Este ensayo de Sánchez Ferlosio es un brillante análisis de dos de los mitos fundamentales de la mitología de las sociedades occidentales contemporáneas: el Progreso y la Historia. El análisis creo que está en línea con otros análisis del Imaginario colectivo contemporáneo que han hecho otros autores, como Lakoff o Lizcano, utilizando el análisis metafórico. Véase, en esta línea el post Las metáforas y la construcción imaginaria de la realidad.
Con la intención de animar a la lectura directa de este ensayo, hago aquí un resumen y recensión que trata de respetar lo más meticulosamente posible el sentido del mismo, que no la impresionante variedad de connotaciones y sugerencias laterales que se derivan de su lectura directa. En esta línea, he realizado un extracto literal (con pequeños comentarios míos, en rojo) que trata de mantener el hilo argumental del ensayo, y a continuación un breve comentario, que más que crítico es complementario con varias de las ideas sugeridas por este importante ensayo. El extracto o resumen literal recibió, hace unos años, el visto bueno del autor del texto.
Textos extractados, con pequeños comentarios
El texto comienza con la descripción del tratamiento informativo que recibió la llegada de los astronautas del Apolo 11 a la Luna, y la dualidad de la reacción del público:
Neil Armstrong, el módulo lunar del Apolo 11, varios aparatos de medida y una bandera norteamericana, sobre la Luna el 20 de julio de 1969
El desprestigio popular del espacio era completamente normal. Cuando las informaciones televisivas pretendían demostrar documentalmente que unos hombres habían arribado a la Luna, la obligatoria obediencia al testimonio gráfico -más autoritario que una imposición dogmática- forzaba, por una parte, a los espectadores al acatamiento, mientras, por otra, el contenido mismo de ese testimonio les infundía el oscuro sentimiento de que, contra lo pretendido, nadie de este mundo había alcanzado de verdad la Luna. Era un sentimiento que respondía, por lo demás, a una verdad de Pero Grullo: la luna es inhumana, y los hombres pueden alcanzarla tan sólo en la misma medida en la que se mantengan apartados de ella. En efecto, el descomunal conjunto de las prótesis absolutamente indispensables -botas lastradas, trajes especialísimos, bombonas de oxígeno, escafandras, etc.-, neutralizando el medio lunar y trasladando o reproduciendo el terrestre, les permitía entrar en contacto con la luna justamente merced a su capacidad para mantenerlos apartados de ella. (…) De ningún modo es mi intención decir que sólo es experiencia humanamente válida la que se alcanza a cuerpo gentil (…). Sólo quiero decir que la barata literatura que se desencadenó a raíz de la llegada a la luna dio en ignorar tan enorme diferencia, remasticando el hecho en una representación pueril. (…) Los primeros emocionados entusiasmos no me hacen objeción; el concepto en vacío puede por un momento ser “caldera al rojo”, como decía Mairena; pero si la intuición tarda en llenarlo, se enfría y descubre su inconsistencia empírica. El desdeñoso enfriamiento popular ante los grandeza noticiones del espacio era, por tanto, tan previsible como natural. En vano los promotores y gestores de la alta pirotecnia intentarían recalentar al público a base de prosopopeya y de grandilocuencia.
Se identifican metáforas que Sánchez Ferlosio denomina deportivas, o de exaltación ególatra, en la forma de presentar la noticia:
Para tan precarios éxitos de público no compensaba tanto desgaste de altavoces, tanta retórica y tanto tamborearse el pecho con los puños; la sencillez y la modestia propias de la ciencia son mucho más baratas. La modestia es un rasgo propio de la ciencia, no ya porque el científico se la proponga, deontológicamente, como una virtud, sino porque, siendo lo más característico de su condición y su actitud el mantenerse volcado totalmente hacia el interés por el objeto, tiende a sumirse, de manera espontánea, en mayor o menor olvido de sí mismo. Pero la figura del sabio despistado … se ha quedado anticuada en la misma medida en que la actitud científica se ha deportivizado. (…) Cuanto más prevalece el interés del sujeto por sí mismo, por su propio logro, por su propio mérito, sobre el interés por el objeto, tanto más nos acercamos a lo que es evidentemente la actitud más propia del deporte, que es el culto a la pura hazaña inmanente, sin objeto, o carente de otro objeto que no sea el reflejo de la hazaña sobre el sujeto mismo, como un trofeo… en que el grito I did it! manifiesta y agota el contenido entero del motivo…
Tal motivación deportiva es contrapuesta a la actitud puramente científica:
III. En los proyectos espaciales, el predominio de esta motivación deportiva, emulativa, y por ende anticientífica, estaba ya presente por lo menos en las perentorias incitaciones de Kennedy a la NASA (“Busquen ustedes algo en que podamos adelantarnos a los rusos, y háganlo”), que terminaron con la llegada a la Luna.
Esa deportivización de las motivaciones ha sido crecientemente exaltada en las últimas décadas, como se trasluce del creciente uso de los términos “reto” o “desafío” para describir distintos comportamientos sociales:
La creciente deportivización de las motivaciones que hoy dominan en todo empeño humano, (…) se manifiesta en el habla cotidiana con el auge que han tomado en los últimos decenios las palabras “reto” o “desafío”. Los hombres de hoy parece que sienten los obstáculos con que se encuentran … no ya como problemas que tendrán que resolver o soslayar de alguna forma si es que pretenden dar alcance al objeto final de su designio …, sino como provocaciones a su autoestimación, incitaciones a poner a prueba el Yo, para dejarlo, superado el lance, crecido y reafirmado. (…) El transbordador espacial que a primeros de año fue, con sus siete tripulantes, víctima del accidente que todos conocemos había sido bautizado con el nombre de Challenger, que significa justamente “retador”, “desafiador”; así que la concepción subjetivista, deportiva, de la empresa estaba ya connotada en el nombre mismo de la nave.
