Qué nos enseñan los tangos sobre el saber

Este post resume un trabajo publicado hace unos años (García-Olivares 2003) en el que utilizaba el análisis metafórico para identificar qué nos dicen los tangos sobre el saber. En dos próximos posts resumiré otros dos trabajos en los que exploraba qué nos enseñan las letras de los tangos sobre la vida y sobre el amor, respectivamente.

El trabajo es parte de una línea de investigación en la que analicé las principales metáforas que utiliza el tango en sus letras, y también los principales conceptos que nos propone, sin olvidar el origen metafórico que cualquier concepto tiene. El objetivo era investigar si la filosofía subyacente a esa forma de expresión, posee rasgos identificables y diferenciables de las creencias y saberes que poseen otros grupos sociales, y hasta qué punto tales rasgos pueden explicarse mediante la situación social del grupo social que los creó.

La importancia de la metáfora como uno de los mecanismos principales de creación de significado ha sido analizada en Las metáforas y la construcción imaginaria de la realidad. De ahí que si queremos entender qué es lo que un grupo social cree incluso sin ser consciente de ello, lo mejor es ir directamente a encontrar las metáforas que utiliza para describir el mundo. Como tales metáforas son parte de las que nosotros mismos utilizamos, la investigación es también útil para entender qué es lo que nosotros mismos creemos sobre un tema, y cómo está estructurado nuestro conocimiento del mundo y el de nuestra propia cultura.

En un bonito artículo, Maribel Moreno y Emmánuel Lizcano (1998) decían que cada forma de decir incorpora una reflexión sobre el propio modo de saber y sobre lo que lo diferencia de otros modos de saber, y que, en este sentido, podía hablarse de una epistemología flamenca. En el mismo sentido, cabe hablar de una epistemología de lo que Ramón Gómez de la Serna llamaba los cantes desgarrados (Gómez de la Serna 2001, p. 25): el flamenco, el fado y el tango. Cada uno de estos cantes expresan un modo de vivir, una manera de saber y una indagación sobre ese saber y sobre su especificidad.

En la misma línea que los citados autores, nos propusimos el análisis sistemático de las metáforas y conceptos que utiliza otro de los más populares cantes desgarrados, el tango. Para ello, se prestó especial atención a las metáforas que los tangos conocidos utilizan para hablar de: (i) la vida, (ii) el amor, (iii) el mundo y la sociedad, (iv) la persona y el yo, (v) el saber y el conocimiento, (vi) el comportamiento ético y el reprobable y (vii) el propio tango.

Con esta finalidad, leí las letras de los 6.984 tangos que estaban recogidos en orden alfabético (en 2003) en el servidor web Gardel (antes en http://argentina.informatik.uni-muenchen.de/argentina.html; hoy una web similar puede encontrarse en Todo Tango). Se han analizado aquellos tangos escritos en castellano, lunfardo, francés e inglés. Para la traducción de los términos lunfardos se ha utilizado el diccionario de José Gobello e Irene Amuchástegui (1998). Aparecen también, esporádicamente, tangos escritos en alemán, finlandés, japonés e incluso samoano.

De estos 6.984 tangos, se han encontrado 946 que contienen metáforas pertenecientes a al menos alguna de las siete clases mencionadas: 304 sobre la vida, 227 sobre el amor, 175 sobre el mundo y la sociedad, 31 sobre la persona y el yo, 32 sobre el saber y el conocimiento, 86 sobre el comportamiento irreprochable o justificable, y 90 sobre el propio tango. Esta partición es únicamente ilustrativa, pues muchos de los tangos tratan varios de los temas mencionados anteriormente. Por ello, a los 32 tangos seleccionados que tienen por tema central el saber, habría que añadir otros tantos que también hablan del saber como tema no primario, y finalmente habría que añadir los varios centenares de tangos que hablan indirectamente o implícitamente del saber, dentro de otros contextos.

La mayoría de los tangos no seleccionados (6 de cada 7 existentes) tienen un contenido descriptivo de situaciones particulares que no son generalizables de manera evidente, y por ello no son relevantes al tema que estamos analizando.

La mayoría de las metáforas de los tangos, tanto en los tangos seleccionados como en los no seleccionados, son principalmente metáforas muertas, esto es, metáforas que, debido a su propio éxito y a su uso reiterado, han sido ya asimiladas como un tropo del lenguaje; las metáforas vivas suelen proceder de algún escritor, un letrista particular, o un grupo pequeño, y aún no se han generalizado entre todos los hablantes. Sin embargo, tanto una metáfora muerta como una metáfora viva pueden proporcionar información filosóficamente útil sobre el tema que analizamos.

La mayoría de las metáforas encontradas no proporcionaban información útil filosóficamente sino sólo información sobre estados particulares de los actores y circunstancias cotidianas poco generalizables, como es el caso, por ejemplo, de las metáforas contenidas en las frases siguientes: “me duele el corazón”, “adiós dijiste y me dejaste con mi mal de amor”, “por ti, mi vida, me muero yo”, “tu boca de rubí acallará mis dolores”, “qué triste es vivir cuando el corazón se queda tan solo, sin ilusión”, etc. La mayor parte de los tangos no seleccionados hablan de temas amorosos.

El objeto del primer trabajo fue analizar las principales metáforas y conceptos que utilizan las letras de tango para hablar del saber, el conocer y el conocimiento, y comparar dichas metáforas con las que Moreno y Lizcano (1998) han encontrado en el cante flamenco en una línea de investigación similar.

De todas las formas de análisis metafórico posibles, en estos trabajos utilizamos la que consiste en fijar un término o tema, en nuestro caso, el saber o el conocer, y buscar todos los sujetos metafóricos que el tango utiliza para describir dicho tema o término.

Una primera impresión que surge tras la lectura de los tangos existentes es la de que el conjunto parece constituir una especie de rememoración vital colectiva de esos grupos de inmigrantes y desarraigados que convergieron llenos de ilusiones en los márgenes del Rio de la Plata. Un narración de cómo sus esperanzas se fueron viendo frustradas, y de las posibles causas de sus fracasos. En El tango y sus orígenes analizábamos la historia de esas oleadas de inmigrantes que convergieron con los ex-esclavos y habitantes de la Pampa en el Río de la Plata, y cuya interacción produjo el tango bailado y el tango canción. También encontramos en estas letras una descripción cruda y nada idealizada de toda la comedia humana en general, de la complejidad que tienen los sentimientos humanos, en especial el amor, e incluso de la naturaleza de las cosas.

Estos contenidos, son proclamados además sin ninguna concesión a las mixtificaciones o falsos consuelos, y en una forma extremadamente condensada que es completamente característica del tango.

¿Qué nos dicen los tangos sobre el saber y el conocimiento?

Para este análisis, seleccionamos 75 tangos. De ellos, 37 hablan explícitamente del saber o el conocer, y 38 hablan de la forma de conocer característica del tango. Estos tangos se pueden clasificar de acuerdo con los principales contenidos que expresan, dentro de las categorías de contenidos metafóricos que se enuncian en los apartados siguientes. Identificaremos en negrita el concepto o la metáfora principal y a continuación algún ejemplo. Para un conjunto más completo de ejemplos se puede consultar el artículo publicado.

La verdad es un producto de la experiencia personal. La verdad es un producto de la observación directa y personal de las cosas.

He vivido intensamente y (…) he aprendido.

Son mis consejos, sabios y puros, de mi experiencia los frutos son.

A fuerza de golpes se aprende a vivir (…) también en la vida aprendí a reir.

(Es) muy mío lo que sé de haber sufrido.

Dale gracias a la gambeta[1] que apañaste en la experiencia, y a la astucia de hombre sabio si hoy cargás mucho parné.

[1]Gambeta: Puede referirse al billete de «media gamba» o 50 pesos.

Los libros enseñan, pero hay muchas cosas que andando en la calle las vas a aprender.

Mi maestra fue la calle, sabia y dura consejera.

La calle a mí me enseñó, todo cuanto yo presiento.

Buenos-Aires.-Ninos-en-la-calle-principios-del-siglo-XX

Niños en una calle de Buenos Aires a principios del siglo XX.

De las cosas que la vida me enseñó, a los tropezones aprendí, que los varones no nacieron pa’ soñar.

Vos sabés que (…) puedo darte consejos, pues la vida me ha enseñado lo que es bien y lo que es mal.

Estudia la biblia santa de esta vida tan fulera, percátate de su ciencia y gana la soledad.

¿Quien me enseñó (…) si en la panza de mamá no había ni escuela ni pizarrón? (…) Si me crié entre doctores de reja y pico pala y pastón (…) Lástima que no entienda de lengua fina pa ser señor (…) Sé que soy hueso y carne, alma y conciencia, pueblo y sudor, con eso ya me alcanza, pa’ ser un bruto que alza la voz, sin mas motivo que la razón del que no quiere ser chicharrón

La verdad es construída. La verdad es múltiple. La realidad es una perspectiva o forma de mirar.

La vida es pura mentira, hay que buscar la verdad.

No me pidas más definiciones claras, si no las hay (…) yo no sé lo del bien, lo del mal, cuando empieza o va a terminar. Negro o blanco, si todo es igual, no preguntes, no puedo pensar (…) No tengo coraje, para estar buscando tu verdad.

Rayao pero sin malicia, la cinchó por ver justicia y amor de nuevo en el mundo, quiso la paz, fue profundo el fruto de su sesera, con su verdad (…) cuando acechaba que falsa, la realidad, tan fulera (…) y se murió de amargura (…) La cordura de aquel loco nos alivió la cinchada.

No venga a tasarme el campo, con ojos de forastero, porque no es como aparenta, sino como yo lo siento.

En todo, siempre el color es del cristal con que se mira… La vida es toda ilusión y un prisma es el corazón.

El duende de las risas, camina a su costado, del otro lado un ángel, que no sonrió jamás.

Dos perspectivas

Se puede mirar al mundo con la máscara de las risas o con la que no sonríe jamás

La vida es corta y hay que vivirla, dejando a un lado, la realidad.

Frenáme este absurdo girar en la noria, moliendo una cosa que llaman «verdad». Contáme una historia (…) que invite a soñar (…) Mentíme al oído la fábula dulce de un mundo querido, soñado y mejor… Abríme una puerta por donde se escape, la fiebre del alma, que huele a dolor (…) Contáme una historia con gusto a otra cosa, y en la piel del alma ponéme un disfraz.

(El vivir como bohemio) es peor, pero más bello, que ponerle a todo el sello: moneda de curso legal.

Yo sueño cosas de niños, (…) juegos que cambien el juego moral de la humanidad (…) (Sueño) con gente (…) que sepa abrir la puerta pa’ jugar de igual a igual (…) trabajo y no dejo de pensar, que el sueño que yo he soñado, puede ser la realidad.

Hay realidades que pueden ser creadas y descubiertas por los que se niegan a creer que todo tiene que ser como es. Y para verlas, hay que iluminar al mundo con una luz alternativa (de Vivamos muchachos):

Atrás de la muerte no hay nada que ver, se derrumba el mundo de farsa y ceniza (…) Si el sol no nos alcanza, inventemos otro sol, (…) detrás de la mentira hay un pibe que nos mira, y un mundo que es mejor (…) Celebremos pronto la luz que ya empieza (…) subamos al cielo de los que creyeron.

En línea con todo lo afirmado en los tangos que recoge este apartado, podríamos decir que la epistemología popular del tango no es el clásico realismo dominante en la filosofía de la ciencia clásica, sin caer tampoco en el iluminismo característico de las epistemologías religiosas occidentales.

Todas las ciencias fracasan ante ciertos temas, como los sentimientos.

La vida es una ciencia muy difícil de estudiar … Al sentir una pasión, esa ciencia se oscurece y la vida se parece al corazón, algo que no tiene solución.

Son cosas … que nunca la ciencia explica, sólo el amor purifica, el fango del callejón.

Y por otra parte, hay en la vida misterios de los que nunca podrá saberse la verdad, como el porqué del amor de un pájaro a sus polluelos: Misterio profundo, que tiene la vida, nadie sabrá nunca cuál es la verdad. Quién nació primero … es una pregunta que nadie sabrá.

Amor maternal

(La vida) es un raro misterio infinito que cae de los cielos.

Hay otros saberes distintos del saber académico. Hay saberes más importantes que los de las ciencias positivas.

Vamos ché, decidíte a ser feliz … pinchá tu nube de filosofía, ¡llená tus venas de niebla y hollín! Descendé de la azotea, la vida no vuelve atrás, sácale … la bibliomanía, … son los años y no la universidad, los que otorgan el diploma de doctor, los que me hacen más sabio que tu ley.(…) No insistas en creer que sos rey en tu castillo de cristal, la armadura es muy pesada de llevar, yo no sé cómo podés quedarte atrás.

Dedícale alguna estrofa al borracho y su amistad, y no vayas a olvidarte que en lugar de tanto verso, cuántas veces el silencio es la voz de la verdad. (…) No se olvide de arrimarse al veterano, de escuchar la rebeldía de negarse a obedecer.

El hombre más inferior, siempre nos da una lección.

Pa’ consultar a los turbios apóstoles del café, que allí tu verdad saqué, de las mentiras del truco.

Cafetín de Buenos Aires, sos lo único en la vida, que se pareció a mi vieja. En tu mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas, yo aprendí filosofía … y la poesía cruel, de no pensar más en mi.

Yo simplemente te agradezco las poesías, que la escuela de tus noches enseñaron a mis días.

El avance de la ciencia, tan fría y calculadora, máquinas computadoras… matemática infernal, el censo del universo (…) te deja un interrogante muy difícil de explicar. Da penas ver que este mundo se va deshumanizando… pero vos tenés conciencia de tus principios morales, (…) vos sabés que sos el dueño, de tu valor, tu vergüenza.

El dólar que sube o el mango que baja, es para este tipo difícil problema, y yo le sostengo, poeta terraja, que lo más difícil es hacer un poema.

Raimundo Arruda Sobrinho

Raimundo Arruda Sobrinho, un poeta y filósofo vagabundo

 

El conocimiento debe ser útil y aplicado, no abstracto y engolado.

Algebrista te volviste refinado hasta la esencia, oligarca de la ciencia, matemático bacán[2] … Pero puede que algún día … tanta cáscara aburrida te llegue a cansar al fin. Y añores tal vez el día que sin álgebras abstractas, y con dos cifras exactas, te sentías tan feliz.

Además, en la forma humana de conocer, todo son interpretaciones, y no evidencias claras. Y las cosas no pueden ser desveladas sin más, en su ser verdadero:

En la humana comprensión, … germina en todo la duda según la interpretación. Las cosas son y no son, por ley de su propio ser…

Y, en consecuencia, defiende el uso humano de la lógica difusa, en lugar de la impracticable lógica bivaluada del «verdadero» o «falso»:

Cuando se anhela romper, el complicado artificio, de lo real y lo ficticio, se antepone el puede ser, se promedia el suponer. Entre mentira y verdad, por razón de afinidad, entre la sombra y la luz, surge también el capuz, que es sombra de claridad.

[2]Bacán: En lunfardo, persona acomodada.

¿Cómo define el tango su propia forma de conocer?

Coherente con su origen social, el tango es un saber escrito por los perdedores y que los perdedores entonan para no llorar, como sugiere Pau (2001, pp. 12 y 89) y la Milonga Sentimental, de Carlos Gardel. O, como decía Enrique Santos Discépolo, “un pensamiento triste que se baila”. Se puede decir que es una de los pocos saberes no escritos por ganadores. Y, consistente con la especial dureza que tiene la realidad para los de abajo, trata de no edulcorar esa realidad: Amo el tango porque me habla francamente … me muestra lo que soy … encarna mi pasión. Pero, además de describir sin edulcorar, es un conocer que se apiada del dolor: El duende de tu son … se apiada del dolor de los demás.

Coherente con su escepticismo ante las verdades oficiales y universales, el saber del tango es indiferente a las calificaciones morales religiosas, y se limita a contar, tristemente, lo que hacen los hombres, sin darle adjetivos de bueno o malo: En la milonga hubo un barullo, yace tirada la tal mujer, junto a su flanco solloza un mozo, pero sus lágrimas no osan caer … Cuarenta entradas: alias “Araña” tiene en su hampa su religión, mientras historia la roja azaña, la angustia triste del bandoneón.

En coherencia con la afirmación de que el saber más valioso es el obtenido personal y subjetivamente, se ensalza la forma de conocer del tango: Mezcla brava de pasión y pensamiento, … que se toca con pudor de carcajada en un entierro, y que además tiene un componente antropológico: y que es un fresco y … comedia humana, y es un saber que se cuenta: con la media luz ritual.

Coherente con la metáfora del saber personal y corporizado, muchos tangos definen el saber del tango como un saber que habla, no sólo a la cabeza, sino al corazón: (El tango es) una música que piensa y que no tiene defensa cuando tira al corazón. O: Siempre corté por lo sano, derechito al corazón … yo me llamo “no te achiques” … soy el tango compadrón que no nació pa’ los bobos.

Coherente también con la metáfora del saber valioso como saber práctico y aplicado, la murga Retirada, Falta y Resto, de Raúl Castro, proclama: La murga es viento de voces que te impulsa hacia delante. Un verso que surge claro y que queda entre la gente, es mucho más importante que un cantar grandilocuente.

Coherente asimismo con lo concreto y poco abstracto del saber tanguero, se define el tango como: Música rara, que se acompaña con el cuerpo, y con los labios y con los dientes, como si se mascara … Por entre la cadencia de tu música, yo palpo la dureza viva del arrabal, y un tango termina diciendo: (Tango), que a pesar de bailarse con todas las ganas, se baila como sin ganas…

 El tango proclama también frecuentemente como propio de su decir, los ambientes misteriosos y en penumbra. Por ejemplo:

Canción de tarde gris, en las penumbras de mi corazón.

Este tango a media luz.

Barrio de tango, luna y misterio.

tango a media luz

O la comparción del tango con un farol que emite su propia y tenue luz y que se queja de la excesiva luminosidad del día: El tango es … farol en la noche con luz y con sombra, que se pone triste al amanecer.

Por otra parte, los aposentos sombríos son las aulas sagradas del tango: Mientras suene … un tango …en algún calabozo, o en bulines[3] sombríos … porque esas son las aulas sagradas del gotán[4].

Finalmente, aunque el conocimiento más valioso es el personal, hay experiencias, sentimientos y actitudes que compartimos todos los humanos, y de ellas habla también el tango: Uno se ve uno … y por más que abraza, los otros no están. Porque cada uno se quema en su brasa, y acaso cantando los ha de encontrar … Uno sabe que cantando es más que uno … y en el canto está el misterio que a ninguno, le parece que es ajeno, y sabe bien.

[3] Bulín: Aposento, en lunfardo.

[4] Gotán: Tango. La inversión silábica era de uso habitual cuando no existía ningún término específico en el lunfardo.

Una comparación con el flamenco.

Si comparamos los resultados de este análisis con los que Moreno y Lizcano (1998) obtuvieron en su análisis del flamenco, observaremos que la concepción que tiene el tango sobre el saber es notablemente concordante con la que tiene el flamenco en la mayoría de los puntos que comentan estos autores. Así: Numerosos cantes hablan del saber como fruto de la experiencia concreta, en contraposición a un saber entendido como adquisición de un cuerpo elaborado de contenidos formales específicos. Así, en la copla popular que canta Carmen Linares por soleá: Presumes que eres la ciencia / y yo no comprendo así / por qué siendo tú la ciencia / no me has comprendido a mí.

Pedro Heredia-Cante Hondo

El cantaor gitano Pedro Heredia, «el granaíno»

Obsérvese que el concepto metafórico citado es uno de los conceptos centrales en la visión que los tangos tienen sobre el conocimiento.

Además: (Esta copla denuncia) la incapacidad de esa forma de saber –el de la ciencia- para comprender lo concreto y singular: el “mí”. El conocimiento pues, antes que un conjunto de respuestas prefabricadas es un … hallazgo personal. Obsérvese que, de nuevo, muchos tangos expresan exactamente lo mismo.

Continuemos: Observamos cómo, además, al ser el saber un hallazgo, y no un conjunto de contenidos, no cabe otro maestro que la propia experiencia, es decir, el tiempo: es el tiempo el que enseña … El tiempo y el desengaño / son dos amigos leales / Que despiertan al que duerme / y enseñan al que no sabe.

 Observemos que los tangos dicen lo mismo, aunque hablan más frecuentemente de la vida, el barrio, la calle, el café, los propios tangos y otras experiencias que se dan en el tiempo, más que del tiempo en abstracto. El concepto de saber como des-engañarse aparece también ampliamente para hablar de las enseñanzas que da la vida (para un análisis de las numerosas metáforas que usa el tango para hablar de la vida, véase García-Olivares, 2004).

Moreno y Lizcano citan además el siguiente cante, para demostar que el concepto de “verdad” está en las antípodas de la metáfora moderna de la verdad como representación: Quisiera yo renegar / de este mundo por entero. / Volver de nuevo a habitar … por ver si en un mundo nuevo / encontraba más verdad.

No solamente encontramos equivalentes de esta actitud en algunos tangos, sino que, como hemos visto, muchos tangos detallan mucho más la idea, al afirmar de varios modos que la realidad es, al menos en parte, construcción de los propios sujetos. Y continúan Moreno y Lizcano: Para estas peteneras populares, la verdad no se define en términos de ajustar los enunciados a esos hechos que la modernidad sacraliza; bien al contrario, si los hechos (“este mundo”) están mal hechos, se cambian por otros que sean “más verdad” y conformen un mundo más “habitable”. Obsérvese la concordancia con lo expresado por el tango Vivamos muchachos, y otros varios que analizamos anteriormente.

