Continuando con el análisis iniciado en El anticapitalismo democrático (I): De los primeros socialistas a Rosa Luxemburgo, estudiaremos las principales escuelas de pensamiento democrático anticapitalista del siglo XX: El marxismo humanista, el austromarxismo, la Escuela de Frankfurt, el Eurocomunismo, y el pensamiento de Poulantzas y Miliband.
El marxismo humanista
Esta rama del marxismo se apoya en los primeros escritos de Marx (no sólo en las obras de 1848 en adelante), sobre todo en los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844 en los cuales Marx expone su teoría de la alienación. Las fuentes intelectuales principales de esta escuela son Antonio Gramsci, el joven Georg Lukács, Ernst Bloch, Erich Fromm (aunque éste se suele adscribir también a la Escuela de Frankfurt, otra forma de humanismo), Lucien Goldmann y Roger Garaudy. También el filósofo Jean Paul Sartre (1905-1980).
Ernst Bloch (1885-1977) apoyó inicialmente los intentos de construir un socialismo en los países del Este, pero su apoyo se derrumbó tras la represión de los levantamientos populares en Alemania Oriental (1954) y Hungría (1957) por las tropas soviéticas, y también por la cerrazón de la clase política de Alemania Oriental y de los demás países comunistas europeos frente a los impulsos reformadores de marxistas como él mismo. Bloch reivindicó la atención al «factor subjetivo» en los cambios sociales, y también la necesidad del estudio científico de Marx en vez de la repetición del marxismo vulgar reinante, rechazó el culto a la personalidad en la vida política y reclamó que todo régimen comunista auténtico debería cumplir con el principio de la libertad ciudadana y no cercenarlo (Krotz, 2011 ). En su libro El principio esperanza distingue entre el utopismo optimista chato, por un lado, y la filosofía de la utopía concreta, la esperanza fundamentada, por el otro. Pero «también ésta última puede y será desilusionada, así tiene que ser, por respeto a sí misma, porque de lo contrario no sería esperanza». El proceso del mundo mismo corrige mediante desilusiones el intento teórico-práctico de la esperanza aprendida, la esperanza fundamentada aprende de la historia para poder mantenerse en dirección hacia aquel «humanismo real» que había sido formulado más de un siglo antes por Carlos Marx como el «imperativo categórico de echar por tierra todas las relaciones en que el hombre sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable».
Ernst Bloch
En contraste con los autoritarismos de Estado de la URSS y Alemania Oriental, la libertad socialista se halla inscrita en lo colectivo, y su contenido es democracia auténtica, material-humana (Gálvez, 2016). El socialismo, al igual que el utopismo de Moro, es crítico de la realidad social y aboga por el fin de la propiedad privada. Pero también aboga por la libertad, la abundancia, las relaciones sociales igualitarias, un trabajo de duración limitada (6 horas diarias como máximo), el descanso y la felicidad, mientras que lo producido es repartido de modo igual. Lo que interesa en la utopía, dice Bloch, es su orientación práctica hacia la cordialidad y la felicidad, no la forma novelada en que se presenta, que en la URSS es tan ideológica como el cuento del consumismo feliz de los países capitalistas.
En este sentido, cree que el marxismo es como una crítica de la razón pura de la búsqueda colectiva de la felicidad, para la cual todavía no se ha escrito la crítica de la razón práctica. La obra termina diciendo: “La raíz de la historia es el ser humano que trabaja, que crea, que modifica y supera las circunstancias dadas. Si llega a captarse a sí y si llega a fundamentar lo suyo, sin enajenación ni alienación, en una democracia real, surgirá en el mundo algo que ha brillado ante los ojos de todos en la infancia, pero donde nadie ha estado todavía: patria”.
Bloch apoyó por igual a los disidentes perseguidos de los países del «socialismo real» y a las víctimas de las dictaduras latinoamericanas, y se convirtió en uno de los intelectuales de referencia del Mayo del 68 francés. Propuso también una alianza entre el marxismo y el cristianismo, pero no el institucional, sino el cristianismo leído desde sus herejes y disidentes. Porque descubre en el cristianismo crítico la persistencia de la esperanza que critica las condiciones deshumanizadoras a lo largo de la civilización europea. De ahí que tuviera cierta influencia en la Teología de la Liberación de América Latina.
Antonio Gramsci (1891-1937) subrayó que la clase dirigente de una sociedad refuerza su poder con formas muy diversas de dominación cultural e institucional, que son mucho más efectivas que la coerción, a la hora de estabilizar las prácticas habituales de los dominados. Ello se hace mediante: (i) la intervención del poder (en cualquiera de sus formas) sobre la vida cotidiana de los sujetos y (ii) en la colonización de todas y cada una de sus esferas, que ahora son relaciones de dominación. En particular, la clase dirigente presenta sus propios valores como si fueran valores universales, útiles para todas las clases. De modo que si se quiere cimentar una hegemonía alternativa a la dominante es preciso propiciar una guerra de posiciones cuyo objetivo es subvertir los valores establecidos y encaminar a la gente hacia un nuevo modelo social.
Antonio Gramsci
No se trata de utilizar a las masas, como hicieron el jacobinismo, el leninismo o el fascismo, sino de concienciar democráticamente a los ciudadanos para que subviertan el orden establecido. La subversión de la hegemonía capitalista, si llega, deberá llegar por la creación desde debajo de una nueva cultura política con sus valores alternativos. Si tras tomar el poder no existe una sociedad civil hegemónica que respalde su continuidad, ese poder sólo conducirá a una dictadura. Gramsci coincide con Rosa Luxemburgo en que la democracia y la libertad son los medios de deliberación imprescindibles donde los ciudadanos crean su hegemonía. Gracias a ellos, los ciudadanos reconocen su propia fuerza, se amplía la solidaridad entre los miembros de la misma clase social, desaparece el aislamiento, y los intereses corporativos sobrepasan sus límites y abarcan a otros grupos sociales (Rodriguez Prieto y Seco Martínez, 2007).