Ya he dicho cómo, pese a ofrecer la empresa espacial elementos capaces, en principio, de constituirse en alicientes deportivos, desfallecía, no obstante, ante el gran público, … debido a la inevitable impresión distanciadora, como de experimento de laboratorio, que suscitaba incluso en sus hazañas más espectaculares. Parece que se pensó que a este mismo mal efecto contribuía, a su vez, la imagen de profesionales altamente cualificados … que ofrecían los astronautas; una imagen inevitablemente distanciada respecto del gran público, por ese mismo carácter de élite superespecializada con la que era difícil la necesaria identificación: se decidió, así pues, al parecer, buscar la forma de modificar esta imagen tan inadecuada como sujeto protagonista de una hazaña colectiva … La solución por la que se optó fue la de introducir en la tripulación, junto al especialista, un genuino representante del average people, una persona corriente de la calle…; y este papel fue el asignado a la maestrita provinciana Christa McAuliffe. Ella tal vez podría recobrar para el decaído deporte del espacio la participación y el entusiasmo de las grandes masas. Los recobró mil veces más de cuanto habría soñado, gracias al accidente en que perdió la vida, convirtiéndose en la primera heroína nacional de las hazañas espaciales.
El accidente del Challenger hizo temer a algunos una reacción popular contraria a la “carrera espacial”, a lo que opusieron, preventivamente, una retahíla de nueva retórica legitimadora, que se añadió a viejas fórmulas metafóricas: “la sangre derramada por nuestros padres”, “somos un pueblo de pioneros”. El uso de los muertos como legitimador de las “grandes causas” niega a las vidas de los que murieron el privilegio de haber sido un fin en sí mismas:
Explosión del Challenger en enero de 1986
VIII. Todos a una, los periódicos de Oriente y Occidente se han anticipado al contraataque en la defensa de la carrera espacial, frente a un ataque que era completamente equivocado esperar de la catástrofe del Challenger… Todo lo contrario. Nunca los muertos empañaron la gloria de una guerra ni deslucieron el esplendor de una batalla, sino que la sangre fue siempre su guirnalda más hermosa y embriagadora (…). “Es la causa por la que derramaron su sangre nuestros padres y nuestros abuelos” ha sido siempre un argumento legitimador más fuerte y más definitivo que el contenido de la Causa misma.
(…) Nada podía llegarle más a punto… “Seguimos siendo un pueblo de pioneros”, les ha dicho Reagan a los norteamericanos, “y pioneros eran los miembros de la tripulación del Challenger”. Si en España alguien dijese “seguimos siendo un pueblo de conquistadores” haría reírse a mandíbula batiente hasta a los gatos, por el contrario, el desaforado neonacionalismo norteamericano se siente halagado y enorgullecido por estas niñerías y hasta casi se las cree. El Presidente se ha a aproximado incluso, peligrosamente, al mussoliniano “vivere pericolosamente”: “El mundo es un lugar peligroso -ha llegado a decir-, siempre lo ha sido cuando se es pionero, y nosotros sabemos que siempre ha habido pioneros que han dado su vida en la frontera”.
(…) El ex combatiente herido o mutilado incurre con frecuencia en el abuso de emplear el respeto carnal que todo bien nacido siente por cualesquiera cicatrices … como un instrumento de coacción (…) Y así nos lo confirmó hace poco el general Jeremy Moore, vencedor de las Malvinas, cuando dijo: “Ahora las Falkland son nuestras, porque las hemos pagado con vidas de jóvenes británicos, y todo intento de cuestionar este derecho es, sin más, una ofensa a los muertos”. El respeto y la fidelidad a los muertos,(…) es usado como instrumento de chantaje para imponer silencio sobre la Causa por la que murieron y obligar al respeto hacia la clase de empresas de que se trate. (… Pero el respeto a los muertos no es respeto a sus muertes y a sus Causas, sino respeto a las vidas que perdieron; hacer que sus muertes sirvan para algo es negarles a las vidas que han perdido el derecho a no haber servido para nada, el privilegio de ser fin en sí mismas).
Por el contrario, toda la retórica tras el accidente insistió en la vieja fórmula de que las muertes habían sido “el tributo que hay que pagar en aras del progreso”:
(…) En una palabra,…las fuerzas adversas que el progreso consigue someter y poner a su servicio se cobrarían, … en sangre y muerte los poderes que entregan; las Causas profanas han heredado así los vicios de los viejos dioses. La restaurada conexión mítica funciona, y la superstición del tributo o del precio del progreso es universalmente aceptada, sin una mala cara ni un mal gesto, como una verdadera explicación.