Citan también Moreno y Lizcano el cante: De los sabios de este mundo / a aquel que supiera más / mételo tu en el querer / lo verás prevericar, en el que se sugiere que el saber, considerado como contenido, es muy poco valioso en cuestiones de sentimientos y amores, frente al saber considerado como actividad o hallazgo. Ya hemos visto, en un apartado anterior, que exactamente el mismo concepto aparece en muchos tangos.

Finalmente, Moreno y Lizcano mencionan que en el flamenco parece latir una concepción del saber como penumbra, una forma de saber que las luces del saber culto -¿el saber payo?- necesariamente opacan. Obsérvese la notable coincidencia con lo que hemos comentado en el último subapartado del apartado anterior en relación con los ambientes de penumbra y misteriosos que son afines al tango, según sus propias letras. Conviene añadir sin embargo, que en el caso del tango, en muchos casos la necesidad de la penumbra deriva de la actitud baudeleriana que recomiendan muchos tangos como solución contra la fealdad y dureza de la vida (García-Olivares, 2003): La realidad puede ser en gran parte construída, dicen numerosas letras, y añaden otras: es conveniente crearse burbujas de cristal particulares que nos protejan de la arbitrariedad del mundo. Uno de los paraísos artificiales citados es la embriaguez del amor. Pero tales burbujas de cristal son muy frágiles, como muestran muchos tangos, y hay que tratarlas con suma delicadeza, apartándolas en lo posible de la violencia y la brutalidad del mundo, y esta idea aparece en muchos casos asociada a los ambientes a media luz y ligeramente apartados.

Pero las propuestas metafóricas que hace el tango en relación al saber y la verdad van más lejos aún, generando una epistemología popular que nada tiene que ver con el iluminismo representacionista característico de la filosofía clásica de la ciencia, ni tampoco con las epistemologías religiosas. Esta epistemología se podría resumir del modo siguiente:

La verdad valiosa, la verdad que importa, es un producto de la observación directa de las cosas y de la propia experimentación personal. El saber que importa, habla no sólo a la cabeza, sino también a los sentimientos. Este saber es transmisible hasta cierto punto, y ello constituye una alternativa a las ciencias positivas del contenido (o de el censo del universo). Hacer ciencia positiva no es más difícil que hacer saberes subjetivos experienciales, y sí es más aburrido, pedante y vacuo. La realidad es una perspectiva. La verdad es una construcción del sujeto, y por lo tanto, es múltiple. Las cosas del mundo son ambiguas y ambivalentes y esta naturaleza es compartida por el sujeto. La verdad obtenida por el sujeto es y debe ser borrosa y ambigua, como lo es el mundo. La vida hay que vivirla construyendo una realidad a la medida de uno. Sólo cuando haces esto, es cuando la verdad te ilumina. Y sabemos que lo que creemos es la verdad, por su belleza. Cuando usamos esta luz nuestra para iluminar también a las cosas del mundo, en sustitución de la luz habitual que tienen, empezamos a ver otras realidades distintas. Pero en cualquier caso, todas las ciencias y saberes fracasan ante ciertos temas, como los sentimientos y el porqué del mundo y de la vida.

Sería interesante saber si un análisis más exhaustivo de las muchas formas que existen del cante flamenco, nos permitiría encontrar aún mayores paralelismos metáforicos que los ya apuntados, entre estas dos formas tan destacadas del cantar popular desgarrado.

En cualquier caso, es notable la desconfianza que manifiestan ambas filosofías populares hacia los saberes institucionalizados, así como ante la actitud de delegar fuera de uno mismo la obtención del conocimiento. Esta actitud podría ser coherente con la forma como los grupos socialmente más débiles y marginales experimentan y corporizan su experiencia de la vida social.

Por otra parte, el énfasis de ambas en los sentimientos y en la propia expresión, las coloca más cerca del expresivismo romántico que del racionalismo cristiano y cartesiano (véase Tensión entre las dos formas occidentales de conocer el mundo, para una discusión más detallada de este punto). Ello podría estar relacionado de nuevo con la situación social de los grupos marginales de los que proceden ambos cantes: como se ve en los orígenes sociales del movimiento romántico, los grupos sociales que supieron beneficiarse del racionalismo ilustrado, tendieron siempre a identificarse con filosofías racionalistas, mientras que aquellos que se sintieron olvidados por el racionalismo ilustrado, tanto nobles desclasados como clases inferiores, tendieron a identificarse más con filosofías expresivistas e individualistas de tipo romántico.

Pero lo más sorprendente son los rasgos pragmatistas y constructivistas que manifiestan ambos tipos de cante. Estos rasgos alinean a ambos saberes muy cerca de filosofías de la ciencia contemporáneas y muy lejos de las clásicas versiones objetivistas de la ciencia, así como de las filosofías de herencia platónica propia de las religiones dominantes en los grupos sociales más favorecidos.

 

Referencias

García-Olivares A. 2003. La filosofía de los cantes desgarrados: una epistemología popular. Acciones e Investigaciones Sociales 17, pp. 215-238.

García-Olivares A. 2004. Metáforas del saber popular (II): La filosofía de la vida en el tango. Acciones e Investigaciones Sociales 19, pp. 163-197.

Gómez de la Serna, Ramón (2001), Interpretación del tango. Ediciones de la Tierra, Madrid.

Gobello, José e Irene Amuchástegui (1998), Vocabulario ideológico del lunfardo, Corregidor, Buenos Aires.

Lizcano, E. (1998), La metáfora como analizador social, Revista Empiria, 2 (1999), p. 29-60. UNED, Madrid.

Moreno, Maribel y Emmánuel Lizcano (1998), Tientos para una epistemología flamenca. Metáforas del saber en el cante. Revista Archipiélago, Nº 32, p. 75-81.

Pau, Antonio (2001), Música y poesía del tango. Ed. Trotta, Madrid.

El tango y sus orígenes

El tango es un género musical y una danza, originado en la región del Río de la Plata a finales del siglo XIX. Se baila en pareja enlazada (leader y follower), con iniciación del movimiento por parte del leader y respuesta inmediata por parte del follower. En el reciente tango queer, leader y follower pueden intercambiar sus roles en diferentes canciones de una tanda de baile, o incluso dentro de una misma canción.

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Pareja de mujeres bailando tango en una postal de 1920

En 1957, el historiador Ricardo Rodríguez Molas investigó los lenguajes de los esclavos llevados a la Argentina, principalmente pertenecientes a etnias del Congo, el golfo de Guinea y el sur de Sudán,​ y descubrió la existencia de la palabra «tango» para referirse a los «lugares de reunión», utilizada tanto en África, como en la América colonial. Cita una denuncia de 1789, realizada por Manuel Warnes (entonces funcionario del cabildo de Buenos Aires), en la que se usa la palabra «tango» para referirse a las reuniones bailables de los esclavos:

«No permitan semejantes bailes y juntas las del tango, porque en ellas no se trata sino del robo y de la intranquilidad para vivir los negros con libertad y sacudir el yugo de la esclavitud».

En Uruguay, aparecen otras referencias similares:

«Sobre tambos, bailes de negros. Que respecto a los bailes de negros, son por todos motivos perjudiciales se prohivan absolutamente, dentro y fuera de la Ciudad, y que se imponga al que contrabenga el castigo de un mes á las obras públicas.» (Resolución del Cabildo de Montevideo de común acuerdo con el gobernador Francisco Javier Elío del 26 de septiembre de 1807).

En el virreinato del Río de la Plata, los términos «tango» y «tambo», se utilizaron como sinónimos, para referirse a los lugares en que bailaban los negros. Al comparar tango y tambo, Blas Matamoro afirma que ambas son onomatopeyas del tam-tam o candombe utilizado en los bailes negros. Más aún, en dialecto bozal la expresión era «tocá tango» o «tocá tambó» (toca el tambor) para iniciar el baile.

El compás del tango

El pulso es la unidad temporal básica (aun así sub-divisible) de una obra musical. Cuando un oyente da golpes con el pie al escuchar una obra musical, esos golpes son pulsos. El pulso es el orden repetitivo más ordenado donde se reconocen unidades rítmicas en una obra musical. Se le llama así porque es como una pulsación que recorre la obra. Para que el pulso pueda ser oído como denominador común, las longitudes de las notas individuales generalmente serán múltiplos o subdivisiones exactas (como la mitad o el doble de la duración del pulso).

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Los compases se forman acentuando (con algún instrumento) el primer pulso o tiempo de una serie de dos o más, de modo que se agrupen en un patrón: por ejemplo; UNO dos, UNO dos… (compás binario); o bien: UNO dos tres, UNO dos tres… (compás ternario).

El compás habitual en sus inicios era el dos por cuatro (2/4), que aparecía frecuentemente en las polkas. El numerador 2 indica que el compás se divide en dos partes y el denominador 4 indica por convención que en cada una de esas partes hay una negra (1/4 de redonda). Por lo tanto en todo el compás entran dos negras. Si el compás es de 4/8 esto significa que existen cuatro fracciones del compás y el 8 del denominador significa que cada una de estas fracciones ocupa una corchea (1/8 de redonda). En muchos casos el compás anotado como 2/4 en el tango es en realidad un 4/8, y en este caso la equivalencia con el 4/4 es total, pues ambos tipos de compás suenan casi exactamente igual. Posteriormente, con Astor Piazzolla se comenzó a utilizar en el tango una subdivisión totalmente distinta del compás binario (ya sea de 2/4 o de 4/4), que es el famoso 3+3+2 (léase «tres más tres más dos» o «tres tres dos»). Esto no es otra cosa que la reagrupación de las ocho corcheas de un compás de 4/4 en tres grupos de 3, 3 y 2 corcheas respectivamente. (Este «marcado en 332» es otra de las formas fundamentales del acompañamiento tanguero). Esta coexistencia de subdivisiones (binario vs. ternario) genera una tensión dinámica que inyecta cierto desequilibrio en la métrica tanguera, y también cierta tensión creativa (véase Los compases del tango).

Las oleadas migratorias europeas al Río de la Plata

El origen social del tango está íntimamente ligado a la enorme ola inmigratoria que alcanzó a Argentina entre mediados del siglo XIX y principios del siglo XX (Luis Labraña y Ana Sebatián, Tango, una historia). Como indica Rafael Flores (en Gomez de la Serna, 2001, Introducción) en esas fechas, Argentina estaba situada entre los diez países económicamente más prometedores del mundo, compartiendo con EEUU el liderazgo como país receptor de inmigrantes. Muchos de estos inmigrantes llenos de esperanzas querían hacerse ricos en América para volver a continuación indianos a sus pueblos.

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La inmigración, fomentada inicialmente por los primeros gobiernos liberales, fue efectivamente masiva, haciendo que la población de Buenos Aires pasara de un 9% de extranjeros en 1857 al 37% en 1869 y a más del 50% en 1887 (Labraña y Sebastián,  1992, p. 12). Sobre un total de 33.804 casas, existían 2.835 conventillos, antiguos caserones coloniales en los que se alojaba el 28% de la población (Obra citada, p. 13). En esas casas multifamiliares convivieron con ex-esclavos negros y con los compadres, generalmente ex-soldados y gauchos pobres llegados a la ciudad en busca de trabajo (Flores, 2000). Esas casas aparecen en las letras de muchos tangos. En ellas los inmigrantes convivieron con ex-esclavos negros y con los compadres, generalmente ex-soldados y gauchos pobres llegados a la ciudad en busca de trabajo.

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Foto de un conventillo en 1903

Gran parte de las ambiciones de esta mezcla de gentes que se acumulaban en los barrios periféricos de Buenos Aires se fueron viendo paulatinamente frustradas en las décadas siguientes, pues mientras EEUU continuaba su ascenso económico, Argentina en cambio no ha dejado de sufrir crisis tras crisis desde entonces, y a principios del siglo XXI perdía más población que la que recibía.

En palabras del tango Vientos del 80, de Tavera y Juárez: País, país (…) Viejo granero de la paz y del trabajo, (…) ¿Cómo hicimos para hundirnos tan abajo? (…) ¿Cuánta culpa pagará la juventud? (…) ¿Qué le espera en la quimera de crecer, al que antes de nacer lo cargan con la cruz? (…) ¿Qué hago con mis sueños, mi derecho de vivir, y estas ganas de quedarme aquí? La nostalgia de haber abandonado Europa para acabar viviendo peor que en los pueblos de origen, se trasluce en muchos de los tangos de las primeras décadas del siglo XX.

¿Donde está la clave de ese enorme contraste que hubo entre la evolución socio-económica de Argentina y la que tuvo lugar en EEUU? Muchos autores hablan del latifundismo. Las promesas iniciales de repartos de tierra por parte del gobierno nunca se llevaron a la práctica y el latifundismo de Argentina siguió siendo uno de los más extremos del mundo.

Como dice Keen (1989), el latifundio argentino procedía de la época colonial, pero fue consolidado los años posteriores a la independencia por una imprudente donación de suelos públicos a clientes políticos, y por sistemas legales que pusieron a los trabajadores del campo en situación de dependencia económica permanente del patrón.

«En ese sistema de tenencia no hubo sitio para el crecimiento de una clase media propietaria como la que apareció en los Estados Unidos antes de 1850″. A diferencia de EEUU, cuyo capitalismo creó una activa movilidad social, en el sur de América la existencia de una monolítica oligarquía terrateniente, levantó barreras infranqueables al ascenso social.»

Otro proceso que cooperó en la misma dirección fue la política librecambista de los terratenientes argentinos, que controlaban en gran parte la política, y a veces la composición, de los gobiernos argentinos. Como escribe R. Flores (2000, p. 52):

«Hay que señalar que su desarrollo estructural (del Río de la Plata) estuvo decidido por el proyecto agroexportador: una función fija respecto a la división internacional del trabajo. En ambas repúblicas rioplatenses, después de la guerra contra el industrialista Paraguay y las masacres de los representantes de la pequeña industria del interior argentino, triunfó el proyecto librecambista. Proyecto esencialmente opuesto al proteccionismo que, desde la Guerra de Secesión, dio la prosperidad industrial a Estados Unidos. En el Río de la Plata triunfaron los sureños. Traían consigo medidas muy avanzadas en cuanto a derechos para los inmigrantes, educación obligatoria y gratuita. Sin embargo, resultaron inaplicables por las flagrantes desigualdades económicas. A diferencia del desarrollo norteamericano, cuyo capitalismo dinámico creó una activa movilidad social, en el sur de América, la existencia de una monolítica oligarquía terrateniente, levantó barreras poco menos que infranqueables al ascenso social.»

Esa política contrasta con el proteccionismo de EEUU en sus orígenes. Estados Unidos, cuando fue pobre, trató de fomentar la producción industrial  interior mediante el proteccionismo y, cuando tras la II Guerra Mundial se volvió un país rico, trató de convencer al resto del mundo de que el libre cambio era lo mejor para todos. En cambio, la élite terrateniente argentina del siglo XIX no necesitaba fomentar la industrialización local para enriquecerse como clase social: le bastaba con mantener su librecambismo exportador de carne y cereales hacia el resto del mundo e importar las manufacturas que necesitaba el país. En esto, tomó una actitud análoga a la de los terratenientes de otros muchos sitios: véase el caso secular de Andalucía hasta 1970.

En una situación como la comentada, la pequeña industria no se vió favorecida. De modo que con un sector agrícola y con un sector industrial  incapaces de asimilar a los inmigrantes, se produjo la acumulación en los arrabales de las orillas (del Río de la Plata) de ese grupo social heterogéneo formado por ex-esclavos, emigrantes recienllegados en busca de trabajo, desempleados, trabajadores a tiempo parcial, desclasados y gente relacionada con el negocio de la prostitución, que trataban de aprovecharse de la gran escasez de mujeres. Dentro de este grupo heterogéneo, hay que destacar a algunos personajes de los que el tango habla frecuentemente, como los malevos, los gauchos, los compadres y los compadritos.

Los malevos de las orillas constituían el grupo marginal de desclasados más inadaptado, que optó por la supervivencia pura y dura, dentro o fuera de la ley.

Por otra parte, conviene distinguir y diferenciar al gaucho, al compadre y al compadrito.

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Gaucho argentino en 1868

Un gaucho era un inmigrante original de las pampas de Argentina y Uruguay, generalmente mestizo, y que se había dedicado tradicionalmente a la ganadería, a la caza y a la vida errante. Como dice D’Angelo: terminó siendo vencido por el alambramiento de los campos, y al perder la capacidad de vagar a su libre albedrío por toda la pampa, se conchabó como peón en algún establecimiento rural (el paisano), o tratando de conservar algunos de sus atributos de hombre libre, se arrimó a las orillas de la ciudad convirtiéndose en «el compadre». Este individuo se instaló en el arrabal porteño, mostrando ser muy diestro con el cuchillo y el manejo del caballo, por lo que solía ocuparse -cuando lo hacía- de tareas esporádicas en las que era ducho, como arriero, carrero y también faenando o cuereando reses. Ocupaba su tiempo de ocio a puro mate y guitarra y solía aparecerse por los boliches en procura de unas copas para entonarse, una partida de truco para entretenerse y una china para divertirse y aliviar su soledad.

En algunos casos y como matón a sueldo, se jugaba la vida en defensa de la divisa o de la persona de algún caudillo político, contando con su padrinazgo y con una guiñada por parte de la autoridad policial, que lo toleraba. Este es el estereotipo del compadre, descendiente directo del gaucho y antecedente del compadrito; se instaló en las orillas pero seguía sentimentalmente ligado a su vida anterior, por lo que nos lo podemos representar como plantado de frente a la pampa y de espalldas a la ciudad, sintiendo un profundo desprecio por todo aquello que tuviera que ver con el lujo y la vida ostentosa.

Por el contrario, «el compadrito», si bien mantuvo y aumentó el desinterés por el trabajo, se ubicó de frente a la ciudad y se olvidó de que la pampa existía. Se hizo codicioso, trató de ser «cafisho» de alguna mujer y a diferencia del compadre, sentía una gran admiración por la gente adinerada, a la que trataba de imitar (…) Ofrendar su vida por la de otro no estaba dentro de sus características.

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Compadrito

La competencia por conseguir un lugar en el exiguo mercado de trabajo fue feroz desde el principio, y lo siguió siendo prácticamente hasta la actualidad, pues Argentina no consiguió nunca despegar económicamente, en contra de las esperanzas de casi todos (para más detalles sobre los orígenes históricos del tango véase: Labraña y Sebastián, 1992; Simon et al 1995).

Otro dato importante es la gran disparidad que se produjo entre población masculina y femenina. En 1869 Argentina contaba con 1.700.000 habitantes. Entre esta fecha y 1930, el país ingresó seis millones de extranjeros, de los que el 70% eran hombres, cuyo 70% a su vez estaban entre los 20 y los 40 años de edad. Esto es, casi todos eran hombres en su edad fértil (R. Flores, 2000).

Muchos de estos hombres se encontraron sin pareja permanente, y se arrimaron al tango para bailar, pero usaron el baile sobre todo como una manera de acercarse a una mujer, aunque fuera paga y con tiempo limitado (como ocurría en las academias, donde se pagaba a veces para bailar con las camareras); a la vez que otros hombres utilizaron la música como una forma de integración a una nueva tierra donde se sentían solos.

El tango pues, como no podía ser menos, sirvió entre otras cosas, como medio de acercamiento a las pocas mujeres disponibles, y como medio de lucimiento competitivo entre los hombres a la hora de llamar la atención de esas mujeres. Esta competición debió de influir probablemente en el gusto masculino por las formas de bailar cada vez más espectaculares que han acabado caracterizando a este baile.

 

Los orígenes del tango

Oscar D’Angelo (1988) ha investigado los orígenes del tango según lo que afirman los primeros textos que hablan de él. En particular, recoge el artículo escrito el 22 de Septiembre de 1913 en el diario Crítica, bajo el seudónimo «Viejo Tanguero»,  titulado «El tango, su evolución y su historia» y que él considera la primera historia del tango. Esta historia es especialmente interesante, porque en la época en que se escribió, aún vivían los principales protagonistas aludidos, que podían haber contradicho las afirmaciones vertidas por el artículo si éstas hubieran resultado inexactas.

A finales de la época colonial, la población de negros, mulatos y zambos del Río de la Plata sumaba unas cincuenta y cinco mil personas, la mitad que la población blanca (R. Flores, 2000). Tras la Independencia, ya en 1813, se declara libres a los negros nacidos a partir de esa fecha, aunque la aplicación práctica de esta ley distó mucho de ser general y tardó aún muchos años en hacerse efectiva. Los negros que habitaban Buenos Aires estaban agrupados por entonces en sociedades mutualistas, que organizaban fiestas y espectáculos con la intención de recaudar dinero con el que ayudar a algunos de sus hermanos esclavos y ex-esclavos. Esas sociedades o naciones, se reunían según su lugar de procedencia. En 1842, había las siguientes naciones: Anza, Congo, Camundá, Cangela, Mujumbí, Quizamá, Angola, Brazilero, Quipará, Mina Nagó, Sabalú, Mozambique, Banguela, Lumbi, Basunci, Lucango, Umbala, Casance, Mayambé, Moros, Muñanda, Mondongo, y Machiga, entre otras. En sus fiestas se realizaban danzas rituales, que eran juzgadas como salvajes e indecentes por muchos blancos, y sobre todo por la autoridad, que en muchísimas ocasiones hizo acto de presencia en ellas. La forma de bailar propia de los negros era rítmica y coreográficamente mucho más rica y llamativa que la de los blancos de entonces, y era juzgada como «salvaje» o como «dionisíaca» por estos.