A largo plazo, el estado tendería a desaparecer con el pleno desarrollo de la capacidad de la sociedad civil para regularse a sí misma. Dado que la ‘praxis’ colectiva determina si una cuestión filosófica es relevante o no, afirma que hasta «el marxismo también es una superestructura», lo que quiere decir que no es la verdad, sino un punto de vista histórico que aglutina de forma útil las perspectivas y objetivos de amplios grupos sociales. Al oponerse al materialismo vulgar leninista, y al positivismo, abre paso a un grado mayor de relativismo epistemológico, que no constituye para Gramsci una renuncia ética o política, sino la asunción del carácter provisorio y construido del conocimiento humano.
Jean-Paul Sartre
Jean-Paul Sartre (1905-1980) piensa que los bolcheviques rusos, en su lucha contra todos los enemigos reales y supuestos de la revolución, se atribuyeron el derecho exclusivo de interpretar los acontecimientos, con lo que blindaron sus teorías de la crítica de la experiencia. Ello les llevó a una especie de idealismo absolutista en el que “tanto los hombres como las cosas eran sometidos a priori a determinadas ideas. Si la experiencia contradecía luego a las previsiones, el error sólo era de aquélla”. De esta manera, el marxismo deja de ser un método de entender colectivamente la realidad para convertirse en una especie de República platónica, un saber absoluto en posesión de una élite clarividente, que a su vez reclama la autoridad suprema.
Lucien Goldmann
Lucien Goldmann (1913-1970) es uno de los representantes más importantes de la corriente humanista e historicista. Sus trabajos de filosofía y sociología de la cultura, especialmente Le Dieu Caché (El Dios Oculto),1955, están fuertemente marcados por la influencia del Lukács de Historia y conciencia de clase y se oponen radicalmente a las lecturas positivistas o estructuralistas del marxismo. Goldmann defiende un socialismo autogestivo, crítico tanto de la democracia capitalista como del estalinismo. Según Goldmann, las visiones del mundo individualistas, racionalistas o empiristas ignoran el componente de apuesta colectiva que tienen los movimientos sociales. Bensaïd, un marxista de la escuela de Mandel, desarrolló esta idea de Goldmann, cuando escribió que el compromiso político revolucionario no está fundamentado sobre una “certeza científica” progresista cualquiera, sino sobre una apuesta razonada por el porvenir: la acción emancipadora es, como afirmaba Pascal, “un trabajo sobre lo incierto”. La apuesta es una esperanza que no podemos desmontar, pero sobre la que es necesario comprometer la existencia, sobre todo cuando observamos que la alternativa a ese apostar es la barbarie. Escribía Pascal: “es necesario apostar, estamos embarcados”. Esta sería la condición trágica del hombre moderno (Lowy, 2017).
La escuela de la praxis de los años 60 es otra representante de este movimiento. La integraban marxistas críticos yugoslavos cuyas ideas fueron divulgadas por Erich Fromm en un libro de 1965 titulado Humanismo Socialista: un simposio internacional. Ponían el énfasis en los escritos tempranos de Marx y en la búsqueda de libertad de expresión, basada en la insistencia de Marx en la crítica social. Mientras Mihailo Marković teorizó sobre la alienación y la naturaleza dinámica de los seres humanos, Gajo Petrović escribió acerca de la filosofía como crítica radical de todo lo existente, enfatizando la naturaleza esencialmente creativa y práctica de los seres humanos. Milan Kangrga también trata la creatividad, pero sobre todo el entendimiento de los hombres como productores de naturaleza humana. Por su parte, Rudi Supek incorporó la filosofía existencial a la praxis social marxista.
Henri Lefebvre (1901-1991), otro de los principales ideólogos del Mayo del 68 francés, se opone al estructuralismo anti-humanista de marxistas como Althusser, a la fascinación absurda que ejerce la URSS sobre algunos marxistas, y aboga por el “derecho a la ciudad”, y una vida cotidiana digna. La entonces URSS o China según Lefebvre reproducen e, incluso magnifican, las dinámicas producidas por la ciudad de corte capitalista. Tanto la dominación urbana a través del consumismo y la propaganda como la dominación basada en el autoritarismo y la propaganda socialista crean un espacio abstracto que tiende hacia la homogeneidad, uniformización y repetición deshumanizada para partes crecientes de la sociedad. El socialismo, por el contrario, debe crear un espacio diferencial que dé cabida y permita el desarrollo de las diferencias. Este espacio buscaría reasociar las funciones, los elementos y los momentos de la práctica social que el espacio abstracto disocia. Critica tanto la sociedad burocrática del consumo dirigido como el creciente poder del Estado y lo que denominaba el modo de producción estatal (Baringo Ezquerra, 2013). La lucha de clases sería el principal motor del proceso de cambio, en donde juegan un papel crucial los dominados (minorías, mujeres,…) en la búsqueda por la “reapropiación” de los espacios de la diferencia. La cotidianidad es un tipo de depósito subterráneo en el cual se sedimentan las convenciones y hábitos mentales impuestos por el poder, y se perpetúan las relaciones de dominación. Ahí se encuentra la barrera que impide a la fantasía y la inventiva encontrar las vías para la propia expresión, la autonomía del ser. El derecho a la diferencia se conseguiría a través de la lucha concreta en la ciudad, que a su vez contribuye a alterar la “producción del espacio” dominante. En este sentido, la lucha actual de las movilizaciones anti-deshaucio en las ciudades españolas sería una forma de poner en evidencia las “mentiras del poder” y luchar contra sus esquemas de producción del espacio cotidiano.
Henri Lefebvre
El político e ideólogo español Fernando de los Ríos (1879-1949) también se puede asociar con esta corriente, por su obra El sentido humanista del socialismo (1926). De los Ríos critica con firmeza cualquier tipo de aspiraciones totalitarias y propone un socialismo no revolucionario. El capitalismo es, para De los Ríos, la libertad de las cosas (mercado) y la esclavitud de los hombres; el socialismo, en cambio, es el sometimiento de las cosas, de la economía (del mercado) para hacer así posible la libertad de las personas. Era un socialista reformista, pero sus reformas deberían buscar un cambio real del modo de producción capitalista, única forma de mejorar la sociedad.
