La metáfora
Aristóteles definió la metáfora como ”la aplicación a una cosa de un nombre que es propio de otra” (Aristóteles, Poética, Cap. 21), y consideró el símil como una figura del lenguaje muy próximo a la metáfora, idea que según De Bustos (2000) subrayaron Quintiliano y Cicerón: “La metáfora es una forma abreviada de símil, concentrada en una palabra”. Para muchos autores, desde entonces, existe una equivalencia subyacente entre la metáfora “A es B” y el símil “A es como B”. Esto hace que la metáfora pierda su contenido cognitivo en favor de la afirmación literal de un parecido. En paralelo con esta concepción, los retóricos aristotélicos como Quintiliano redujeron el papel de la metáfora al de proporcionar placer estético al entendimiento.
Ya en tiempos modernos, es despreciada como un tropo retórico entre otros, un abuso verbal que debe evitarse en el discurso propio de la expresión del conocimiento. Sin embargo, muchos románticos reaccionaron contra esta idea afirmando que la metáfora constituye la esencia del lenguaje, idea que De Bustos rastrea hasta Vico y Pascal. Para los románticos Wordsworth y Coleridge la metáfora encarnaría la capacidad sintética de la imaginación frente a la analítica de la razón, su poder para dar forma a la realidad. En línea con esta perspectiva, muchos autores contemporáneos consideran la metáfora como el fenómeno central del que debe dar cuenta la semántica, si queremos entender qué es el significado de una oración, y cómo se crea el significado.
La mayoría de los filósofos de la ciencia, salvo los positivistas radicales, reconocen que las metáforas poseen contenido cognitivo. Algunos de ellos confinan la discusión a lo que se denomina “contexto de descubrimiento”, o sea, a los momentos en que los científicos usan procedimientos heurísticos para generar teorías y modelos nuevos. Pero otros encuentran a la metáfora en toda la actividad científica:
(i) como “metáforas-raiz” que conforman la conceptualización de todo un ámbito de realidad (el mundo como mecanismo, la sociedad como organismo, la evolución como selección del más apto, etc.);

(ii) en la formulación de hipótesis que constituyen metáforas explícitas. Por ejemplo, el cerebro puede concebirse como un ordenador, como un dispositivo de almacenamiento y procesamiento de información.

(iii) En modelos teóricos que contienen imágenes basadas en metáforas o “modelos mentales”. Describimos la electricidad como un fluido, y hablamos del chorro o la corriente de electrones.
(iv) en modelos basados en metáforas que generan relaciones causales o geométricas (el modelo planetario del átomo);
(v) como analogías basadas en metáforas que ilustran relaciones específicas en modelos teóricos.
Al igual que en la ciencia, en filosofía la metáfora está omnipresente. Derrida (1971) afirmaba que toda la filosofía occidental se puede concebir como el desarrollo de la metáfora de los “dos reinos”, el de lo material y el de lo espiritual; o en otras palabras: el de lo sensible y carnal y el de lo conceptual e inmaterial. La metáfora aparece pues unida a la construcción de la mitología propia de Occidente, la metafísica (De Bustos 2000).

Para algunas filosofías, como el perspectivismo, el lenguaje es por esencia metafórico. Ortega y Gasset defiende que la metáfora es “un modo esencial de intelección, un proceder del conocimiento justo allí donde se hace intelectivamente limitado el poder del concepto.” Ahora bien, como a su vez, el pensar “ni es una copia de ‘lo real’, ni una construcción de lo real (…) sino que es una interpretación de la cosa misma sometiéndola a traducción”, resulta que “El ser metafórico significa un ser como, un modo de ser que ciertamente no es el ser real, sino un ‘como-ser, un cuasi-ser’.” (p. 188) Lo que es plenamente coherente con la idea orteguiana de mundo como mundo interpretado, donde el lenguaje es el vehículo de la interpretación (Rivadulla 2006).
Como explica Lizcano (1999), para Aristóteles (Poética, 21, 23-25; Retórica, 1410b y ss.), la metáfora se forma como fusión de una analogía. Dados dos campos semánticos, B y D, y establecida una semejanza entre ellos, B » D, se dice que A/B = C/D es una analogía cuando A es una parte de B y C una parte de D.
Aristóteles toma como ejemplo estos dos campos completamente distintos: la vida individual (B) y el día solar (D). Podemos establecer entre ellos una semejanza: «una vida es como un día» (o viceversa, pues la semejanza y la analogía, a diferencia de la metáfora, son reversibles). A partir de esta semejanza puede definirse la siguiente analogía: “vejez / vida = tarde / día», es decir, «la vejez es a la vida como la tarde es al día». De aquí se siguen los tres tipos de metáforas (Fig. 1):
i) A de D: «la vejez del día» (de donde: «envejecía el día», etc.)
ii) C de B: «la tarde de la vida» (de donde: «en el ocaso de su vida», “aspecto crepuscular”, etc.)
iii) A es D: «la vejez es un atardecer»
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Semejanza |
Analogía |
Metáfora (casos) |
Forma |
B ≈ D |
A C
—— = ——
B D |
i) A de D
ii) C de B
iii) A es C |
Ejemplo |
vida ≈ día |
vejez tarde
———— = ———— vida día
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i) vejez del día
ii) tarde de la vida
iii) la vejez es la tarde |
Figura 1. Los tres tipos de metáforas (Tomado de Lizcano, 1999)
Así, para Aristóteles, «la metáfora consiste en trasladar a una cosa un nombre que designa otra, en una traslación de género a especie, o de especie a género, o de especie a especie, o según una analogía» (Poética, 1457 b 6-9). Esto presupone: a) un mundo constituido por cosas, estructuradas al margen del lenguaje que las nombra y las clasifica: la organización en géneros y especies está en la naturaleza de las cosas mismas, y b) que cada cosa es lo que es (principio de identidad) y no es otra (principio de no-contradicción). Sólo concibiendo cada cosa como ‘clara y distinta’ –como hará después Descartes respecto a las ideas, podrá mantenerse la dicotomía ya habitual entre significado propio o literal y significado ajeno, impropio, ficticio, figurado o metafórico, según se atribuya a la cosa, respectivamente, un nombre que designa alguna propiedad específica suya (en cuyo caso podemos predicar tal nombre literakmente) o bien se le atribuya un nombre que lo es propiamente de otra cosa distinta.
Pero, continúa Lizcano, “si se admite la posibilidad de que la cosa no sea fija y de-limitada, que no permanezca idéntica a sí misma, bien porque se altere (se haga literalmente otra, al modo heraclíteo), bien porque cabalgue entre dos géneros, o bien porque en la constitución misma de la cosa intervengan modos de percepción y clasificación que varían según intereses, culturas o sensibilidades históricas, entonces las distinciones anteriores (sobre las que se basa toda la teorización heredada sobre la metáfora) no se mantienen y se hace necesario reformular radicalmente la cuestión, incorporando al corazón mismo del análisis aquellos factores sociales, culturales e históricos que sin cesar borran, alteran o difuminan los límites de las cosas”.
Para las teorías cognitivistas (George Lakoff, Mark Turner, Mark Johnson, Ronald Langacker) la metáfora no es únicamente un tropo del lenguaje, sino que es una forma de conocimiento de lo que no nos es familiar. Efectivamente, muchos fenómenos no nos son familiares porque son abstractos, amplios, intangibles, o no perceptibles de forma directa, física y sensible. Lakoff caracteriza las metáforas como correspondencias (mappings) “entre entidades de un dominio fuente (source domain), que nos es familiar o más conocido, y entidades de un dominio blanco (target domain), que nos son misteriosos o mucho menos familiares. De ahí que la metáfora “A es C” se escriba a veces con la notación: C → A, donde C es el dominio fuente y A el dominio blanco.
Daniel Innerárity (1997), comentando a Blumenberg, afirma que la forma más primitiva de confianza con el mundo es «encontrar nombres para lo indeterminado. Sólo a partir de entonces puede contarse una historia acerca de ello”. Las imágenes y las metáforas, los símbolos y las historias surgen de experiencias directas de la vida. Constituyen estrategias para hacer frente a la existencia, gracias a las cuales nos orientamos en el mundo, y podemos conceptualizar todas las experiencias, no sólo las familiares. Esto había sido anticipado por Nietsche, para quien la metáfora es una habilidad originaria para establecer parecidos que permitan ampliar el ámbito de lo familiar y reducir lo inhóspito. “Lo extraño es aquello en lo que no reconocemos parentesco alguno con lo ya conocido, algo incomparable. Conocer es familiarizar, es decir, entablar relaciones, presentar unos seres a otros, buscar algo común que les permita superar su mutua indiferencia (…) No podríamos habitar el mundo si no lo colonizáramos semánticamente mediante esa impostura mínima que está en el origen de toda cultura” (Innerarity 1998).
La medida de la verdad de una metáfora no es la correspondencia mejor o peor entre un concepto y su referencia, sino la pertinencia o el acierto de haber puesto un objeto bajo una luz adecuada y reveladora. La metáfora “ofrece adoptar la perspectiva por ella empleada (…) afirma la pertinencia del contexto en el que su objeto se presenta”, esto es, la perspectiva desde la que se divisan los asuntos. El discurso literal subraya el asunto, mientras que el discurso metafórico subraya la perspectiva.