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Los personajes del candombe eran: el Rey y la Reina, vestidos lujosamente; el Escobillero (o Escobero), quien dirigía el movimiento y el Gramillero, que representaba al curandero de la tribu (Del baile de los negros al tango criollo). Era una danza litúrgico-religiosa que hablaba con los ancestros mediante los tambores y les rogaba por el fin de la esclavitud y de los sufrimientos. Ortiz Oderigo (1969) ha descrito cómo debió ser la coreografía del candombe de los negros del Río de la Plata, basándose en observaciones antiguas de candombes de Montevideo, aunque podrían haber existido variaciones locales en las ceremonias de ambos lados del Río de la Plata. Según este autor, los rituales candombe estaban presididos por una efigie de madera de San Benito (aunque otras veces estaba Santa Bárbara, sincretizada con la deidad africana Shangó).

En la primera fase del candombe, los hombres y las mujeres forman sendas hileras enfrentándose, mientras ellas hacen palmas al ritmo de los tambores e idiófonos. Ambas filas se acercan lentamente arrastrando los pies. Cuando los danzarines están cerca, curvan sus cuerpos hacia atrás, sacan el vientre y simulan chocarlos; se retiran, y reiteran la acción. Las mujeres intercambian posiciones con los hombres, y realizan una media vuelta. La escena se repite varias veces.

En una segunda fase, los bailarines se colocan nuevamente «en calle», flexionan las rodillas como obedeciendo a los dictados del tambor que ritma sus pasos. Aparece entonces el escobero, que hace demostraciones de su habilidad en el manejo del bastón de mando o tambor mayor. Aparece luego el gramillero, caracterizado como persona entrada en años, de movimientos vacilantes.

Acto seguido, un hombre y una mujer se desprenden del grupo de bailarines, actuando como solistas. Hacen «ombligadas» o «golpes de frente», que consiste en empujarse o chocarse con el vientre. A la pareja la reemplazan, sucesivamente, otras. Los demás integrantes señalan el ritmo de la música acentuando los tiempos débiles del compás binario. Los espectadores también participan, imitando a los bailarines, palmoteando, cantando o alentando a solistas y músicos.

Sucede entonces el baile «en rueda» o «corro». Hombres y mujeres se toman del brazo con el cuerpo echado ligeramente hacia atrás. Por fín, como por arte de magia, el orden y la disciplina se rompen, y comienza el «entrevero», «baraúnda» o «alboroto»: cada danzarín se entrega sin reparos a la improvisación más libre y caprichosa. Como en llamaradas, enciende su fantasía y genera sus propias figuras coreográficas. Utiliza una mímica deslumbrante de caleidoscópica variedad. Los brazos y las piernas, la cabeza y la cintura parecen salirse de sus articulaciones y los huesos ablandarse como si fueran de goma. Durante toda esta escena nadie parece experimentar la menor fatiga.

El pulso de la música, alimentado por los tambores e idiófonos que bordan un cimiento rítmico sin la menor fisura, se torna apresurado y jadeante. Cobra una fuerza arrolladora y envolvente, con uso continuo de síncopas. Luego, la interjección ¡gué! teje una espiral en disminuendo y se apaga en el aire. Los instrumentos quedan en silencio. Ha terminado el candombe.

Estas ceremonias, eran representadas también en forma de desfile durante los carnavales, por las diferentes naciones negras de mediados del siglo XIX, aunque en una forma adulterada y simplificada. Los llamados candombes federales desfilaban día y noche y el batir de los parches del tambor producía escalofríos. Labraña y Sebastián recogen el testimonio del pianista alemán Albert Friedenthal, que visitó Buenos Aires y Montevideo, y expresó así su impresión frente al baile de los negros: «sensual, salvaje, acompañado por los extraños instrumentos de percusión, que al mismo tiempo que marcaban el ritmo, ejercían un efecto casi pavoroso».

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El general Juan Manuel Rosas presenciando un candombe de la nación Congo, en 1838. Cuadro «El Candombe», de Martín Boneo (1845)

El candombe es una danza litúrgico-religiosa, en la que hombres y mujeres que casi nunca bailan juntos, se encuentran con este propósito litúrgico. Por eso, la bailarina afronorteamericana Pearl Primus en su trabajo The Living Dance of Africa, asevera que «el danzarín sexual, ese producto del frustrado hombre civilizado, es el responsable del error acerca de la lujuria del baile africano».

En su libro «Memorias de un viejo», Víctor Gálvez cuenta que para una fiesta convocada por Rosas se reunió toda la población negra en la Plaza de Mayo: «Cada asociación traía su música, formada de negros que tenían sus tambores de forma original, especie de grandes calabazas que colocaban entre las piernas y, sentados, con unos palos cortos con un globo en el extremo, pegaban sobre el pellejo tirante, colocado en los dos extremos de la gran calabaza; los golpes eran acompasados y servían de acompañamientos a los coros que todos entonaban en sus dialectos, cantares verdaderamente bárbaros; parecían aullidos de animales, con sus recitados, y luego el coro repetía el compás.

Eran, pues, bailes coreados; paréceme que había además cascabeles y flautas de caña, pero no podría aseverarlo. Las negras vestían con sus trajes de gala.

Los negros vestían de blanco, chaleco punzó y divisas. Traían sus banderas y estandartes de cada nación y marchaban bailando y cantando. La plaza se llenó con aquella población y los tambores atronaban el aire».

«La coreografía del candombe se iniciaba en el cortejo, encabezado por una imagen de San Benito, la ombligada, los cuplés, la rueda y, finalmente, el entrevero, donde los negros en medio de un desenfreno se entremezclaban en una danza endemoniada. Los tamboriles, frenéticos, batían a todo ritmo y el final llegaba con el agotamiento físico de todos los bailarines. También era frecuente, en tiempos de Rosas, la representación de estos candombes en el teatro» (Vicente Gesualdo).

Según José Gobello, el corte y la quebrada tienen su origen en el corte que se producía en la marcha de estas comparsas, momento en el cual la línea de danzantes masculinos se giraba y encaraba a las mujeres que les seguían, iniciándose entonces una competición entre las parejas por realizar las figuras más vistosas, algunas de las cuales levantaban expresiones de admiración entre el público. Ello constituía el momento de la quebrada, que aludía a las posiciones que el danzante masculino inducía en la mujer, y que parecían a veces quebrar el talle de la acompañante. Desde entonces, la coreografía del tango se suele caracterizar como constituída por abrazo, caminata, corte y quebrada. En lenguaje tanguero, la quebrada es un «firulete«, es decir un adorno coreográfico para lucimiento del baile.

Viejo Tanguero relata que para los carnavales de 1877, en el barrio del Mondongo varias sociedades candomberas competían entre sí, «saliendo a las calles con sus estrambóticos trajes chillones y sus enormes sombreros de plumas, bailando tras largas horas», lo que originó enfurecidas rivalidades y peleas, que acabaron con la clausura de las asociaciones de candombe por parte de la autoridad. Como dice Viejo Tanguero: «Ahogadas así las expresiones africanas, se formaron centros de baile con los mismos elementos, naciendo a poco, el memorable tango, pero en una forma bien distinta de la que hoy se ejecuta. Las parejas en lugar de acercarse se separaban a compás, imitando las gesticulaciones y contoneos del pasado candombe. El nuevo baile se hizo general y a poco de ser difundido, lo tomaron para sí los compadritos de arrabal y lo llevaron al barrio crudo de los corrales, donde ya funcionaban los peringundines con la tradicional milonga.»

Las marchas candomberas de las comunidades afro-argentinas fueran prohibidas al caer Juan Manuel de Rosas en 1852, por lo que este tipo de baile se encerró en sitios de baile habitados y concurridos por negros, que tomaron el nombre de academias, milongas, pringundines o canguelas. Tales locales atrajeron a un tipo social popular conocido como «compadrito«, sucesor del gaucho en su proceso de urbanización. «Negros y negras», «pardos y pardas», «chinas», «compadritos» y trabajadores inmigrantes venidos de Europa y Medio Oriente, mayoritariamente italianos, en esa década posterior a 1852, fueron diseñando un nuevo baile con pareja abrazada.

José Gobello recuerda, en su obra Crónica general del Tango, que allá por 1867, “al prohibirse el candombe callejero, los morenos triscan en lugares cerrados y transforman al candombe en un baile de pareja suelta al que llaman tango”. Y agrega que los compadritos se inmiscuían en estos bailes, absorbían aquellos tangos primigenios y los difundían luego donde jugaban de local. Fue esta una primera etapa más influenciada por la milonga y, al mismo tiempo, por ritmos de raíz afroamericana como el susodicho candombe y la habanera.

Como dice Eduardo Araníbar (1999), los compadritos que se introdujeron en esos lugares añoraban el candombe callejero. En esos reductos negros fue inventada la milonga (tango), introduciendo los «cortes» y las «quebradas». El «corte» consistía en cortar la caminata de la pareja, y las «quebradas», en sensuales quiebres del cuerpo, que hacían en el corte. De modo que «cortes» y «quebradas» pasaron a designar prácticamente la misma cosa.

Estas quebradas se realizaban basándose en las figuras más espectaculares del candombe, pero éste se bailaba siempre en pareja suelta, mientras que los compadritos trasladaron estos difíciles quiebros de pareja suelta a los bailes enlazados a los que ellos estaban acostumbrados y en los que ya andaban buscando figuras más atrevidas: la milonga tradicional, la polca, la mazurca y la recien llegada habanera. El resultado de esta búsqueda de innovaciones fué la creación progresiva de una coreografía nueva que transformó radicalmente estos bailes.

D’Angelo cita el testimonio de una entrevista con una candombera negra, en la que ésta recordaba: «Cuando la Nación Vanguela pisaba la calle, amito -nos dijo la ex presidenta de la última comparsa de negros auténticos- hasta las piedras bailaban…! En 1870, antes de la peste grande, los mozos bien, comenzaron a vestirse de morenos, imitando hasta nuestro modo de hablar, y los compadritos inventaron la milonga (baile del tango), hecha sobre la música nuestra, y ya no tuvimos más remedio que encerrarnos en nuestras casas, porque éramos pobres y nos daba vergüenza».Sin embargo, una crónica periodística de 1862 nos informa de que en esa fecha ya se practicaban «cortes y quebradas» en algunos caserones: Según J. A. de Diego, el 9 de setiembre de 1862 sacan presos, del Corralón de Paraguay 58, a Daniel Molina, Feliciano Orsine, Rufino Olguín y José Sandoval, con las mujeres Catalina Barsolo y Francisca Díaz, por estar “bailando y tirando cortes”, “que les está prohibido”. Al comienzo de la década de 1860 los cortes y las quebradas daban ya, pues, su nota guaranga, quizás obscena, a los bailes del compadrito (Eslabones Perdidos en el Mundo Tango).

Los compadritos incorporaron la espectacularidad de las quebradas a sus propios bailes, pero distanciándose de los movimientos más extravagantes y exagerados que tenía el candombe. De esta manera subrayaban el propio origen europeo, cuyos bailes no utilizaban tanto las contorsiones de cintura y cadera, y las veían como impúdicas. El uso creciente de las marcas con el brazo izquierdo y no con el derecho, fué también consecuencia de ese distanciamiento de lo negro. Los compadritos buscaban ser tan espectaculares bailando como los negros, por eso, Como dice D’Angelo, «en las milongas les birlaron a los morenos ciertas figuras que incluyeron en sus danzas, pero cuidándose de no imitarlos haciendo contorsiones grotescas -muy características de aquellos- sino concibiendo movimientos cadenciosos, elegantes y sensuales, que contribuyeron a forjar a través del tiempo el nuevo baile llamado Tango. No debemos olvidar que por parecerles ridículos y de bajo nivel, los compadritos siempre se cuidaron de no hacer cosas de negros«.

Además estaba el puritanismo de las élites dominantes: el corte y la quebrada fueron los movimientos que llevaron a los sectores conservadores a acusar al tango de indecencia e inmoralidad. Algunos estilos de baile, genéricamente definidos como tango liso, atenuaron el corte y la quebrada e incluso llegaron a eliminarlos, con el fin de evitar el contacto sensual que el movimiento de abrazo cercano implicaba.

Una segunda fecundación procedente de la música negra se produjo poco después de la innovación del corte y la quebrada con pareja enlazada, en el periodo entre 1870 y 1880. En esta década comienzan a llegar los barcos del comercio marítimo procedente de Cuba. Los marineros cubanos negros en el puerto de Buenos Aires buscaban a la gente de su raza para divertirse, e introdujeron la habanera en los centros de baile regentados por negros, las llamadas «academias». La habanera, danza cubana en compás de 2×4, de melodía dulce y a veces cantable, fecundó con su riqueza melódica a muchas de las danzas de tipo candombe y milonga existentes en las academias, que se enriquecieron musicalmente.

Como dicen Labraña y Sebastián (p. 23): La milonga, comenzó por llamarse en Buenos Aires: habanera con quebrada y corte» (…) Los milongueros de los barrios del tambor eran reconocidos inmediatamente al bailar porque, sin perder el compás, con sus figuras descuajeringadas, con ese swing tan propio, en el desarrollo empírico y particular de cada baile, tomando a la compañera por la cintura la llevaba zigzagueando, en senda derecha, buscando lo inédito, lo singular que emanaba de esos movimientos pretenciosos y africanados y, así, bailando de corrido se interrumpían, súbitamente, para demostrar sus habilidades de improvisador, y ahí se producía el famoso corte porque, sencillamente, tal demostración de habilidad «cortaba» la marcha de la pareja. Estos cortes y quebradas producían un fuerte impacto en los presentes que, con sus exclamaciones, fomentaban una mayor audacia en el baile. El varón dirigía la pareja con la leve presión que ejercía con el brazo derecho rodeando la cintura de su compañera; ésta era arrastrada por las innovaciones que, sobre la marcha, tejía su compañero y debía tener mucho cuidado de no perder el compás, puesto que entonces quedaría en ridículo ante las miradas expectantes, por eso, «las bailarinas cultivaban la habilidad de adivinar el desarrollo de aquel trajín», al mismo tiempo que eran llevadas por delante, sacudidas, enancadas sobre el muslo del varón, dobladas hacia atrás (…) su originalidad descansaba en la pericia del brazo derecho del varón para marcar el rumbo a seguir en la improvisación y en la intuición de la mujer para seguirlo.

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Ejemplos de quebradas

Sin embargo, en el momento en que las figuras del candombe entran en las milongas, en éstas ya se estaban ensayando algunas innovaciones en el baile de las danzas enlazadas tradicionales: Citaremos a Carlos Vega, quien, en su obra «El origen de las danzas folklóricas-La coreografía del Tango», vierte la siguiente opinión: «Coreográficamente, el Tango es un hallazgo. Los creadores porteños, que no se resignaron a perpetuar las anodinas caminatas y vueltas conversadas en que cayeron todas las danzas de enlace, habían ensayado innovaciones en la ejecución de esas mismas danzas de salón, en la Milonga y hasta en la Cuadrilla.» Y cita a Ignacio H. Forheringham, quien había sido testigo en 1870 de «coreográficos lucimientos de milongas de corte especial y de ciertas mazurcas de quebradas horizontales y agachadas». Estas innovaciones eran practicadas según algunos testigos por «jóvenes de buena familia y de no buena».

Este gusto por las formas coreográficas cada vez más espectaculares es probable que estuviera relacionado con un factor social que ya hemos comentado: el fuerte desbalance entre la población de hombres y de mujeres en edad fértil. El tango, como no podía ser menos, sirvió entre otras cosas, como medio de acercamiento a las pocas mujeres disponibles, y como medio de lucimiento competitivo entre los hombres a la hora de llamar la atención de esas mujeres. Esta competición debió de influir en el gusto masculino por formas de bailar cada vez más espectaculares.

D’Angelo recoge también la opinión de Gobello, quien en su Crónica general del Tango, dice: El compadrito y los otros mozos juerguistas fueron creando, por pura diversión, un modo peculiar de bailar, la milonga en las orillas y la mazurca más otros bailes populares junto al puerto. Las características, definidamente africanas de ese modo de bailar fueron el corte y la quebrada. En términos generales puede decirse que el tango no es sino la africanización de la mazurca y la milonga; que el tango, en su origen, no es un baile, sino apenas una manera diferente de bailar lo que ya se venía bailando. Preguntándose acerca del comienzo de ese nuevo modo de bailar, cita Gobello a J. A. de Diego, quien afirma que el 9 de septiembre de 1862, sacan presos de una casa de inquilinato de la calle Paraguay 58, a varias personas -hombres y mujeres- por estar «bailando y tirando cortes», «que les está prohibido».

De los testimonios anteriores, D’Angelo parece deducir que la fusión entre la milonga tradicional y los bailes enlazados y por otra parte el candombe negro y sus figuras, que originó el tango, debió de producirse después de 1850 y hasta el año 1877, en el que el tango está claramente definido como baile autónomo.

La evolución posterior del naciente tango, que aún se llamaba milonga, se produjo en las citadas academias. Éstas eran cafés en los que se tocaba música, generalmente organitos, y donde entre copa y copa, se bailaba con las camareras, que también comerciaban con su cuerpo. Fue en estas academias donde los músicos negros que tocaban fueron modificando sus partituras para adaptarlas a la nueva forma de bailar de los compadritos.

Como informa Viejo Tanguero: (En las academias) «las crónicas policiales llegaron a ocuparse frecuentemente de los duelos criollos que se producían casi todas las noches y ésta fue la causa para que se clausurara tan peligroso punto de reunión». Pero como estas peleas eran cosa común en todo tipo de lugares de juerga, la policía implantó un edicto en 1881 prohibiendo en general ciertas formas de bailes públicos.

Según Labraña y Sebastián, el tango entró con fácilidad en esos incipientes negocios y centros de reunión que fueron los prostíbulos, porque las nuevas generaciones de bailarines se fueron cansando de los bastoneros, directores y celadores de la moral que abundaban en las pistas populares de bailes de salón y empezaron a encontrar estos lugares demasiado estrechos para sus ambiciones coreográficas. Esta colonización de los burdeles no hubiera tenido por otra parte importancia especial si no hubiera sido porque a ellos acudían también los «niños bien». En estos lugares fue sobre todo donde las clases medias y altas escucharon y aprendieron a bailar el tango, propagando luego la idea, absolutamente deformada, de que el tango era un producto de lupanar.

Inicialmente, el tango debió ser un modo de interpretar melodías ya existentes,  sobre todo del vals y la mazurca, que estaban de moda por entonces, usando el abrazo cerrado de estos bailes e  incluyendo la simbolización de los cortes y las quebradas de las prohibidas marchas del candombe. El tango de finales de 1880 incorporaba muchas veces la línea melódica, emotiva y sentimental de la habanera. Pero también recibió influencia del tango andaluz, del chotis y del cuplé, a los que se agregaron las payadas puebleras y las milongas criollas.

El investigador Gustavo Benzecry Sabá ha planteado una teoría alternativa que sostiene un origen del tango diferente al de la milonga. El toma textualmente las palabras de la candombera negra citada más arriba y cree que lo que realmente inventaron los compadritos fue la milonga, y no el tango. El tango tendría, según la hipótesis de Benzecry Sabá, un origen más relacionado con en el vals popular que tomaron los ingleses y devolvieron como baile aristocrático a Alemania y Francia.

Ese baile popular del vals llegó al Río de la Plata según Benzecry durante la invasión –y dominación- inglesa que sufrió la región a lo largo del siglo XIX. «En esas invasiones los ingleses controlaron Buenos Aires –crearon los ferrocarriles y el puerto, la industria textil, etc.- y dejaron su sello cultural en la danza: contradanzas (véase la disposición física de las parejas cuando bailan chacarera), vals popular (abrazo como el de tango y mejilla con mejilla) y giro procedente del chotis español, que es otra variación de las contradanzas inglesas. En suma, el nombre tango fue tomado posiblemente de los negros, tiene un origen distinto que el de la milonga y es blanco”. Esta hipótesis podría tener sentido, pues cuando un bailarín de tango baila esas dos formas coreográficas que son la milonga y el tango, siente a veces que se trata de dos bailes distintos. Pero lo que parece mucho más dudosa es la afirmación de Benzecry Sabá de que el corte y la quebrada del tango puedan proceder, no del candombe, sino de la habanera.

 

Evolución musical del tango de finales del siglo XIX

Musicalmente hablando, el tango parece haber surgido pues de la convergencia y mezcla de varias tonadas anteriores de origen africano, europeo, americano y criollo: el candombé, la habanera (derivada de la contradanza europea), el tango andaluz y el fandango, con influencias también de la polka y otras formas europeas (Gómez de la Serna, 2001, p.38 y ss.).