Fernando de los Ríos critica a Marx achacándole un materialismo histórico de tipo kautskiano-positivista, una interpretación del marxismo que era todavía la prevalente en su tiempo en gran parte del movimiento obrero como el verdadero marxismo ortodoxo. Aunque reconoce que en Marx no hay sólo descripción de hechos, es decir, ciencia económica, sino que hay también juicios de valor, es decir, ética. Este reconocimiento le podía haber acercado a los austromarxistas Max Adler u Otto Bauer, y también a las nuevas y más profundas interpretaciones que por entonces iniciaban Georg Lukacs o Antonio Gramsci, pero su casi completa absorción en la actividad política se lo impidió (Elías Diaz, 1979. https://elpais.com/diario/1979/12/26/opinion/315010810_850215.html ).
Otro marxista humanista es el político chileno Eugenio González Rojas (1903-1976), ideólogo de lo que él llamó humanismo socialista, que hasta el día de hoy es una de las bases ideológicas principales del Partido Socialista de Chile.
Salvador Allende
También Salvador Allende se puede adscribir a esta tendencia. El gobierno democrático de Unidad Popular que encabezó en Chile propugnó la vía democrática al socialismo, quebrada por el golpe de Estado de 1969, de Pinochet. Allende definió el socialismo chileno como “marxista e impregnado de un hondo sentido humanista”. Defendió la implementación de políticas orientadas a la superación del capitalismo, una construcción del socialismo vinculada con la creación de poder popular, y una política de unidad entre socialistas y comunistas.
Las intenciones y medidas políticas de Allende no tenían en absoluto un carácter revolucionario, se limitaban a disminuir el poder de monopolios extranjeros impuestos en el pasado y oligarquías agrarias insoportables. Pero como analiza Magri (2011), detrás de esos intereses corporados nacionales había otros intereses internacionales mucho mas fuertes, con los cuales Chile mantenía una relación semicolonial. El ejército había jurado fidelidad a la Constitución, pero era una casta separada, formada en Estados Unidos. El plan del Departamento de Estado norteamericano para derrocar su gobierno consistió en fomentar el caos económico desde el exterior, organizar revueltas empresariales, y al no ser esto suficiente para quebrar el apoyo popular al gobierno, organizar y financiar desde EEUU un golpe de estado militar.
Austromarxismo
El neokantiano Max Adler (1873-1937), el nacionalista Otto Bauer (1881-1938) y el economista Rudolf Hilferding (1877-1941) eran partidarios de desarrollar una teoría política que se situase entre la socialdemocracia y el leninismo, respetando las diversas maneras de llegar al poder (reforma o revolución) en función de las circunstancias. Eran bastante fieles a la concepción de Marx sobre la revolución socialista como profundización de la democracia.
Rudolf Hilferding con su esposa
Hilferding, asesinado por la Gestapo en 1941, fue el primer economista en argumentar que la “competencia de mercado” como esencia del capitalismo era lo contrario de la realidad. Lo que caracteriza al capitalismo es el control de los mercados por grandes empresas monopolísticas. Éstas acaban destruyendo a las pequeñas empresas, que sí funcionan dentro de mercados, con ayuda del crédito financiero. La competencia especulativa entre los monopolios, y sus especulaciones con los precios para obtener ganancias exorbitantes, es lo que conduce a las crisis periódicas. Igual de actual es su afirmación de que el sistema de la deuda pública es una forma de enajenación del Estado por el gran capital; así, resulta que “La única parte de la riqueza nacional que es realmente colectiva en los pueblos modernos (…) [es] su deuda pública”(…)”la deuda pública se convierte en una de las palancas más efectivas de la acumulación originaria. Como un toque de varita mágica, infunde virtud generadora al dinero improductivo y los transforma en capital, sin que tenga que exponerse a las molestias y riesgos inseparables de la inversión industrial e incluso la usuraria. En resumen: “El capital industrial es el Dios Padre que ha dejado como Dios Hijo al capital comercial y bancario, y el capital monetario es el Espíritu Santo; son tres, pero sólo es el capital financiero“ (Hilferding 1971; https://kmarx.wordpress.com/2014/09/25/la-actualidad-de-rudolf-hilferding-y-el-capital-financiero-para-explicar-la-crisis-actual-1909-2009/ ).
La escuela de Frankfurt
Ya en 1920 Georg Lukács hacía una lectura crítica del marxismo ortodoxo, mecanicista, determinista, “vulgar”, que hasta entonces dominaba la Segunda Internacional, y subrayaba que la alienación y la reificación eran esenciales para cualquier análisis marxista. El capitalismo no consiste sólo en un conjunto de fuerzas de producción o lógicas materiales sino que se trata de una cultura que implica una forma de ver el mundo donde todo se cosifica, se reifica: así sucede con la transformación del trabajo humano en mercancías que ya no están bajo el control del obrero y pasan a tener un valor mediado por el capital; así pasa con la persona que en la sociedad capitalista deja de ser tal persona y se convierte en un mero individuo; así pasa con las relaciones interpersonales, que ya no son por simpatía sino por interés; con las mercancías que se vuelven meramente objetos, etc. (Pérez de Viñaspre, 2019). Esta línea de análisis basada en factores mucho más amplios que los económicos es retomada por Max Horkheimer y Theodor Adorno, fundadores de la Escuela de Francfurt. “Ya no se trataría de hacer solamente una sociología de leyes económicas o sociales, también habría que estudiar las interrelaciones mutuamente determinantes existentes entre el campo económico con el psicológico, con el social, con el político, con el cultural, de modo tal que entretejerían una red, una especie de totalidad invisible” (Pérez de Viñaspre, 2019). La escuela de Frankfurt crean un marxismo humanista de sólida fundamentación sociológica, en el cual incorporan aportaciones fundamentales de Freud, Weber, y otros sociólogos.