El depósito imaginario de una comunidad lingüística es una colección de “metáforas muertas”, también llamadas catacresis, antiguas relaciones metafóricas entre conceptos que debido a su amplio uso todo el mundo ha acabado aceptando como naturales y ha olvidado que fueron metáforas (Jean Paul, Nietsche). Pero también proporciona una tópica, o colección de consensos implícitos, a partir de la cual pueden generarse metáforas nuevas y sorprendentes. Estas metáforas nuevas, si son usadas por la comunidad lingüística, se convierten en “metáforas vivas” con el potencial de recategorizar el lenguaje y hacer posibles nuevos conocimientos y perspectivas, tal como ha discutido Ricoeur. La metáfora nueva suspende algunas convenciones para poner de manifiesto las normas generales de la comprensión intersubjetiva, convirtiéndose así en una indicación de que el potencial de la capacidad lingüística humana trasciende las convenciones lingüísticas particulares.
Como dice Innerarity (1998), la libertad frente a las propias metáforas grupales se adquiere con la conciencia de que toda metáfora, debido a su selectividad y perspectividad, no sólo destaca determinados aspectos sino que oculta otros, que tiene zonas ciegas que son iluminables sólo mediante metáforas alternativas.
El discurso metafórico atenta contra las reglas aceptadas convencionalmente, pero no contra las condiciones de la comunicación. En efecto, la comunicación lo es tanto acerca de cosas como de acuerdo con determinadas perspectivas sobre las cosas, y para esto último el discurso metafórico es insustituible.
Concepción de Nietsche sobre la metáfora
Según Innerarity (1999) Nietzsche fue el primero en subrayar la importancia cognitiva de la metáfora, en tanto que procedimiento lingüístico que permite una nueva descripción del mundo y una ampliación de nuestro conocimiento.
Según Nietsche, los conocimientos filosóficos más profundos están ya preparados en el lenguaje. La prestación pragmática fundamental del lenguaje consistiría en poner el mundo a disposición, esto es, reconducir la dispersión originaria hacia una fórmula que se pueda manejar vitalmente. Es la necesidad existencial de simplificar, ampliar, subrayar y desplegar que sostiene todo reconocimiento, nuestro aclararnos con algo. “Las abreviaciones no son tanto condiciones de la verdad como condiciones de la vida (…), hacen posible la verdad porque primero hacen posible la vida” (Innerarity 1999), y cita Innerarity a Nietsche: “Quien, por ejemplo, no supiera encontrar habitualmente lo “mismo”, por lo que se refiere a la alimentación o a los animales que le amenazan (…), tendría menos probabilidades de supervivencia que quien para cualquier parecido acertara enseguida con la equivalencia”. La supervivencia se convierte en una cuestión lingüística en el animal social humano. Lenguaje y vida humana tienen la misma extensión; no hay conducta humana que no sea una forma de hablar. El conocimiento orgánico no parece conducirse de acuerdo a principios de razón suficiente sino, más bien, de acuerdo con una integración de lo diverso, más afín a la estética que a la lógica, con la rapidez de la intuición que con la lentitud de la reflexión. La memoria misma descansa en una capacidad de ver inexactamente, aproximadamente. El conocimiento es una identificación de lo desemejante, la omisión de lo individual, el establecimiento de géneros, la clasificación. El pensamiento calcula de forma estética: subraya unos rasgos, acentúa otros, olvida los de más allá. Y el lenguaje es esa obra de arte resultado del habla de humanos anteriores a nosotros: una pre-interpretación del mundo común a un grupo. En ella se hacen valer las condiciones comunes de mantenimiento de la vida, sus necesidades prácticas, sus intereses. Y ese lenguaje con el que habitamos el mundo precede a lo que reflexivamente podemos formular como opinión propia.

Nuestro cerebro está lleno de imágenes y metáforas, muchas de ellas pertenecientes al lenguaje común, y otras creadas por nuestra propia fantasía. Dice Nietsche: “cuando se piensa, debe poseerse ya lo que se busca, mediante la fantasía (…) Pensar es extraer. Hay más cantidad de imágenes en el cerebro de las que se utilizan para pensar”.

Decía Aristóteles que la analogía es el tránsito de un particular a otro particular en virtud de una semejanza. Una conclusión analógica presupone una regla, pero puede configurar también reglas nuevas. Esto es precisamente lo que pasa en la metáfora. Ésta recuerda que lo que en el concepto es tratado como igual, originariamente sólo lo era bajo un determinado aspecto y para unos hablantes. Conocer es para Nietzsche “ver como”, algo en lo que interviene el temple, la disposición de ánimo, la actitud. Combate la idea de que la realidad es lo independiente de las condiciones subjetivas diciendo que la relación del hombre con el mundo es esencialmente estética, esto es, metaforizante, subjetiva, emocional, valorativa, interpretativa.
![Cuadros Salvador Dali[1]](https://entenderelmundocom.files.wordpress.com/2018/04/cuadros-salvador-dali1.jpg?w=632&h=474)
El barco d Mariposas, de Vladimir Kush
Nietzsche distingue entre un intelecto libre y un intelecto sujeto (sometido). Este último es el de los conceptos, las abstracciones y las metáforas acostumbradas, sin las cuales no podríamos desde luego vivir, pues trabaja en favor de la seguridad, y hace a las cosas reconocibles y comprensibles. La reflexión limitada a este espacio sólo puede generar una filosofía de los conceptos sombríos, de realidades pálidas, vagas, grises, envejecidas, crepusculares. El intelecto libre, en cambio, desafía los límites de la abstracción, abandona las comodidades conceptuales y los usos acostumbrados, junta lo más extraño y separa lo más próximo. De este modo, renueva el conocimiento y revitaliza el lenguaje.
La transgresión metafórica se mueve en el terreno deslizante en que las reglas son tenidas en cuenta y despreciadas a la vez. El efecto crítico del uso impropio de una palabra requiere que el destinatario conozca la significación propia de la palabra y su engranaje en el sistema de las convenciones discursivas dominantes; de otro modo no estaría en condiciones de percibir la provocación. La percibiría como una polisemia, en la que una palabra significa en una ocasión algo y en otra algo muy diferente; pero no percibiría el significado metafórico. Según Innerarity (1998) Nietzsche subraya excesivamente el factor de poder que supone la creatividad y el “derecho de poner nombres” propio de los más fuertes, y desatiende su dimensión de solicitación hacia los otros, que corraboran la ocurrencia asombrándose y haciendo luego uso de ella. La persuasión, para ser eficaz, ha de ser nueva pero no tanto como para no ser entendida. El deterioro de la comunicación procede tanto de la incapacidad de variación como de la novedad permanente. Esto último equivale a la pretensión de ser “expresivo” a cualquier precio, incluso la grandilocuencia, actitud que Nietsche reprocha por ejemplo a Wagner.
El énfasis de Nietzsche en la retórica y en la metáfora no se dirige, según Innerarity (1998) a una crítica nihilista de la verdad, sino a criticar la restricción positivista de la verdad, verdad que tiene para él una significación pragmática. Lo empobrecedor no son los sistemas de conceptos, que son necesarios también para la seguridad y la predictibilidad, condiciones de la vida. Lo empobrecedor es la ruptura entre las generalidades conceptuales y la inmediatez vital.
El papel semántico de la metáfora
Las teorías cognitivas sobre la metáfora la consideran un mecanismo básico en los procesos de categorización y conceptualización, dado que los fenómenos lingüísticos ligados a su uso no son sino la concreción de procesos cognitivos subyacentes. De ahí que sostengan que la mayor parte de nuestro sistema conceptual es de naturaleza metafórica y que esas metáforas estructuran nuestra actividad cotidiana. Sin embargo, buena parte de las teorías cognitivas de la mente conciben el significado como un fenómeno mental individual, y conceptualizan la comunicación como el traslado de representaciones mentales entre individuos. Es una tradición filosófica que se remonta a Locke.
Esta perspectiva, según De Bustos (2000) no permite representar bien cómo funciona semánticamente la metáfora, que es un fenómeno social. Un enfoque más productivo parte del segundo Wittgenstein, su afirmación de la naturaleza social del significado, el carácter no intrínseco del significado, el papel constitutivo de la coordinación de las acciones y la función reguladora del auditorio. Es en lo relacional donde se alojaría la fuente de la estructuración tanto de lo psicológico individual como de lo social-lingüístico.
Por otra parte, la mayor parte de la semántica actual es objetivista, en el sentido de que considera el lenguaje como una especie de reflejo de una realidad autónoma e independiente de las capacidades cognitivas.

La metáfora objetivista de la mente como un espejo de la realidad
La alternativa contraria a esta aproximación es el constructivismo: el lenguaje construye la realidad. Hay sin embargo aproximaciones intermedias, como la evolucionista (Turner, por ejemplo) o incluso la de la mente-corporizada (Varela et al. 1992; Maturana y Varela 2004), que piensan que el cuerpo humano y su cerebro han co-evolucionado junto con su medio, generándose así estructuras neurobiológicas y sistemas elementales de categorización que son intrínsecos a su biología y que están de algún modo adaptados al medio en el que evolucionaron. Nuestra conformación biológica no sería sino el resultado de las formas de tratar la experiencia en una escala evolutiva. Según Turner, por ejemplo, habría formas básicas en que nuestro organismo discrimina el entorno, en las que podríamos incluir probablemente algunos de los a priori de Kant y Schopenhauer (la compulsión a percibirlo todo en forma espacial, temporal y causal) y las primeras estructuras que Piaget observó en el desarrollo cognitivo del bebé (esquemas de acción, principios de conservación de los objetos, primeros conceptos no verbalizados, como de delante-detrás, etc.). La interacción de estos pre-conceptos y acciones corporales con el medio durante los primeros meses de vida permite al cerebro humano construir conceptos más complejos a partir de los anteriores, como el de un cuerpo propio y lo exterior a él, conceptos que, sobre todo en los dos primeros años, son previos a su expresión verbal. Muchos conceptos adultos guardan similitud con conceptos muy ligados a la propia biología. Por ejemplo, la separación entre mente y cuerpo, que surge metafóricamente de la distinción primitiva entre el interior y el exterior de nuestro propio cuerpo.