Con la llegada masiva de inmigrantes, sobre todo de las corrientes italianas con sus exclamaciones de nostalgia quejumbrosa hacia su tierra natal, el tango incorporó ese carácter de “pensamiento triste que se baila”, como lo definiría para la posteridad Enrique Santos Discépolo. Tal como Borges se encargó de recordar a lo largo de cuatro conferencias que dio sobre el origen del tango y que recientemente se publicaron reunidas en un sólo libro titulado “El Tango”, este en su primera etapa era más bien una música alegre y envalentonada, con el aplomo fiero de los orilleros y la presencia de solo tres instrumentos: la flauta, el piano y el violín. La guitarra y, sobre todo, el bandoneón, instrumento originario de Alemania, modificarían su sonoridad en simultáneo con el tono más sentido y profundo que iría tomando a medida que Buenos Aires modernizaba su arquitectura y las antiguas casas criollas, con el zaguán y el patio con su aljibe, comenzaban a rendirse ante la irrupción de los edificios. El tango canción sería el resultado pleno de este derrotero musical gradual vinculado al más general que vivía la Argentina (Los orígenes del tango: entre el mito y la canonización).

Gómez de la Serna afirma que fué la incorporación de ese elemento de tristeza y desesperación lo que dió su carácter definitivo al tango, como si de repente hubiera encontrado su propia «idea platónica» o esencia: “cuando la mezcla de tonadas adquiere desgarro es cuando se convierte en  tango argentino que rechaza todo lo que no es él. Como el cante jondo, (que) no admite cosas que parecen estar en su camino y no lo están, desde la malagueña a la coplilla modosa sin el personal desgarro de lo hondo.” Este autor incluye al tango dentro del grupo de “los cantos desgarrados”, junto con el fado y el cante jondo.

Ese tipo de baile durante décadas predominó en la vida nocturna de las «orillas» de ciudades como Buenos Aires y Rosario, en Argentina, y Montevideo en Uruguay, razón por la cual recibió el nombre de «tango orillero» o «tango canyengue».

El abrazo tanguero fué tomado del vals y de la mazurca, y puso en contacto aún más estrecho a los cuerpos y los rostros de los bailarines.

La exigencia de ser danzable, junto con su influencia africana y junto con su peculiar desgarro, han contribuído a que el compás esté especialmente subrayado, lo cual crea cierto efecto dramático, como si sonaran “los tambores del destino”, podríamos decir. Este efecto dramático es acrecentado por el peculiar timbre del bandoneón.

bandoneon

El bandoneón, el instrumento más característico del tango, fué introducido a finales del siglo XIX en las orquestas en sustitución de la flauta. Originalmente en su país natal, Alemania, fue un instrumento litúrgico, una especie de órgano portátil, y también dentro de la orquesta típica tradicional parece asumir cierto papel litúrgico. Como dice Gómez de la Serna (2001, p. 57-58):

“(El bandoneón) tiene angustia, asma, jadeo, (…) tiene cabeceos de borracho de desesperación y mueve de un lado a otro su cabeza dolicocéfala (…) Tiene suspiros de órgano de catedral, (…) solivianta al tango (…) La estrangulación interpreta las boqueadas de las almas (…) dando grandes sustos con sus estertores melódicos. El tango toma en serio el motivo que invoca, llora el dolor y después vienen unos pasitos burlones, un traspiés grotesco, un juego en el dolor, un hacer chacota tarareada con su propio sentimentalismo.” Y es entonces cuando, en la mayoría de los casos, el toque de tristeza, el recordatorio, el resumen coral del drama, el grito final de impotencia, lo da el bandoneón.

Como su timbre profundo resalta sobre el de los otros instrumentos, cuando el bandoneón suena se oye muy claramente y puede crear efectos dramáticos. A veces produce un efecto similar al que tenía el coro en las antiguas tragedias griegas, que solía representar la voz del Destino. Y esto se entrevé incluso en composiciones no especialmente dramáticas, como  los valses y tangos de D’Arienzo: Después de escuchar a todos los demás instrumentos, el bandoneón, como si no pudiera contenerse más, se arranca al final de la pieza, resume toda la melodía él sólo y cierra el tango, en una especie de fraseo catártico muy apreciado por muchos bailarines.

El desgarro de las letras y de la música, el timbre profundo del bandoneón y el compás tan marcado, refuerzan ese aire litúrgico del tango. Gómez de la Serna recoge el testimonio de una señora inglesa que, al verlo bailar por primera vez, preguntó si se trataba de alguna secta religiosa.

La subcultura del tango de finales del XIX

Desde el principio, el tango fue una música eminentemente popular, rechazada y prohibida por las clases altas y la Iglesia Católica, por lo que se desarrolló en los conventillos de los barrios pobres de los suburbios (los arrabales), los puertos, los prostíbulos, los bodegones y las cárceles, donde confluían los inmigrantes y la población local, descendientes en su mayoría de indígenas y esclavos africanos. En Buenos Aires está documentada en 1862 la detención de cuatro varones y dos mujeres de un conventillo por estar «bailando y tirando cortes».

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La tesina de García Martín (García Martín 1992) subraya el ambiente del lupanar y la subcultura asociada a él como origen del ambiente que describen muchos tangos:

“El hecho es que una casa de lenocinio agrupa soledades, no las integra. La dinámica del prostíbulo acerca a sus habitantes pero mantiene las distancias entre ellos; es decir, les hace volver hacia su propio interior.” Como decía Sábato (Sábato, 1963, pag. 15): «El puro acto sexual es doblemente triste, ya que no sólo deja al hombre en su soledad inicial, sino que la agrava y ensombrece con la frustración del intento». Y también: “Hay un sentimiento latente -casi nunca racionalizado- de «círculo vicioso», en el que se ve sumido el individuo que frecuenta el prostíbulo. (…) Es sobre todo la impotencia por reformar lo indeseable lo que da lugar al llanto, la imposibilidad de romper ese «círculo vicioso». A eso corresponde siempre un clima exterior, un clima físico característico, que es la lluvia, la niebla, la garúa o el color gris de lo que rodea al protagonista.”

En mi opinión, aunque esto explica el ambiente descrito en algunas letras, éstas describen, más generalmente, el propio ambiente social de la Buenos Aires de las primeras décadas del siglo XX. Una sociedad de recursos muy limitados, limitado acceso a la propiedad de la tierra y al ascenso social, constituida principalmente por inmigrantes alienados de sus culturas de origen, con fuerte desproporción entre población de hombres y de mujeres y fuerte competición entre los hombres por el acceso al trabajo y a las mujeres. Ante un ambiente adverso y agresivo, la construcción de un ego poderoso y blindado es una solución muy promovida desde la revolución romántica (véase García-Olivares 1997), de ahí que los personajes descritos en los tangos suelan ser personalidades muy fuertes.

Como dice García-Martín: “(Hay en el ambiente del tango una) complicidad sutil, consistente en la camaradería con los «compañeros de fatigas», aunque guardando las distancias. Esto, sin embargo, no impide la violencia, la crueldad y el desprecio hacia ellos cuando se trata de la autoafirmación en el ambiente. La razón es bien simple: la jerarquía de valores se construye en torno al concepto de supervivencia (en todos los sentidos; por lo general la supervivencia de la relación con la mujer supone la supervivencia material, física; el compadrito vive de la prostitución de su compañera)”.

Sin embargo, incluso aunque no se dependa materialmente de la mujer, que es el caso más frecuente, el fracaso en la competición por seducirla recuerda dolorosamente que ese ego que tanto ha costado montar no inmuniza al hombre particular del fracaso vital general ni de su inferioridad frente a otros. Esta evidencia se convierte en una fuente adicional de amargura que alimenta a muchos tangos.

Sábato ha descrito en su obra algunos de los escenarios primitivos del tango: «Durante los conciertos se bebía nerviosamente y era cosa de machos hacerlo sin medida. Se trataba en su totalidad de un público de amorales y agalludos y de otros cuya desgracia y cuya dicha consistía en parecerlo. (…) El tango era para ellos cosa de fuertes, como un vaso doble de ajenjo o una puñalada (…) No se la pasaban sin ir después de las audiciones a bailarse un tanguito a los burdeles. Los bailarines de renombre, como «El Cívico» solían dar allí verdaderos espectáculos de coreografía orillera. (…) Se ponían de mal humor los bailarines rivales, se enloquecía el corazón de las prostitutas, se estimulaba la ambición de los mocosos con aire de cafisitos[1] precoces».

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Cuadro «Piano Bar», de Alberto Sughi

Como hacen notar Labraña y Sebastián (1992), los lupanares hacían el papel de sitios públicos de reunión y no solamente de prostíbulos: Según el testimonio reciente de un informante que fue habitué de los prostíbulos bonaerenses a partir de 1910, éstos eran para los muchachos del pueblo una especie de «club donde se iba a tomar una cerveza, a bailar y a hacer tertulia a tal punto que muchas veces las ‘pobres muchachas’ que no habían conseguido un cliente en toda la noche, los insultaban tratándolos de franeleros[2]«. Según el mismo informante, un hombre de noventa y cinco años, «los mejores clientes eran los que venían de las chacras[3] porque tenían un hambre terrible, a nosotros (los muchachos que vivían en el pueblo) nos era más fácil, más discreto y más económico hacer una cita por la tarde con una mujer que vivía sola y decirle que pasaríamos la noche y ella nos esperaba no sólo con la cama sino también con un bife, un guiso, etc.» (Labraña y Sebastián 1992, p. 146).

Aparte de algunas mujeres independientes que se buscaban la vida como podían, un sórdido negocio de prostitución a gran escala se desarrolló durante estas décadas entre siglos en la ciudad porteña. Este negocio, ante el que las autoridades hacían la vista gorda, se vió favorecido por la dificultad de encontrar pareja femenina en la ciudad.

Rafael Flores ha subrayado la crudeza con la que muchas de las mujeres eran captadas para el negocio de la prostitución. La crudeza y sordidez que caracterizó este negocio hay que enmarcarlo no sólo en el machismo secular, sino también en el contexto, análogamente despiadado y sórdido, del capitalismo de la época, que con la ideología del progreso y de la necesidad del trabajo, permitía jornadas laborales interminables para la mayoría de los trabajadores, miraba para otro lado mientras miles de niños morían por el esfuerzo laboral en las fábricas y las hambrunas y las enfermedades en sus hogares, y aceptaba que las mujeres cobrasen la mitad que los hombres, con grados de explotación igualmente extremos.

Los rufianes de la trata de blancas argumentaban en muchos casos que sus mujeres eran unas privilegiadas en comparación con otras muchas de su mismo género condenadas a trabajar en una fábrica o en oficios peores, pues se alimentaban bien, vestían como madamas, acudían al médico y, una vez al mes, al cine y al teatro (Flores, 2000; p. 116).

Sin embargo, esta ideología ocultaba la situación de esclavitud a la que eran obligadas la mayoría de las mujeres captadas. Flores (2000, p. 26) describe el mecanismo por el que muchas de estas mujeres eran capturadas en Europa: Un representante de la sociedad prostibularia viajaba a Europa con la máscara de «millonario en situación y deseos de casarse», celebraban matrimonio con la incauta en Europa, con el permiso de los padres de ésta, y marchaban a vivir a Sudamérica, donde eran subastadas semiclandestinamente a los proxenetas compradores, como antes lo eran los esclavos negros.

Otra fórmula era la del contrato de trabajo falso, preparado por señoras mayores representantes del prostíbulo y los padres de la víctima, generalmente de familia humilde, supuestamente para trabajar en América.

Diversas artimañas prolongaban la tarea de captar y mantener a las candidatas y primerizas: compañía y consejos de prostitutas en retiro, promesas de vida regalada, enamoramientos, unido a la propia impotencia para moverse en el nuevo entorno e idioma por parte de la afectada, cuando era francesa, polaca, húngara o rusa.

Como dice Flores (2000, p. 126), cuando Raquel Liberman denunció en 1930 que Salomón Korn la obligaba a prostituirse bajo amenaza de muerte, aún ignoraba que diez años antes había llegado a Argentina engañada por alguien que era un miembro de la sociedad de rufianes Zwi Migdal. Como dice Flores, Raquel Liberman tuvo la suerte de hacer la denuncia ante un comisario no venal, Julio Alsogaray, que no estaba enredado en la trama, cosa excepcional, y que el juez que llevó el caso, Rodríguez Ocampo, también estuviera limpio. En otro caso, hubiese corrido la suerte de la mayoría de las denunciantes: ser entregadas de nuevo a la sociedad de rufianes por la propia policía. Rodríguez Ocampo, en cambio, dictó prisión contra los cuatrocientos cincuenta socios que figuraban en las actas de la sociedad, y levantó un escándalo mayúsculo en el que estaban complicadas todas las instituciones del país, aunque la mayoría de las acusaciones de complicidad tuvieran que ser archivadas.

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Raquel Liberman. Desde 2011 la subsecretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires entrega el premio bianual Raquel Liberman a quienes se hayan destacado en la lucha contra la violencia de género.

Un caso paralelo se produjo el mismo año tras la denuncia de Sabina Heit, de 22 años, en Rosario, quien, con la ayuda de un paisano polaco cliente del prostíbulo Armenonville, denunció que era obligada a trabajar de prostituta por su marido Salomón Goldestein, que la había llevado a la Argentina desde Polonia «con la promesa de trabajar honradamente» y llevaba 14 días secuestrada en dicho prostíbulo.

Después de estos dos casos, las dos sociedades prostibularias quedaron disueltas y con algunos de sus miembros importantes deportados, y no se volvieron nunca a recuperar.

En las academias o milongas, las mujeres de pueblo, las «negras», «mulatas», «pardas» y «chinas», jugaron un importante papel en el origen del tango, sobre todo como anfitrionas, coreógrafas y bailarinas. Las «chinas» eran mujeres argentinas de origen indígena o africano que trabajaban de prostitutas en los burdeles. Los historiadores Héctor y Luis Bates han destacado que la mujer creadora del tango como danza, no obedecía al rol pasivo tradicional, sino que «eran mujeres con cuchillo a la liga del que sabían hacer buen uso».

Expansión internacional del tango

A principios del siglo XX, cuando el tango comienza a convertirse en canción, las letras que acompañan la música son obscenas y sus títulos no dejan lugar a dudas: «Dos sin sacarla», «Qué polvo con tanto viento», «Con qué tropieza que no entra», «Siete pulgadas»… o incluso «El Choclo» que aunque literalmente significa mazorca de maíz, en sentido figurado y vulgar, equivale al castellano «chocho» o «coño» (El Tango, apunte histórico).

Para dejar de ser un baile de clase baja y convertirse en baile rey de los salones del mundo occidental, fué decisiva la influencia del ambiente cultural de París. Los «niños bien» de Buenos Aires no tenían reparos en bajar a los arrabales para divertirse, bailar y, de paso, levantarse alguna mina o alguna «milonguita» que engatusaba o se dejaba engatusar. Y para acercarse a la mujer no conocida, nada mejor que el tango. Por supuesto, el tango no era aceptable en sus casas ni bailable con las señoritas de su ambiente y por esa razón permaneció durante muchos años como algo marginal y de clase baja.

Sin embargo, los viajes de estos patricios a Europa, especialmente a París, mostró a los europeos acomodados una nueva forma de diversión. París no sólo era la capital del glamour y de la moda, sino que además era una ciudad que daba cobijo a una sociedad plural, parte de la cual era alegre y desprejuiciada. Los bailes galantes de la capital francesa venían de atrás, Louis Mercier, cronista de la vida parisina escribía en 1800: «Después del dinero, hoy en día el baile es lo que más éxito tiene entre los parisinos, sea cual sea su extracción social: aman el baile, lo veneran, lo idolatran… Es una obsesión a la que nadie escapa». Si ello era así a principios del XIX también lo era a principios del siglo XX al que llegaron con una fortalecida fama locales públicos como el Bal Bullier de Montparnasse o el Moulin de la Galette. Por añadidura, el atrevimiento, a principios de siglo, no era ajeno a las costumbres parisinas, antes al contrario, algún baile anual, como el Bal des Quat’z Arts de los estudiantes, «era célebre por lo ligero de las vestimentas y por el jolgorio sexual que reinaba siempre en él».

En este contexto social no fue difícil que el osado baile creado en la capital del Plata encontrara un terreno abonado para florecer y convertirse en curiosidad al principio, en moda y furor después. Y una vez en París, el escaparate de Europa, la capital de la moda, la cuna del chic, su extensión al resto del continente primero, a todo el mundo después, fue algo sencillo y rápido. Curiosamente, es entonces, cuando Buenos Aires se mira en París, cuando finalmente el tango entra en sus salones más nobles avalado ahora por el bautismo europeo, el mejor de los pedigríes para una burguesía emergente que luchaba por hacer de su ciudad el París de América (El Tango, apunte histórico).

El puritanismo de principios de siglo no aceptó fácilmente un baile con un contacto tan íntimo entre la pareja. El Papa Pío X lo proscribió, el Káiser lo prohibió a sus oficiales y la revista española La Ilustración Europea y Americana escribió sobre el «…indecoroso y por todos conceptos reprobable ‘tango’, grotesco conjunto de ridículas contorsiones y repugnantes actitudes, que mentira parece que puedan ser ejecutadas, ó siquiera presenciadas, por quien estime en algo su personal decencia.».

Pese a tales críticas, el tango se convirtió en «uno de los bailes de salón más populares en Europa» durante toda la década de 1920, no solo en París y España, sino incluso en los países del este europeo, como Polonia -donde surgiría el tango yddish, o la Rusia soviética. En 1920 Casimiro Aín (El Lecherito) y su compañera Jazmine ganan el Campeonato Mundial de Baile, realizado en el teatro Marigny de París, y el 1 de febrero de 1924, el mismo bailarín baila el tango «Ave María» de Canaro, ante el papa Pío XI, en una presentación realizada a solicitud de la embajada argentina. Con la bendición de este papa a una interpretación relativamente «lisa» de dicha canción, el tango quedaba consagrado como aceptable entre todas las clases sociales.

Casimiro Aín y Jazmine

El emigrante vasco Casimiro Aín y su pareja de tango Jazmine

Las formas de danza en las que dos personas deben acoplar y sincronizar sus movimientos reciben la denominación genérica de bailes enlazados. De los bailes enlazados más aceptados popularmente, el tango es el estilo más elaborado y que presenta un conjunto más amplio de posibilidades coreográficas y de improvisación.

Dinzel (Dinzel, 1994) sugiere que ello es un efecto del hecho de que el tango nunca trató de definirse como un conjunto cerrado de figuras, tal como lo hicieron otros bailes enlazados, sino que desde el principio se definió como una manera especial de interaccionar con la pareja e incluso de bailar otros bailes conocidos, lo cual dejaba a la pareja con la responsabilidad y la libertad de construir las combinaciones concretas de movimientos.

Ese conjunto minimalista de reglas de interacción constituyó una «sintaxis» básica que, sin embargo, permitió una exploración bastante libre de todas las posibilidades de movimiento que tienen dos cuerpos humanos que desean mantenerse unidos mientras danzan. Esa libertad de exploración condujo, en poco más de 80 años (1870-1955) a un repertorio probado de figuras muy superior en número y complejidad a las de cualquier otro baile enlazado conocido.

El tango además, subraya mucho los aspectos de comunicación con la pareja y de expresión de los propios sentimientos y emociones. Aspectos, que quizás esten relacionados también con esa función que cumplía en sus orígenes, de medio de acercamiento hombre-mujer.

Hoy es un baile que está de nuevo en ascenso en toda Europa, y fuera de Europa en países como Japón, Canadá, EEUU, y otros, y se le valora sobre todo por su belleza y por las enormes posibilidades expresivas que tiene,  y también como un medio de desarrollo personal y de conocimiento del propio cuerpo.

Notas

[1]De cafishio o cafisio: rufián.

[2]De hecho, ha quedado una palabra en lunfardo que denota esa situación, franelear: Asistir a los prostíbulos para pasar el rato sin gastar ni usar de las pupilas. Franelero: Amigo de franelear.

[3] Ranchos o casas de campo

 

Referencias

D’Angelo, O., Tango: Magia y realidad. Corregidor, Buenos Aires, 1998.

Flores, R., El tango, desde el umbral hacia dentro. Ed. Catriel. Madrid, 2000.

García-Olivares, A. (1997). Tensión en el sistema de metáforas epistemológicas de la cultura contemporánea. Revista Arbor, Nº 621, p. 25-45. CSIC, Madrid.

Gómez de la Serna, Ramón, Interpretación del tango. Ediciones de la Tierra, Madrid, 2001.

Gobello, José e Irene Amuchástegui, Vocabulario ideológico del lunfardo. Corregidor, Buenos Aires, 1998.

Keen, Benjamin (1989): Latin America. The History. En Enciclopedia Britannica, 15th edition.  Vol. 22, p. 833-834.

Labraña, Luis y Ana Sebastián, Tango-Una historia. Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1992.

Ortiz Oderigo, Nestor. Calunga: Croquis del Candombe. Editorial Universitaria de Buenos Aires. Buenos Aires, 1969.

Simon Collier, Artemis Cooper, María Susana Azzi & Richard Martin. Tango! The Dance, the Song, the Story. Thames and Hudson Ltd., 1995.

La magia del mundo en los recuerdos de infancia de William Wordsworth

Todo aquel que ha tenido la fortuna de tener una infancia feliz y percibir durante ella la magia de las cosas, se encontrará identificado con los recuerdos y los sentimientos casi panteístas que William Wodsworth transcribe en su Preludio y en poemas como Tintern Abbey.