Horkheimer y Adorno compartieron en el período 1920-1945 cuatro experiencias que marcaron determinantemente su reflexión y manera de pensar la realidad: (i) la pretensión cientificista del socialismo estalinista y el proceso de burocratización en la URSS; (ii) la consolidación de los regímenes fascistas (Alemania, Italia y España); (iii) el uso instrumental y racista de la ciencia en el Holocausto judío de la Alemania nazi y en la decisión política de lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki ; (iv) la capacidad integradora del capitalismo en la sociedad de consumo (Pérez de Viñaspre, 2019).
Max Horkheimer (izquierda) saludando a Theodor Adorno
En 1941, era ya evidente para ambos que la situación revolucionaria que se había producido en Alemania entre las dos guerras y en Rusia tras 1917, había conducido en ambos casos (con Hitler y con Stalin) al totalitarismo y no a la liberación. Era evidente que algo fallaba, y su brillante estudio “Dialéctica de la Ilustración” (1947) trata de entender ese fracaso. Las reflexiones de Walter Benjamin, en su Tesis sobre Filosofía de la Historia fueron una de las influencias importantes que tuvieron en su búsqueda de una respuesta. Dice Benjamin:
“Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. En él se representa a un ángel que parece como si estuviese a punto de alejarse de algo que le tiene pasmado. Sus ojos están desmesuradamente abiertos, la boca abierta y extendidas las alas. Y este deberá ser el aspecto del ángel de la historia. Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja inconteniblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Ese huracán es lo que nosotros llamamos progreso.”
Angelus Novus (1920), de Paul Klee
Walter Benjamin había formado parte, durante la I Guerra Mundial, de la corriente pacifista de la izquierda europea radical, que rechazaba la participación y la colaboración con la que tildaban de «carnicería humana interimperialista», pero tomó la decisión de que jamás militaría en el fascismo ni en el sionismo (él era de origen judío). Tampoco en el comunismo, pues su viaje a Moscú le confirmó sus sospechas de que aquello no tenía nada que ver con el comunismo de Marx o Rosa Luxemburgo. Para él, la salvación de la humanidad estaba ligada a la salvación de la naturaleza. Criticó sin piedad a Hitler, la teoría fascista y a la hipocresía de la democracia burguesa y al capital financiero e industrial alemán, que apoyaron al nazismo como forma de contrarrevolución preventiva contra los socialistas. Intentó conciliar el marxismo con el misticismo judío y con el arte de vanguardia, y estuvo en contacto continuo con la Escuela de Francfurt y con sus amigos, también marxistas críticos, Bertolt Brecht y Ernst Bloch.
Tras la ocupación nazi de Francia, Benjamin trató de pasar a España por Portbou, para intentar llegar a Lisboa y volar desde allí a EEUU, donde le esperaba Adorno. Pero fue detenido por la policía española pues carecía de permiso de salida de Francia. Adorno, pensando que sería devuelto a Francia y apresado por la Gestapo, se suicidó con una dosis letal de morfina en Portbou.
Monumento a Walter Benjamin en Portbou
Horkheimer trató de dar respuesta a por qué la razón occidental había fracasado a la hora de crear una sociedad feliz, tanto por la vía del comunismo soviético como por la vía del capitalismo imperialista. La respuesta la resume magníficamente Pérez de Viñaspre (2019): “la misma razón que trajo las luces a la humanidad, también coronó a la mercancía como lo único que da sentido a la vida llevando al genocidio de comunidades enteras de pueblos indígenas y al comercio de esclavos africanos, creó los campos de concentración, llegó a la consumación de los asesinatos en masa del Holocausto, en fin, provocó que el Angelus Novus no pueda evitar poner cara de espanto ante el horror de ver en el pasado un paisaje en ruinas. Qué es lo que ha pasado? Es opinión generalizada considerar el hitlerismo como un hecho irracional, una extravagancia, una locura o chaladura. Y no es así, porque Auschwitz constituye un hecho totalmente racional, una obra de la aplicación de la razón instrumental para dominar. Horkheimer afirma que a la razón se le ha dado una función instrumental para esclavizar, dominar y someter. Esta racionalidad burguesa, esta razón instrumental, que domina a los hombres y a la naturaleza y que conforma la sociedad capitalista, lleva su instrumentalidad hacia Auschwitz. De ahí que los campos de concentración sean un fenómeno racional manejado racionalmente con pautas racionales, y que los torturadores entran en su trabajo fichando como en cualquier otro empleo y cumplen con su trabajo racionalmente, es decir, torturando». Todo esto llevará a Hannah Arendt, en “Eichman en Jerusalem”, a hablar de la banalidad del mal dentro de las burocracias, que convierten el mal en una rutina, un trabajo cotidiano, que todos ejecutan por responsabilidad cívica.
Yo añadiría que, con la misma eficiencia banal Franco “limpió” España de “malos españoles”, los dictadores chileno y argentinos justificaron las desapariciones forzosas de miles de manifestantes “equivocados”, lanzaron vivos desde aviones a decenas de jóvenes idealistas, o la CIA utilizó el terrorismo y la red Gladio para impedir la entrada del Partido Comunista Italiano en el gobierno (https://www.lavanguardia.com/hemeroteca/20160923/41384919299/aldo-moro-asesinato-secuestro-brigadas-rojas.html ). Pérez de Viñaspre cita también a la entonces asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, que autorizó en 2002 las “técnicas de interrogación” de la CIA en las prisiones de Guantánamo y Abu Grahib, cuando interpretó así las torturas que se practicaban en esas prisiones: “EEUU no practica la tortura, se limita a ejercer labores de inteligencia”. Una matización muy elocuente de lo que significa la razón occidental moderna, que da la razón al análisis de Horkheimer, Adorno y Arendt.