La semántica cognitiva (Turner, por ejemplo) pone en un lugar originario a los esquemas imaginísticos, proto-representaciones producto de la experiencia primigenia y de la estructura neurobiológica innata. Tienen que ver con la percepción del espacio, la situación del propio cuerpo, los movimientos, las fuerzas que operan en el espacio, etc. Estas proto-representaciones no son en general conscientes para el organismo que las construye.
En segundo lugar, la semántica cognitiva conjetura distintos mecanismos mediante los cuales se amplían y desarrollan los esquemas para constituir conceptos y sistemas conceptuales. Una de las alternativas más exploradas (por autores como Lakoff y Johnson, por ejemplo) es la que asigna un papel central a la metáfora. Ello permite construir categorías de nivel básico y categorías genéricas; y éstas se relacionan metafóricamente entre sí para generar conceptos abstractos o no directamente experienciales. El proceso de evolución cognitiva que se produce entre la fase de bebé y la fase final adulta está sin embargo por desarrollar en más detalle, en esta teoría. La constitución de modelos conceptuales a partir de estados iniciales es apoyada por datos lingüísticos.
Es razonable suponer que, aunque originarios en cierto sentido, los esquemas imaginativos no son de la misma complejidad ni emergen en un mismo nivel de desarrollo. De hecho, la investigación psicológica evolutiva apunta a la periodización de la construcción de nociones tales como límite, totalidad, superficie, etc., implicadas en la construcción de los esquemas primarios.
Tal como la formulan Lakoff y Johnson, esta perspectiva acepta la existencia de estructuras cognitivas innatas, como los kantianos, y a la vez aceptan el rol fundamental de la experiencia en el desarrollo de las estructuras cognitivas adultas. La fundamentación carnal del pensamiento impone límites a las formas que pueden llegar a adoptar nuestros sistemas conceptuales. Es verosímil pensar que la compulsión humana a ver cosas distribuidas espacialmente proceda del uso infantil de estructuras innatas como unos ojos conectados a una retina, la cual está conectada a un cerebro. Esta estructura es un auténtico pre-juicio. Sin embargo, la ordenación de las imágenes visuales en forma de conceptos surge mediante el uso de sistemas motores en la experiencia corporal de los primeros meses, que dependen también de factores ambientales. Mucho de lo que es universal en el lenguaje y en la mente deriva de la universalidad de las experiencias que se pueden tener con un cuerpo humano, en un ambiente común, en los primeros meses y años de vida. Los a-priori kantianos, por tanto, habría que concebirlos, como hacía Piaget, estructurándose definitivamente durante los primeros meses de vida.
Los conceptos abstractos, según esta teoría, están ligados mediante metáforas a conceptos concretos o básicos. Esos conceptos concretos constituyen el ancla corpórea del pensamiento abstracto, insuficientemente representados en las teorías clásicas como manipulación de símbolos formales. Las metáforas dan estructura a los conceptos abstractos a partir de sistemas más concretos previamente estructurados, dando origen así a los procesos inferenciales.
Es probable que el mecanismo metafórico (la transposición de un campo semántico en otro) no sea el único que opera en la creación de un concepto complejo nuevo. En el uso social pragmático del habla, un concepto nuevo puede incluir también la necesidad de que su contenido sea, por ejemplo, coherente con una serie de observaciones compartidas (véase luego, el ejemplo de la ecuación de Schrödinger). En este sentido, podríamos decir que la creación colectiva de nuevos conceptos y la creación colectiva de nuevas metáforas son fenómenos cercanos, que colaboran en la creación de nuevos significados, y que se superponen parcialmente, pero no totalmente. Como afirma J. L. Pardo (1997), «Solamente puede la metáfora ‘hacer la semejanza’ (conectar en un trayecto inédito o inusual campos incomunicados) porque previamente el concepto se ha encargado de ‘hacer la diferencia’ (…) Aunque la metáfora pueda ser —y quizás tenga que ser— la ratio cognoscendi del concepto (léase: lo que nos hace comprender que hay conceptos), el concepto es la ratio essendi de la metáfora, su condición de posibilidad». Que la metáfora es la ratio cognoscendi del concepto se entenderá mejor en los próximos apartados, donde se ilustra cómo hasta el concepto de «división conceptual» o «categoría», es concebido como un «recipiente», esto es, mediante una metáfora. Si no existiera esa metáfora, no nos daríamos cuenta de que existen los conceptos, y haríamos cosas diferentes a lo que entendemos por conceptualizar, o usar categorías, géneros y especies.
Las tres clases de metáforas cognitivas
Lakoff y Johnson (1980) clasificaron los diferentes tipos de metáforas en estructurales, orientacionales y ontológicas, según el tipo de cualidades que se transfieren al dominio “blanco” desde el dominio “fuente”. Las estructurales son especialmente productivas desde el punto de vista cognitivo, porque no sólo permiten operaciones referenciales como las otras (individuación conceptual, cuantificación…), sino que tienen un efecto organizativo, dotan de una estructura formal a (parte de) un concepto abstracto.
Lo habitual es que un concepto esté diversamente estructurado por diferentes metáforas, que pueden dotar de estructura a diversos aspectos del concepto. La descripción de la metaforización múltiple de un concepto equivale en cierto modo al programa de análisis conceptual del segundo Wittgenstein. En efecto, Wittgenstein defendió el describir la estructura de un concepto no del modo tradicional, analizando su extensión o conjunto de objetos a los que es aplicable, sino mediante la descripción de sus usos en diferentes contextos. Y eso es precisamente lo que persigue el análisis de las diferentes metáforas que operan sobre un concepto: acotan un conjunto heterogéneo de contextos de uso en los que la aplicación del concepto es apropiada, a la vez que explica la creatividad conceptual como nuevas maneras de introducir un concepto en un juego de lenguaje.
Por ejemplo, los conceptos DISCUSIÓN y ARGUMENTACIÓN obedecen en la cultura occidental a la metáfora UNA DISCUSIÓN ES UNA GUERRA, como muestran expresiones como: «Tus afirmaciones son indefendibles«, «Atacó todos los puntos débiles de mi argumento», «Mi crítica dió justo en el blanco«, «Destruí su argumento», «Nunca le he vencido en una discusión», etc.
Es importante ver que no es que nos limitemos a hablar de las discusiones (argumentaciones) en términos bélicos: podemos realmente ganar o perder en las discusiones; vemos al otro como a un oponente; planeamos y usamos estrategias para mantener nuestras posiciones. Aunque no hay una batalla física, se da una batalla verbal, y la estructura de una discusión -ataque, defensa, contraataque, etc- lo refleja. En este sentido, la metáfora UNA DISCUSIÓN ES UNA GUERRA es algo de lo que vivimos en nuestra cultura, estructura las acciones que ejecutamos al discutir.
Imaginemos una cultura en la que una discusión fuera visualizada como una danza, los participantes como bailarines, y en la cual el fin fuera ejecutarla de una manera equilibrada y estéticamente agradable. En esta cultura, la gente consideraría las discusiones de una manera diferente, las experimentaría de una manera distinta, las llevaría a cabo de otro modo y hablaría acerca de ellas de otra manera. Pero nosotros no consideraríamos que estaban discutiendo en absoluto, pensaríamos que hacían algo distinto simplemente. Incluso parecería extraño llamar «discutir» a su actividad. Quizás la manera más neutral de describir la diferencia sería decir que nosotros tenemos una forma de discusión estructurada en términos bélicos y ellos tienen otra, estructurada en términos de danza.
Una segunda metáfora que interviene en la estructuración del conceepto de discusión es la de que UNA DISCUSIÓN ES UN ESPACIO A LLENAR, una especie de recipiente con volumen (Tu argumento no tiene contenido. Sus objeciones no tienen sustancia. Ese argumento es vacío, hueco. Esa idea cae fuera de mi argumento. Tu argumento hace aguas por todas partes. Esos puntos son centrales en el argumento, el resto es periférico. Todavía no hemos llegado al núcleo de la argumentación).
Una tercera metáfora para estructurar ese concepto es UNA ARGUMENTACIÓN ES U VIAJE, como en “Su argumentación no iba a ninguna parte”, “sus premisas estaban mal orintadas”, “se perdió tratando de encontrar el hilo de la argumentación”, “su argumentación era tortuosa” o “había un largo camino desde las premisas a la conclusión”.
Una cuarta metáfora que interviene es la de LOS ARGUMENTOS SON CONSTRUCCIONES, como en “el argumento era sólido”, “los supuestos eran más débiles de lo que parecían”, “no fue fácil echar abajo su razonamiento”, “su argumento no estaba bien cimentado”.
Como un argumento es a la vez un VIAJE y un VOLUMEN, caben intersecciones entre ambas metáforas. Hay bastante coherencia entre ambos aspectos si imaginamos que conforme hacemos un argumento, recorremos más espacio y cubrimos más terreno; el terreno cubierto es el contenido, y el camino, corresponde a la forma del argumento. Cuando caminamos en círculo, podemos andar mucho trayecto pero cubrir poco terreno, es decir, el argumento tiene poco contenido. Idealmente, cuanto mayor es la superficie cubierta (cuanto más largo el argumento) más sustancia debería haber en el recipiente (más contenido en el argumento). Conforme se va desarrollando el viaje, se va creando más superficie y volumen. La coincidencia y coherencia entre las dos metáforas radica en la creación progresiva de una superficie.
Cada metáfora se centra en un aspecto del concepto DISCUSION (o ARGUMENTO), y nos permite entender un aspecto del concepto, en términos de otro concepto más claramente delineado (e.g. VIAJE o RECIPIENTE) y/o cercano a las experiencias cotidianas. Las dos metáforas serían consistentes si existiese una imagen o metáfora alternativa que se ajustase completamente a las dos metáforas. Pero en general, existe sólo coherencia, no consistencia: la superficie de un recipiente y la superficie de un trayecto son superficies que tienen implicaciones y propiedades muy distintas, que generan nuevas metáforas distintas a las dos básicas, metáforas cada vez menos consistentes y coherentes unas con las otras (Lakoff y Johnson, 1980).
Otras metáforas de gran uso en nuestra cultura que analizan Lakoff y Johnson son: la metáfora del CANAL, basada en tres metáforas componentes: LAS IDEAS (y SIGNIFICADOS) SON OBJETOS – LAS EXPRESIONES SON RECIPIENTES PARA LOS SIGNIFICADOS- LA COMUNICACIÓN ES UN ENVÍO. Estas metáforas son apropiadas en muchas situaciones, aquellas en las que las diferencias de contexto no tienen importancia y en las que todos los conversantes entienden las expresiones de la misma manera.
Sin embargo, curiosamente, cuando el significado realmente importa, la gente casi nunca se comunica según la metáfora del CANAL (transmitiendo una proposición clara, fijada, mediante expresiones compartidas y unívocas para ambas partes, quienes a su vez tienen presupuestos comunes, etc).
Otras metáforas muy usadas son: EL CONOCIMIENTO ES PODER (formulada explícitamente por Hobbes) y LA CIENCIA PROPORCIONA CONTROL SOBRE LA NATURALEZA (formulada explícitamente por Bacon), basadas en: (i) una visión del hombre como algo separado de su ambiente, y (ii) una visión del conocimiento “adecuado” como dominio o guerra sobre el ambiente. Obsérvese cómo en la segunda metáfora, la ciencia es presentada como una especie de aliada (o quizá prisionera) de guerra.
Las metáforas se toman muchas veces como explicaciones “naturales” y “realidades” más allá de las cuales no hay que continuar investigando. Por ejemplo, si alguien dice “la suerte está en nuestra contra”, o “tendremos que arriesgarnos” no se considera que está hablando metafóricamente, sino usando el lenguaje apropiado a la situación. Aserciones como “Estaba bajo presión” se consideran directamente como verdaderas o falsas, y fué usada por periodistas para explicar por qué Dan White llevó una pistola al ayuntamiento de San Francisco y disparó y mató al alcalde.
Distintas culturas, como la china o la de los papúes, incluyen metáforas similares y metáforas muy distintas, como han mostrado antropólogos como Geertz, Margaret Mead, Bateson o Levy-Strauss, y este hecho puede provocar malentendidos, como le ocurrió según Lakoff et al a un estudiante iraní de la universidad de Berkeley quien creyó que “la solución de mis problemas” significaba en occidente algo así como un gran volumen de líquido, haciendo burbujas y humeando (una verdadera solución, o soluto, en química), que contenía todos los problemas de uno, bien disueltos bien en forma de precipitado, con catalizadores que constantemente disolverían algunos problemas (momentáneamente) y re-precipitarían otros.