William Wordsworth
WILLIAM WORDSWORTH (1770-1850). English poet. Sketch by Benjamin Robert Haydon c1820.

William Wordsworth (7 de abril de 1770-23 de abril de 1850) fue uno de los más grandes poetas románticos ingleses. Con Samuel Taylor Coleridge, contribuyó a la evolución del romanticismo inglés con su publicación conjunta de Baladas líricas en 1798. Esta obra influyó de modo determinante en el paisaje literario del siglo XIX. Fue el poeta laureado de Inglaterra desde 1843 hasta su muerte en 1850.

El carácter fuertemente innovador de su poesía, ambientada en el sugerente paisaje del Lake District (la región de los lagos), en el norte de Cumberland, radica en la elección de los protagonistas, personajes de humilde extracción, del tema, que es la vida cotidiana, del lenguaje, sencillo e inmediato, de una visión casi mística de la naturaleza, y de una filosofía constructivista de raiz kantiana para la cual la mente del hombre, y sobre todo la del poeta, tienen poder poiético (creador) sobre la realidad.

Como es sabido, el romanticismo fue una reacción contra las limitaciones, filosóficas y estéticas, que tenía la actitud racionalista ilustrada (véase el post Tensión entre las dos formas occidentales de conocer el mundo). Más que racionalizar el conocimiento de la naturaleza y el papel dominante que el hombre tiene en ella, muchos románticos buscaban integrar al hombre en el conjunto de las cosas creadas. Respetan a la razón, pues fueron educados en una época de triunfo innegable de ésta, pero afirman los sentimientos como principio creador de obras de arte y de mundos donde vivir. Además, conciben la naturaleza aún no etiquetada y domesticada por el hombre como una fuente de misterio y de conocimiento del ser real del mundo, más allá de las categorías racionales. En ese campo no categorizado el sentimiento es un instrumento mucho más poderoso que la razón para extraer conocimiento y valores éticos.

«… Y así he percibido
la inquietante presencia, con su gozo
de altos pensamientos; un sublime sentido
de algo aún más profundo entreverado,
que habita en la luz del sol poniente,
y en los vastos océanos y en la vibrante brisa
y en los cielos azules y hasta en la mente humana.
Movimiento y espíritu que impele
a toda realidad pensante, a todo objeto del pensar,
y cruza el corazón de todo.»

A esto se une un estilo directo, entendible por cualquiera, poco reelaborado y basado muchas veces en el verso libre, como en el Preludio. Este estilo es especialmente acorde con la expresión del sentimiento, la intuición directa de las cosas, el recuerdo y lo que mucho después Aldous Huxley llamó “el flujo de la conciencia”.

«El lenguaje de la poesía no difiere en lo esencial de la buena prosa (…) Debemos distinguir en la creación poética entre fantasía, que ornamenta la superficie de las cosas, e imaginación, que les da un sentido más profundo (…) Es necesario volver nuestros ojos hacia la Naturaleza (…) El poeta es un hombre que habla a los hombres: un hombre, es cierto, dotado de una sensibilidad más viva, de más entusiasmo y ternura, que tiene un conocimiento mayor de la naturaleza humana y un alma más comprensiva (…) La poesía es el desbordamiento espontáneo de sentimientos poderosos; tiene su origen en la emoción rememorada en la tranquilidad .» (W. Wordsworth, en el Prefacio a Lyrical ballads, with a few other poems, 1800).

Acordes con estas ideas, Wordsworth y Coleridge, a diferencia de románticos anteriores, nunca intentan proponer enunciados universales, sino que subrayan las intuiciones y experiencias personales surgidas de su relación directa con la naturaleza y con los hombres. Muchos otros elementos típicos de la mirada romántica están presentes en Wordsworth: la conciencia del tiempo, el sueño y el ensueño, el éxtasis, la insuficiencia de la mirada racional, la expresión asombrada de la profundidad interior, la proyección de los estados de ánimo en el paisaje, el recuerdo, la ética que la naturaleza nos sugiere vagamente.

«Cuando ya nada pueda devolvernos la hora
del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores
no debemos afligirnos
pues la esperanza pervive en el recuerdo.»

Coleridge definió en Biographia Literaria su concepción de “genio” (y como ejemplo de genio estaba pensando precisamente en Wordsworth): “Fue la Unión de sentimientos profundos a pensamientos hondos; el bello equilibrio entre la verdad de las observaciones, las modificaciones de lo observado debidas a la facultad de la imaginación; y sobre todo, el original don de ser capaz de extender el tono, la atmósfera y con ello la profundidad y altura del mundo ideal en torno a las formas, incidentes y situaciones, que la opinión generalizada, y la costumbre, habían dejado sin lustre… lo que caracteriza y privilegia al genio” (Coleridge, 1975: 17-18). Así, como subraya https://litinglesa.wordpress.com/2013/10/29/william-wordsworth-o-la-perdida-y-recuperacion-del-paraiso/ la poesía sólo puede surgir a través de la acción mediadora de la imaginación (en este caso asimilable a la memoria, o de la que la memoria es instrumento), que recoge y transforma una emoción que, en tanto desborde de pasión y fruto de la naturaleza, es un material primario (o materia prima) de la que surgirá un objeto superior solo posible por la imaginación: un objeto creado, que guarda dentro de sí –obra del genio– la verdad primaria superada, elevada a otro plano. Tanto para Coleridge como para Wordsworth el poema surge de la acción realizada por la memoria y la imaginación sobre el material dado por la naturaleza;. La memoria hace de mediadora entre la intuición directa y el sentimiento (naturaleza, verdad) y la facultad poiética o creadora de la imaginación.

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Foto: El Lake District, en Cumbria

Wordsworth nació en 1770 en una región de paisajes privilegiados, el Lake District, en Cumbria, hoy declarado Patrimonio de la Humanidad. En esa región vivió la mayor parte de su vida, hasta su muerte en 1850. La poesía fue un medio de expresión en el que encontró refugio tras la muerte de sus padres: su madre cuando tenía sólo 8 años, y su padre a sus 13 años. Los pocos años que pasó en la Universidad de Cambridge formándose fueron académicamente mediocres, porque Wordsworth se dedicaba a leer lo que le interesaba, que eran los autores clásicos e ingleses y no lo que se le ofrecía en las aulas, y también a aprender español, italiano, francés, griego y latín. Durante la revolución francesa, simpatizó con los girondinos, pero su oposición a la violencia y a la tiranía hizo que la época del terror y la posterior coronación de Napoleón, le llevaran a sentirse decepcionado con la Revolución y a virar hacia el conservadurismo. Pero nunca llegó a convertirse en un conservador prototípico, pues abogó siempre por la libertad y la autodeterminación de los pueblos, se opuso siempre al autoritarismo, y se posicionó varias veces en favor de los derechos de los trabajadores y en contra de los abusos que la industrialización burguesa imponía (González F.-Corrugedo y Chamosa González, en Introducción de la versión castellana de Baladas Líricas, Ed. Cátedra, 1994). En 1797 se instala en Somerset con su hermana Dorothy, a sólo unas millas de la casa de Coleridge. De su amistad y colaboración surgió el libro Baladas Líricas. La impresión que dejó Wordsworth en Coleridge queda patente en la carta que éste escribe a su editor tras haber pasado unos días con los hermanos Wordsworth en su casa:

Hablo de todo corazón y creo que sin tener turbado el juicio, al decirte que a su lado me siento como un hombrecillo, y no obstante no me considero menos hombre de lo que antes me parecía a mí mismo”.

Esta honda impresión probablemente provenga de la forma como Wordsworth corporizaba y traducía simbólicamente sus sentimientos casi panteístas, pues como afirma http://www.elcultural.com/revista/letras/La-abadia-de-Tintern-y-otros-poemas/30954 , cuando se lee a Wordsworth uno percibe enseguida que “esto no es poesía hecha por un hombre; esto es un hombre hecho poesía”.

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Foto: Casa de William Wordsworth, hoy museo, en la ciudad de Grasmere, Lake District

Conforme con la idea roussoniana sobre la bondad natural del hombre no corrompido por la civilización, Wordsworth se inclinó siempre por una educación de los niños que les permitiera campar por sus respetos, libres de actividades formativas especiales hasta la edad en que tengan que ser escolarizados, y su derecho a leer todo lo que estimule su imaginación. De esta forma, permitiríamos a los niños podernos enseñar todo lo que los adultos normales no podemos ver (Corugedo y Chamosa, en Introducción de Op. Cit.).

Además de su temperamento pacífico, una segunda causa del alejamiento de Wordsworth respecto de las ideas de los revolucionarios franceses pudo ser su propia actitud romántica, contraria a la ilusión ilustrada de que lo colectivo podía ser científicamente entendido y modificado en la dirección deseable, mediante el uso consciente de la razón humana.

«El terror en que desembocó la Revolución Francesa, y el posterior belicismo de Napoleón, mostraron que la revolución, en lugar de reforzar la razón, la paz, la armonía, la libertad universal, la igualdad, la libertad, la fraternidad —todas las cosas que aspiraba a satisfacer— promovió por el contrario la violencia, cambios aterradores e impredecibles de los asuntos humanos, la irracionalidad de las masas, el desmedido poder individual, el de los grandes hombres, buenos y malos, capaces de dominar a estas masas y de alterar el curso de la historia en un sinfín de modos distintos (…) Una vez ocurrida, la mayoría de los franceses no eran libres ni iguales, y no eran particularmente fraternales entre sí (…) Aunque sin duda un cierto número de ellos había mejorado su situación, la de muchos otros se había deteriorado (…) La sospecha que la Revolución suscitó entre todos era que, tal vez, no sabíamos lo suficiente; las doctrinas de los philosophes franceses, que eran, supuestamente, el plan maestro para modificar la sociedad del modo deseado habían resultado inadecuadas. De modo que, aunque la porción superior de la vida social humana quedara a la vista —para los economistas, los psicólogos, los moralistas, los escritores, los estudiantes y todo tipo de especialistas y observadores—, no era más que la punta de un iceberg gigante, cuya sección más grande estaba sumergida en el océano. Esta porción invisible no había sido suficientemente tomada en cuenta y, por tanto, se había vengado causando todo tipo de consecuencias absolutamente inesperadas» (Isaiah Berlin, 1999, Cap. 5). Tal fue la crítica de muchos románticos, recogida también por escritores y políticos conservadores.

Wordsworth empezó a escribir en 1798-1799 un poema autobiográfico, al que llamaba el «Poema a Coleridge», y que terminó en 1805. A lo largo de su vida lo fue ampliando y corrigiendo y fue finalmente su viuda Mary quien lo publicó, con el nombre de The Prelude (El preludio) meses después de su muerte. Aunque no provocó mucho interés en 1850, desde entonces ha sido reconocido como su obra maestra. Así, Ifor Evans considera que quizás se trate “del más grande de los poemas modernos en inglés: la memoria espiritual de una mente singular, que recuerda con honestidad sus propias experiencias íntimas, a la que debemos unir una extraña capacidad para hacer inteligibles los recuerdos”.

A continuación, se ofrecen algunos pasajes extractados de las tres primeras partes de la obra. Usamos como base de nuestra traducción la versión inglesa de 1805 editada en 2001 por Global Language Resources, la traducción automática que hace Google de ese texto, y la traducción al castellano de Antonio Resines en Ed. Visor (1980) de la misma obra original inglesa.

Esthwaite by night

Foto: Esthwaite Water

 

I y II. Infancia y Colegio

Hay bendición en esta suave brisa,
que sopla desde los campos verdes y desde las nubes
y desde el cielo; late contra mi mejilla,
y parece medio consciente de la alegría que brinda.
¡Bienvenido, mensajero! ¡Bienvenido amigo!
Un cautivo te saluda, viniendo de una casa de esclavitud,
de las paredes de esa ciudad liberadas,
una prisión donde he estado emparedado largo tiempo.
Ahora que soy libre, echado en libertad y en libertad,
puedo fijar mi habitación donde desee
¿Qué morada me recibirá, qué valle será mi puerto,
debajo de qué arboleda emplazaré mi hogar, y qué dulce arroyo
ma arrullará con sus murmullos hasta que duerma?
Toda la tierra está frente a mí, con corazón feliz, sin miedo a su propia libertad,
miro a mi alrededor, y si la guía no fuera mejor que una nube errante,
no podría perderme. ¡Respiro de nuevo! (…)
Baste con que soy libre. Me puedo dedicar a las tareas elegidas,
puedo abandonar el fatigoso mar y vivir en la playa.
Si no un colono sobre el suelo, al menos beber
agua salvaje y arrancar hierbas verdes,
Y recolecta frutas frescas de su rama nativa.
No más, si puedo confiar en mí mismo, esta hora ha traído
un regalo que consagra mi alegría  (…)
Es un insulto, me dije, contra este día de hoy pensar
en cualquier cosa que no sea la alegría presente
(…)
¿Qué necesidad de muchas palabras? – Un agradable viaje de vagancia,
a través de dos días continuados, me trajo a mi ermita.
Me libero de hablar, amigo mío, de lo que siguió.
La admiración y el amor, la vida de las cosas comunes,
el interminable almacén de cosas extrañas
encontradas alrededor de mí, en mi vecindad.
Pero rápidamente surgió un anhelo en mí para prepararme para un objetivo determinado (…)

Rio Derwent

Foto: Río Derwent, en Borrowdale, Lake District

Fué acaso por esto, que aquel, el más hermoso de los ríos,
le encantaba mezclar sus murmullos con la canción de mi aya,
Y desde sus sombras de aliso y sus rocosas cascadas,
y de sus vados y bajíos, envió una voz que fluyó a lo largo de mis sueños?
Por esto, ¿lo hiciste tú, oh Derwent? viajando por las verdes llanuras
Cerca de mi «dulce lugar de nacimiento», ¿verdad, hermoso arroyo?
Hacías música incesante a través de la noche y el día
que con su firme cadencia, temperando nuestro descarrío humano,
componía mis pensamientos hasta más allá de la suavidad infantil, dándome ,
Entre las inquietas moradas de la humanidad,
Un conocimiento, una visión tenue de la calma
Que la Naturaleza respira entre las colinas y los bosques.
Cuando, después de haber dejado sus Montañas,
a las Torres de Cockermouth llegaba aquel hermoso río,
Pasaba tras la casa de mis padres, cercano, por el margen del paseo de nuestra terraza.

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Él era un compañero de juegos a quien amamos con ternura.
Oh! muchas veces yo, un niño de cinco años, un niño desnudo, en un delicioso riachuelo,  he convertido en un largo baño un día de verano,
Me he tumbado al sol, y me he arrojado a él, y de nuevo al sol
Alternativamente todo un día de verano, o recorrido
Sobre los campos de arena, saltando a través de arboledas
De amarillo zuzón; o cuando el risco y la colina,
Los bosques, y la altura distante del Skiddaw,
Destacaban broncíneos con una refulgencia profunda, estaba solo bajo el cielo,
Como si hubiera nacido en las planicies indias, y de la cabaña de mi madre
hubiera huido lejos,desenfrenado, para jugar,

Derwentwater and Skiddaw Mountain

Foto: Derwentwater and Skiddaw Mountain
Un salvaje desnudo, en medio del aguacero atronador.
El tiempo justo de la semilla tenía mi alma, y ​​yo crecí
Educado a partes iguales por la belleza y el miedo;
Favorecido por mi lugar de nacimiento, y no menos
por aquel querido Valle al que, durante tanto tiempo, fui trasplantado.
(…) era mi alegría Vagar en la mitad de la noche entre los acantilados
y los suaves huecos, donde las becadas corrían
a lo largo del césped abierto (…)
la luna y las estrellas brillaban sobre mi cabeza; Estaba solo,
y parecía ser un problema para la paz que estaba entre ellos. A veces ocurría,
en estas andanzas nocturnas, que un fuerte deseo
se anteponía a mi sentido común, y el pájaro
que estaba cautivo en las labores de otros
se convertía en mi presa; y, cuando el hecho estaba consumado,
escuchaba entre las colinas solitarias
que bajaban las respiraciones y los sonidos de un movimiento indistinguible,
pasos casi tan silenciosos como el césped que pisaban (…)
La mente del hombre se enmarca como el aliento y la armonía de la música.
Hay una mano de obra oscura e invisible que reconcilia
los elementos discordantes y los hace moverse en sociedad (…)
creo que la naturaleza, a menudo, cuando desea enmarcar
a un ser favorecido, desde la más temprana alba de su infancia abre las nubes,
como al toque de un rayo, buscándolo
Con la más gentil de las visitaciones; no menos,
aunque con el mismo objetivo,
le deleita a veces emplear intervenciones más severas, un ministerio
Más palpable, y así me trató a mí.

Patterdale Valley

Foto: Valle de Patterdale

Una noche (seguramente conducida por ella)
Monté solo en un bote de pastor, un Skife que a un sauce estaba atado
dentro de una cueva rocosa, su hogar habitual.
Estaba en las costas de Patterdale, un valle
en el que yo era un extraño, llegado allí
Colegial viajero, en vacaciones.
Salí paseando solo de la posada de la villa
en cuanto acabé de ver a este pequeño Skife,
descubierto así por una inesperada fortuna,
Cuando solté sus amarras y me embarqué.
La luna estaba alta, el lago brillaba claro
Entre las montañas remotas; desde la orilla empujé, golpeé los remos
y golpeé de nuevo en cadencia,
y mi pequeño bote se movió como un hombre
que camina con majestuoso paso
y se viera obligado a apresurarse. Fue un acto furtivo
y un placer problemático; No sin la voz de los ecos de la montaña,
mientras mi barca se movía,
dejando detrás de ella todavía a cada lado
Pequeños círculos que brillaban ociosamente a la luz de la luna,
Hasta que se derritieron todos en una sola pista de luz brillante.
Una empinada cuesta rocosa se alzaba
sobre la caverna del sauce y entonces,
como uno que orgullosamente remaba con su mejor habilidad,
Fijé una mirada sobre la cima de aquel agrietado farallón,
el límite del horizonte, ya que detrás
no había nada más que las estrellas y el cielo gris.
El era un pináculo élfico, con entusiasmo,
hundía mis remos en el silencioso Lago,
y, al término de cada remada, mi barca
se abría paso a través del agua como un cisne;
Cuando desde detrás de la pendiente escarpada, hasta entonces
El límite del horizonte, un enorme Acantilado,
Como con voluntarioso poder, instinto,
Alzó su cabeza. Remé, y remé de nuevo
Y, creciendo aún en estatura, el enorme acantilado
se levantó entre mí y las estrellas, y aún así,
Con movimiento medido, como algo viviente,
Caminaba trás de mí. Con manos temblorosas, me volví,
Y a través del agua silenciosa atravesé a hurtadillas
el camino de regreso a la Caverna del Sauce.
Allí, en su lugar de amarre, dejé mi Barca,
y, a través de los prados, me dirigí al hogar,
con graves y serios pensamientos;
y después de haber visto aquel espectáculo,
durante muchos días, mi cerebro
trabajó con un sentido oscuro e indeterminado
Sobre modos desconocidos del ser; en mis pensamientos
había una oscuridad, llamémosla soledad,
o vacua deserción, sin formas familiares
de objetos cotidianos, imágenes de árboles,
de mar o cielo, sin colores ni praderas;
Sino inmensas y poderosas formas, que no viven
Como los hombres viven, se movían lentamente en mi cerebro
Durante el día y fueron el objeto de mis sueños extraños.
Sabiduría y Espíritu del universo!
¡Tú, alma, que eres la eternidad del pensamiento!
¡Que das a las formas e imágenes un aliento y un movimiento eterno!
no en vano, de día o a la luz de las estrellas, desde mi primer amanecer
De la infancia te entrelazaste para mí las pasiones
que construyen nuestra alma humana,
no con las mezquinas y vulgares obras del hombre,
sino con objetos elevados, con cosas perdurables (…)
¡Vosotras Presencias de la Naturaleza, en el cielo y en la tierra!
¡Visiones de las colinas!¡Y almas de lugares solitarios! ¿Puedo pensar
Que fuera una esperanza vulgar la vuestra cuando empleasteis
Tal ministerio, cuando Vosotras a través de muchos años
Persiguiéndome así entre mis deportes infantiles,
En cuevas y árboles, en los bosques y las colinas,
Imprimiendo sobre todas las formas los caracteres
Del peligro o el deseo, haciendo
Que la superficie de la tierra universal
Con triunfo, y deleite, y esperanza, y miedo,
Trabajara como un mar? (…)
¡Vosotros humildes aposentos en los que vivíamos (…)
puedo acaso olvidaros? (…)
En torno a la desnuda mesa, de un blanco como la nieve,
Cerezo o Arce, nos sentábamos muy juntos (…)
Mientras afuera caía tupida la lluvia, o la escarcha
Se cebaba amargamente, con afilados y silenciosos dientes;
E, interrumpiendo el apasionado juego,
Desde el vecino lago de Esthwaite, el hielo al astillarse,
Mientras se hundía en el agua, enviaba,
Entre los prados y las colinas, sus largos
Y desmayados alaridos, como el ruido de los lobos
Cuando aullan alrededor del Bothnic Main (…)
Cómo la naturaleza, mediante pasiones extrínsecas,
Poblaba mi mente con formas bellas o grandiosas
Y me hizo amarlas (…) Cómo me he sentido,
No pocas veces, incluso en ese momento tempestuoso,
Esos movimientos sagrados y puros del sentido
Que parecen, en su simplicidad, poseer un encanto intelectual,
Ese placer tranquilo que, si no erro, seguramente debe pertenecer
A las afinidades innatas que ajustan nuestra nueva existencia a las cosas existentes,
Y, en el alba de nuestro ser, constituyen
El vínculo de unión entre la vida y el gozo.
Sí, recuerdo, cuando la tierra cambiante,
Y dos veces cinco estaciones habían estampado en mi mente
Los rostros del año en movimiento, incluso entonces,
Un niño, tenía relaciones inconscientes
Con la Belleza eterna, bebiendo en Un puro placer orgánico
de las líneas de la niebla que se encrespa, o de la nivelada planicie
De las aguas coloreadas por las nubes constantes.