El stalinismo es también un hijo de la Ilustración y no escapa a esta dinámica de la Razón Instrumental, y la distopía burocrática-dictatorial a la que condujo demuestra que no basta con sustituir a un amo por otro, por más que cambiemos la estructura social, o apliquemos cientos de reformas, o hagamos grandes revoluciones como lo fueron la francesa o la rusa. Es imprescindible una revolución mucho más profunda, que consiste en plantearse en qué consiste nuestra propia racionalidad. Esta revolución no sería sólo política sino también ideológica y cultural, pues sería un cambio en los marcos conceptuales que permiten que haya dominación. Se trataría de un cambio imprescindible hasta “otra” lógica que impida el poder, la supremacía, la sumisión y la opresión.
Culturalmente, en Occidente estamos muy predispuestos a poner a las grandes abstracciones como el Progreso (El Programa del Progreso en Occidente), la Dominación (La dominación urbano-estatal y su imaginario; Análisis de la Mitología Occidental en “Mientras no cambien los dioses nada ha cambiado”, de Sánchez Ferlosio), o el Orden social, por delante de los sujetos humanos y sus demandas de felicidad. En última instancia, ello deriva de la separación y enaltecimiento que nuestra cultura hace de la razón abstracta (supuestamente superior) con respecto a los sentimientos (supuestamente inferiores). Dentro de ese marco metafórico cultural, el encumbramiento de un líder con el carácter rígido y obsesivo de las personalidades autoritarias puede hacer estragos. Eso es lo que ocurrió según Erich Fromm (1900-1980) con Lenin, que contribuyó personalmente a la deriva de la Revolución Rusa hacia los esquemas autoritarios. Considera que un socialismo autoritario como el que instauraron los bolcheviques no es ni socialismo ni marxismo. El marxismo no puede ser autoritario puesto que es una forma de humanismo, consistente en buscar el pleno desarrollo de las potencialidades humanas. Lenin, al igual que Blanqui, tenía poca fe en la capacidad de la clase trabajadora para conseguir la emancipación por sí sola, de ahí la importancia que le daba a la élite de revolucionarios profesionales organizados como Partido Comunista. Esta élite era además concebida como una especie de comité de expertos en hacer cumplir las leyes de la historia, ante las cuales debían de sacrificarse (muy hegelianamente) los mezquinos intereses particulares. Lo que diferenciaba radicalmente la actitud de Lenin de la de todos los anarquistas y muchos socialistas era su falta de fe en la acción espontánea de los trabajadores y campesinos y, como lo expresó Fromm (1976), “no tenía fe en ellos porque no tenía fe en el hombre. Es esta falta de fe en el hombre lo que tienen en común el leninismo y las ideas antiliberales y clericales (…) La fe en la humanidad sin fe en el hombre o es insincera o, si es sincera, lleva a los mismos resultados que vemos en la historia trágica de la Inquisición, en el terror de Robespierre y en la dictadura de Lenin. Muchos socialistas, demócratas o revolucionarios, advirtieron los peligros de la concepción de Lenin; nadie los vio con más claridad que Rosa Luxemburgo, quien dijo que había que elegir entre democracia y burocratismo, y el desarrollo de los acontecimientos en Rusia demostró la exactitud de su predicción. Aunque Rosa Luxemburgo era una ardiente e inflexible crítica del capitalismo, tenía en el hombre una fe profunda e inconmovible (…) Fue esa falta de fe en el hombre la que permitió a los regímenes autoritarios conquistar a las masas, induciéndolas a tener fe en un ídolo y no en sí mismas”.
Erich Fromm
La perspectiva de Horkheimer y Adorno es la que le permite también a Marcuse (1898-1979) entender que, pese a numerosos intentos de los ideólogos de la Guerra Fría, de un bando o el otro, de convencernos de que la lucha URSS-USA era una lucha entre el comunismo y el capitalismo, lo cierto es que dicha confrontación se parecía más a una disputa de familia que a una lucha entre modelos sociales absolutamente diferentes (Cristopher Morales 2015). La existencia de tendencias convergentes en el mundo socialista y en el sistema del capitalismo organizado tiene su razón de ser en la lógica de la dominación racional, en los procedimientos de industrialización acelerada, y en las técnicas de control cultural y social que ambas estructuras aplican en común. En El marxismo soviético, critica la institucionalización dogmática y didáctica y la visión pragmática y objetivista de Engels y Lenin en su realización de la revolución soviética, que para Marcuse traiciona el marxismo.
La llamada de Marcuse en pro de una civilización no represora tuvo un gran eco en Estados Unidos y otros países occidentales. Frente al fatalismo de Freud y el malestar de la cultura, Marcuse analiza la represión suavizadora de la sociedad de consumo, que crea y satisface deseos y necesidades ilusorios. Con la publicación, en 1964, de El hombre unidimensional, Marcuse se convierte en el filósofo de la contracultura, en el líder ideológico de la rebelión estudiantil de los sesenta en Occidente. Su crítica de la alienación en la sociedad posindustrial desarrollada es radical: la supresión de las contradicciones mediante La tolerancia permisiva (1967) crea la más fabulosa manipulación que el hombre haya conocido jamás. La alienación traspasa las simples barreras económicas para alcanzar toda la sociedad. La ciencia deviene en tecnología para usos industriales, la lógica científica en lógica simbólica. La ciencia y la técnica son instrumentos de dominación. El consumo es la única dimensión liberadora que le queda al ser humano, convertido en una especie de átomo aislado y desesperanzado, pero no es más que otra forma de alienación.
Marcuse discutiendo con estudiantes en 1968
Marcuse acusó al llamado marxismo soviético de ser en un sistema de dominación mucho más cercano a los métodos manipuladores del capitalismo que a las ideas de Marx, y en haberse convertido en instrumento al servicio de una sociedad represiva burocrática y totalitaria. A sus características represivas añadían el cinismo con el que intentaron enmascarar la explotación. El origen de esta deriva de la URSS lo encuentra Marcuse en Lenin, con su visión economicista y anti-humanista de las fases necesarias para llegar al comunismo, que obligatoriamente debían de pasar por un “capitalismo de Estado”. Tal capitalismo de Estado es lo que Stalin acaba articulando, en una forma especialmente burocrática y dictatorial, y que Stalin confunde con el “Socialismo”, una confusión en la que Lenin no llegó a caer. Podríamos decir que, sin tener Lenin el mismo grado de personalidad despótica que Stalin, sin embargo ambos coincidían en que la felicidad humana era un asunto secundario frente a las grandes abstracciones como “las leyes históricas de los cambios de los modos de producción”, o “el Socialismo”. Esto es otro de los productos del progresismo ilustrado, que Hegel continuó desarrollando, y que llevó a que unánimemente, el bien del Estado se haya antepuesto siempre en todo el mundo occidental al bien de los ciudadanos que componen el Estado (Ferlosio, Mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado).