La metáfora es muy bonita, sin embargo la metáfora que usa nuestra cultura es más bien la de LOS PROBLEMAS SON ROMPECABEZAS, para los que existe una solución correcta para siempre, y no LOS PROBLEMAS SON PRECIPITADOS, metáfora que caracterizaría una realidad distinta.
Las metáforas, y por tanto las categorizaciones, crean nuevas semejanzas, seleccionan una gama de experiencias destacando unas cosas, desfocalizando otras y ocultando otras, y suelen definir (A es B) una semejanza entre la gama completa de experiencias destacadas y alguna otra gama de experiencias.
La mente corporizada
La teoría de Lakoff y Johnson (1999) sobre la constitución de la mente humana procede de la ciencia cognitiva y de la lingüística cognitiva. La ciencia cognitiva ha comprobado empíricamente que la mayor parte de la intencionalidad y del pensamiento es inconsciente (inaccesible a la conciencia), algo que ya había sugerido Schopenhauer. La ciencia cognitiva ha demostrado experimentalmente que para entender incluso la expresión más simple, hay que llevar a cabo operaciones tales como: rememorar conceptos apropiados al contexto; identificar una corriente de sonido como siendo lenguaje coherente; identificar fonemas y atribuir sentido semántico y pragmático de las frases en su conjunto; enmarcar lo que se dice en términos relevantes a la discusión; realizar inferencias interpretativas relacionadas con lo que se discute; construir imágenes mentales cuando sea pertinente; llenar los vacíos o pérdidas de información en el discurso; interpretar el lenguaje corporal de tu interlocutor; deducir hacia dónde se dirige la conversación, y planificar qué decir en respuesta al interlocutor. Todas ellas son actividades inconscientes (Op. Cit., Cap. 2). Los científicos cognitivos sostienen que el pensamiento inconsciente es el 95% de todo el pensamiento. El inconsciente cognitivo configuraría el pensamiento consciente e inconsciente, e incluye no sólo todas las operaciones cognitivas automáticas, sino también todo el conocimiento implícito que se tiene.
Los sistemas conceptuales y la razón surgen de los propios cuerpos. El sentido de lo que es real comienza con, y depende crucialmente de, los cuerpos, sobre todo de: (i) su aparato sensorio-motriz que permite percibir, mover y manipular; y (ii) de las estructuras detalladas del cerebro, las cuales han sido moldeadas por la evolución y la experiencia. Y estos dos sistemas corporales son también la base de la conceptualización y el modelamiento del razonamiento

Esquema del aparato sensorio-motriz
Los sistemas perceptivos y motores desempeñan un papel fundamental en la formación de determinados tipos de conceptos, tales como: los conceptos de color, los conceptos de nivel básico y los conceptos espaciales de relaciones y de aspecto.
Los conceptos de nivel básico son una clase de categorías especialmente importantes que nuestro sistema mental y sensorio-motor parecen haber privilegiado en su historia evolutiva. Son categorías que se ajustan de modo más óptimo a nuestras experiencias corporales de entidades identificables rápidamente y con las que se puede interaccionar de forma motora directamente en el medio natural habitual.
Las categorías de nivel básico cumplen cuatro condiciones:
- Son las categorías de nivel más alto para las cuales una imagen mental simple puede representar la categoría completa.
2. Es el nivel más alto para el cual todos los miembros de la categoría son percibidos como teniendo forma similar.
3. Es el nivel más alto para el cual una persona utiliza acciones motoras similares para interactuar con los miembros de la categoría.
- Es el nivel que es entendido antes por los niños y acaba conteniendo la mayor parte de nuestro conocimiento organizado.
Hay también actividades de nivel básico, acciones para las cuales tenemos programas motores e imágenes mentales para la categoría completa, por ejemplo, caminar, nadar, agarrar. También acciones sociales de nivel básico, como conversar o discutir; y emociones básicas, como felicidad, odio o tristeza.
Se observa que para los objetos físicos de nivel básico y para acciones o relaciones de nivel básico, la relación entre las categorías humanas y las divisiones de las cosas del mundo es bastante exacta. Podemos concebir los instrumentos científicos como herramientas que extienden nuestra capacidad de percibir e intervenir a otras escalas no corporales, traduciendo la información sobre los fenómenos en aquellas escalas a un formato que puede ser percibido por nuestros sentidos y cerebro en el nivel básico. El realismo filosófico funciona especialmente bien en este nivel básico, pero por encima y por debajo de él no somos tan precisos, quizás porque la selección natural no nos ha presionado para que lo seamos.

Lakoff y Johnson están de acuerdo con Nietzsche en que todo ser viviente clasifica. Tanto la ameba más pequeña como el mamífero más grande, categoriza acorde con su aparato de detección, de la capacidad para moverse a sí mismo y de la habilidad para manipular los objetos. Los seres humanos hemos evolucionado y sobrevivido gracias a la capacidad de clasificar. La categorización es por consiguiente, una consecuencia de la forma en cómo se está encarnado. Por lo tanto, categorizar no es, en gran medida, un producto del razonamiento consciente. Clasificamos de la manera en que lo hacemos porque tenemos cerebros y cuerpos que se encarnan, y porque interactuamos en el mundo de la manera en que lo hacen nuestros cuerpos. Podríamos decir, adaptando un refrán popular, que «cuando tu única herramienta (sensorio-motriz) es un martillo, todo acaba pareciéndote un clavo”. Análogamente, si naces con colmillos de 7 cm y tus piernas despliegan 100 Watios de potencia por cada kilo de tu peso, no puedes ver el mundo como una tortuga dentro de su concha, o como una lombriz cavadora sin dientes, o como una ameba, que sólo “palpa” el mundo pero no lo ve a distancia. ¡Y vaya preconcepción que traemos del mundo los humanos viniendo a él no con una sino con dos manos! Una inteligencia extraterrestre que se dejara caer por este planeta (y a la que interesaran los sistemas materiales vivos de densidades cercanas a 1 kg/l) podría calificarnos, con motivo, como maníacos de la manipulación. Y podría calificar también de maníacos, a su manera, a las especies citadas, y a cualquiera de las excentricidades morfológicas vivas, como el calamar de aguas profundas, cuyo pene mide más que el resto de su cuerpo, por citar un ejemplo rayano en lo cómico.
En cuanto a las relaciones espaciales, Lakoff y Johnson están de acuerdo con Kant en que no existen en el mundo externo. Utilizamos conceptos espaciales inconscientemente, y construimos otros conceptos espaciales combinando éstos, por ejemplo, parte-todo, centro-periferia, enlace, interacción, contacto, el esquema interior-límite-exterior (el “contenedor”), el esquema inicio-camino-destino, y los movimientos forzados como empujar, tirar, propulsar, etc.
Las proyecciones corporales son casos especialmente claros de la manera en que nuestros cuerpos dan forma a una estructura conceptual. Si todos los seres de este planeta fueran esferas fijas flotando en el aire, percibirían por igual todas las direcciones y no tendrían conceptos acerca de una parte delantera o una trasera (quizás sólo arriba-abajo, debido a la presencia de la superficie planetaria). Los humanos no percibimos directamente nuestras propias espaldas y por ello, no solemos interactuar con los objetos y las personas en nuestra espalda, sino sólo con los que están enfrente; y ello está en el origen de la división conceptual delante/detrás.
Las metáforas primarias
Las metáforas primarias son las metáforas conceptuales más básicas. Cuando una experiencias corpórea se convierten en un concepto universal, una metáfora primaria es aprendida. Hay cientos de metáforas primarias, todas ellas inconscientes. Muchas de ellas surgen de experiencias corporales tempranas, por ejemplo, las metáforas primarias “Más es Arriba” y “Menos es Abajo”, que surgen de ver entrar agua en un recipiente y ver el nivel subir. Metáforas conceptuales complejas pueden formarse posteriormente a partir de metáforas primarias.
Una metáfora primaria se forma mediante un mecanismo en el que hay una primera etapa cognitiva en la que los dos dominios (fuente y diana) están fusionados. Las primeras experiencias subjetivas y juicios (por un lado) y las experiencias sensorio-motoras (por otro lado) son tan regularmente coincidentes e indiferenciadas en la experiencia que por un tiempo el niño no las distingue cuando ocurren juntas. Por ejemplo, ya que normalmente conseguimos la mayor parte de nuestro conocimiento viendo, los dominios de saber y de ver son muchas veces co-activos en la experiencia infantil, y la gramática de saber es usada con el verbo ver, en ese contexto. Por ejemplo: “veamos lo que dice el libro”. Aquí, ver lo que está escrito en el libro es simultáneo a conocer lo que está escrito en el libro. La metáfora aún no está desarrollada completamente en esta etapa de fusión, pues el niño aún no usa expresiones tales como “ya veo lo que quieres decir”. Sin embargo, en una fase posterior, el niño es capaz de diferenciar los dos dominios conceptuales, según algunas teorías, cuando el cerebro es capaz de identificar como separadas la actividad de la red neuronal que está generando el dominio “conocer” y la del dominio “ver”.
La tabla siguiente es una lista representativa (muy incompleta) de metáforas primarias (Lakoff y Johnson, 1999).
Metáfora |
Juicio Subjetivo |
Dominio Sensorio-motor |
Experiencia Primaria |
Ejemplo |
El afecto es calor |
Afecto |
Temperatura |
Sentir calor mientras se es sostenido afectuosamente |
Me lo agradecieron calurosamente |
Lo importante es grande |
Importancia |
Tamaño |
Percibir que seres grandes como los padres son importantes y pueden ejercer fuerza sobre ti y dominar tu experiencia visual |
Mañana es un gran día |
Más es arriba |
Cantidad |
Orientación vertical |
Observar la subida y bajada del nivel de fluidos y amontonamientos cuando más es añadido o sustraído |
Los precios están altos |
Intimidad es cercanía |
Intimidad |
Estar cerca físicamente |
Estar físicamente cerca de la gente con la que tienes intimidad |
Hemos sido muy cercanos pero estamos empezando a separarnos |
Feliz es arriba |
Felicidad |
Orientación corporal |
Sentirse energético y feliz y tener una postura erguida |
Hoy estoy arriba |
Malo es apestoso |
Evaluación |
Olor |
Ser repelido por objetos malolientes |
Esta situación apesta |
Las dificultades son cargas |
Dificultad |
Esfuerzo muscular |
Incomodidad de levantar o acarrear objetos pesados |
Está sobrecargada de responsabilidades |
Similaridad es cercanía |
Similaridad |
Proximidad espacial |
Observar objetos similares agrupados juntos (flores, árboles, rocas, platos, edificios, coches) |
Estos dos colores no son exactamente iguales pero son cercanos |
Las categorías son contenedores |
Identificación de clases |
Espacio |
Observación de cosas similares en la misma localización espacial |
¿Los tomates están en la categoría frutas o en verduras? |
Las escalas lineales son caminos |
Grado |
Movimiento |
Observar el camino recorrido por un objeto en movimiento |
La perspicacia de Juan va más allá que la de Pedro |
La organización es estructura física |
Relaciones unificadoras abstractas |
Experiencia de objetos físicos compuestos |
Interaccionar con objetos y atender a cómo están unidas sus partes |
¿Cómo encajan las piezas de esta teoría? |
Ayuda es apoyo |
Asistencia |
Apoyo físico |
Observar que algunas cosas y personas requieren soporte físico para seguir funcionando |
Hay que dar apoyo a esa ONG |
Tiempo es movimiento |
Transcurso del tiempo |
Movimiento |
Experimentar la sucesión mientras uno observa el movimiento de algo |
El tiempo vuela |
Estados son localizaciones |
Un estado subjetivo |
Estar en una región acotada del espacio |
Estar fresco bajo un árbol, sentirse sguro en la cama, etc. |
Está al borde de un ataque de nervios |
Cambio es movimiento |
Experimentar un cambio de estado |
Moverse |
Experimentar el cambio de estado que ocurre con el cambio de localización, cuando te mueves |
Mi coche ha ido de mal en peor últimamente |
Las acciones son movimientos autopropulsados |
Acción |
Mover tu cuerpo a través del espacio |
La acción común de mover tu cuerpo a través del espacio, especialmente en los primeros años |
Vamos avanzando con el proyecto |
Los propósitos son destinos |
Conseguir un propósito |
Alcanzar un destino |
Ir a un sitio en la vida diaria y, de este modo, lograr un propósito (e,g, ir al grifo a por agua) |
Acabaremos teniendo beneficios pero no estamos todavía en ese punto |
Los propósitos son objetos deseados |
Conseguir un propósito |
Manipulación de objetos |
Correlación entre satisfacción y agarrar un objeto deseado |
Ví una oportunidad de éxito y la agarré |
Las causas son fuerzas físicas |
Conseguir resultados |
Ejercer una fuerza |
Conseguir resultados ejerciendo fuerzas sobre objetos físicos para moverlos o cambiarlos |
El partido socialista impulsó el proyecto de ley |
Las relaciones son recintos |
Una relación interpersonal |
Estar en un recinto |
Vivir en el mismo espacio físico cerrado con la gente con la que más te relacionas |
Hemos tenido una relación muy cercana durante años, pero empieza a ser claustrofóbica |
Control es encima |
Estar al control |
Orientación vertical |
Encontrar más fácil controlar a otra persona, o ejercer fuerza sobre un objeto, desde arriba, donde la gravedad te ayuda |
Tranquilo, Juan está encima del tema |
Conocer es ver |
Conocer |
Visión |
Conseguir información a través de la visión |
Ya veo lo que quieres decir |
Comprender es agarrar |
Comprensión |
Manipulación de objetos |
Conseguir información de un objeto agarrándolo y manipulándolo |
(Tras una explicación) ¿Lo coges? |
Ver es tocar |
Percepción visual |
Tocar |
Exploración sumultánea visual y táctil de los objetos |
Me acarició con su mirada |
Metáforas complejas
Las metáforas complejas son agregados de metáforas primarias, como las moléculas están firmadas por átomos. Partamos, como ejemplo, de estas dos metáforas primarias:
-Los propósitos son destinos
-Las acciones son movimientos
Es posible que, en una cultura, estas metáforas primarias sean combinadas en la siguiente creencia metafórica:
-La gente se supone que tienen destinos en la vida, y que se mueven para alcanzar esos destinos.
Pero, para hacer consistentes entre sí las dos creencias metafóricas, es posible que ambas se sinteticen en la siguiente metáfora:
-Un largo camino hacia una serie de destinos es un viaje
Y todas las metáforas anteriores juntas forman un sistema metafórico complejo:
-Una vida con propósito es un viaje
-Una persona viviendo la vida es un viajero
-Los objetivos de la vida son destinos
-Un plan vital es un itinerario
Esta metáfora compleja (o sistema de metáforas) ha derivado de dos metáforas primarias, de la creencia cultural de que todo el mundo se supone que tiene un propósito en la vida, y del hecho convenido de que un largo camino a una serie de destinos es un viaje. Otros componentes típicos de las metáforas complejas son los modelos culturales, las teorías populares, y los conocimientos o creencias que son ampliamente aceptados en una cultura. Las metáforas complejas tienen en general asociadas imágenes a su expresión verbal. Muchas de estas imágenes estructuran nuestros sueños, según Lakoff.