Las arenas de Westmoreland,
los límites rocosos de los arroyos y bahías de Cumbria,
Ellos pueden hablar de cómo, cuando el mar arrojó su sombra de la tarde
Y a las cabañas del pastor debajo de los riscos
enviaron dulcemente aviso de la luna naciente,
Cómo he estado parado, en ensoñaciones como estas,
Injertado en la ternura de pensamientos, desconocidos, vinculados con el espectáculo
Sin memoria consciente de una visión afín,
y sin llevar conmigo ningún sentido peculiar de quietud o paz,
sin embargo, he permanecido de pie,
incluso mientras mi mirada recorría tres largas leguas de agua brillante,
reuniéndose, como me parecía a mí, a través de cada pelo de ese campo de luz,
nuevos placeres, como una abeja entre las flores (…)
Infalibles compañeros, en medio de ese éxtasis vertiginoso
[de la sangre de un niño y que son olvidados] (…)
Objetos y apariencias colaterales,
Aunque inertes entonces, y condenado a dormir
hasta que estaciones más maduras los llamaran para impregnar y elevar la mente
(…)
Sobre la costa oriental del Windermere (…) había una posada (…)
El jardín está sobre una pendiente rematada por la planicie
De una pequeña cancha de bolos; bajo nosotros había una arboleda
con parpadeo de agua entre los árboles (…)

Windermere_looking_north

Foto: Windermere Lake
Y allí, durante media tarde, jugamos en la plataforma lisa,
y los gritos que enviamos hicieron resonar todas las montañas.
Pero antes de la caída de la noche,
cuando en nuestro bote volvíamos sobre el lago oscuro y hacia la playa
de alguna pequeña isla dirigíamos nuestro curso,
Y dejábamos allí al juglar de nuestra tropa, tocando su flauta
Oh, entonces las calmadas y quietas aguas se apoderaban de mi mente,
incluso con el peso de un placer, y el cielo, nunca antes tan hermoso,
se hundía en mi corazón y me sostenía como en un sueño.
Así cada día se ensanchaban mis simpatías,
y así crecía la gama común de cosas visibles:
Comencé a amar al sol, un niño que amaba el sol,
no como he llegado a amarlo desde entonces,
como un prenda y garantía de nuestra vida terrena,
una luz que, mientras la vemos, sentimos que estamos vivos (…)
De manera análoga me era querida la luna
Porque alejaba soñando mis propósitos,
de pie para mirarla mientras ella colgaba a medio camino entre las colinas,
como si no conociera ninguna otra región; pero perteneció a ti,
Sí, poseído por un derecho peculiar A ti y tus cabañas grises, mi querido Valle!
Esos encantamientos incidentales que unieron
Mi corazón con los objetos rurales, día a día se debilitaron,
y la naturaleza, (…) ahora era buscada por sí misma.
¿Pero quién parcelaría su intelecto, por reglas geométricas, dividido, como una provincia, en círculos y cuadrados?
¿Quién sabe la hora individual en que se sembraron sus hábitos, como una semilla?
¿Quién señalará, como con una varita mágica, y dirá: «Esta parte del río de mi mente vino de esa fuente»?
¡Tú, mi Amigo! eres un Más profundo lector de tus propios pensamientos;
para ti la ciencia se parece a lo que de verdad es,
No como nuestra gloria y nuestra absoluta jactancia,
sino como un sucedáneo y un apoyo para nuestra falta de firmeza.
Tú no eres un esclavo de ese falso poder secundario,
por el cual, en nuestra debilidad, creamos distinciones, y después
Creemos que nuestras pueriles fronteras son cosas que percibimos, y no
que hayamos creado.
Para ti, no cegado por estos espectáculos externos,
La unidad de todo ha sido revelada
(…)
Por causas desconocidas fuí abandonado, buscando el mundo visible, sin saber por qué.

[Nota: La madre de Wordsworth murió cuando él tenía 8 años, y su padre a sus 13 años, tras lo cual quedó bajo la tutela de sus tíos.  Wordsworth recordaba brotes de soledad y ansiedad, y tardó muchos años en recobrarse de la muerte de sus padres y la separación de sus hermanos]

Los accesorios de mis afectos fueron removidos, ¡y sin embargo, el edificio se mantuvo, como sostenido por su propio espíritu!
Todo lo que contemplé fue querido para mí, y por esta causa vino,                                     que ahora a los fuertes flujos de la Naturaleza mi mente esté abierta,                                     a esa comunión más exacta e íntima que nuestros corazones mantienen con las propiedades más diminutas de los objetos que ya son amados,
Y solo con ellos. Muchas son las alegrías de la juventud; pero oh! qué felicidad vivir cuando cada hora trae un acceso palpable al conocimiento,                                            cuando todo conocimiento es deleite, y el dolor no está allí.
Las estaciones llegaron, Y cada una atrajo mi atención
Una reserva de cualidades transitorias
Que, a no ser por este vigilante poder del amor, hubieran sido ignoradas;
dejaron un registro De relaciones permanentes,
que si no hubieran seguido siendo desconocidas,
De ahí la vida, y el cambio y la belleza , la soledad
Más activas, incluso, que la «mejor compañía», la compañía hecha dulce como la soledad Por silenciosas y comprensivas simpatías, y las suaves agitaciones de la mente
De múltiples distinciones, diferencias
Percibidas en las cosas, donde para el ojo común,
No hay diferencias, y por lo tanto, de la misma fuente
Obtengo alegría Sublime; porque caminaría solo,
en medio de la tormenta y la tempestad, o en noches de luz de estrellas
Bajo los Cielos tranquilos y, en aquel tiempo,
He sentido lo que hay de poder en el sonido
Para respirar un estado de ánimo elevado, por la forma
O la imagen sin profanar; y me paraba, debajo de alguna roca,
escuchando sonidos que son
El lenguaje fantasmal de la tierra antigua,
O hacen su morada oscura en vientos distantes.
De allí bebí el poder visionario.
No me parecen improductivos esos ánimos flotantes de exultación umbrosa:
Ni que sean afines con nuestra mente más pura y nuestra vida intelectual; sino que el alma, Recordando cómo se sentía, pero no Recordando qué sentía
conserva un oscuro sentido de sublimidad posible, al cual,
Con facultades crecientes aspira, Con las facultades aún creciendo, sintiéndo aún
Que cualquiera que sea el logro obtenido, Todavía tienen algo para perseguir
(…)
Mi decimoséptimo año había llegado (…)
Conversaba con cosas que son realmente,
Veía bendiciones extendidas en torno a mí como un mar (…)
De la naturaleza y su desbordante espíritu
Había recibido yo tanto, que todos mis pensamientos estaban cargados de sentimientos (…)
Percibí el sentimiento del Ser extendiéndose Sobre todo lo que se mueve y todo lo que parecía estar inmóvil (…)
Bajo la ola, en la propia ola también. Y en las poderosas profundidades de las aguas
Así eran mis transportes; porque en todas las cosas veía una única vida, y sentía que era gozosa (…)
Aún así, aunque me viera completamente privado de todos esos sentimientos humanos que hacen que esta tierra algo tan querido,
si hubiera de olvidarme, con voz agradecida, de Hablar de vosotros, montañas y lagos,
y sonaras cataratas, neblinas y vientos que habitan entre las colinas donde nací.
Si, en mi juventud, he sido puro de corazón,
si, mezclándome con el mundo, estoy contento
con mis propios placeres modestos, y he vivido,
en comunión con Dios y la naturaleza , alejado
de las pequeñas enemistades y bajos deseos,
el regalo es tuyo; si en estos tiempos de miedo,
este melancólico derroche de esperanzas derruidas,
Si, en medio de la indiferencia y la apatía
Y la malvada exultación, cuando los hombres buenos,
caen en cada lado, no sabemos cómo,
En el egoísmo, disfrazado de nombres amables,
De paz y tranquilidad y amor doméstico,
Aún así, mezclado, no involuntariamente, con burlas
Contra las mentes visionarias; si en este tiempo
de abandono y desesperanza, aún
no desespero de nuestra naturaleza, sino que conservo
una confianza más que romana, una fe
que no falla, en todas las tristezas mi apoyo,
la bendición de mi vida; el regalo es vuestro, ¡oh montañas! tuyo, oh naturaleza!
Tú has alimentado Mis nobles especulaciones; y en ti,
Para este inquieto corazón nuestro, encuentro
Un principio de alegría inagotable y la más pura pasión.
¡Tú, mi amigo! fuiste educado en la gran ciudad, en medio de escenarios muy distintos;
Pero nosotros, por diferentes caminos, hemos llegado al mismo destino.
Y por esta causa te hablo, sin temor a ser despreciado,
De la burla insinuada de lenguas cobardes, y todo ese lenguaje silencioso que a menudo
en conversaciones entre hombre y hombre,
borra del semblante humano todo rastro de belleza y de amor.
Porque Tú has buscado la verdad en la soledad, y tú eres uno,
el más intenso de los adoradores de la naturaleza.
En muchas cosas mi hermano, fundamentalmente aquí
en esta mi profunda devoción.
¡Que te vaya bien!
Que la salud, y la serenidad de una mente sana te acompañen!
buscando las guaridas de los hombres,
y aún más a menudo viviendo contigo mismo,
y para ti mismo, de forma que acaso sean tus días muchos,
y una bendición para la humanidad.

[Parece estarse dirigiendo a su gran amigo de juventud, el poeta Coleridge, a quien el libro estaba dedicado]
coleridge

El poeta Samuel Taylor Coleridge

III. Residencia en Cambidge

Yo era el soñador, ellos el sueño; yo vagaba
Encantado a través del variopinto espectáculo (…)
Extraña transformación para un joven de las montañas (…)
Podía yo ver, justo enfrente, a unas pocas yardas,
La antecapilla, donde estaba la estatua
De Newton con su prisma y su silenciosa faz (…)
La sala de conferencias toda repleta, tan cargada como podían soportar las sillas
De leales estudiantes fieles a sus libros,
Ociosos de medio pelo, recalcitrantes recusantes,
Y tontos honestos -de días importantes (…)
Pequeños celos, y triunfos buenos o malos,
Hago breve mención, eran cosas que entonces
No amaba, ni lo hago ahora.
Tal gloria era poco perseguida por mí, y pocas veces obtenida
Pero es justo decir que incluso tan temprano,
Desde aquellos primeros y crudos días
De disponer de mi tiempo en aquella mi nueva morada
No infrecuentemente me veía sumido en melancólicos pensamientos,
Por consideraciones personales y familiares
Y, más que nada, una rareza en mi mente,
un sentimiento de que yo no pertenecía a esa hora ni a ese lugar.

Trinity College cambridge

Trinity College, Cambridge.
Pero, ¿por qué sentirme hundido? ¿Por qué debería llorar? Era un hijo elegido.
Porque había venido allí con poderes sagrados
y facultades, ya fuera para trabajar o para sentir:
para aprehender todas las pasiones y todos los estados de ánimo
Que el tiempo, el lugar y la estación imprimen sobre el universo visible,
y realizar cambios similares allí con la fuerza de mi propia mente.
Era un hombre libre, en el sentido más puro yo era libre,
y era fuerte hasta extremos majestuosos
No hablo de aprendizaje, verdad moral o comprensión-, fue suficiente para mí saber que estaba dotado de otra manera.
Cuando pasó el primer brillo del espectáculo, y el primer deslumbramiento de la luz de vela, Como con un rebote mi mente regresó a su yo anterior.
A menudo dejaba a Mis camaradas, a la multitud, a los edificios y arboledas,
y caminaba a lo largo de los prados, los lisos campos,
Con el cóncavo azul del cielo sobre mi cabeza;
Y fue entonces que a través de tal cambio completo,                                                                   Y en esta primera ausencia de aquellas formas sublime
Con las cuales había estado en relación,                                                                                       mi mente pareció estar más ocupada en sí misma que hasta entonces.
Al menos, reconocí más directamente mis poderes y mis hábitos (…)
Ahora sentí la fuerza y ​​el consuelo que eran míos.
Como si despertado, llamado, alzado, constreñido, buscara cosas universales,
examinara el rostro común de la tierra y el cielo, y,
volviendo la mente sobre sí misma, estudiara, mirara, esperara, escuchara, extendiera mis pensamientos,
y los extendiera con una progresión más amplia,
sintiendo incumplimientos más horribles, visitaciones más sustentadoras del alma tranquila, que debajo de toda pasión vive una vida inquebrantable.
¡Pero paz! es suficiente darse cuenta de que estaba ascendiendo ahora a esa comunidad con la más alta verdad
Siguiendo un camino no por primera vez utilizado, De profundas analogías
pensamientos suministrados, y conciencias no sometidas,
A toda forma natural, roca, fruta o flor, Incluso las piedras sueltas que cubren la carretera,  Daba yo una vida moral: les veía sentir, o los vinculaba a algún sentimiento.

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La gran masa yacía sobre un alma vivificante, y todo lo que contemplaba respiraba con significado interior.
Así tanto para la presencia única, y la vida de la gran totalidad; (…)
Era yo tan consciente como las aguas, al movimiento del cielo, en un sentido afín de pasión. obediente como un laúd que espera los toques del viento.
Así ocurría conmigo en mi soledad;
A menudo entre multitudes de hombres.
Desconocido, sin que nadie pensara en mí, era sin embargo el más rico,
tenía un mundo en torno a mí: era el mío, yo lo hice, porque solo vivía para mí,
Y para el Dios que miraba mi mente.
Tales simpatías se mostraban a veces por gestos externos y miradas visibles.
Algunos lo llamaban locura; así era, en verdad, si la fecundidad infantil en la alegría pasajera, si los estados de ánimo meditativos continuos madurados
Hasta la inspiración, responden a ese nombre
Si la profecía es locura, si las cosas vistas                                                                                   Por los poetas de antaño, y más arriba                                                                                         Por los primeros hombres, los primeros habitantes de la tierra,
No pueden en estos ilustrados días ser vistos ya
Con visión ordenada.                                                                                                                     Pero dejando esto, no era una locura, porque yo tenía unos ojos                                         que en mis más intensos esfuerzos estarían ya siempre buscando                                        las sombras de la diferencia,
Tal como se ocultan en todas las formas exteriores,                                                          cercanas o remotas, diminutas o vastas:                                                                                       un ojo que desde una piedra, un árbol, una hoja marchita,
Hasta el amplio mar y los cielos azules, rebosantes de multitudes afines de estrellas,
no podría encontrar ninguna superficie sobre la que su poder podría dormir.
Que hablaba una lógica perpetua a mi alma, y por una agencia implacable
ataba mis sentimientos como una cadena (…)
Yo, criado en el regazo de la Naturaleza, era
Como un niño mimado; y, disgresivo como el viento
Como había hecho en las relaciones diarias con esos ríos deliciosos, alturas solemnes, y montañas,
vagando como un ave en vuelo, estaba yo mal instruido para la cautividad,
Para abandonar mis placeres, y mes tras mes
Tomar calmadamente mi lugar en la percha de la paz sedentaria.
Aquellas formas preciosas también habían dejado menos espacio en mi mente,
que, sobreexcitada instintivamente, había encontrado una frescura                                     en esos objetos de su amor,
Un poder triunfante más allá de cualquier otro poder.
No es que despreciara los libros, eso carecería de sentido,
Pero habían sido mías otras pasiones, más fervientes,
dejándome menos dispuesto quizás a estudiar entre paredes
lo que fuera sabio o bueno, o adecuado a mis años.

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Terminaremos con el extraordinario poema que cierra el libro de Baladas Líricas, cuando Wordsworth vuelve a visitar, tras cinco años, un paisaje de su niñez:

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Tintern Abbey vista desde el río Wye. Cuadro de Benjamin Williams Leader (1831-1923)

 

LÍNEAS COMPUESTAS UNAS POCAS MILLAS MÁS ALLÁ DE TINTERN ABBEY, VOLVIENDO A LAS RIBERAS DEL WYE DURANTE UN VIAJE. 13 DE JULIO DE 1798.

Cinco años han pasado, cinco veranos con la extensión
de cinco largos inviernos; Y de nuevo escucho
estas aguas precipitarse desde su fuente en la montaña
con un suave murmullo tierra adentro. Una vez más contemplo
estos riscos altos y escarpados,
que sobre una salvaje y solitaria escena imprimen
pensamientos del más profundo recogimiento
y enlazan el paisaje con la quietud del cielo.
Ha llegado el día en que de nuevo reposo
aquí, bajo este oscuro sicomoro, y contemplo
estos campos de labranza, esas manchas de arboledas
que, en esta estación, con los frutos aún verdes,
entre sotos y matorrales se pierden
vestidos de sencillos tonos verdes, y perturban                                                                           El agreste paisaje. Veo de nuevo
estos setos, más bien breves hileras
de bosque juguetón hecho silvestre;
estas granjas pastoriles, verdes hasta la misma puerta,
y espirales de humo se levantan en silencio entre los árboles
Como algún incierto aviso que surgiese
de errantes moradores de los bosques
o de algún ermitaño que, en su cueva,
se sentara solitario junto al fuego.

Estas formas de belleza,                                                                                                                    tras una larga ausencia, para mí no han sido                                                                                  como un paisaje a los ojos de un ciego;                                                                                         con frecuencia, en espacios aislados y entre el ruido
de pueblos y ciudades, les soy deudor
en horas de fatiga, de dulces sensaciones,
sentidas en la sangre y que también siente el corazón                                                                  y entrando incluso a mi mente más pura,
con la tranquilidad del reposo; sentimientos también
de placer no recordado, tales quizás
que no tienen la más leve ni trivial influencia
en la mejor parte de la vida de un hombre bueno,
Sus actos pequeños, sin nombre, sin memoria,
De bondad y de amor. Y no menos me confío
A aquellos a quien debo otro regalo,
De aspecto más sublime; ese estado de bendición,
En el que la carga del misterio,
En el que el duro y fatigoso peso
De todo este mundo incomprensible,
Se aligera: ese estado de ánimo sereno y bendecido
Al que los afectos nos conducen suavemente, –
Hasta que, con el aliento de este marco corpóreo
E incluso el movimiento de nuestra sangre humana
Casi en suspenso, somos llevados al sueño
del cuerpo, que se convierte en alma viva:
Mientras con el ojo calmado por el poder
De la armonía y el profundo poder de la alegría
Contemplamos la vida de las cosas.

Si esta
no es más que una vana creencia, no obstante, ¡ay! Con cuanta frecuencia
En la oscuridad y en medio de las múltiples formas
De la triste luz del día; cuando el revuelo inquieto
Inútil, y la fiebre del mundo,
se demoran sobre los latidos de mi corazón,
Con cuánta frecuencia, en espíritu, he vuelto hacia ti,
¡Oh Wye nemoroso! Tú, vagabundo entre los bosques,
¡Cuántas veces mi espíritu se volvió hacia ti!
Y ahora, con destellos de un pensamiento casi extinto,
Con muchos vagos y débiles recuerdos,
Y un algo de triste perplejidad,
La imagen de la mente revive de nuevo:
Mientras estoy aquí, no solo con el sentimiento
Del placer presente, sino con pensamientos placenteros
De que en este momento hay vida y alimento
Para años futuros. Y por eso me atrevo a esperar,
que aunque cambiado, sin duda, frente a lo que por vez primera
era al llegar a estas colinas; cuando como un gamo
brincaba por las montañas, junto a las riberas
De los ríos profundos, y los arroyos solitarios,
Allí donde me llevaba la naturaleza: más como un hombre
que huye de algo que teme, que uno
que partió en busca de lo que amaba. Pues la naturaleza entonces,
(Los placeres groseros de mis días juveniles
Y sus alegres movimientos animales se han ido)
lo era todo para mí. No puedo pintar
cómo era entonces. La sonora catarata
Me embrujaba como una pasión; la roca encumbrada,
La montaña, el bosque profundo y tenebroso,
Sus colores y formas, eran entonces para mí
Una tentación; un sentimiento y un amor,
que no necesitaba de encantos más remotos,
que el que proporcionaba el pensamiento, ni a otro interés
se prestaban mis ojos. Ese tiempo ha pasado,
Y no existen ya todas sus alegrías dolorosas,
ni sus vertiginosos éxtasis. Mas no por eso
Desmayo, ni me lamento ni murmuro; otros regalos
Han seguido; por tal pérdida, creo yo,
Ha habido abundante recompensa. Pues he aprendido
a mirar a la naturaleza, no como en la hora
De la juventud irreflexiva; sino escuchando a menudo
La música todavía triste de la humanidad,
Sin asperezas ni disonancias, sino con amplio poder
Para castigar y someter. Y he sentido
Una presencia que me perturba con la alegría
De pensamientos elevados; un sentido sublime
De algo mucho más profundamente entrelazado,
que habita en la luz del sol poniente,
Y en torno al océano y al aire vivo,
Y al cielo azul, y en la mente del hombre:
Un movimiento y un espíritu, que impulsa
a cuantas cosas piensan, a todos los objetos de todo pensamiento,
Y lo recorre todo. Así que sigo siendo
Un enamorado de las praderas y los bosques
Y de las montañas; y de todo cuanto contemplamos
Desde esta tierra verde; de todo el mundo poderoso
De la vista y del oído, -tanto de lo que crean a medias
como de lo que a medias perciben; contento de reconocer
En la naturaleza y en el lenguaje de los sentidos
El ancla de mis pensamientos más puros, cuidado,
guía, guardián de mi corazón y de mi alma,
de todo cuanto hay de honrado en mí.