XII. (…) Así, “el precio o tributo que hay que pagar por el progreso” ha sido el leitmotiv unánime…: “Con toda seguridad (dice el editorial de Diario 16 del 29 de enero de 1986), saldrán ahora de sus guaridas todos cuantos abominan de esta magna tarea de investigación, los demagogos que preferirían utilizar las inversiones en tecnología en menesteres pedestres y terrenos, a pedir que la NASA cierre sus puertas y que los Estados Unidos desistan de esta empresa, que, a su parecer, no aporta rendimientos materiales a la humanidad. Siempre ha habido, en toda época, partidarios de la oscuridad, del unamuniano “que inventen ellos”, de la imaginación roma y la inteligencia en el estómago. Pero esa muerte dramática de siete personas, entre ellas la profesora Christa McAuliffe, ha de entenderse (subrayado mío) como el precio exorbitante que hay que pagar por la osadía de descubrir, por el atrevimiento del progreso, por la arrogancia de la conquista”. (Además de) el didáctico y prescriptivo “ha de entenderse”… (que) señala ya las ínfulas de recta doctrina.. (por lo demás) es pintoresco ver cómo el editorial quiere batir con una única andanada dos frentes hasta hoy bien diferenciados…: el “materialista”, que el diario llama de la imaginación roma y la inteligencia en el estómago” … y el que solía ser vulgarmente designado como “espiritualista”, al que el diario se refiere como el <<del unamuniano “que inventen ellos”>> … con esa única perdigonada de “partidarios de la oscuridad”. Y anda acertado especialmente si los contrapone, en un bloque unitario, a los que, en cambio, aceptan y entienden la muerte “como el precio que hay que pagar por la osadía de descubrir, por el atrevimiento del progreso, por la arrogancia de la conquista”, o sea los de la vida como autoafirmación deportiva, los de la estética de la dominación, los del mussoliniano “vivere pericolosamente”, pues, en efecto, aquella estética … fue, sin la menor duda, tan enemiga de la carne como del espíritu.
Ferlosio subraya que una alegoría (que encierra claramente una metáfora) como la de la “Aventura Humana” está ya tan asimilada socialmente que todo el mundo razona sobre ella sin analizar su fundamento. Este mecanismo es común a todos los usos metafóricos, dado que el uso de la metáfora es la forma como los humanos entendemos lo no-familiar a partir de lo familiar ya desde los primeros meses de vida. Véase a este respecto, el post citado Las metáforas y la construcción imaginaria de la realidad.
XIII. (…) La ideología oficial, en su función de dar razón al mundo, recurre hoy, sobre todo, a presentarlo y explicarlo en forma de representaciones alegóricas.(…) Así, “l’aventure humaine” … (es) una alegoría sumamente elaborada; y sin embargo, está ya tan recibida y tan asimilada, se ha hecho tan de curso legal, que, … sin ponerse la cuestión de si hay o no hay tal aventura, todo el mundo da por bueno el razonar directamente sobre ella… Pero habría que empezar por señalar cómo ya “la aventura” misma es un invento de la literatura de ficción…
XIV. Los hombres que no somos de ficción -o al menos lo creemos sinceramente así- tenemos vidas, pero no aventuras; aunque, por cierta malicia aprendida en las novelas, a veces nos pasan cosas o emprendemos excursiones a las que, no sin cierto narcisismo, creemos poder dar el nombre de aventuras. Pero… sólo los individuos novelescos tienen de veras aventuras propiamente dichas. (…) Como la categoría literaria del concepto de aventura demandaba como protagonista un individuo singular unívoco y aun idéntico a sí mismo, como un documento nacional de identidad, fue preciso construir, para sujeto de La Aventura Humana, cierto individuo bastante complicado. Primeramente, hubo que proceder a hacer de cada generación sincrónica o coetánea de hombres y de pueblos …un único individuo definido por el atributo propio de su sincronía … Establecida así una sucesión diacrónica de individuos diversamente caracterizados… vino lo más difícil: hubo que mediante una especie de metempsicosis o transmigración longitudinal (casi como la entrega del testigo en una carrera de relevos), cada uno de aquellos individuos, alineados en columna según la diacronía, siguiese siendo, de alguna forma, el anterior y pasase a ser el siguiente, quedando así formada la identidad diacrónica de toda la columna finalmente el individuo idóneo para protagonista de La Aventura Humana.
Esta alegoría está usando la metáfora de que la especie humana es un individuo, y el supuesto cultural de que ese individuo tiene el carácter y las actitudes de un aventurero deportivo y emprendedor. Y, para reforzar la alegoría, se le añade a veces la estética de la dominación:
Sin embargo, a este héroe tan versátil, que reúne en la identidad de su persona tanto al cavernícola descubridor del fuego como al astronauta que pone el pié en la luna, se le atribuyen, en cambio, unos rasgos de carácter extremadamente limitados, generalizando en él, de modo harto abusivo, un modelo ideológico de hombre histórica, social y hasta geográficamente muy determinado: el ideal del europeo burgués aparecido con la revolución industrial del siglo XVIII. En efecto… el editorialista de Le Monde del 30 de enero de 1986 dice: “La conquête de cette “nouvelle frontiere” que constitue l’espace figure au nombre de ces aventures auxquelles l’homme en saurait échapper, sauf à renoncer à être lui-même: hier la découverte du feu; aujourd’hui l’avenement des transportes terrestres ou aériens; demain peut-être la maîtrise de l’univers”. Harto dudoso es que éstos tan animosos y emprendedores rasgos de carácter puedan ser hechos extensivos a otros hombres que no sean el modelo ideológico ideal que de sí mismos se hacen los propios inventores de la alegoría de La Aventura Humana.(…) Cuanto más miserable y más ramplón es el libreto, más grandiosa y solemne parece querer ser la partitura; así esta última cita ha creído potenciar su efecto acústico mediante el ardid de combinar sinérgicamente la jerga de la identidad con la estética de la dominación (“la maîtrise de l’univers”).