Las expresiones hechas de todos los idiomas proceden muchas veces de antiguas metáforas complejas que se han utilizado mucho, hasta olvidar parcialmente las imágenes originales.
El tiempo
Otra metáfora conceptual compleja es el tiempo. Según Lakoff, hay un área del sistema visual de nuestro cerebro dedicada a la detección del movimiento, pero no hay un área para la detección del tiempo global. La experiencia temporal no es otra cosa que la constatación empírica de la interacción de eventos. Desde una perspectiva cognitiva, los eventos y los movimientos son más básicos que el tiempo. Nuestro concepto de tiempo estaría construido cognitivamente mediante (i) un proceso metonímico: iteraciones sucesivas de un tipo de evento corresponden a intervalos de tiempo, y (ii) un proceso metafórico, que asocia el movimiento a un recorrido espacial o una acumulación de substancia.
Las propiedades “literales” del concepto de tiempo derivan de las propiedades de eventos, así:
- a) El tiempo es direccional e irreversible, porque los eventos también lo son. Los eventos no pueden “des-ocurrir”.
- b) El tiempo es continuo, porque experimentamos la acumulación de muchos eventos como una acumulación de substancia. Esta relación está basada en una experiencia cotidiana común: un grupo grande de individuos juntos parecen una masa cuando se ven a distancia.
- c) El tiempo es segmentable, porque los eventos periódicos tienen un inicio y un final
- d) El tiempo puede ser medido, porque las recurrencias de eventos pueden ser contadas.
Algunas metáforas conceptuales que surgen de las anteriores metáforas primarias son las siguientes:
METÁFORA DE LA ORIENTACIÓN DEL TIEMPO
La localización del observador → El presente
El espacio enfrente del observador → El futuro
El espacio detrás del observador → El pasado
En algunas culturas, como los Aymara de los Andes chilenos, es el pasado el que está frente a nosotros, mientras el futuro está detrás, lo cual parece fundamentado en la experiencia de ser capaces de ver o recordar los resultados de lo que acabamos de hacer.
LA METÁFORA DEL TIEMPO MÓVIL
Objetos → Tiempos
El movimiento de los objetos más allá del observador → El paso del tiempo
Una pequeña variación de la metáfora anterior hace que conceptualicemos el tiempo, no como una multiplicidad de objetos moviéndose en secuencia sino como una substancia que fluye (“el flujo del tiempo”):
LA METÁFORA DEL TIEMPO-SUBSTANCIA MÓVIL
Substancia → Tiempo
Cantidad de substancia → Duración del tiempo
Tamaño de la cantidad → Extensión de la duración
Movimiento de la substancia más allá del observador → El “paso” del tiempo
LA METÁFORA DEL OBSERVADOR MÓVIL
Localizaciones sobre el camino del movimiento del observador → Tiempos
El movimiento del observador → El “paso” del tiempo
La distancia recorrida por el observador → La “cantidad” de tiempo “pasado”
Experimentamos sólo el presente, los recuerdos, y las imágenes de lo que esperamos, pero el “pasado” y el “futuro” tenemos que conceptualizarlos. Lo que estas evidencias demuestran es que algunas experiencias, como la que un adulto tiene del “tiempo futuro”, suceden después de su conceptualización, dado que esta conceptualización la construimos en los primeros meses o años de vida, a partir de predisposiciones neuronales (y luego metáforas primarias) que traemos ya corporizadas.
El uso de la metáfora del observador móvil nos lleva a pensar que las localizaciones hacia las que te estás moviendo deben existir antes de que llegues a ellas. Esto es, las localizaciones futuras como las pasadas, deben existir como las presentes, como si formaran un paisaje. Esta metáfora del paisaje, está incorporada en la visión del espacio-tiempo 4-dimensional de la teoría de la relatividad general de Einstein. Sin embargo, el que una teoría (o modelo teórico) contenga metáforas no la menoscaba, dado que son las predicciones de la teoría (o modelo) las que van a servir de test para que sepamos si la teoría es adecuada y útil o no lo es. La teoría citada de Einstein, por ejemplo, se ha mostrado enormemente exacta en sus predicciones sobre la gravedad y el movimiento de la luz a escalas interestelares, aunque las consecuencias deterministas que están implícitas en la metáfora del tiempo espacializado conducen a consecuencias que se oponen a las predicciones de la mecánica cuántica sobre los fenómenos micro-físicos. De modo que una metáfora puede ser una parte importante de nuestro conocimiento de las cosas en ciertas condiciones y escalas, pero puede conducir a la vez a predicciones equivocadas si la tratamos de aplicar a todos los fenómenos y escalas.
Pero el despreciar a las metáforas como engañosas conduce a una limitación enorme de nuestra capacidad de conocer. No podríamos pensar en un tiempo largo, o en un proceso largo, no podríamos medir el tiempo mediante relojes, la teoría general de la relatividad no podría ser tomada en serio, no podríamos “perder el tiempo”, ni concebir situaciones en las que el tiempo “fluye”, etc. Es más, si elimináramos todas las metáforas que usamos para entender el tiempo, y construyéramos un sistema de axiomas que definiese el concepto “tiempo” con absoluta precisión no-metafórica, no entenderíamos a qué se refiere ese sistema axiomático y no sabríamos por tanto cómo utilizarlo.
Causas
Como en el caso del “tiempo”, el concepto de “causa” tiene un contenido literal común a todas las nociones de causa, y un contenido metafórico, pero el primero es tan reducido que no permite inferencias significativas. Este contenido básico es el siguiente: una causa es un factor determinante para una situación, donde ésta se refiere a un estado, un cambio, un proceso o una acción.
La causación prototípica, que está en el centro de nuestro concepto de causación, es la acción humana voluntaria consciente actuando mediante la fuerza física. Y su efecto es el movimiento u otro cambio físico.
Este prototipo central es extendido literalmente a (a) movimiento forzado de un objeto por otro (como las bolas de billar como causas); (b) causación indirecta; (c) causación vía un agente intermediario; (d) causación posibilitadora, etc.
El prototipo puede ser extendido a casos donde la causa es abstracta pero metaforizada con “las causas son fuerzas”.
Un caso especial de agencia humana directa es dar a luz. Esta es la base de la metáfora “Causación es procreación”.
Algunas extensiones del prototipo se basan en correlaciones detectables dentro del mismo, como:
-La causa ocurriendo antes que el efecto en el caso prototípico es la base para la metáfora primaria “La prioridad causal es prioridad temporal”.
-La simultaneidad de causa y efecto es la base de la metáfora “Las causas son correlaciones”.
Cuando hay un movimiento desde el agente hacia el objeto paciente, la causa se origina en la localización del agente. Esta es la base de la metáfora “Las causas son fuentes”, que se traduce en el idioma en inglés en el uso de “from” en muchos contextos de causa-efecto.
Nuestra comprensión fundamental de lo que son los eventos y las causas procede de dos metáforas complejas principales. La primera usa como dominio fuente el movimiento en el espacio, del que tenemos un conocimiento diario inmediato mediante la observación de nuestros propios movimientos corporales y del movimiento de otros cuerpos. Como dominio blanco, se usa el dominio de los sucesos (o eventos). Lo que esta metáfora compleja hace es permitirnos conceptualizar los sucesos y todos sus aspectos (acciones, causas, cambios, estados, propósitos, …) en términos de lo que conocemos sobre los movimientos en el espacio.
LA METÁFORA DE LA ESTRUCTURA DE LOS SUCESOS COMO UBICACIONES
Los estados son ubicaciones (interior de regiones acotadas en el espacio)
Los cambios son movimientos (adentro o afuera de una región acotada)
Las Causas son Fuerzas
La Causación es Movimiento Forzado (de una ubicación a otra)
Las Acciones son Movimientos Auto-propulsados
Los Propósitos son Destinos
Los Medios son Caminos (a los Destinos)
Las Dificultades son Impedimentos al Movimiento
La Libertad de Acción es la Falta de Impedimentos al Movimiento
Los Sucesos Externos son Grandes Objetos en Movimiento (que ejercen fuerza sobre el agente)
Las Actividades con Propósitos a Largo Plazo son Viajes
LA METÁFORA DE LA ESTRUCTURA DE LOS SUCESOS COMO OBJETOS
Los atributos son posesiones
Los cambios son movimientos de posesiones (adquisiciones o pérdidas)
La causación es transferencia de Posesiones (dar o tomar)
Los Propósitos son Objetos Deseados
Lograr un propósito es Adquirir un Objeto Deseado
Una diferencia fundamental entre estas dos metáforas complejas es que, en la primera, la fuerza causal es aplicada a la entidad afectada; mientras que en la segunda, la fuerza causal es aplicada al efecto. Por ejemplo: “el gol de chilena llevó a la multitud al éxtasis” versus “the loud music gave a headache to the guests”.
Usamos también una metáfora general en la que los fenómenos naturales son conceptualizados como agentes humanos. En ella, verbos que expresan acciones por agentes humanos son aplicados a fenómenos naturales; verbos como: traer, enviar, empujar, tirar, conducir, propulsar, dar, tomar, accionar, etc. Por ejemplo, “los meteoritos han cavado grandes cráteres sobre la superficie lunar”.
LA METÁFORA DE LA NATURALEZA COMO AGENTE HUMANO
Agentes Humanos → Fenómenos Naturales
Fuerza ejercida por los Agentes → Causas Naturales
Efecto de la Fuerza Ejercida por los Agentes → Eventos Naturales
Una metáfora que se emplea para indicar que algunas causas son naturales a la situación, aunque su origen sea desconocido, es “emerger” y, en idiomas como el inglés, “elevarse” (o ascender, o surgir: arise). Como en: “¿qué emerge de todo esto?”. Quizás relacionada en origen con la observación de procesos naturales como la flotación de objetos en el agua, el surgir el agua de una fuente, o el elevarse del sol cada mañana.
Muchas expresiones occidentales hablan de las razones considerándolas fuerzas, como en: “la evidencia me forzó a cambiar mi teoría”, “el argumento era muy fuerte”, o “quedé abrumado por el peso de la evidencia”. Derivan de la superposición de dos metáforas: “Pensar es Moverse” combinada con “la razón es una fuerza”. Una conclusión lógica es, de este modo, concebida como un lugar al que la razón (el pensar) nos ha movido a la fuerza.
Pero vimos que hay otra metáfora muy usada que dice: “Las Causas son Fuerzas”. Esto explica que la pregunta: “¿son las razones causas?” ha sido muy frecuente en filosofía, y Schopenhauer tuvo que dedicar una de sus principales obras a tratar de aclararla (Schopenhauer, Sobre la Cuádruple Raiz del Principio de Razón Suficiente). Su conclusión fue, como es sabido, que las razones lógicas tratan de construir afirmaciones que no contradigan a los postulados iniciales que estamos aceptando, y son compulsivas sólo en este limitado sentido; las causas naturales, que algunos filósofos han llamado a veces “razones” del comportamiento de los objetos físicos, son las condiciones necesarias y suficientes que se tienen que dar para que un objeto físico cambie su estado (aunque a veces se usa para referirse, no a todas, sino a la última condición que se da antes del cambio de estado); y que la razón suficiente para el obrar humano es el motivo, que se percibe interiormente como poniendo en funcionamiento una “voluntad” psicológica. Esa voluntad interior que mueve al agente humano cuando se dan los motivos suficientes es identificada por Schopenhauer con las fuerzas naturales que mueven a los objetos físicos cuando se dan las condiciones suficientes (o a los seres vegetativos cuando se dan las excitaciones apropiadas), bajo el concepto de una única compulsión universal, que llama la Voluntad.
Otra metáfora frecuente es la de “Causa es Acción para Conseguir un Propósito”, y se aplica tanto a agentes humanos, como animados, e incluso a la naturaleza inanimada: “Los árboles han desarrollado troncos leñosos para competir mejor por la luz solar”, o “el radical hidrofóbico busca el interior de la molécula para disminuir su energía”.
Aristóteles llamó “causa final” a esta clase de causas que buscan un fin, pero la ciencia moderna suele despreciarlas salvo como metáforas heurísticas o como frase hecha de un mecanismo más complejo (como el proceso evolutivo de mutación-selección natural), que actúa como “causa eficiente” del proceso aparentemente teleológico.
Hay, como dice Lakoff, una metáfora que es central en el prototipo de la categoría de Causación, que es la de la Agencia Humana Directa, con las siguientes propiedades:
-La aplicación de fuerza precede al cambio
-La aplicación de fuerza es contigua al cambio
-Los cambios no hubieran ocurrido sin la aplicación de fuerza
Pero creo que la manera como Lakoff sintetiza la discusión sobre “Answering the Causal Concept Puzzle” es limitada, y pasa por alto lo siguiente:
En paralelo con la anterior, hay una metáfora central sobre la Acción Motivada Humana, cuyas propiedades serían las siguientes:
-La naturaleza reacciona psicológicamente a estímulos y motivos: “Estamos alterando la atmósfera con las actividades industriales”, “el clima está enloqueciendo por culpa de los vertidos de CO2”
-La aparición del motivo precede a la acción
-La acción no habría ocurrido sin la aparición del motivo: “El clima está desatado debido a los vertidos de CO2 “
Y hay otra metáfora que relaciona tanto a las fuerzas como a los motivos del agente con las causas naturales: “Las Causas son Fuerzas y Motivos”, que tendría las siguientes propiedades:
-Las causas preceden a los cambios
-Las causas son contiguas a los cambios
-El cambio no hubiera ocurrido sin la causa.
Y aquí estarían tanto las metáforas “Las Causas son Fuerzas”, las metáforas “La Causa es una acción para conseguir un Propósito”, recogidas ambas por Lakoff, y también estaría la metáfora que alude a cualquier motivo no-finalista como responsable de una acción natural. Como en: “Las prospecciones de fracking alteraron el equilibrio natural y provocaron terremotos”; o “La estructura estaba muy castigada, y un pequeño golpe la acabó de matar”, o “bastó un pequeño estímulo para que los acontecimientos se desencadenaran” o, hablando de movilizaciones colectivas, “la situación estaba a punto de desbocarse”. Aunque este último uso se está lexicalizando en la ciencia, donde muchos modelos conciben un sistema material como estando en equilibrio, y siendo “alterado” o “perturbado” por fuerzas o acciones externas, a lo cual aquel responde proporcionalmente al “estímulo”, según su “susceptibilidad” eléctrica, magnética, o mecánica.
Las bases de estas últimas metáforas pueden estar en la reacción airada de los seres humanos cuando se les molesta, la propensión de las personas de mala salud a enfermar o morir, etc.
Esta precisión explicaría por qué en algunas expresiones metafóricas concretas la causa se asocie con una fuerza y otras veces aparezca asociada con una condición, un motivo, un evento, o una situación, que no tienen cualidades de fuerza.
Hay una importante distinción en el concepto filosófico de causa (véase Schopenhauer, Op. Cit.), que es la que existe entre (i) el estado (o conjunto de condiciones) que causa el cambio de estado de un objeto físico; y (ii) la fuerza natural que, como causa eficiente, fuerza dicho cambio cuando se dan aquellas condiciones. Esta distinción es verosímil que proceda de las metáforas antropogénicas citadas de “La Causa es una Fuerza” y “La Causa es un motivo”.
Alrededor de estas metáforas centrales se colocarían otras metáforas causales útiles para describir otras clases de cambio, como: cambios que dependen de otros cambios; cambios que van atrasados respecto a su causa; cambios que, una vez comenzados, se perpetúan a sí mismos; o cambios que se vuelven incontrolables con el tiempo.
En la misma obra, Lakoff y Johnson (1999) analizan las metáforas como construimos nuestros sistemas morales, y conceptos tan influyentes como el de nación, basado en la metáfora de la familia. Un resumen de estos análisis puede consultarse en este enlace de la Wikipedia.
Lo retórico en los constructos teóricos
Como dice McCloskey (1990), desde el dominio del cartesianismo la retórica de Aristóteles, Cicerón y Quintiliano ha sido relegada a un segundo plano muy por debajo del de la lógica. Se la desvaloriza habitualmente como mera elocuencia, dejando a la lógica encargada de todas las razones. Desde Descartes, el argumento simplemente probable está así subordinado al argumento indudable. Incluso la estadística buscó bases indudables, resistiendo en algunos momentos la retórica de Bayes y de Wald. Sin embargo, restablecer la retórica es restablecer un razonamiento más amplio y más sensato. Según McCloskey (Op.Cit. p. 57), todas las ciencias son retóricas:
“Las matemáticas, para hablar de la misma reina, parecen para alguien de fuera el ejemplo extremo de la objetividad (…) Sin embargos los criterios de la demostración matemática cambian. Los últimos cincuenta años han sido una decepción para los seguidores de David Hilbert, quien intentó colocar a las matemáticas sobre una base eterna e indudable. El historiador de las matemáticas, Morris Kline, escribió: … “No existe una definición rigurosa de rigor. Una prueba se acepta si obtiene el apoyo de los especialistas más importantes del momento y si emplea los principios que están de moda”. (…) Los matemáticos no “demuestran” los teoremas para siempre, sino que satisfacen temporalmente a sus interlocutores en una conversación.”
Bonitas ilustraciones de estas tesis se pueden encontrar en el libro de Lakatos Pruebas y refutaciones: la lógica del descubrimiento matemático (1976) y en gran parte del trabajo de Kuhn. Una de las escuelas más interesantes de la sociología de la ciencia, la de “Estudios sociales en Ciencia y Tecnología”, analiza los paradigmas de las ciencias en tanto que metáforas (Stengers (Comp.) 1987; Iranzo et al. (Comp.) 1995). Por su parte, Lizcano (2009) ha demostrado que los conocimientos matemáticos deben ser considerados como parte de una cultura más que como constructos universales.
Aún más importante para este campo de investigación puede ser el tomarse en serio la propuesta de Lakoff y Johnson (1980) de considerar los constructos teóricos como sistemas de metáforas, como cualquier otro sistema de creencias, eso sí, que son especialmente coherentes y consistentes entre sí. Un caso particular en que la gente piensa en términos de conjuntos consistentes de metáforas es en la formulación de teorías científicas, que según Lakoff y Johnson son intentos de extender de forma especialmente consistente un conjunto de metáforas ontológicas y estructurales. Ello puede ser útil: si es posible usar conjuntos consistentes de metáforas en una situación dada ello permite extraer consecuencias sobre la situación (o sea, sugerencias sobre el comportamiento) que no entrarán en conflicto entre sí. Ello tranquiliza a muchos, pues disminuye la incertidumbre y la ambigüedad, y lo no-paradójico se sigue estimulando como valioso en las prácticas de poder estatal y empresarial, en la técnica, y en toda la cultura occidental. Además, nos muestra las capacidades intrínsecas (ventajas e inconvenientes) que tiene el razonar, argumentar y entender el mundo en uno de los extremos del espectro de posibilidades que tiene el uso de las metáforas, y sus consecuencias. Mary Hesse (1993, p. 51, pp. 53-55) también mantuvo que lo que ella llama metáfora descriptiva en la ciencia tiene capacidad cognitiva, posee valor de verdad, y es una forma de lenguaje, histórica y lógicamente previa al lenguaje literal, el cual constituye un caso límite del lenguaje metafórico.
Sin embargo, un constructo teórico y, sobre todo, un modelo teórico (teoría general más conjunto de hipótesis auxiliares para la situación particular que describimos) no tiene por qué incluir solamente matáforas en sus enunciados (Rivadulla 2006). Muchos de estos enunciados fueron introducidos por la necesidad de acercar las predicciones del modelo (o de la teoría) a las observaciones, lo cual conduce a veces a enunciados bastante arbitrarios, no necesariamente metafóricos. Obsérvese, por ejemplo, el quinto postulado de la mecánica cuántica: “La evolución temporal del estado de un sistema microscópico obedece a la ecuación (de Schrödinger):