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Tintern Abbey by Moonlight. Cuadro de Benjamin William Leader

Si acaso no,
Si no hubiese sido educado de ese modo, aún más debería
Sufrir la decadencia de mis espíritus afables:
Porque tú estás conmigo en las orillas
De este hermoso río; tú, mi amiga más querida,
querida, querida, Amiga mía; y en tu voz entiendo
El lenguaje de mi antiguo corazón, y leo
Mis antiguos placeres en las luces fugaces
De tus ojos salvajes. ¡Ay!, mas durante un rato
puedo ver en ti lo que fui una vez,
querida, querida Hermana mía! Y rezo esta oración,
Sabedor de que la naturaleza nunca traicionó
al corazón que la amaba; es su privilegio,
A través de todos los años de esta vida nuestra, llevarnos
De alegría en alegría; pues puede dar forma
al pensamiento que está dentro de nosotros, y dejar impronta
de quietud y belleza, y así alimentar
Con pensamientos elevados, que ni las malas lenguas,
ni juicios violentos, ni las burlas de los arrogantes,
Ni los saludos donde no hay bondad, ni nada
del monótono curso de la vida cotidiana,
podrán jamás vencernos, ni estorbar
Nuestra alegre fe de que cuanto contemplamos
Está lleno de bendiciones. Así que deja que la luna
Brille sobre ti en tu paseo solitario;
Y que los neblinosos vientos de la montaña sean libres
Para soplar contra ti; y, años más tarde,
Cuando estos éxtasis exorbitados maduren
En un sobrio placer; cuando tu mente
Sea mansión de cuantas formas hermosas existen,
Tu memoria será como una residencia
Para todos los dulces sonidos y armonías; ¡Ah! entonces,
Si la soledad o el miedo, o el dolor y la angustia,
han de ser tu suerte, ¡con qué pensamientos de consuelo
y de tierna alegría me habrás de recordar,
Y a estos mis consejos! Acaso no-
Si estuviese donde ya no pueda oir más
tu voz, ni atrapar en tus fieros ojos esos destellos
De existencia pasada, te olvidarás entonces
de que en las riberas de esta corriente deliciosa
estuvimos juntos; y de que yo, que durante tanto tiempo
he sido adorador de la Naturaleza, llegué hasta aquí
Incansable en ese servicio: mejor decir
Con el amor más cálido, ¡Ah! Con el más profundo celo
De amor más santo. Y no olvidarás entonces,
de que tras muchos viajes, tras muchos años
De ausencia, estos erguidos bosques y riscos encumbrados,
Y todo este verde paisaje pastoril, me fueron
Más queridos, ¡por sí mismos y por causa tuya!

Dorothy Wordsworth circa 1925

Dorothy Wordsworth, circa 1825, retrato de Margaret Gillies.

 

Referencias

Berlin I. Las raíces del romanticismo. Taurus, Buenos Aires, 1999.

Wordsworth W., The Prelude of 1805, in Thirteen Books. DjVu Editions y Global Language resources, 2001.

Wordsworth W., Preludio. Visor, Madrid, 1980. Traducción por Antonio Resines.

Wordsworth W. y Coleridge S. T. Baladas Líricas. Cátedra 1994. Traducción e Introducción por S. Corugedo y J. L. Chamosa.

 

 

 

 

 

El amor en Occidente

El libro El Amor y Occidente, de Denis de Rougemont (Ed. Kairós, 2006) es una obra clave para entender el origen de la manera como los occidentales vivimos lo que llamamos «amor romántico».

En un lugar de esta obra, el autor sugiere que cuando un occidental dice «amor mío», se está refiriendo, en primer lugar, a una persona física, el objeto de su amor; pero a la vez, está aludiendo a una parte de él o ella misma, que le falta, y que la otra persona representa. Y, según Rougemont, esta forma de vivir el amor procede del misticismo cátaro. Es más, invierte la interpretación freudiana de que el amor romántico es una sublimación del instinto sexual, para afirmar que la interpretacción del amor como un acto sexual es una mundanización de un éxtasis místico previo, que toma el éxtasis sexual como una forma de aproximarse al éxtasis místico del que procede.

Para Rougemont, el lenguaje pasional expresa, no el triunfo de la naturaleza sobre el espíritu, sino el exceso del espíritu sobre el instinto. “El amor existe cuando el deseo es tan grande que supera los límites del amor natural”, decía el trovador Guido Cavalcanti en el siglo XIII. Y el hecho de superar los límites del instinto, define al hombre en tanto que espíritu. Este hecho solo es el que nos permite hablar.

El amor-pasión, que es el «amor al amor» según Rougemont, es el impulso que va más allá del instinto y, con ello, miente al instinto, que sólo busca la satisfacción inmediata.

En lo que sigue, resumiremos el contenido del libro, añadiendo de vez en cuando algunos comentarios interpretativos.

 

El mito de Tristán e Isolda

Este mito celta de la saga de los de Los caballeros de la Mesa Redonda, de alrededor del año 1120, para Denis de Rougemont, es uno de los mitos más importantes e influyentes de la cultura occidental, porque trasluce un conjunto de metáforas constituyentes de la manera en que esta cultura concibe el amor.

Wagner plasmó la leyenda en la ópera Tristán e Isolda, estrenada en 1865 en Munich y estrenada en España en 1899 en el Teatro del Liceo de Barcelona. En esta ópera, Tristan es presentado como el héroe romántico condenado por su destino, que no es otro que la Voluntad schopenhaueriana, autor de quien Wagner era profundo admirador. Para algunos críticos de Wagner, esta ópera constituyó el cénit de la música semitonal occidental y dio paso a la investigación en nuevas formas musicales. El liebestod final o “muerte de amor” de la soprano Isolda es uno de los pasajes más populares del repertorio operístico.

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La historia de Tristán e Isolda

Tristán nace en desgracia. Su padre acaba de morir y su madre Blancaflor no sobrevive al parto. De ahí el nombre del héroe y el cielo de tormenta que cubre la leyenda. El rey Marcos de Cornualles, hermano de Blancaflor, se lleva al huérfano a su corte y lo educa.

Un gigante irlandés, Morholt, acude a Cornualles a exigir su tributo en jovencitas o jovencitos, pero Tristán da muestras de poderes sobrenaturales ya de adolescente y, recién armado caballero, mata a dicho gigante. En la lucha, sin embargo, recibe una estocada envenenada. Sin esperanzas de sobrevivir, embarca a la aventura llevándose sólo su espada y su arpa, hasta abordar la orilla irlandesa. La reina de Irlanda es la única que posee el secreto del remedio que puede salvarle. Pero el gigante Morholt era hermano de esa reina y Tristán se guarda de confesar su nombre y el origen de su mal. La princesa real Isolda, lo cuida y lo cura. Así termina el prólogo.

Unos años más tarde, el rey Marcos decide casarse con la mujer de la que un pájaro le llevó un cabello de oro, y que resultará ser de su sobrina Isolda, y encarga a Tristán la búsqueda de esa “desconocida”.

Una tempestad arroja de nuevo al héroe a Irlanda. Allí combate y da muerte a un dragón que amenazaba la capital (motivo consagrado por muchas tradiciones posteriores). Herido por el monstruo, Tristán es cuidado de nuevo por Isolda. Un día ésta descubre que el herido no es sino el asesino de su tío. Coge la espada de Tristán y amenaza con matarle en su baño. Entonces éste le revela la misión que el rey Marcos le encargó. Isolda se detiene, pues quiere ser reina y también admira la belleza del joven.

Tristán y la princesa navegan hacia las tierras de Marcos. En alta mar, el viento amaina y el calor es pesado. Tienen sed y la sirvienta Brangania les da de beber, por error, el “vino con hierbas” destinado a los esposos, que es un filtro de amor preparado por la madre de Isolda. Lo beben y entran así en un destino “que no les abandonará ni un día de sus vidas, pues han bebido su destrucción y su muerte”. Se confiesan su amor y ceden a él.

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Pese a la falta, Tristán sigue comprometido con la misión que recibió del rey. Conduce pues a Isolda a Marcos, pese a la traición que le ha hecho. Brangania, sustituyendo a Isolda con astucia, pasa la primera noche nupcial con el rey, salvando así a su ama de la deshonra (se supone que por haber perdido ya la virginidad) a la vez que expía personalmente el error fatal que cometió con la bebida.

Sin embargo unos barones “felones” denuncian al rey el amor de Tristán e Isolda y Tristán es desterrado. Pero gracias a una nueva astucia (escena del vergel), convence a Marcos de su inocencia y vuelve a la corte.

El enano Froncín, cómplice de los barones, intenta sorprender a los amantes sembrando “flor de trigo” entre el lecho de Tristán y el de la reina. Marcos encomienda una nueva misión a Tristán y éste, quiere reunirse una última vez con su amiga la noche antes de su partida. Salva de un salto el espacio que separa los dos lechos, pero una herida reciente en su pierna se abre con el esfuerzo y deja unas gotas de sangre. Marcos y los barones, alertados entonces por el enano, irrumpen en el dormitorio y ven las manchas de sangre, prueba del adulterio. Isolda será entregada a una banda de leprosos como castigo, y Tristán, condenado a muerte. Se evade (escena de la capilla), libera a Isolda y con ella se adentra en el bosque de Morrois.

Durante tres años llevan en él una vida “áspera y dura”. Un día Marcos les sorprende durmiendo, pero Tristán, no se sabe si intencionadamente o por azar, ha colocado su espada entre los cuerpos desnudos (esto lo hacían los caballeros que habían jurado vasallaje a una dama que amaban, generalmente ya casada, cuando dormían con ella, como símbolo de la castidad que iban a mantener durante la noche). Emocionado por lo que toma como un signo de castidad, el rey no los toca y, sin despertarlos, sustituye la espada de Tristán por su espada real.

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Pasados tres años, el filtro deja de actuar. Sólo entonces, Tristán se arrepiente e Isolda se pone a añorar la corte. Van en busca del ermitaño del bosque Ogrín, quien les recrimina: “¡El amor por fuerza os domina! ¿Cuánto durará vuestra locura?”. Pero ellos no se pueden arrepentir de su amor mutuo y no piden perdón, pues dicen no ser responsables de él: “Señor, por Dios omnipotente, él no me amara ni yo a él si no fuera por un cocimiento del que bebí y él bebió: ese fue el pecado”. Por mediación de Ogrín, Tristán ofrece al rey la devolución de su mujer y Marcos promete su perdón. Los amantes se separan cuando el cortejo real se aproxima, pero Isolda suplica a Tristán que permanezca en el país hasta estar segura de que Marcos la trata bien. Y le declara que se reunirá con él a la primera señal de su parte, sin que puedan retenerla “ni torre, ni muro, ni castillo fortificado”.

En casa de Orri, el guardabosque, tienen varias citas clandestinas. Pero los barones felones sospechan y fuerzan un “juicio de Dios” para que Isolda pruebe su inocencia. Gracias a un subterfugio triunfa en la prueba: antes de agarrar el hierro candente, que supuestamente deja intacta la mano del que no miente, jura no haber estado jamás en los brazos de ningún hombre, aparte de los de su dueño y los del campesino que acaba de ayudarla a bajar de la barca. Pero tal campesino era Tristán disfrazado y Dios parece condescender con tal juramento literalmente cierto…

Pero nuevas aventuras se llevan lejos del país a Tristán durante un tiempo, y la falta de noticias hace que piense que Isolda ha dejado de amarle. Es entonces cuando consiente en casarse, más allá del mar, “por su nombre y por su belleza”, con otra Isolda, “la de las blancas manos”. Tristán la dejará virgen, pues añora a “Isolda la rubia”.

Finalmente, herido de muerte y envenenado de nuevo por esta herida, Tristán hace llamar a la reina de Cornualles, la única que aún puede curarle. Llega, y su barco enarbola una bandera blanca, signo de esperanza. Isolda la de las blancas manos vigila la llegada y, atormentada por los celos, se acerca al lecho de Tristán y le anuncia que la vela que llega es negra. Tristán muere sin esperanza. Isolda la rubia desembarca en ese instante, sube al castillo, ve el cuerpo de su amante, lo abraza y muere.

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La lucha entre código medieval y amor cortés

La novela de Tristan e Isolda es la primera en la que los códigos de la “caballería cortés” se ponen por encima del derecho feudal. Esta clase de novelas sustituyeron a partir del siglo XII a las dominantes hasta entonces, que eran los cantares de gesta.

El caballero bretón, exactamente igual que el trovador del sur de Francia, se reconoce vasallo de una Dama elegida, aunque de hecho continúa siendo vasallo de un señor. De ello nacen conflictos de derecho, en los que esta novela toma partido sistemáticamente por el código de caballería “cortés”. Por ejemplo, llama la atención que se llame “felones” a unos barones que sólo están mostrando lealtad a su señor, denunciando las infidelidades de Isolda. Según el código de vasallaje, serían “felones” si no lo hicieran. Por lo tanto, se les llama felones en virtud de otro código, que es el de la caballería del Midi: es felón todo el que revela los secretos del amor cortés.

El amor cortés nació de una reacción contra la anarquía de las costumbres feudales. El matrimonio en el siglo XII se había convertido para los señores en una simple herramienta para enriquecerse y anexionarse tierras en forma de dotes o herencias. Cuando tal negocio funcionaba mal, se repudiaba a la mujer, muchas veces con el pretexto del incesto. Bastaba con alegar sin demasiadas pruebas un parentesco en cuarto grado para obtener la anulación por parte de la iglesia. A tales abusos, generadores de querellas y guerras interminables, el amor cortés opuso una fidelidad independiente del matrimonio legal y fundamentada sólo en el amor. Llega incluso a declarar que el amor y el matrimonio no son compatibles, como en un famoso juicio que tuvo lugar en casa de la condesa de Champagne, una de las promotoras del amor cortés.

Como Tristán y el autor de la obra comparten tal actitud, la felonía medieval y el adulterio son excusados o incluso exaltados como expresión de fidelidad a una ley superior que es el donnoi, es decir, el amor cortés. Donnoi, o domnei en provenzal, designa una relación de vasallaje instituida entre el amante-caballero y su Dama o domina.

Orígenes de la actitud del amor cortés

Es conocida la descripción que hace Nietsche de los orígenes de la actitud racional en la Grecia de Sócrates y Eurípides [Nietsche, El Nacimiento de la tragedia]. Para el griego de tiempos de homero, el cuerpo estaba animado por una fuerza vital que salía del cuerpo cuando éste moría, sin embargo, este aliento vital era algo aparentemente no unificado por una pulsión principal. Era propio de los estados superiores de ánimo el estar como infundido de energía superior, a la que se daba procedencia divina (“Era Marte que me cegó”). La ética homérica exaltaba un estado de inspiración maníaca, que era también aquella en la que los poetas creaban.

El giro de la época de los sofistas consistió en la invención del alma [Escohotado 1975]. Para Platón, que articula filosóficamente ese concepto y actitud, el alma es la Idea de la vida en cuanto el viviente participa de ella, e incluye facultades racionales, facultades apetitivas y facultades pasionales. Pero la experiencia de estar constituidos por una pluralidad de lugares es una experiencia de error e imperfección. Por el contrario, hay una capacidad en el espíritu humano que es la de verse a sí como uno, a pesar de la multiplicidad de sus determinaciones y experiencias. Esta capacidad es interpretada por Platón como un signo de su afinidad en naturaleza con lo eterno y uno, que para él es superior a lo cambiante y efímero. Esta capacidad es la facultad racional del alma. Al igual que el cuerpo tiende a la salud, el alma tiende a un estado de orden donde la razón está en primer lugar. La razón es la capacidad de ver el Orden de las cosas.

Platón nos habla en Fedro y en El Banquete de un furor que va desde el cuerpo hacia el alma, para trastornar su orden con una especie de inspiración maníaca o arrebato de origen divino, que llamará Entusiasmo, que significa “endiosamiento”. Se trata de una especie de delirio divino o Deseo Total por un ser amado, al que el alma no consigue oponerse con sus facultades racionales. Rougemont le llama Eros y quizás algunos griegos clásicos responzabilizaran a este dios Eros del “rapto” que sufrían cuando tenían este sentimiento. Desde nuestra mentalidad contemporánea, atea y cientifista, podríamos llamarlo también “deseo arrebatado” y también “amor-pasión”.

Eros y Psique-museo-del-louvre

EROS Y PSIQUE trasera

Fotos: Eros y Psique. Museo del Louvre, París.

 

Rougemont sugiere influencias iraníes y órficas en la Grecia clásica para explicar el origen de esta actitud que en lo sucesivos denominaremos “pasión”. Sin embargo, bien puede haber una tendencia humana extendida en muchas culturas a divinizar el propio deseo cuando éste se percibe como inmanejable por la propia voluntad y opuesto a las convenciones sociales. En cualquier caso, como dice Marina (El Rompecabezas de la sexualidad), todas las culturas humanas parecen haber conocido algo parecido al Eros griego y todas se han prevenido contra él por considerarlo antisocial, peligroso para las instituciones. Llevados por esa pasión irracional, los hombres son capaces de romper los matrimonios, cometer incesto, romper los límites entre hombre y animal y entre hombre y Dios, decían los antiguos griegos.

Plotino y el Aeropagita, al igual que otros neoplatónicos, enseñaron esta actitud de origen arcaico a los hombres de la Edad Media, sobre todo en sus formas místicas: unión del alma humana con Dios en los estados de amor más elevados.

En contraste con el amor-pasión, el cristianismo ortodoxo promovió un tipo de amor que consideraba superior al Eros y que denominó con la palabra griega Ágape.

Agapē (en griego αγάπη) es el término griego para describir un tipo de amor incondicional y reflexivo, en el que el amante tiene en cuenta sólo el bien del ser amado y no el propio. Filósofos griegos del tiempo de Platón emplearon el término para designar el amor universal, opuesto al amor personal, sea amor a la verdad o a la humanidad.

El cristianismo ortodoxo afirma que entre Dios y el hombre hay un abismo esencial y ninguna unión sustancial entre ambos es posible. Sólo una “comunión” cuyo modelo está en el “matrimonio” entre la Iglesia y su Señor. Para que se produzca esa comunión debe haber un descenso de la Gracia que va de Dios al hombre.

Para Rougemont el Eros o amor-pasión es una especie de fusión o disolución del individuo en el dios. En el Ágape en cambio, para que haya comunión es necesario que haya dos sujetos y que estén presentes el uno para el otro, o sea que sean prójimo el uno para el otro. Además, el sujeto del Ágape mantiene en todo momento su facultad racional ordenando sus actos y sus deseos, a diferencia del sometido a la pasión.

Así, podríamos decir que ágape describe la relación estable y comprometida que existe entre dos individuos que se quieren profundamente, pero libres de pasión.

A partir del siglo III, la religión Maniquea se extendió entre la India y Europa promoviendo una versión muy particular del “amor-pasión” que relajaba las prevenciones contra esta clase de amor, siempre que se manifestara dentro de un contexto místico o religioso. Originaria de Irán, la doctrina de Manes tomó formas cristianas, budistas, musulmanas o zoroastrianas según el lugar geográfico en que evolucionó.

El dogma fundamental de todas las sectas maniqueas es la naturaleza divina o angélica del alma, que está prisionera de las formas corporales creadas y de la noche de la materia. El lamento del alma es:

Salida de la luz y de los dioses; Héme aquí exiliada y separada de ellos (…) Soy un dios de dioses nacido; Pero reducido ahora al sufrimiento.

Rougemont enfatiza que la fe maniquea es esencialmente lírica: no se presta a ninguna exposición racionalista y objetiva; sólo se realiza en una experiencia a la vez angustiada (por el estado caído) y entusiasmante (por la naturaleza angélica del verdadero yo).

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La influencia de Mani se prolonga en los siglos siguientes a través del gnosticismo y en las sectas neomaniqueas de Asia Menor, de las que se nutre a su vez la herejía cátara o “albigense” del siglo XII en Europa.

Según la “Iglesia del Amor” que es como se llamó también a la herejía cátara, Dios es amor, pero el mundo es malo. Dios no puede ser pues su creador, que es en cambio, el Príncipe de las Tinieblas, el Ángel Caído o Lucifer, llamado El Demiurgo por los cátaros. Éste tentó a las almas o ángeles diciéndoles que “más les valía estar abajo, donde podrían hacer el mal y el bien, que arriba, donde Dios sólo les permitía el bien”. Lucifer les mostró a las almas “una mujer de belleza resplandeciente” para acabar de convencerlas. Las almas-ángeles, habiendo seguido a Satán y a la mujer de belleza resplandeciente, fueron presa en cuerpos materiales, que les eran y continúan siéndoles extraños. El alma, desde entonces, se encuentra separada de su espíritu, que continúa en el Cielo. Tentada por la libertad, se ha hecho prisionera de un cuerpo con apetitos terrenales, sometido a las leyes de la procreación y la muerte. Pero Cristo vino entre nosotros para mostrarnos el camino de vuelta hacia la luz. Ese Cristo, parecido al de los gnósticos y al de Manes, no se encarnó de hecho: sólo tomó la apariencia de un hombre.