No obstante, en las sociedades capitalistas más desarrolladas la sobrerrepresión se convierte en más eficaz por estar completamente enmascarada y basada en la mistificación de la conciencia de los hombres. Así, se produce la aparente paradoja de que Marcuse, máximo abanderado de la revolución sexual y de una sexualidad polimorfa, arremete en contra de la pretendida liberalización de las costumbres que se produjo en las sociedades capitalistas más desarrolladas; porque lejos de conducir a una mayor libertad, ha sido completamente integrada por el sistema y la ha puesto a su servicio, convirtiendo la misma sexualidad en objeto de consumo. El hombre de la sociedad capitalista «avanzada», obnubilado por un consumo sin freno y por una falsa liberalización de las costumbres, pierde todo sentido crítico, se convierte en un hombre unidimensional, integrándose más y más en el sistema. Ante esta generalización de la alienación, es preciso, según Marcuse, a la vez una reivindicación y una reinterpretación del pensamiento de Marx: mantener su capacidad crítica, pero replantear ésta crítica no tanto desde la concepción marxista clásica de la alienación del trabajo, sino a partir de la felicidad total del ser humano. Se trata, según Marcuse, de añadir al marxismo la dimensión de lo lúdico, de la alegría, del erotismo y de la eudaimonía, es decir, la vida buena y el florecimiento humano en todos los sentidos.
Bajo las circunstancias actuales del capitalismo consumista, “la tarea de una izquierda militante ha de ser primordialmente educativa. (…) Puesto que la mayoría de la gente está todavía bajo los efectos del «lavado de cerebro» y puesto que las instituciones funcionan de acuerdo con esta mayoría, la tarea primordial es educar en la desmitificación. Pero una educación que ha de salir del gabinete a la calle con acciones que atraigan y aglutinen a las masas más allá de las aulas y los cenáculos” (Marcuse, en una entrevista con Pedro Altares en 1968. http://banderaroja.blogspot.com/2013/09/herbert-marcuse-unas-notas-y-una.html ). También, trabajar cerca de los pocos grupos que ya pueden transgredir la lógica del poder: infraproletariado, homosexuales, feministas, desclasados, inmigrantes… y con los que, por su situación objetiva, no se dejan convencer por la propaganda, los estudiantes e intelectuales críticos.
El “romanticismo revolucionario” de la Escuela de Frankfurt está cerca de las ideas del joven Marx de los Manuscritos económico-filosóficos: crítica de la alienación, utopía de la sociedad del trabajo humanizado, realización de las potencialidades humanas, reconciliación del hombre consigo mismo y con sus productos, relación casi estética con la naturaleza.
Eurocomunismo
Esta tendencia se inició en 1968 cuando los partidos comunistas de Italia, España, Finlandia y Méjico condenaron la invasión soviética de Praga, y se fue extendiendo desde entonces como facciones importantes dentro de casi todos los partidos comunistas de Europa Occidental. Rechaza el modelo de la Unión Soviética, las ideas de «partido único» y «dictadura del proletariado», y busca construir un sistema de producción y distribución de las riquezas, diferente al capitalismo y de base socialista. Pero considera a la democracia y al sistema pluripartidista como un requisito previo para la construcción del socialismo, por lo que trata de construir un sistema socialista donde los partidos no socialistas se puedan presentar también a las elecciones.
Como lo expresaba el eurocomunista Fernando Claudín en 1977, https://elpais.com/diario/1977/06/11/cultura/234828001_850215.html , “en el marxismo de Marx, democracia y socialismo son también consustanciales. Es decir, para Marx la democracia es el poder de los trabajadores, por eso en el Manifiesto Comunista se dice que el primer paso del socialismo es la conquista de la democracia. El problema es que a partir de finales del siglo XIX y comienzos del XIX se produce una versión del marxismo, el llamado, revisionismo, que establece una nueva concepción de la democracia, perfectamente compatible con el capitalismo y con el marco ideal en el cual éste puede transformarse evolutivamente en el socialismo. Frente a esta concepción aparece la leninista, que está profundamente marcada por el hecho de que la Revolución de Octubre encuentra como enemigo principal a los Estados de la democracia burguesa y la hostilidad de la socialdemocracia internacional. Ello conduce a oponer las formas de democracia conquistada bajo el capitalismo, la democracia representativa, a las formas de democracia soviética o consejista y a considerar que sólo ésta es idónea para la sociedad socialista.”
Los consejos de obreros y cooperativas eran lo que se denomina en ruso soviets. Pero esta democracia de tipo soviético tampoco se realiza en la URSS, porque: (a) el poder teóricamente último de los soviets es supeditado a la dirección del partido único, con la excusa bolchevique de la necesaria unidad de acción militar contra el ejército Blanco, y (b) es liquidada definitivamente por el personalismo totalitario de Stalin.
Además de Gramsci, una de las fuentes en que bebieron tanto el reformismo social-demócrata como el eurocomunista fue Karl Mannheim, un sociólogo de fuerte influencia marxiana. Mannheim observó que las tentaciones totalitarias que recorrían todo el siglo XX eran en gran parte un efecto de la aparición de técnicas militares (ametralladoras, bombas de alta potencia explosiva, blindados..), técnicas de comunicación (radio, televisión…), y técnicas de administración (telégrafo, teléfono, fax, dirección científica del trabajo…) y otras técnicas (ferrocarriles, coches…) que permitían una concentración de poder en manos de una minoría mucho mayor que en cualquier otra época. Si a la gran cantidad de técnicas que permiten la centralización del poder, unimos la estructura jerárquica heredada del Estado, con su capacidad de controlar desde un centro las prácticas educativas y diversas prácticas sociales, el paso del gobierno democrático a un gobierno totalitario se ve enormemente facilitado.