donde H es un operador hamiltoniano (o sea, relacionado con la energía del sistema)”.
Aunque los conceptos de “sistema”, “obedecer una ley”, “estado” de un sistema, y “operador” puedan tener un origen metafórico, el que la ecuación tenga precisamente esa forma y no otra cualquiera deriva de la necesidad de aproximar las predicciones a las múltiples observaciones que se han acumulado entre 1900 y la actualidad sobre el cambio en el tiempo de las propiedades observables de las partículas microscópicas y las ondas. El modelo teórico resulta ser pues una combinación de metáforas cuyo origen procede de la historia del habla y la comunicación en una cultural y de la estructura biológica humana, y de afirmaciones cuyo origen es un intento de expresar en forma suscinta cómo las propiedades observables de un objeto (su “estado”) en un instante de tiempo condicionan o determinan el cambio de ese estado en un momento posterior. Y esa ecuación matemática es una regla demasiado particular y condicionada a lo que hemos observado como para ser considerada una metáfora.
La metáfora como analizador del imaginario colectivo
El imaginario colectivo es el lugar del pre-juicio, en el sentido literal del término, las configuraciones que hacen posible cualquier juicio y cualquier representación, y nos permiten pensar. Como tal, no es definible, pero se lo podría señalar o evocar diciendo, en línea con Castoriadis, que es un proceso de generación colectiva de imágenes del mundo que incluye, además de imágenes novedosas, la amalgama de todas las significaciones que se pueden expresar en una lengua vernácula determinada. Según Lizcano (2014), “en lo imaginario echan sus raíces dos tensiones opuestas, si no contradictorias. Por un lado, el anhelo de cambio radical, de autoinstitución social, de creación de instituciones y significaciones nuevas: el deseo de utopía. Por otro, el conjunto de creencias consolidadas, de prejuicios, de significados instituidos, de tradiciones y hábitos comunes, sin los que no es posible forma alguna de vida común”.
Efectivamente, los juicios se tienen, pero en las creencias se está (Ortega), o lo que es lo mismo, en el imaginario se habita. Y por ello, una parte importante de la dominación hegemónica de un grupo sobre otros es la imposición del imaginario del grupo dominante a todos los grupos dominados, como la única visión del mundo posible o defendible. La lucha por el poder es, en buena medida, una lucha por imponer las propias metáforas. Dado que guían la percepción y la acción, las metáforas pueden convertirse en profecías que se auto-cumplen, al inducir a la acción a ajustarse a la metáfora.
En efecto, el análisis de las metáforas lexicalizadas o “muertas” de una cultura nos puede dar información valiosa sobre la forma como está estructurado (o “instituido”) su imaginario colectivo; y análogamente, la aparición de nuevas metáforas vivas puede abrir el paso a nuevas asociaciones entre conceptos, agentes y objetos físicos, crear significados colectivos nuevos y formar parte, por tanto, de un proceso instituyente de nuevas prácticas e instituciones sociales.
Para Angenot (1982), un analista del discurso social, las metáforas más usadas en el habla grupal desvelan ideologemas o presupuestos que conforman el sistema ideológico que comparte el grupo que las usa (Bermúdez, 2006). Así, señala, los grupos conservadores o reaccionarios utilizan con frecuencia metáforas biológicas para referirse a la sociedad o al estado, y designan las transformaciones sociales y lo vinculado a ellas como “agentes patógenos en el cuerpo de la nación”. Análogamente, reivindican la “salud pública” y los “remedios políticos” necesarios para “curar a la nación de sus males”, y advierten contra “la gangrena” o la “intoxicación” social, “la peste judía”, “el virus comunista”, o “la fiebre populista”, entre otras expresiones médicas.
En la misma línea, Emmanuel Lizcano (2014; 2008; Público 2009) analiza las ideologías que están detrás de las metáforas que el discurso mediático y político suele utilizar para hablar de la crisis económica. Algunas de estas metáforas naturalizan a su objeto, en este caso, la crisis económica. Por ejemplo, cuando se habla del “tsunami provocado por el desplome de los fondos monetarios”, de la “sequía crediticia” o de “la fuerza del huracán financiero” como si fueran fuerzas desatadas de la naturaleza. Ahora bien, dice Lizcano, nadie es responsable de los terremotos o las sequías, luego la consecuencia implícita es que nadie es responsable de la crisis. Una segunda consecuencia es la resignación: nadie puede escapar a las leyes inexorables de la economía, del mismo modo que nadie puede escapar a la ley de la gravedad.
Un segundo grupo son, cómo no, las metáforas médicas: los procesos económicos, no sólo son naturales, sino que son organismos vivos, y necesitados de cuidados. La elevada exposición de los bancos, o los activos tóxicos, han desencadenado una epidemia financiera que ha producido un efecto contagio en la economía. La patología de la crisis requiere, pues, de un correcto diagnóstico que inyecte liquidez en grandes dosis en el cuerpo de la economía para alimentar los flujos de capital, regenerar los fondos monetarios y potenciar las reservas de los depósitos. Así se evitará el estrangulamiento del crédito (que es su sistema sanguíneo) y que proliferen las metástasis. Como dice Lizcano (2009): “lo importante es la superposición de efectos retóricos, la fabricación de los sentimientos del personal. Miedo ante el huracán desatado, compasión ante el enfermo… ¿quién es tan cruel como para negarse a que su dinero/sangre se emplee en las urgentes transfusiones que paren la hemorragia a chorros del paciente, aunque sea un paciente financiero? Y, una vez más, están las perspectivas que estas metáforas bloquean. Si la economía (o los flujos de capital, o el sistema crediticio) es el enfermo, no puede ser la enfermedad. Si el diagnóstico es de estancamiento, parálisis o incluso retracción del natural crecimiento económico que ahora yace en la camilla, es que es ese crecimiento económico ilimitado el que sufre y no, como algún malpensado hubiera podido sospechar, el que nos hace sufrir. No, el crecimiento incesante (de los beneficios, del PIB, de la producción…), aunque pudiera verse como un cáncer, no puede serlo, por la sencilla razón de que es él quien tiene un cáncer.”
Finalmente, se dota de atributos humanos a los procesos económicos: “los mercados castigan a las divisas, de que los parquets se angustian o las Bolsas responden con alegría, de cubrir las necesidades del mercado, de que el Ibex vive pendiente de Europa, de que las empresas tienen sed de liquidez o de que la crisis ha demostrado que hay que regular el comportamiento de los mercados” (Lizcano 2009).
Lizcano (2006) analiza también la retórica del “impacto” de la ciencia sobre la sociedad, según la expresan las grandes instituciones políticas. El agente de un impacto es un objeto (un meteorito, un puño, una bala), caracterizado por su compacidad, dureza y rotundidad. “Por el contrario, el paciente, aquello que sufre el impacto, se caracteriza por su vulnerabilidad. Ese objeto rotundo que es el agente del impacto se supone dotado de potencia y dinamismo propios; mientras que lo propio del paciente es la impotencia y la pasividad ante lo que se le viene encima: la Tierra, el ojo o el blanco sufren el impacto (…) Además, ese dinamismo del agente está como dotado de un impulso ciego, de una inercia fatal, de un destino: una vez lanzados, el meteorito, la bala o el puño han de cumplir su trayectoria (matemática, ineluctablemente) para que pueda hablarse de impacto. Ese impulso es, por supuesto, ajeno al paciente (…) e incluso al propio agente: cada uno cumple su papel en una obra cuyo guión no han escrito.
Así pues, hablar de la Ciencia y la técnica como cosas que provocan un impacto es suponerlas implícitamente como objetos compactos (una caja negra cuyo contenido nos es desconocido) con una trayectoria insoslayable; y ante ella, “el paciente, la sociedad, no tiene ninguna responsabilidad ni papel en su construcción ni en la orientación de su trayectoria. La ciencia es un fenómeno de la naturaleza, construido por nadie, cumpliendo su inexorable trayecto, mera manifestación de la dura realidad, expresión impersonal e irresponsable de la necesidad.”
Un impacto es local y previsible, y puede por tanto ser gestionado. En cambio, la metáfora de la “ola de irracionalidad que nos invade” por culpa de las pseudo-ciencias, y de los ecologistas, decrecentistas, relativistas, sociólogos del conocimiento y otras supuestas amenazas anti-científicas, evoca a “los virus, la tristeza, las seudo-ciencias o los bárbaros” que “se filtran por doquier, son agentes mudables, heterogéneos, difusos”, extensos e imprevisibles, que amenazan al cuerpo (social) y ante los que está justificado el temor y la defensa colectiva.

