nacidos”, explica San Justino en su Primera Apología): por tanto, no les faltaban mujeres; por tanto, se casaban y procreaban más. Se casaban, además, a una edad más tardía que las paganas -lo cual revela ya un mayor respeto por el discernimiento de la mujer- y más a menudo con cónyuges de su elección. Los cristianos consideraban sagrado el vínculo conyugal, y por tanto no se divorciaban, a diferencia de los paganos. Tenían a menudo una prole numerosa, ateniéndose al “creced y multiplicaos”. Desaprobaban las prácticas eróticas evitadoras de la procreación. Sus exigencias de castidad pre y extramatrimonial eran simétricas, vinculando tanto a varones como a mujeres. Abominaban del aborto y del neonaticidio: “no asesinarás a tu hijo mediante el aborto ni le matarás cuando nazca”, proclama la Didaché, un texto catequético [supuestamente] de finales del siglo I.

En una carta a su esposa, Tertuliano afirma (Tertuliano, A su esposa, I, 5, siglo III): “[Los cristianos] nos buscamos cargas que son evitadas por la mayoría de los gentiles, que son obligados por las leyes [a tener hijos] y están diezmados por los abortos”.

El apoyo imperial al cristianismo debió de ser otro factor decisivo. Podemos conjeturar que las autoridades romanas acabaron apoyando a un cristianismo cuya ética era una copia de la judaica, porque en el judaísmo esa ética era puesta con frecuencia al servicio del mesianismo nacionalista anti-romano, mientras que entre los cristianos esa ética había sido universalizada por Pablo y sus continuadores, y se había vuelto compatible y complementaria con el poder imperial.

Esto nos lleva sin embargo a otros temas, más sociológicos que históricos, que merecerían ser investigados aparte.

Referencias

Barreda, Jose Manuel. Apuntes sobre Jesús y el Cristianismo. Amazon, versión Kindle, 2020.

Barreda, Jose Manuel. Lucía Busca a Jesús. Ediciones Corona Borealis, Málaga, 2022.

Contreras, Francisco José (2018). Por qué triunfó el cristianismo. https://www.actuall.com/criterio/laicismo/por-que-triunfo-el-cristianismo/

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