La tendencia en las sociedades contemporáneas democráticas es también a que élites minoritarias económicas y políticas hagan planes y tomen decisiones desde posiciones clave, algo que luego analizó en detalle el economista keynesiano Kenneth Galbraith. Mannheim dice que esa planificación podría hacerse democráticamente y no de forma elitista (planificación democrática o planificación para la libertad). Para ello, nuestra democracia debería regirse por aquellos valores básicos (fraternidad, ayuda mutua, decencia, libertad, justicia) que son los fundamentos del funcionamiento de un orden social. Debería dejar de lado el relativismo del laissez-faire y buscar un consenso sobre esos principios. Mannheim defendió el reformismo, en lugar de la revolución, porque tiene la ventaja de permitir la incorporación de las elites liberales en la transición. Propone reformas y actitudes que luego fueron promovidas por los partidos social-demócratas y euro-comunistas: nuevos impuestos, control de inversiones, obras públicas, regulación de la actividad empresarial por el Estado, respeto por las leyes democráticas.
Enrico Berlinguer
Enrico Berlinguer, secretario nacional del Partido Comunista de Italia, reflexionó sobre la experiencia de Allende en Chile y concluyó que el golpe de estado podría haberse evitado si Allende hubiera fomentado una mejor relación con una parte de la Democracia Cristiana Chilena (Magri, 2011). También concluyó que si se quiere gobernar democráticamente y trasformar un país geográfica y y culturalmente complejo, como Italia, era necesario disponer de: (i) fuerza parlamentaria suficiente para aprobar y
gestionar reformas profundas, que tocan intereses extendidos y hábitos enraizados,
y (ii) de un lapso de tiempo lo suficientemente largo para que tales reformas produzcan efectos positivos. Propugnó un compromiso histórico entre el PCI y la Democracia Cristiana (DC), el segundo y primer partidos más votados en Italia en los años 70, con apoyo de los socialistas. Pensaba que del gobierno conjunto podría nacer un encuentro entre masas comunistas, socialistas y católicas. La política dentro de las instituciones debería ir acompañada de movilización popular en la sociedad civil, que apoyara las reformas.
El acuerdo gubernamental fue boicoteado por la extrema izquierda, así como por la derecha demo-cristiana, desde sus inicios, y disgustó al gobierno de EEUU. El 16 de marzo de 1978 Aldo Moro , el ex primer ministro demo-cristiano y principal partidario del acuerdo, fue secuestrado por las Brigadas Rojas, un grupo armado de extrema izquierda que podría haber tenido en sus filas también miembros fascistas camuflados, de la red Gladio. Aldo Moro se dirigía a votar una moción de confianza al gobierno de Andreotti que sería apoyada por el PCI. El gobierno rechazó cualquier tipo de negociación con los terroristas, tras lo cual Aldo Moro fue asesinado el 9 de mayo. Tras el asesinato, el primer ministro Andreotti no sólo no dimitió, sino que endureció y acabó cortando las relaciones con el PCI. La coalición se rompió, y en las siguientes elecciones, el PCI cayó en apoyo electoral, en favor de la DC. Hay indicios de que el Departamento de Estado norteamericano pudo haber influído sobre distintos actores del gobierno y de las propias Brigadas Rojas, para evitar cualquier diálogo y facilitar el fracaso del Compromiso Histórico (La Transición Democrática controlada en España), pero nunca se han podido probar.
Más allá del Eurocomunismo: Poulantzas y Miliband
Nicos Poulantzas (1936-1979) va a desarrollar la conocida como “vía democrática al socialismo”, una estrategia diferente del leninismo y también del tipo de eurocomunismo que había derivado hacia posiciones social-demócratas y acomodaticias con el capitalismo. Ve al Estado como una relación entre las fuerzas de las diferentes clases y fracciones de clase de una sociedad, que se materializan en ese aparato. Esta concepción es tomada del análisis que Marx realizó del bonapartismo. Por ejemplo, cuando un Gobierno establece una reforma laboral, lo que se condensa en la misma es la correlación de fuerzas entre sindicatos y patronal que se está dando en ese momento (Sarrión Andaluz 2019). Esto deriva de que el Estado si bien es solo un orden institucional entre muchos otros en una sociedad, es también el encargado de asegurar la cohesión e integración de toda la sociedad (Jessop).
La estrategia política que propone es combinar la transformación desde dentro del Estado para agudizar las contradicciones internas de los intereses de las distintas élites que lo componen, junto a la ampliación de la democracia para permitir formas de democracia directa desde la base y aumentar el grado de autoorganización y autonomía de las masas populares.
El desafío del proyecto eurocomunista es precisamente demostrar que la democracia representativa es también una conquista de las masas populares y que a través de su participación en el Estado es posible luchar por la ampliación de derechos que respalden las transformaciones a nivel económico, político e ideológico que se implementan en él. Destruir esta forma de democracia y tratar de sustituirla desde cero por una democracia directa tiene el peligro de que se lleve por delante derechos básicos ya conquistados por las clases populares, como advirtió Rosa Luxemburgo. El problema real de la transición socialista sería la de articular una profundización de los derechos abstractos que defiende el aparato de Estado con las nuevas formas de democracia directa que van a acompañarla en lo sucesivo.
La democracia representativa, como las demás instituciones estatales, expresa las tensiones y los antagonismos irreductibles de la lucha de clases, por lo que no serían sólo un reflejo de los intereses de la burguesía, aunque sí estaría bajo la primacía cultural y los privilegios estructurales que la burguesía goza. Es en su interior donde es necesario intensificar las luchas de las clases populares a fin de inclinar este balance de fuerzas hegemónicas a su favor. La transición al socialismo no culminaría en la obtención de una mayoría electoral. Tal mayoría representativa debería ir acompañada de cambios profundos en los espacios económicos y políticos del capitalismo, que empoderarían a la ciudadanía frente a las élites, las cuales seguirían tratando de utilizar la pugna electoral y las demás instituciones del Estado para revertir la hegemonía a su favor.