XVI. La alegoría de l’aventure humaine le ha permitido a André Fontaine la racionalización del accidente como prix de sang… (“No es ninguna casualidad el hecho de que no sólo las religiones sino también las ideologías nacionalistas o colectivistas que, desde hace un par de siglos han venido a menudo a reemplazarlas hayan llegado a dar tanto relieve a la noción de sacrificio”). … La observación es tan indiscutible como eminentemente candorosa. La importancia otorgada al sacrificio por las ideologías revolucionarias excede en mucho a la que le otorga el cristianismo, y va desde la mera aceptación de la esclavitud por parte de Engels, como sacrificio necesario para un determinado desarrollo… hasta la aceptación de la necesidad de la sangre y de la muerte como único motor revolucionario. Como es natural las tendencias izquierdistas se acercará más al modelo cristiano (martirológico) del culto a la muerte, mientras que las derechistas se inclinarán preferentemente hacia el pagano; para los primeros el sacrificio es redentor, para los segundos es remuneratorio. … Pero el candor de Fontaine está en haber dado irreflexivamente por supuesto que los dioses han cambiado. Y los dioses no han cambiado.
Antes eran los dioses los que exigían sacrificios humanos; ahora son la Historia y el Progreso, como partes de esa Aventura Humana, los que siguen exigiendo sacrificios humanos. Pero estos nuevos dioses están tan exaltados socialmente que tan sólo nos es lícito pensar que “El sacrificio es bueno porque complace a los dioses”, mientras que nos está totalmente prohibido pensar: “Los dioses son malos porque se complacen con el sacrificio”:
Sacrificio humano en el ara o altar de Huichilobos, el dios de los mexico.
XVII. (…) Es la perpetuación del sacrificio lo que demuestra que los dioses no han cambiado. (…) Siguen siendo los viejos dioses carroñeros, vestidos de paisano, con los nombres de Historia o de Revolución, de Progreso o de Futuro, de Desarrollo o de Tecnología. Los mismos perros sangrientos con distintos aunque no menos ensangrentados collares. Más valía haber dejado en paz los dioses en sus cielos y quebrantado, en cambio, la mítica conexión del sacrificio, que era la fuerza que los sustentaba. (…) La prueba de que no es el dios el que demanda el sacrificio, sino que es, por el contrario, el sacrificio el que postula al dios la hallamos (…) en que nunca es la Causa lo que se esgrime para justificar el sacrificio y la sangre derramada, sino siempre, por el contrario, el sacrificio, la sangre derramada, lo que se esgrime para legitimar la Causa.
XXI (…) Si la racionalización del accidente del Challenger se hizo … a través de su reconducción a la conexión mítica del intercambio sacrificial … fue por lo que la ausencia, por silencio, de una tal racionalización pudiese perjudicialmente repercutir sobre el principio mismo de la ideología oficial que tiene concedido, … al Progreso el privilegio de cobrarse su precio de sangre. (…) Con todo, lo que sí puede decirse es que la cuestión está, … aprisionada en el más riguroso dogmatismo. Pues, … tan sólo nos es lícito decir “El sacrificio es bueno porque complace a los dioses”, mientras que nos está totalmente prohibido decir: “Los dioses son malos porque se complacen con el sacrificio”. Así De Gaulle mirará con buenos ojos a la espada por haber escrito la historia de Francia, pero nunca mirará, en cambio, con malos ojos a Francia por haber sido escrita su historia con la espada. Del mismo modo, Engels en vez de condenar los progresos económicos que sólo la esclavitud hizo, según él, posibles, perdona a la esclavitud por haber propiciado esos progresos. Y en general, en vez de poner reparos a las Revoluciones o al Progreso o a La Historia Universal por haber costado tantos ríos de sangre, tan incontables muertes y en fin tan enormes sacrificios, se bendicen y ensalzan la muerte, la sangre, el sacrificio por haber propiciado las Revoluciones, el Progreso y la Historia Universal. La dirección del signo de la preferencia está excluida de la materia opinable; luego la aceptación del intercambio es rigurosamente dogmática.
Siendo la “alegoría de la Aventura Humana, y la grandiosa y solemne ópera del Progreso, unas operetas viejas, falsas y malas”, sin embargo, dice Ferlosio, han sido tan repetidas que hasta a una persona inteligente como Humboldt le llevaron a lamentar que los aplatanados centroamericanos se conformaran con su existencia feliz y modesta por culpa de la benéfica naturaleza, en lugar de lanzarse a luchar con las ballenas y hacer progresar la industria:
XXV. De la primera cita de Humboldt podemos extrapolar, sin alterar una palabra, la siguiente afirmación de hecho, realmente contenida en la letra y el espíritu del texto: “La misma beneficencia de la naturaleza y la facilidad con que proveen sin trabajo a las necesidades de la vida entorpecen los progresos de la industria” (…) La esperanza de la ganancia es un estímulo muy débil, bajo una zona en donde la benéfica naturaleza ofrece al hombre mil medios de procurarse una existencia cómoda y tranquila, sin apartarse del propio país ni luchar con los monstruos del océano”. Humboldt no se avendría, a tenor de sus palabras, a cometer el atropello de destruir los platanares para proveer de mano de obra las actividades industriales, pero, ¿por qué ¡en nombre del Cielo! Sigue siendo una pena para él que el bienestar, o aun el buen conformar, de los aplatanados sea un entorpecimiento para los progresos de la industria? ¿Por qué ¡en nombre del Cielo! Sería preferible que el estímulo de la ganancia fuese lo bastante fuerte como para mover a quien se siente feliz con unos plátanos, unos tasajos de carne en salazón, una hamaca y una guitarra a apartarse de una existencia cómoda y tranquila en su país, para tomar un oficio tan duro y una vida tan miserable como la del ballenero e ir a enfrentarse con los monstruos del Océano? (…) La alegoría de la Aventura Humana, la grandiosa y solemne ópera del Progreso, es una comedia vieja, falsa y mala.