Los maniqueos conocían desde hacía siglos los mismos sacramentos que los cátaros: la imposición de las manos, el beso de paz y la veneración de los puros. La veneración maniquea se dirige siempre a la “forma de luz” que en cada hombre representa su propio espíritu, que permaneció en el cielo, fuera de la manifestación, y que acoge el homenaje de su alma por un saludo y un beso.

Lucifer sólo reinará mientras dure el error de las almas. Al término del ciclo de sus pruebas, que comporta varias vidas, la creación será reintegrada a la unidad del Espíritu original, los pecadores serán salvados y el propio Satán volverá a la obediencia del Altísimo.

La secta se dividía en los “Perfectos”, que habían jurado solemnemente su renuncia al mundo y al contacto con su mujer caso de estar casados, y los simples “creyentes”. San Bernardo de Claraval, que combatió la herejía con todas las fuerzas de su inteligencia, pudo decir de los Cátaros: “No hay ciertamente sermones más cristianos que los suyos, y sus costumbres eran puras”.

La condena de la carne es de origen maniqueo y albigense, aunque tiene raíces platónicas.

La escuela Sufí del Islamismo y el Tantrismo indio podrían ser influencias más o menos lejanas del amor cortés.

El tipo de amor que cantan los trovadores en las regiones en que se extendía la herejía cátara era un amor, según Rougemont, del tipo Eros o pasión, completamente simbiótico con la religiosidad cátara.

 

El éxito de esta clase de amor, en contra del ágape cristiano ortodoxo entre las élites es explicado por Rougemont diciendo que el matrimonio cristiano impuso una fidelidad de por vida (sacramento) que fue insoportable para muchos. El amor-pasión promovido por los gnósticos y por los cátaros fue una alternativa creíble y opuesta al nuevo sacramento.

 

Tanto trovadores como cátaros glorifican la castidad y el amor sin realización, permanentemente buscado e insatisfecho, se burlan del matrimonio, y promueven una especie de “amor al amor” por encima de la posesión del objeto amado concreto. A veces, dice Rougemont, los trovadores que exaltan a su dama-señora parecen estar hablando de la María-Sofía de los gnósticos (el Principio Femenino de la Divinidad) y otras veces del Anima o de la parte espiritual del hombre a la que el alma presa llama nostálgica. El rito de vasallaje a la Dama-señora en el amor cortés se parece a la escena cátara del momento de la muerte, cuando la forma de Luz, la que es su espíritu, se le aparece al sujeto y le consuela con un beso, mientras su ángel, saliendo del cuerpo, le tiende la mano derecha y le saluda igualmente con un beso de amor. Así dice la leyenda que murió el trovador Jaufré Rudel en brazos de la Condesa de Trípoli, recibiendo, un beso, una mirada y un saludo.

amor y muerte cátara

Como afirma René Nelli, “los documentos del siglo XIII revelan que casi todas las damas de Toulouse, Albi, Carcasone y el Condado de Foix, que acogían y protegían a los trovadores, eran, en vísperas de la Cruzada contra ellos, si no “perfectas” al menos “creyentes” (citado por Rougemont). En 1250, tras la sangrienta y lamentable cruzada que destruyó toda la región, el catarismo estaba definitivamente vencido, pero la Iglesia encontraba aún ante ella esa otra herejía, “el Amor”, que sabía muy bien “que había hecho siempre causa común con el catarismo” (René Nelli). Según este autor, unos quince trovadores fueron cátaros o al menos “catarizantes”, entre ellos Raimon de Miraval, Raimon Jordan, Peire Vidal, Guilhem de Durfort, Pedro Rogier de Mirepoix y Mir Bernat, así como Peire Cardenal. Y se podría decir que la totalidad de ellos estaban sumergidos en la cultura cátara de la región incluso si no eran conscientemente “catarizantes”.

Los trovadores recogen también elementos de la retórica erótica sufí.

Por ejemplo, según los místicos de la escuela iluminista de Sohrawardi en Irán, una joven deslumbrante espera al fiel a la salida del puente Cinvat y le declara: “¡Yo soy tú mismo!”. Y según ciertos intérpretes de la mística de los trovadores, la Dama de los pensamientos no sería sino la parte espiritual y angélica del hombre, su verdadero yo.

Pablo Zarate-El Puente Chinvat

Obra «El Puente Chinvat», de Pablo Zárate. https://www.behance.net/gallery/89122/El-Puente-Chinvat

 

La prosodia del zéjel es la misma que reproduce el primer trovador, Guillermo de Poitiers, en cinco de los once poemas que nos quedan de él, así que la influencia andalusí en los poetas corteses parece demostrada.

A su vez, el assay o asag, prueba a la que la Dama somete a su aspirante, podría tener un origen gnóstico transmitido en Occidente por los cátaros y recuerda a las teorías tántricas de la India. El asag se convertirá en el siglo XIII en la prueba heroica de la castidad guardada en el lecho, desnudo con desnudo, como en muchos romances en que los amantes se acuestan desnudos pero separados por una espada, un cordero o un niño; y si ceden al deseo, es la prueba de que no se aman con fin’s amors, con verdadero amor en el sentido cortés.

“Ya no es amor cortés si se materializa o si la Dama se entrega como recompensa”, escribe Daude de Prados, quien da precisiones sobre los gestos eróticos permitidos con la Dama. Y Guiraut de Calanson: “En el palacio (de la Dama) hay cinco puertas: quien puede abrir las dos primeras pasa fácilmente las otras tres, pero le es difícil salir de ellas … se accede por cuatro grados muy dulces, pero no entran ni villanos ni patanes”. Guiraut Riquier, el último trovador, comentará estos versos así: “Las cinco puertas son Deseo, Plegaria, Servir, Besar y Hacer; por ellas Amor perece”. Los cuatro grados son “honrar, disimular, bien servir, esperar pacientemente”. En cuanto a Falso Amor se ve denostado: “se pone del lado del Diablo quien incuba Falso Amor” (¿acaso no es el Diablo el padre del mundo material y de la procreación, según el catarismo?). Contra algunos trovadores que abusan demasiado a menudo de las ambigüedades encerradas en el “servicio” de amor cortés, Cercamon dice: “Esos trovadores, mezclando la verdad con la mentira, corrompen a los amantes, a las mujeres y a los esposos. Os dicen que Amor va al revés y por ello los maridos se vuelven celosos y las damas están angustiadas… Esos falsos sirvientes hacen que gran número abandonen el Mérito y alejen de sí a Juventud”.

La “Alegría de Amor” de los trovadores no es solamente liberadora del deseo, sino también fuente de juventud, de un modo que recuerda a las teorías tántricas orientales: “Quiero conservar (a mi dama) para refrescarme el corazón y renovar mi cuerpo de modo que no pueda envejecer… Quien consiga poseer la alegría de su amor vivirá cien años” (Guillermo de Poitiers).

Es sabido que el catarismo se infiltró entre las monjas beguinas y los monjes beguines de San Francisco a partir del siglo XIII. Nelly escribe: “(no hay) ninguna duda sobre la difusión entre los beguines de semejante búsqueda de la tentación “meritoria” y “saludable”. Y G. Roux declara que según los beguines “nadie puede ser declarado virtuoso o virtuosa si no pueden tenderse en un lecho, desnudo contra desnuda, sin cumplir el acto carnal”.

Para Rougemont, la retención impuesta sobre los amantes por las damas creyentes combina dos motivos: (i) la voluntad de los trovadores de exaltar el deseo indefinidamente, y (ii) la voluntad gnóstica y cátara de triunfar sobre el deseo y evitar las consecuencias procreadoras de la materia (ascetismo de los perfectos o puros). El amor cortés y el catarismo, sin dejar de ser ideologías distintas, entraban sin embargo fácilmente en simbiosis.

Rougemont sintetiza así los orígenes del amor-pasión: “Asistimos en el siglo XII, tanto en el Languedoc como en Lemosín, a una de las más extraordinarias confluencias espirituales de la Historia (…) Una gran corriente religiosa maniquea, que tenía su fuente en Irán, remonta por Asia Menor y los Balcanes hasta Italia y Francia, aportando su doctrina esotérica de la Sofía-María y del amor a la “forma de luz”. Por otra parte, una retórica altamente refinada, con sus procedimientos, sus temas y personajes constantes, … y su simbolismo, remonta desde Irak y los sufíes platonizantes y maniqueizantes hasta la España árabe y, pasando por los Pirineos, encuentra en el Midi una sociedad que, al parecer, no esperaba mas que esos medios de lenguaje para decir lo que no se atrevía ni podía confesar en la lengua de los clérigos ni en el habla vulgar. La poesía cortés nació de este encuentro.

Pistis Sophia

Figura: Pistis Sophia

A ese flujo poderoso del Amor y del culto a la Mujer idealizada, la Iglesia y la clerecía trataron de oponer una creencia y un culto que respondiese al mismo deseo profundo y colectivo. De ahí las tentativas multiplicadas, desde comienzos del siglo XII, de instituir un culto a la Virgen. María recibe a partir de esta época el título de Regina Coeli, y en lo sucesivo el arte la representará como reina. La “Dama de los Pensamientos” de la cortesía será contrapuesta y combatida por “Nuestra Señora”. Y las órdenes monásticas que aparecen entonces son réplicas de las órdenes caballerescas: el monje es “caballero de María”. La “inmaculada concepción” de María es otra innovación de la iglesia de la época, absurda y escandalosa para muchos teólogos, pero que obedeció a la presión cultural de la época.

CORONATION como Regina Coeli

Imagen: Coronación de la madre de Cristo como Reina del Cielo

 

La psicología del amor cortés

El matrimonio, no tenía para los antiguos paganos más que una significación utilitaria y limitada, análogamente a cómo lo sentían los orientales clásicos. Además, las costumbres permitían el concubinato. El matrimonio cristiano, que es impuesto por los primeros emperadores romanos cristianos como un sacramento, impuso a las masas una fidelidad que para muchos resultaba insoportable.

La fidelidad que impuso el amor cortés se opuso, no sólo al matrimonio, sino también a una satisfacción definitiva del amor, como si intuyera que “deja de ser amor lo que se convierte en realidad”.

En Tristán e Isolda, como en otras novelas posteriores, cuando no hay obstáculo para el amor, los protagonistas parecen inventarlo. Por eso, el tema de la novela parece ser sobre todo el amor al amor en sí mismo. Para la permanencia del amor, la novela parece intuir, es necesaria una fuente permanente de impedimentos.

Tristán e Isolda no se aman. Lo que aman es el amor, el hecho mismo de amar. Y actúan como si hubiesen comprendido que todo lo que se opone al amor lo preserva y lo consagra en su corazón, para exaltarlo. Y esta exaltación del amor exige una fidelidad a él que no puede pararse ante las instituciones ni ante el matrimonio instituido. Están “arrebatados” más allá del bien y del mal definidos por la sociedad, como en una fatalidad que les empujara, incluso a veces a costa de la propia tranquilidad y felicidad.

El romanticismo tomó esta actitud como paradigmática y éticamente importante, asociándola a la obligación que todos tenemos de expresar nuestra naturaleza interior, como creadora de sentido en un mundo que no tiene un sentido preestablecido evidente. El héroe romántico de los tiempos de Wagner es un individuo que expresa su profundidad interior dando así un posible sentido a la vida humana y al mundo. La pasión es una hacedora de sentido que no puede estar supeditada a la razón, que no es otra cosa que otra pasión más, una pasión con voluntad organizadora de otras pasiones.

La vida de un héroe romántico es siempre necesariamente una carrera de pasiones y de transgresiones que impiden al héroe un descanso definitivo en una satisfacción permanente. La dificultad, el impedimento al deseo, es lo único que es una fuente de sentido, o sea, de pasión renovada. Lo único que vacuna contra el tedio, la novela amorosa y siglos más tarde el romanticismo parecen intuirlo, es la imposibilidad de realizar el deseo. El obstáculo último y definitivo, el único capaz de eternizar la pasión, haciendo que triunfe definitivamente sobre el deseo, sería en última instancia la muerte.

El amado es un “elegido” por mi profundidad interior y yo soy el elegido de la otra persona. Un doble narcisismo en el que uno ama al otro a partir de sí, no del otro. Narcisistas que sólo pueden fundirse en el seno del impedimento definitivo que es la muerte. Esto es lo que dice la “vieja y grave melodía” orquestada por el drama de Wagner:

“¿Para qué destino nací?  ¿Para qué destino? La vieja melodía me repite: ¡Para desear y para morir!”

Pero los amantes románticos llegan a tal punto porque conceden a su amor un valor ético y epistemológico, de conocimiento, que nos dice algo importante y desconocido que, a través de otras maneras de sentir y de vivir, está vedado.

“¡Liberado del mundo, te poseo al fin, oh tú, la única que llenas toda mi alma, suprema voluptuosidad de amor!” (Wagner: Tristán e Isolda).

Toda la poesía de Occidente procede del amor cortés y del román bretón, que se deriva de él. A este origen debe nuestra poesía, según Rougemont, su vocabulario pseudo místico.

San Agustín escribe esta oración: “Te buscaba fuera de mí y no te encontraba, porque estabas en mí”. Habla a Dios, al amor eterno. Pero supongamos que un trovador haya expresado la misma plegaria fingiendo dirigirse a su Dama. El amante profano habituado a estas metáforas estará tentado de ver en esta frase la expresión de la pasión que ama: la que se gusta y se saborea en sí, en una especie de indiferencia hacia su objeto viviente y exterior. Así amaba Tristán a Isolda: no en su realidad, sino en tanto que despierta en él la quemazón deliciosa del deseo. El amor-pasión tiende a confundirse con la exaltación de un narcisismo…

“Amor mío” en el fondo de la mente del amante exaltado por la pasión significaría en gran parte “Amor que sale de mi interior” hacia una Idea, no hacia una persona concreta. Esto podría ser así en el trovador del siglo XII y, en parte, podría seguir siendo así para el amante arrebatado de hoy en día.

Puede que el «amor al amor» que es el ingrediente principal del amor-pasión del enamorado occidental adquiriese tanto prestigio en occidente porque se parece a la añoranza cátara (sin posible realización durante la vida) del alma humana encerrada en el cuerpo hacia su propio espíritu, que se ha quedado fuera del cuerpo. Y el ideal de encontrar la media naranja, aunque de origen platónico, también subyace en ese anhelo cátaro y gnóstico de reintegrarse con el otro yo («la forma de luz») del alma de uno. Como en la hermosa leyenda de los místicos de la escuela iluminista de Sohrawardi en Irán, en el que una joven deslumbrante espera al fiel a la salida del puente Cinvat y le declara: “¡Yo soy tú mismo!”.  Poderosa imagen, a pesar de los siglos transcurridos.

En esa transposición objetiva pero no conscientemente blasfema que tuvo lugar tras el siglo XII, la conciencia moderna creyó ver un dato primario. Creyó poder explicar la mística pura por la pasión humana, basada en la semejanza de las metáforas místicas con las metáforas de unión sexual. ¿Y de donde venían esas metáforas de la unión sexual y de la pasión? De una mística, como hemos visto, pero disfrazada, perseguida y luego olvidada … pero traspasada a las costumbres como poesía. Tan olvidadas que los místicos cristianos utilizarán sus metáforas convertidas en profanas como si fueran totalmente naturales. Y nosotros haremos luego lo mismo, y también nuestros eruditos.

Y finaliza Rougemont: “Allí donde la ciencia proclama que la mística resulta de una sublimación del instinto, será suficiente con cambiar el sentido de la relación constatada y escribir que “el instinto” en cuestión resulta de una profanación de la mística  primitiva (gnóstica, sufí y cátara)”.

Que los místicos cristianos se apoderasen de las metáforas sexuales no significa en modo alguno que “sublimen” pasiones sensuales, sino simplemente que la expresión habitual de esas pasiones, creadas además por una mística anterior, conviene a la expresión del amor espiritual  que viven.

Para Rougemont, el lenguaje pasional expresa, no el triunfo de la naturaleza sobre el espíritu, sino el exceso del espíritu sobre el instinto. “El amor existe cuando el deseo es tan grande que supera los límites del amor natural”, decía el trovador Guido Cavalcanti en el siglo XIII. Y el hecho de superar los límites del instinto, define al hombre en tanto que espíritu. Este hecho solo es el que nos permite hablar.

La pasión, el amor al amor, es el impulso que va más allá del instinto y, con ello, miente al instinto, que sólo busca la satisfacción inmediata.

 

La contradicción pasión – matrimonio

La herejía cátara de los partidarios del amor cortés se oponía al matrimonio católico en los tres puntos que le daban fundamento ideológico. Negaba que fuera un sacramento, por no estar establecido en ningún punto explícito del evangelio. Condenaba la procreación, por corresponder a la ley del Príncipe de las Tinieblas, que según ellos era el auténtico demiurgo de este mundo visible. Finalmente, criticaba un orden social que permitía y exigía la guerra y la justificaba religiosamente.

Es con los Cátaros que la pasión se convierte por primera vez en una especie de manifestación de un Eros divinizante. No legitiman el adulterio, pues ellos pregonan la castidad y el Amor en sí. Pero de su influencia social deriva que desde el siglo XII en lo sucesivo, el adulterio de Tristán, sin dejar de ser una falta, está revestido al mismo tiempo del aspecto de una experiencia vital más bella que la moral. Una especie de poema o drama profano cuyo poder de seducción ha ido en crescendo hasta llegar al máximo con el romanticismo. A partir del siglo XII el individuo que comete adulterio pasa de ser visto como digno de compasión a ser visto como un personaje interesante.

La influencia del catarismo, amplificada luego por la revolución romántica, ha llegado a nuestros días. Hoy vivimos inmersos en dos morales sobre el matrimonio, una heredada de la ortodoxia religiosa, pero que ya no descansa en una fe viva; la otra, heredada del catarismo y el romanticismo.

Los adolescentes son criados en la idea del matrimonio, pero al mismo tiempo, están bañados en una atmósfera romántica mantenida por sus lecturas, espectáculos, revistas y noticias, películas y alusiones cotidianas en las cuales se sugiere que la pasión es la prueba suprema, que todo hombre debe un día conocerla y que la vida sólo puede ser vivida plenamente por los que pasaron por ella. Y la pasión y el matrimonio son esencialmente incompatibles. La pasión se pierde en cuanto se posee al objeto amado. Una innumerable literatura novelesca nos describe al tipo de marido que teme la insipidez y la rutina de los vínculos legítimos en que la mujer pierde su atractivo porque ya no quedan obstáculos entre ella y él. Su única solución es inventarse o imaginarse obstáculos secretos o buscar la aventura fuera de la pareja.

Hace muchos siglos que Aristóteles hizo este sorprendente descubrimiento: la felicidad es una actividad, no un estado. Schopenhauer añadiría siglos más tarde: la actividad que, tratando de satisfacer los imperativos de la Voluntad (que nos utiliza individualmente para los fines de la especie y de las leyes naturales) no se encuentra con ningún obstáculo inmediato ni en el mundo externo ni en el propio cuerpo (El Mundo como Voluntad y Representación). Más recientemente, Marina dice, en “El rompecabezas de la sexualidad”, que la felicidad es el sentimiento de intensidad, concentración y plenitud que acompaña a algunas actividades. El amor-pasión parece intuir que tal intensidad sólo persiste si la satisfacción del deseo es postergada indefinidamente y es sustituida por un “amar al mismo amar”, esto es, obedecer al deseo insaciable de la Voluntad, sacrificando la satisfacción inmediata y definitiva, que en el fondo es imposible.

Pero el Ágape, en contraste, parece intuir que un ser finito, limitado y de vida breve, como el ser humano, no puede comportarse como un dios y que la pasión no puede ser la única pulsión que guíe la conducta en una sociedad ordenada. Y que quizás sea más acorde con la naturaleza corpórea limitada el aceptar resignadamente el tedio repetido que trae consigo la satisfacción momentánea, efímera e iterativa del deseo.

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¿Es posible una síntesis entre ese amor-pasión que desborda de energía y busca romper todos los límites y ese amor-compañerismo, controlado y fiel, que parece insignificante frente al primero pero que es el único capaz de mantener las instituciones? El hombre occidental, dividido entre un alma racional amante del orden y un alma romántica apasionada (García-Olivares, 1991), no parece poder descansar nunca apaciblemente entre las dos maneras de amar que le enseñaron.

 

Referencias

Escohotado, A., De Physis a Polis. Ed. Anagrama, Barcelona, 1975.

García-Olivares, A., 1997, Tensión en el sistema de metáforas epistemológicas de la cultura contemporánea. Arbor 621, pag. 25-45.

Marina, J. A., El rompecabezas de la sexualidad, Ed. Anagrama, Barcelona, 2002.

Nitzsche, F. El Nacimiento de la Tragedia. Alianza Editorial, Madrid, 1991.

Rougemont, Denis, El amor y occidente, Ed. Kairós, 2006.

Schopenhauer, A., El Mundo como Voluntad y Representación. Ed. Trotta, 2009.