El inglés Ralph Miliband (1924-1994) por su parte, señaló que en el pensamiento de Marx sobre el Estado hay un matiz antiautoritario y antiburocrático, no sólo cuando se refiere al comunismo sino también cuando describe la etapa de transición. En la década de 1960, Miliband se convirtió en uno de los principales exponentes del movimiento británico New Left, compuesto por pensadores marxistas críticos al estalinismo y a las políticas llevadas a cabo por los gobiernos de la Unión Soviética y los de Europa del Este. En la obra colectiva dirigida por Robin Blackburn, «After the Fall: The Failure Of Communism And The Future Of Socialism», Miliband expone sus puntos de vista en relación al fracaso del sistema comunista establecido por la Unión Soviética. Esta obra no sólo reúne a intelectuales acádemicos (Además de Miliband, están Jürgen Habermas, Giovanni Arrighi, Norberto Bobbio, entre otros) sino que incluye a escritores como Hans Magnus Enzensberger o Eduardo Galeano. Miliband enfatizó la necesidad de avanzar hacia un modelo de economía mixta, que acabara con la influencia de las grandes corporaciones y respetara los derechos fundamentales. Opina que la hegemonía actual del capitalismo se basa no en el consenso, sino en la resignación que ha inculcado con su propaganda de que no hay alternativa (Rodriguez Prieto, 2017). Polemizó con el historiador marxista Hobsbawm, quien recomendaba una alianza moderada anti-Thatcherista y de centro-izquierda, en vista de la fragmentación contemporánea de la clase obrera. Miliband, por el contrario, no cree que el laborismo se hubiera escorado demasiado a la izquierda. La cuestión era que la deriva derechista del partido había erosionado la calidad de vida de los potenciales votantes. En esto, coincide con el diagnóstico que ha hecho recientemente Piketty en relación con la pérdida de apoyos de los partidos social-demócratas.
Ralph Miliband
Según Miliband, managers, propietarios y altos cargos de la administración del Estado y del poder judicial, están de acuerdo en el desarrollo y reproducción de un modelo social no igualitario, jerárquico y clasista. Gran parte de esa hegemonía cultural elitista se basa en la gran inversión de los grandes propietarios en lobbies, contribuciones a los partidos políticos, puertas giratorias y control de los medios de comunicación principales, así como el soborno financiero de los Estados a través de inversiones y de la financiación de instituciones económicas supranacionales como el FMI.
Cuando estos hombres con poder real creen que confrontan una amenaza relevante desde abajo, toman decisiones excepcionales que convierten la lucha ideológica y política clasista en una especie de guerra de clases, puesta en marcha cuando la amenaza afecta a pilares fundamentales del sistema. Miliband pone el ejemplo de Chile, que había conocido la lucha de clases en el marco de las democracias capitalistas; con la llegada de Allende las fuerzas conservadoras convirtieron la lucha de clases en guerra de clases. Para ilustrar el apoyo que los golpistas tuvieron en el exterior, trae a colación una editorial del diario The Times en el que se llegaba a decir que las circunstancias eran tales que un militar razonable podría haber pensado de buena fe que su deber constitucional era intervenir. Una vez más se repitió en Gran Bretaña algo similar a lo visto con Hitler en Alemania (Rodríguez Prieto, 2017).
Miliband defendió que la democracia capitalista es una contradicción en términos y abogó por una democracia socialista basada en tres principios: democracia, igualdad y cooperación. Detectó tres argumentos recursivos de los inmovilistas: (i) el ingenuo optimismo de los activistas respecto a las capacidades humanas para autoorganizarse y cooperar; (ii) la “ley de hierro de las oligarquías” de Michels, y (iii) el problema ecológico. Respecto al primero, observó que las grandes carnicerías nunca han sido resultado de una acción puramente espontánea desde abajo. La falsa noción de “todos somos culpables” enmascara la realidad. Han sido las minorías gobernantes las que han diseñado y organizado matanzas masivas. Respecto al mecanismo de Michels (véase Ensamblajes socio-técnicos y complejidad social), respondió que el socialismo aspira a que el poder se distribuya con el fin de generar un genuino autogobierno, mientras que son las teorías elitistas las que niegan esta posibilidad. Si los ciudadanos son más iguales y más conscientes de sus derechos, es más complicada la oligarquización. Respecto al agotamiento ecológico del planeta, duda que los problemas medioambientales puedan ser resueltos en un contexto capitalista. El socialismo propondría atacar el problema ecológico de raíz, al no estar condicionado al crecimiento continuo del capital, el consumo y los beneficios. La evidencia de las últimas décadas de lucha contra el cambio climático parece dar la razón a Miliband.
Considera que algunos elementos del liberalismo –principio de legalidad, la separación de poderes el pluralismo político, la sociedad civil activa– deberían mantenerse en una democracia sin capitalismo. La democracia socialista censuraría cualquier proceso de culto a la personalidad y fomentaría la devolución de responsabilidad en la gestión de los asuntos públicos, a las organizaciones de base. En fábricas, oficinas y lugares de trabajo se apostaría por un control sustentado en la participación y gestión activas de los trabajadores que se encuentran en ellas. Para la democratización de la producción, las nacionalizaciones pueden ser uno de los instrumentos, pero no el único. Una economía socializada constaría del sector público, sector cooperativo en expansión y sector de propiedad privada compuesto principalmente por pymes; pero no admitiría legalmente grandes corporaciones privadas.
En el próximo artículo comentaremos las propuestas más recientes del socialismo democrático en una situación global que se caracteriza por la ofensiva neo-liberal en la economía, la crisis climática, la proximidad del cénit del petróleo y los combustibles fósiles, y la proximidad de varios límites biofísicos y ecológicos planetarios.
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Un comentario sobre “El anticapitalismo democrático durante el siglo XX”