Es precisamente por haberse convertido esas metáforas en habituales, que nos pasa desapercibida su naturaleza metafórica, por lo que el programa del Progreso y de la Dominación occidental se han impuesto a sangre y fuego, de forma acorde con esas metáforas implícitas, pero sin apenas resistencia por nuestra parte:
XXVI. (…) Una vez que los rasgos del burgués emprendedor habían sido universalizados sincrónica y diacrónicamente como los rasgos del hombre, el propio empresario burgués quedó escondido detrás de su universalización en el personaje alegórico de El Hombre, “el animal que inventa, emprende y se supera”; la empresa del empresario pasó, a su vez, a camuflarse tras su correspondiente universalización, tomando la alegórica veste de La Gran Empresa de la Humanidad, y el enriquecimiento empresarial fue despersonalizado como “creación de riqueza”, sin más determinaciones, como un interés universal humano (y …) el auge de la empresa se trocó en El Progreso (…) Habida cuenta de que se razonaba en tal suerte de términos universales (…) la falta de ductilidad del aplatanado para convertirse en mano de obra de actividades hasta entonces extrañas a su vida no podía ser considerada como una mera condición, como una diferencia caracterológica, etnológica, geográfica o cultural … sino como una deficiencia humana en general: a aquel hombre le pasaba alguna cosa, … y así el aplatanamiento era efectivamente concebido, con plena convicción, como un estado anómalo, un estado de postración o de degradación. (…) un estado de humanidad enferma del que había que sacar a esas poblaciones, incluso quirúrgicamente, como pretendían los criollos que prescribían como remedio la tala de los platanares. (…) Cirugía que no era, por cierto, la aberración que desbordaba unos presuntos límites “sanos” del Progreso, como probablemente imaginaba Humboldt, sino la zona crítica en que el programa entero del Progreso se ponía en evidencia, descubriendo su íntima verdad; y los hechos se han encargado de demostrar después hasta qué punto la cirugía del desarraigo obligatorio, de la destrucción demográfica y social, no era la excepción sino la regla, hasta qué punto la Revolución Industrial ha llevado adelante su programa precisamente a golpes de semejante cirugía.
XXVIII. Si recordamos ahora la grandilocuente banalidad exudada por el editorialista de Le Monde …, tendremos que concluir que tanto los taínos de la encuesta de 1517, que no querían “cogerse por jornales” como mano de obra de los españoles, como los aplatanados mejicanos de 1803, que no querían enrolarse de arponeros, … representan la triste y malograda grey del hombre “que ha renunciado a ser él mismo”, que ha traicionado su identidad humana.
XXIX. (…) Humboldt describe bien la persistencia de esta falta de proyección todavía en los mejicanos de 1804, al echar de menos, no sin un cierto deje de desdén, que no salgan siquiera doscientos hombres capaces de “dedicarse a un oficio tan duro, a una vida tan miserable como es la del pescador de cachalotes (…) en un país donde, según la opinión común del pueblo, el hombre es feliz sólo con tener plátanos, carne salada, una hamaca y una guitarra”, para apartarse de él e ir “a luchar con los monstruos del Océano”. Dicho con la franqueza y la ingenuidad con que lo dice Humboldt, puede hacernos incluso sonreír, al parecernos obvia la actitud de los hijos del presente … Pero la proyección hacia el mañana, la eterna renovación de los futuros, ha sido el nervio y la demencia del Progreso desde la Revolución Industrial hasta hoy, y el primero y tal vez el más alto “precio que ha habido que pagar por el progreso” es, sin duda, el presente. (…) La misma subsunción de la economía del indio en la totalidad de sus relaciones sociales … obstruía la posibilidad de la tensión proyectiva del alma hacia el mañana, la enajenación del hoy, y permitía a los indios autopertenecerse en su presente, permanecer quedos en sí, presentes a sí mismos. A esta forma de tiempo distenso y sin futuro del taíno o del aplatanado se contrapone la forma del tiempo proyectivo, vendido o hipotecado a su propio porvenir, tiempo tenso al igual que la maroma que … sigue al arpón.
El tiempo de esos hombres occidentales que identifican al ser humano con un emprendedor aventurero es el tiempo adquisitivo, o tenso; mientras que el de los aplatanados americanos, hijos del presente, era un tiempo consuntivo o distenso:
El tiempo distenso de los indios centroamericanos
XXX. (…) Fue el tiempo de los españoles, el tiempo adquisitivo –en que se prefiguraba ya el tiempo del progreso- el que se impuso a sangre y fuego sobre el tiempo consuntivo en que vivían los hijos del presente.
Estas alegorías y metáforas son reforzadas con su naturalización. La Historia Universal es un proceso natural e ineluctable, contra el que no cabe por tanto rebelarse, pese al sufrimiento que causa. Pero ese sufrimiento es el precio que hay que pagar a los dioses comentados. Estos discursos son tan masivamente repetidos que los hombres están siempre inclinados a creer a quienes, como Hegel, Engels o Menéndez Pidal, les dicen “vuestro dolor será fecundo”, antes que a quien les dice: “Vuestro dolor es absolutamente inútil, gratuito, irreparable”. “¿Acaso pide la felicidad tener sentido? “, se pregunta Sánchez Ferlosio, “Niégate, pues, a dárselo al dolor”:
XXXIII. Alrededor de esta hoguera fantasmal que no calienta a nadie pero que a todos les hace imaginar que se calientan, se han congregado San Agustín y Fanon, Benedetti y Menéndez Pidal; los cuatro están inquietos e impacientes: “¿Vendrá esta noche él?… ¡Qué noche más negra y glacial si él no viniera! Mas, ¡bendito sea Dios! que ya se oye el gemir de la cancela: Hegel está ya aquí!”. … Indiferente a quedar más lejos de la lumbre, habla por fin: “… Los tiempos felices son para la Historia páginas vacías. … Los fines que tienen importancia para la Historia Universal exigen voluntad abstracta, energía, para ser llevados adelante. Los individuos con significación para la Historia Universal, que han perseguido fines semejantes, han probado sin duda una satisfacción; pero han renunciado a la felicidad”.