Para demostrar el profundo efecto psicológico de la metáfora, Lizcano propone sustituir una metáfora habitual por otra, por ejemplo, hablemos de “minimizar el impacto del curanderismo sobre la sociedad”, de “la ola de racionalidad que nos invade” o de “atajar la invasión de la sociedad por la ciencia”. Las mismas expresiones en las que antes ni habíamos reparado, ahora chirrían y ni siquiera nos parecen expresiones con sentido. Tanto el concepto de ciencia como el de racionalidad se han construido metafóricamente como objetos compactos, y no les casa ahora la capacidad de invadirnos.
Si analizamos una metáfora que damos por sentada y cambiamos de metáfora, esto induce un cambio de perspectiva que abre posibilidades nuevas, como socavar creencias muy arraigadas, que creemos porque somos incapaces de detectar la ficción que está implícita en esa forma de expresarse. Puedes entonces desmontar un discurso dominante y sustituirlo por discursos e imaginarios nuevos. “hay todo un frente de economistas, sociólogos y antropólogos que, contra el fetiche del crecimiento o el desarrollo (por sostenible que se postule), tan vapuleado por la crisis, vienen proponiendo luchar por alcanzar cada vez mayores cotas de de-crecimiento. Si el desarrollo es la enfermedad, y no el enfermo, des-des-arrollarse es sanar; dejar de crecer es bloquear las metástasis. Son bien significativos los términos con que este concepto se ha traducido a las lenguas de los pueblos a los que se quería desarrollar. En la lengua wolof se nombra como “la voz del jefe”, en el eton del Camerún como “el sueño del blanco”. Metáforas que nos parecen de lo más natural (¿cómo va ser malo crecer y desarrollarse?), para ellos son puras órdenes o alucinaciones. Se puede jugar con las metáforas del poder, invertirlas o pervertirlas. Pero también es muy instructivo prestar oído a otras metáforas que se mueven en otros circuitos, alimentando formas de vida que no pasan por la vida de las grandes abstracciones (mercados, estados, gestión, educación y todas las terminadas en ‘-ión’, etc.). Los quichuas hablan del ‘sumak kawsay’, el buen vivir. Nada que ver con ese bien estar que sólo los estados (del bienestar) y el buen estado de los indicadores económicos pueden aportar a sus súbditos. ‘Estar’ se está en establos, la ‘buena vida’ sólo podemos dárnosla nosotros a nosotros mismos. La propia expresión castellana lo dice: “Darse la buena vida”.” (Lizcano 2009).
En la misma línea de estudio metafórico del imaginario social cabría concebir el hermoso e implacable análisis al que somete Sánchez Ferlosio (1992) a toda una serie de alegorías de uso habitual en nuestra cultura, e.g. las que conciben las vidas de nuestros antepasados como una Aventura de un Sujeto Humano, la sucesión de los acontecimientos como una Historia con unos fines, el aumento del poder estatal y la multiplicación de artefactos como un Progreso de la Humanidad o el accidente del Challenger como un Sacrificio en Aras del Progreso (porque el Progreso tiene un Ara sacrificial, como el dios mexica Huichilobos). Se trata de nuevo de mitos que guían el pensamiento de amplios grupos sociales, pues hacen posible el pensar, pero ellas mismas no son producto de una reflexión.