XXXV. (…) Asombra que el deporte se llame culto al cuerpo, cuando consiste justamente en someterlo al mayor grado de opresión, privación y explotación posible, sacrificándolo por completo al solo fin de llevar hasta la meta al Yo que lo cabalga. ¡Hay que ver hasta qué punto la victoria deportiva recuerda lo que Hegel distinguía como “satisfacción”, como distinta y casi incompatible con la “felicidad”! El deportista renuncia literalmente a la felicidad corporal y sacrifica su cuerpo a la satisfacción emulativa de un agonismo lúdico, que al fin remite a la dominación. Pirro, el rey de Épiro, tenía –según cuenta Plutarco en la vida que le dedica- un amigo tesaliano llamado Cíneas, a quien tenía, por su talento, en la mayor estima. “Cíneas pues –sigue literalmente Plutarco-, como viese a Pirro acalorado con la idea de marchar a Italia, en ocasión de hallarle desocupado le movió esta conversación: “Dícese, oh Pirro, que los romanos son guerreros e imperan a muchas naciones belicosas; por tanto, si Dios nos concediese sujetarlos, ¿qué fruto sacaríamos de esta victoria?”. Y que Pirro le respondió: “Preguntas, oh Cíneas, una cosa bien manifiesta, porque, vencidos los romanos, ya no nos quedará allí ciudad ninguna, ni bárbara, ni griega, que pueda oponérsenos, sino que inmediatamente seremos dueños de toda Italia, cuya extensión, fuerza y poder menos pueden ocultársete a ti que a ningún otro”. Detúvose un poco Cíneas, y luego continuó: “Bien, y tomada Italia, oh Rey, ¿qué haremos?”. Y Pirro, que todavía no echaba de ver adónde iba a parar: “Allí cerca –le dijo- nos alarga las manos Sicilia, isla rica, muy poblada y fácil de tomar, porque todo en ella es sedición, anarquía de las ciudades e imprudencia de los demagogos desde que faltó Agatocles”. “Tiene bastante probabilidad lo que propones –contestó Cíneas-, ¿pero será ya el término de nuestra expedición tomar a Sicilia?”. “Dios nos dé vencer y triunfar –dijo Pirro-, que tendremos mucho adelantado para mayores empresas; porque ¿Quién podría no pensar después en África y en Cartago, que no ofrecería dificultad, pues que Agatocles, siendo un fugitivo de Siracusa y habiéndose dirigido a ella ocultamente con muy pocas naves, estuvo casi en nada el que la tomase? Y dueños de todo lo referido, ¿podrá haber alguna duda de que nadie nos opondrá resistencia de los enemigos que ahora nos insultan?”. “Ninguna –replicó Cíneas-; sino que es muy claro que con facilidad se recobrará la Macedonia y se dará la ley a Grecia con semejantes fuerzas; pero después de que todo nos esté sujeto, ¿qué haremos?”. Entonces Pirro, echándose a reir, “Descansaremos largamente –le dijo- y pasando la vida en continuos festines y en mutuos coloquios, nos holgaremos”. Después que Cíneas trajo a Pirro a este punto de la conversación, “Pues ¿quién nos estorba –le dijo- si queremos, el que desde ahora gocemos de esos festines y coloquios, supuesto que tenemos sin afán esas mismas cosas a que habremos de llegar entre sangre y entre muchos y grandes trabajos y peligros, haciendo o padeciendo innumerables males?”. La puerilidad de Pirro (no debe compararse según el historiador serio) con la implacable serenidad de Richelieu o el fatigado e infatigable ceño de águila imperial de Bismarck (…) Pirro desacredita, desautoriza el principio de dominación a causa de su liviandad de “condottiero”, pero, a la vez, las muertes infligidas, la sangre derramada, el dolor y el estrago producidos en todas sus campañas no claman al cielo con voz ni con palabra diferentes de las de otro cualquier episodio del principio de dominación por históricamente respetable que se le considere; el peligro está en que las víctimas de esa dominación tenida por históricamente respetable se miren y lleguen a verse en el espejo de las víctimas de Pirro como gratuitas comparsas de un capricho y se les venga de pronto abajo la convicción de la necesidad histórica de sus propios sufrimientos.
XXXVIII. ¿Por qué Hegel, se sintió obligado a dar alguna razón del sufrimiento? No le ofreció consuelo, pero le prestó sentido; y para el miserable estado de la condición humana en la era del Progreso, dar sentido es, por desgracia, también dar consuelo. El que expulsó de la Historia a la felicidad, hubo de hacer rentable para esa misma Historia el sufrimiento. Quien viene dando sentido al sufrimiento se hace marcadamente sospechoso de traer por secreto cometido el de impedir que el doliente se rebele. Los hombres están siempre dispuestos a creer a muchos que les dicen “vuestro dolor será fecundo”, cuando, por el contrario, deberían confiar en quien les dice: “Vuestro dolor es absolutamente inútil, gratuito, irreparable”. ¿Acaso pide la felicidad tener sentido? Niégate, pues, a dárselo al dolor.
Pero ¿por qué, salvando a su inventor Polibio, las demás concepciones proyectivas de la Historia cabalgan siempre, y con un énfasis particular, sobre la muerte y sobre el sufrimiento? ¿Se debe ello, tal vez, únicamente al hecho de que toda historia es, por naturaleza, historia de la dominación, y a la dominación siempre acompañan muerte y sufrimiento?
Dejamos al lector la satisfacción de leer por sí mismo el impresionante final del ensayo y añadimos un extracto del Corolario segundo, donde sánchez Ferlosio comenta las metáforas “el tren de la tecnología” y “el tren del progreso” que, de tanto usarse, impiden a la gente ser conscientes de que hablan de un tren que no se deja gobernar por nadie, no tiene la más mínima consideración con los viajeros, pues ni siquiera para a recogerlos, sólo pasa una vez, hay que cogerlo en marcha, y nadie sabe a dónde se dirige:
Corolario 2º. (…) Creo que lo equivocado es (…) pensar que algo está realmente en manos de alguien, ignorar que lo máximo corre, en verdad, abandonado a la fortísima corriente de su propia inercia… Así, por ejemplo, nous savons que rien en décourage l’humanité dans se marche en avant es la versión poética que el presidente Mitterrand ha dado de lo que en lenguaje propio expresaríamos con las palabras: “No hay más remedio que admitir que nadie puede detener al capital en su fuga hacia adelante”. La farsa ha disfrazado de animosa energía del alpinista que sube a la montaña lo que no es más que inerte aceleración del que viene rodando por la pendiente abajo. (…) La propia alegoría del Tren de la Tecnología desmiente sin quererlo cualquier control que denote la presencia de un sujeto humano que lo lleve y lo gobierne, o sea, para nuestro caso, un maquinista consciente y responsable, capaz de demostrar, por rigurosos que fuesen sus horarios, siquiera coño un mínimo de consideración con los viajeros. Pero no; parece que ese tren no espera a nadie, pasa una vez tan sólo y sin parar, y hay que cogerlo en marcha y el que lo pierde ya no lo coge más. Realmente un tren robot descontrolado, al menos a juzgar por el terror a perderlo que demuestran países como el nuestro, que están a si lo cogen / no lo cogen. (…) El famoso tren ni va ya a donde quiere ni lleva las mercancías que serían de desear, sino que se parece cada vez más al tren de “La Adelita”, con una ristra de cincuenta vagones blindados, repletos de armamento y explosivos, y dos furgones de cola con quincallería de plástico y caramelitos de bazofia para arrojar al paso a los chiquillos de la población civil. Un tren ultramoderno que -si es que se me permite lo escabroso de la expresión-, “por su propia dinámica interna”, corre cada vez más inevitable e insensatamente acelerado, pero por unas vías tan absolutamente machacadas y herrumbrosas que si no descarrila en cualquier curva, volando en mil pedazos por la propia naturaleza de su carga, tampoco alcanzará jamás destino alguno (…) donde sea recibido como quien viene a satisfacer necesidades humanas verdaderas.
Comentario
El texto de Ferlosio está estructurado como un conjunto de tesis independientes, numeradas, profusamente ilustradas mediante ejemplos. Estas tesis pueden entenderse como modelos interpretativos, más o menos coherentes en sí mismos, que se presentan como perspectivas posibles, alternativas a otros modelos interpretativos que son lugares comunes dominantes.
Lo que hace fructífero a este sistema de modelos, es el modo como, al entrar en coherencia entre sí, hace nacer una realidad de ese conjunto de sucesos, distinta a la narración que se nos suele hacer desde las instituciones culturales, políticas o educativas. Es pues, podríamos decir, una forma de “dar razón al mundo” alternativa a las dominantes, y ampliamente fundamentada por observaciones e identificación crítica de pautas. La creación de perspectivas alternativas es fructífera en sí misma, pues enriquece (y profundiza) nuestro conocimiento sobre los acontecimientos que nos afectan, permitiendo que nos afecten de otra manera, obedeciendo así a lo que podríamos llamar la “navaja ética” de Von Foerster: “Actúa siempre de modo que incrementes el número de posibilidades de actuación”, propias y ajenas.
Carlos Moya ha analizado bellamente el modo como se configuró en Europa lo que él denomina el Programa del Progreso, especie de simbiosis entre el Programa del Poder conducido tradicionalmente por familias y élites políticas ligadas a la corte y el Programa del Desarrollo económico, conducido por las élites urbanas del tercer estado, luego burguesía. Tales élites, y amplias clases medias que dependen de aquellas como asalariadas, han producido una serie de nuevas delimitaciones conceptuales que tienden a definir como producto de la Razón y de la Libertad a gran parte de los acontecimientos culturales, políticos y económicos que se produjeron desde 1789 a esta parte, incluidos los mitos y alegorías del Progreso de la Humanidad, La Historia del Hombre, el Camino hacia la Libertad y otras metáforas. El planteamiento de Ferlosio no considera a tales alegorías por encima del mito y se pregunta, más bien: ¿es casualidad que las grandes causas profanas hayan heredado los vicios de los viejos dioses de alimentarse de sacrificio y de sangre humana? La respuesta es que no parece verosímil. Más bien parece que, como sugiere Ferlosio, los dioses (los mitos y metáforas subyacentes a nuestro modo de dar un Orden a las cosas) no han cambiado, al menos en ciertos rasgos fundamentales.