Sánchez Ferlosio no parece concebir esperanzas de cambio a corto plazo en los mitos y “dioses” (o sea, metáforas) dominantes más básicos. Sin embargo, una nueva perspectiva, como la que él mismo está proponiendo, puede alterar y menoscabar el sistema reinante de metáforas parcialmente coherentes, así como las percepciones y acciones a que éstas dan lugar, e incluso inducir la aparición de metáforas sociales nuevas. Muchos cambios culturales importantes parecen tener como condición necesaria la introducción de conceptos metafóricos nuevos, como puede observarse entre el final de la Edad Media y la Revolución Francesa.
Corolarios
Dado que las dimensiones “naturales” (básicas) de las categorías surgen de nuestras interacciones con el mundo, las propiedades que dan estas dimensiones no son propiedades de los objetos en sí mismos, sino más bien propiedades interaccionales, que tienen que ver con la forma de percepción humana, las concepciones humanas de lo funcional, etc.
Es cierto que “las cosas del mundo” parecen limitar nuestro sistema conceptual, pero lo hacen solamente según la forma en que las experimentamos. Además, entender algo exige ajustarlo dentro de un esquema coherente relativo a un sistema conceptual, de modo que la verdad es siempre relativa a ese sistema conceptual, definido por metáforas articuladas y parcialmente coherentes unas con otras (“marcos metafóricos”), y que son los vehículos de la comprensión. En conclusión, la existente no es la única forma de hablar de las cosas, y en cuanto hablamos “de otra forma”, gran parte de las categorías, de las causas y efectos que manejamos de forma natural se diluirán hasta la desaparición.
Una cosa es imponer un modelo objetivista en algunas situaciones restringidas y actuar según ese modelo, con cierto éxito, y otra muy distinta pretender que ese modelo es un reflejo preciso de la realidad o el más completo para describirla. Si nuestro sistema conceptual tiene metáforas inconsistentes para un único concepto es porque no existe una metáfora que sea suficiente, cada una proporciona comprensión de un aspecto del concepto y oculta otros. Operar sólo en términos de un conjunto consistente de metáforas es ocultar muchos aspectos de la realidad. El buen funcionamiento en nuestra vida real parece exigir un continuo cambio de metáforas, muchas inconsistentes entre sí, si queremos comprender los detalles de las situaciones. El crear sistemas de metáforas consistentes para una situación o un proceso sólo nos es posible, en general, cuando el proceso es relativamente sencillo y acotado.
Tampoco significa esto que la objetividad no sea posible. La objetividad sigue implicando elevarse sobre los pre-juicios individuales, de conocimiento o de valor. Pero una objetividad razonable no exige un punto de vista absoluto universalmente válido. Ser objetivo es siempre relativo a un sistema conceptual y a un conjunto de valores culturales, por lo que otra clase de objetividad es la que es capaz de bajarse del pedestal auto-construido y de usar todos los puntos de vista imaginables sobre una misma situación y no sólo el mejor. Una objetividad razonable, por otro lado, puede ser imposible cuando existen sistemas conceptuales o valores en conflicto, y es importante ser capaz de admitir esto y reconocerlo cuando ocurre, a fin de poder negociar el significado de las cosas con las otras perspectivas.
Por otro lado, esta forma de entender el conocimiento no significa caer en el clásico subjetivismo, dado que éste usa una metáfora bastante inflexible, que es la del yo como una cosa unificada, receptor y actor localizado en el espacio. Tiene una parte de razón, dado que el sentido común nos dice que es más fácil entendernos “a nosotros mismos” que entender a otras personas. Sin embargo, cualquier comprensión realmente profunda de por qué hacemos lo que hacemos, sentimos lo que sentimos, cambiamos como cambiamos y creemos lo que creemos, nos lleva fuera de nosotros mismos. Del mismo modo que buscamos metáforas para hacer coherente lo que tenemos de común con otras personas, buscamos metáforas personales que hagan coherente nuestros propios pasados, presentes, sueños y esperanzas, así como nuestros objetivos. Gran parte de la llamada auto-comprensión consiste en la búsqueda de metáforas personales apropiadas, que den una biografía (Pablo Navarro) y un sentido a nuestras vidas. La autocomprensión exige una negociación y renegociación sin fin del significado de la experiencia con uno mismo, usando metáforas que en gran parte no hemos creado nosotros.
El que no haya una verdad única sobre un conjunto de fenómenos tiene pues consecuencias éticas importantes. Por ejemplo, cabría considerar a un estado en cualquiera de las siguientes perspectivas:
– Como un estadio superior de un proceso progresivo de complejificación y liberación de la sociedad frente a los caprichos de la naturaleza;
– Como un sistema de dominación sobre una gran masa de población, liderado por una pequeña élite (Marx, Weber);
– Como un sistema de domesticación de “pringaos” que son enseñados a obedecer a otros antes que a ejercer su libertad (un miembro de una etnia nómada).
Todos estos planteamientos metafóricos pueden ser útiles, pues enriquecen el tema, al cubrirlo desde perspectivas diferentes. Por ello, todos esos planteamientos, y muchos otros, merecen ser tomados en consideración, y de hecho es lo que hacemos habitualmente en la vida cotidiana, sin atender solamente a lo que diga sobre el tema la teoría científica dominante.
En síntesis, no habiendo un único constructo teórico (sistema de metáforas) sino múltiples, cada uno de los cuales incluye sus propios criterios de validación para las “explicaciones”, como han ilustrado autores como Feyerabend (1995), Atlan (1986) y Maturana (en Watzlawicz 1994), no cabe hablar estrictamente de la Verdad versus el error. Más bien, con Atlan, habría que hablar de distintos juegos de verdad y contextos de explicación, que Atlan propone no mezclar, con el fin de conservar un cierto orden meta-racional sobre las distintas racionalidades. O lo que es lo mismo, poder saber siempre a qué se está jugando linguística y conceptualmente. Éste meta-orden tampoco sería cerrado, por culpa de (y gracias a) la naturaleza viajera de las metáforas. Las racionalidades locales no pueden ser consideradas menos verdaderas que alguna otra pues no podemos contar con ningún meta-criterio de verdad por encima de los plurales criterios de verificación más sistemas de metáforas que constituyen cada sistema teórico. Lo que sí se puede decir, desarrollando algo más la perspectiva de Atlan, es que para todo sistema teórico cabe imaginar un escenario de comunicación más experiencia en el que ese sistema teórico resulte útil, y ello abre el camino a posibles cambios sociales.
También es posible hablar de sistemas conceptuales más universales y menos, más útiles técnicamente y menos, más consistentes y menos, más especializados y menos, más detallados y menos, etc. Los sistemas oscurantistas y otros que nos parecen ingenuos o faltos de coherencia no puede ser ridiculizados como impostores en el mundo de la comunicación, pues su persistencia es una prueba de su uso real en la comunicación grupal. Sólo cabe mostrar su escaso poder técnico, o la utilidad y belleza de otras formas alternativas de metaforizar (como las distintas alternativas racionales), con el fin de suavizar un poco la ingenuidad del que sólo conoce una perspectiva. Y esto vale en los dos sentidos: Un texto oscurantista como el Don Juan de Castaneda, por ejemplo, puede ser una fuente riquísima de metáforas y actitudes útiles para cualquier racionalista sensible, pues amplía el espectro de actitudes posibles y potencialmente útiles ante la vida.
Los distintos sistemas de metáforas hacen emerger distintas clases de sujetos agentes, de objetos pacientes, de utilidades y de coordinaciones sociales. Hacen emerger mundos distintos. Por ejemplo, algunos sistemas teóricos son muy poco útiles para la manipulación y dominación colectiva de entes, tan poco como lo eran las formas no-linguísticas de conocer. Pero esto no los desvaloriza en ningún sentido lógico, sino que hace depender su evaluación del cómo valoremos colectivamente las emergencias que generan cada uno de ellos.
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