La idea de que hay una verdad positiva y que lo demás son metáforas, o sea, sistemas inconsistentes de ideas, que es, por cierto, uno de los modelos básicos producidos por ciertos grupos sociales modernos en contextos profesionales y científicos, empieza a entrar en crisis recientemente, cuando se vuelve evidente que la Verdad positiva, o sea, la verdad oficial, se apoya, como muy bien muestra Ferlosio, en una serie de metáforas chapuceramente coherentes entre sí, como ocurre, en mayor o menor grado, en cualquier perspectiva que tengamos de algo.
En muchas ocasiones, Ferlosio ha definido su posición epistemológica como “antinominalista radical”, sin embargo su antinominalismo es bastante complejo y original. Por ejemplo, en el texto que acabamos de resumir, la abstracción que convierte a los sujetos vivientes concretos que han sido, en un sujeto universal (el supuesto sujeto abstracto de la Aventura Humana), es considerada como una alegoría. Sin embargo, ésta alegoría, al igual que otras como la “Historia Humana” y el “Progreso de la Humanidad” son consideradas por Ferlosio como mitos que guían el pensamiento de amplios grupos sociales, mitos con los cuales muchos individuos estructuran lo que llaman realidad. Constituyen lo que, en la terminología de Lakoff y Johnson (Metáforas de la vida cotidiana) podríamos denominar metáforas ontológicas y estructurales básicas del sistema de pensamiento. Si éstas metáforas, estas alegorías en la terminología de Ferlosio, tienen tanta importancia, es porque (como dice Lakoff ) hacen posible el pensar, pero ellas mismas no son producto de una reflexión. Un ejemplo tomado de Lakoff y Johnson bastará para ilustrar este punto:
“La mayor parte de nuestro sistema conceptual es de naturaleza metafórica y esas metáforas estructuran nuestra actividad cotidiana. Por ejemplo, los conceptos DISCUSIÓN y ARGUMENTACIÓN obedecen para mucha gente a la metáfora UNA DISCUSIÓN ES UNA GUERRA, como muestran los siguientes formas de hablar: «Tus afirmaciones son indefendibles«, «Atacó todos los puntos débiles de mi argumento», «Mi crítica dio justo en el blanco«, «Destruí su argumento», «Nunca le he vencido en una discusión», etc. (…) Es importante ver que no es que nos limitemos a hablar de las discusiones (argumentaciones) en términos bélicos: podemos realmente ganar o perder en las discusiones; vemos al otro como a un oponente; planeamos y usamos estrategias para mantener nuestras posiciones. Aunque no hay una batalla física, se da una batalla verbal, y la estructura de una discusión -ataque, defensa, contraataque, etc.- lo refleja. En este sentido, la metáfora UNA DISCUSIÓN ES UNA GUERRA es algo de lo que vivimos en nuestra cultura, estructura las acciones que ejecutamos al discutir. (Por el contrario) imaginemos una cultura en la que una discusión fuera visualizada como una danza, los participantes como bailarines, y en la cual el fin fuera ejecutarla de una manera equilibrada y estéticamente agradable. En esta cultura, la gente consideraría las discusiones de una manera diferente, las experimentaría de una manera distinta, las llevaría a cabo de otro modo y hablaría acerca de ellas de otra manera. Pero nosotros no consideraríamos que estaban discutiendo en absoluto, pensaríamos que hacían algo distinto simplemente. Incluso parecería extraño llamar «discutir» a su actividad. Quizás la manera más neutral de describir la diferencia sería decir que nosotros tenemos una forma de discusión estructurada en términos bélicos y ellos tienen otra, estructurada en términos de danza”.
En el mismo sentido, podríamos decir, con Ferlosio, que desde el final del Antiguo Régimen a esta parte, se han generalizado una serie de metáforas básicas, como la de ver las vidas de nuestros antepasados como una Aventura de un Sujeto Humano (sospechosamente parecido a un emprendedor aventurero y ególatra), ver la sucesión de los acontecimientos como una Historia con unos fines, o ver el aumento del poder estatal y la multiplicación de artefactos como un Progreso de la Humanidad.
El ensayo de Ferlosio habla por sí mismo y poco más cabe añadirle. Ferlosio no ve en este proceso de despliegue de la dominación ningún sujeto, pese a las afirmaciones de Hegel; y probablemente tiene razón, pues una metáfora tan simplista y antropomórfica como esa sería claramente indigna de un proceso tan complejo. Tampoco parece concebir explícitamente ninguna esperanza de cambio en los dioses dominantes. Sin embargo, una nueva metáfora o serie de metáforas, como las que él mismo está proponiendo, pueden alterar, como dice Lakoff, el sistema reinante de metáforas parcialmente coherentes, así como las percepciones y acciones a que éstas dan lugar. Muchos de los cambios culturales parecen nacer de hecho de la introducción de conceptos metafóricos nuevos. En efecto, en cuanto hablamos “de otra forma”, gran parte de las categorías, de las causas y efectos que manejamos de forma natural se diluyen hasta la desaparición.
Bienvenidos sean pues aquellos que, habiendo perdido la fe en el tren sin paradas del Progreso, y sintiendo repugnancia por la dominación y los sacrificios humanos, han decidido crear nuevos dioses, esto es, metáforas nuevas. Puede que los dioses sean al cabo inevitables, pero que al menos no demanden de nosotros esta muerte, este horror, estas creencias, esta dominación. Quizás colocar en la cumbre del divino panteón a la femenina metáfora sea un paso en esa dirección.
4 comentarios sobre “Análisis de la Mitología Occidental en “Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado”, de Sánchez Ferlosio”